DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Hazañas y recuerdos de los Catalanes: o, Colección de leyendas relativas a los hechos más famosos, a las tradiciones más fundadas, y a las empresas más conocidas que se encuentran en la historia de Cataluña, (...) Oliveres, 1846. págs.-48-54.

Acontecimientos
Formación de la señera
Personajes
Vifredo, Winidilda, Carlos el Calvo
Enlaces

i Alentorn, Miquel Coll. Guifré el Pelós en la historiografia i en la llegenda. Vol. 39. Institut d'Estudis Catalans, 1990.

Mort de Guifré el Pelós,  Claudi Lorenzale i Sugranés, ca. 1843.

LOCALIZACIÓN

BARCELONA

Valoración Media: / 5

El escudo de Vifredo el Velloso. Año 873.

 

(Siglo IX— Época de Vifredo el Velloso, primer conde soberano de Barcelona)

 

¡Barcelona!

Tal era el nombre que pronunciaban con admiración los ejércitos que pasaban por frente de una ciudad hermosa a la que rendían homenaje los montes y besaba el pie la mar. Sus murallas eran almenadas, mostrando en cada ángulo una elevada torre y los soldados —49— que las guardaban eran súbditos del conde que gobernaba la Marca en nombre del emperador Carlos el Calvo.[1]

El conde, que se llamaba Vifredo, era de una arrogante figura y rostro afable; llevaba una barba larga y negra que le cubría el pecho; ostentaba severidad en los ojos, que le brillaban como dos estrellas, y vestía una bruñida armadura, de la que formaba parte un escudo de oro sin timbre ni cuarteles[2], el mismo que servía de armas a su palacio[3]

Pero Vifredo hacía mucho tiempo que se mostraba triste y melancólico, y sus palabras no eran tanto de paz y consuelo como cuando llegó de la guerra la primera vez. En vano obsequiaban los nobles a Vifredo al verle siempre con la vista fija en su escudo; en vano le llamaba Rey el pueblo aconsejándole que disfrutara mejor de la paz; pues la respuesta que daba el conde a tales obsequios y halagos siempre era la misma. La verdadera paz aún no ha llegado: ¡falta verter más sangre para verla!

Esto murmuraba un día Vifredo estando recogido en su capilla, cuando de repente separó las manos de su barba, y mirando con avidez por entre las rejas que daban al campo, levantó la sudada frente, abrió la boca y respiró con fuerza, aparentando seguir o buscar un objeto que le interesara en gran manera.  Al observarle así sus guardias, miraron también hacia el lugar que absorbía la atención del conde y vieron a lo lejos el brillo de unos aceros, que cruzaban por entre las arboledas, y se dirigían hacia el norte. 

—¡Oh, desgracia! —dijo en seguida el conde, aferrándose a la doble verja y dando un fuerte golpe a su escudo. Miradlos cuál avanzan. ¡Todos van a gozar de la victoria, y yo he de quedarme quieto en mi palacio! … ¡Todos buscan la gloria con su sangre, y yo he de templar mis venas que me hierven, sin ganar un blasón para mi pueblo! …[4] 

Y llorando amargamente corrió el conde desde la reja— 50-al altar, y, alargando las manos sobre su escudo, quedó de rodillas y en ademan suplicativo ante la imagen de un Cristo, cuya sangre besó, murmurando en seguida estas palabras. Con tu sangre, Señor, libraste un mundo; haz que yo libre también un solo estado, aunque tenga que hacerlo con mi sangre.

Apenas Vifredo había salido de la capilla, cuando toda la ciudad sabia ya el sentimiento de su señor; y a poco las escaleras de palacio se llenaron de nobles y vasallos que acudían para consolar al conde.

—¿Por qué está triste nuestro conde invicto? ¿Queréis, señor, que vuestra leal nobleza disponga fiestas y torneos, donde vuestro espíritu goce y se distraiga?—decían algunos nobles de la Corte. 

—¿Queréis, señor, que preparemos danzas o festines de corte, donde luzca de nuestras hijas la belleza y gracia, que tanto alegra al corazón del conde? —decían los cortesanos de palacio. 

—¿Queréis, señor, que vuestros servidores hagan servir sus armas para otro uso, figurando de osos una caza o luchando con fieras en un circo? —decían ciertos almogávares[5] y soldados, que no sabían ya en que emplear sus armas.

—¿Quiere el galante conde y caballero, que se borden empresas[6] delicadas, o se tejan coronas, para cuando cometa nueva hazaña el más valiente? decían algunas doncellas esperando que el conde les dirigiera una mirada.  ¿Queréis acaso oír alguna historia de un rey o caballero, o que se cante de los héroes del Norte la arrogancia?— decían ciertos cantores populares, a quienes protegía la nobleza. 

—¡No, no! …¡nada del Norte!...— gritó de repente el conde como herido en lo más vivo de su sentimiento—51—. ¡No me canten lo que tan solo yo cantar debiera.  Torneos, fiestas, bailes, juegos, cazas, empresas, lauros, cantos, relaciones… ¿de qué me servirán para mi anhelo? … Yo solo quiero paz haciendo guerra; quiero quitar un feudo sin romperlo, y sin ser del Señor jamás contrario….  Marchad, y armados todos, volved presto[7]. [4]

 A las palabras del conde sucedió luego el son de instrumentos bélicos, que, desde el palacio, llamaron al combate; y pronto se vieron reunidos en la plaza las cuadrillas de los caballeros, y las meznadas[8] de soldados que solo esperaban poder complacer a su señor…a su señor, que, cubierto de brillante y pesada armadura, con el escudo de oro y la espada en la mano, salía ya de palacio, dispuesto a dirigir su ejército hacia el Norte. 

—¿A dónde vamos, conde?— dijeron algunos caballeros, observando a su guía parado en contemplar el liso escudo de piedra que se distinguía sobre la gran puerta del palacio. 

—A ser felices; a buscar los cuarteles de este escudo— respondió el conde, señalando con su espada el rústico blasón; y poniéndose enseguida al frente del ejército, que, mudo y obediente, se dirigía, sin entender la causa, hacia aquel mismo lugar por donde habían cruzado poco antes los brillantes aceros de otros soldados.

A todo puede compararse una batalla, a todo lo que la naturaleza envía y nace de los elementos, pues en su desorden se sienten los golpes que pueden sufrirse en una tempestad, y se goza también de las delicias a que recurre el corazón de un hombre cuando se halla satisfecho o vengado.

Bien lo sabe el rey Carlos el Calvo, que, abatido más por la indecisión del triunfo y duración de la batalla, que por la fatiga del choque, contempla ante su tienda la lluvia de —52- flechas, las nubes de polvo, el aire que levantan los pelotones al cruzarse y el huracán que forma la confusión y mezcla de espadas, lanzas, mazas, azconas[9], dagas, catapultas y pendones. Todo se le figura tempestad al Emperador; sin embargo, su corazón va alegrándose, y de pronto llega a figurársele posible que, entre aquel huracán, cruce algún rayo que cambie en esperanza su tristeza y le haga comparar más felizmente lo que mira.

—¡Cuán indecisa se halla la victoria! Lo mismo mueren de unos que de otros; y, al ver tan confundidos los ejércitos, ¡ni llego a conocer cuál adelanta! Llamarme emperador...¿de qué me sirve?...si no puedo ofrecer al que me ayude ni el más pequeño estado de mis reinos ...¡Ah! ¡qué llanto me espera sino venzo! ¡Oh! ¡qué gozo me aguarda si yo triunfo!...

—Señor, señor, la lucha se encarniza ...Nuestros héroes avanzan más que nunca,

—¡Oh! Más, ...¡ay! ¡el pendón de los franceses tan alto no se ve como el normando!...¡Ah!!

—Señor, esperad; a igual altura los pendones ya están, y nuestro ejército fija la vista ahora hacia Occidente...¡¡Oh!! Señor, de la parte de Occidente llega un nuevo campeón con gran refuerzo; mas no lleva pendones ni señeras.

—¡¡Ah!!

 —Señor, el campeón ha dividido la fuerza que le sigue en dos mitades; una queda tranquila y se dirige despacio a vuestra tienda; otra se arroja, con su caudillo al frente, a la pelea y a dó corre más sangre de los Francos ¡Oh!!! Señor...ved ¡qué estrago! ¡qué matanza!...La lanza del campeón, bañada en sangre, chorrea desde el puño —53- hasta la punta...¡Qué ligero caballo!...¡ved cual salta!...los cascos de los peones se deshacen al peso de sus fuertes herraduras. Más...¡ay, una saeta ha penetrado por entre la armadura del jinete, y ahora cae a los pies del bruto indómito!...O por admiración, o por cansancio, los soldados suspenden sus furores: parece que descansan ambas huestes ...

—¡¡Ah!!

—¡Más...no! El nuevo ejército recoge ahora a su caudillo ensangrentado y se dirige aquí, a vuestra tienda ...¡¡Cuánto padece, el pobre!!...Que le quiten la visera está bien...¡Qué hermosa barba!...

—¿Barba lleva el campeón que me ha ayudado? —preguntó entonces el rey Carlos, sin soltar el « ¡ah!» de pena ni el « ¡oh!» de esperanza que antes le hacía exhalar la duda de la victoria. Y levantándose animado corrió a la puerta de su tienda a cuyo dintel estaba ya el moribundo héroe, cuya sangre salía en abundancia de su herida y bañaba las manos de los soldados que le conducían. ¡Es Vifredo el Velloso!...—continuó Carlos más admirado que nunca, viendo que era el conde, el guerrero que entraba agonizando; y después de meditar un poco sobre la aparición en aquel sitio de su feudatario intrépido, prosiguió más confiado:

—¡Oh, ventura !...Si a tu ejército debo la victoria yo en cambio te daré cuanto ambiciones...

—Aún queda de mi ejército una parte ...respondió Vifredo fijando la vista en su escudo de oro. Decid a mis soldados que se acerquen ...Como vean mi sangre mis guerreros, la victoria será para el rey Carlos!...En un momento pasó la mitad del ejército de Vifredo por frente la tienda del rey Carlos que, al oír los gritos de venganza que soltaban los soldados al arrojarse contra los normandos, no pudo menos de abrazar por segunda vez a Vifredo diciéndole:

—Si mueres, Barcelona, en mis estados será siempre el primero; si te salvas te daré mi sobrina Winidilda y libraré a tu pueblo de mi feudo, haciéndote su rey y soberano—54-

—¡Jurádmelo, señor!...dijo Vifredo, reanimado y, por si vivo, señalad a los pueblos que yo mando las armas que han de usar en sus escudos.

Aquí sucedieron los gritos de victoria que los franceses y los catalanes daban volviendo ya triunfantes del ejército normando. ¡¡¡Oh!!! volvió a decir entonces Carlos mirando agradecido al intrépido Vifredo. 

—¡Salve, salve, conde soberano! Tu sangre ha reforzado mi corona: honre tu sangre, pues, a tus estados…

Y poniendo la mano en la herida del conde, la empapó con su sangre, pasándola después desde un extremo a otro del escudo de oro, sobre el cual quedaron marcadas cuatro líneas o barras[10].

Pocos meses después de esta batalla, Barcelona, libre ya del feudo de la Francia, y reconociendo por soberano tan solo al conde Vifredo, celebraba feliz el enlace de este con la princesa Winidilda; y el palacio de su señor se veía adornado por un nuevo escudo, cuyos timbres eran cuatro barras de sangre en campo de oro y una corona de marqués encima[11].

 

FUENTE

Bofarull y de Brocá, Antonio de, Hazañas y recuerdos de los Catalanes: o, Colección de leyendas relativas a los hechos más famosos, a las tradiciones más fundadas, y a las empresas más conocidas que se encuentran en la historia de Cataluña, desde la época de la dominación árabe en Barcelona, hasta el enlace de Fernando el Católico de Aragón con Isabel de Castilla, obra escrita a imitación de ciertas baladas que compusieron en alemán, Goethe, Klopstock, Schiller, Burger y Korner, Oliveres, 1846. pp.-48-54 (Leyenda III).

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

NOTAS

[1] Carlos el Calvo, Emperador, Rey de Francia y de Aquitania. (Nota del autor).

[2] Cuartel:  m. Heráld. Cada una de las cuatro partes de un escudo dividido en cruz. (RAE, Diccionario de la lengua española).

[3] La descripción que se hace de las facciones y porte de Vifredo no es facticia, pues es tal como la hacen muchos cronistas— (Nota del autor).

[4] ¡Miradlos, cual avanzan! Alude a los ejércitos que iban a Normandía en ayuda del emperador Carlos el Calvo que hacia la guerra a dicho país—  (Nota del autor).

[5] Almogávar: m. En la milicia antigua, soldado de una tropa escogida y muy diestra en la guerra, que se empleaba en hacer entradas y correrías en las tierras de los enemigos. (RAE, Diccionario de la lengua española).

[6] Empresa: f. Símbolo o figura que alude a lo que se intenta conseguir o denota alguna prenda de la que se hace alarde, acompañada frecuentemente de una palabra o mote. (RAE, Diccionario de la lengua española).

[7] Cataluña  era  antes  feudataria  de  la  Francia,  de  modo  que  su  Conde  era  feudatario  también,  y  solo  figuraba  como  gobernador;  hasta  que  Carlos el  Calvo,  redimió  el  feudo  e  hizo  señor  absoluto  a  Vifredo  el  Velloso.  (Nota  del  autor)

[8]  Meznada: mesnada. f. Compañía de gente de armas que antiguamente servía bajo el mando del rey o de un ricohombre o caballero principal. (RAE, Diccionario de la lengua española).

[9] Azcona: f. Arma arrojadiza, como un dardo, usada antiguamente. (RAE, Diccionario de la lengua española).

[10]Del  escudo  de  oro  sobre  el  cual  quedaron  marcadas  cuatro  líneas,  o  barras.  Véase  a  Engelgrave,  que  cita  también  Feliuensus  Anales,  al  hablar  del  origen  de  las  armas  de  Cataluña.  (Nota  del  autor)

[11] Winidilda—  Hija de Balduino, conde de Flandes, y de Judita, hermana de Carlos el Calvo—  (Nota del autor)