La hija del diablo
Dicen que cuando llueve y hace sol el diablo casa a su hija; lo que nos obliga a suponer que la tiene, aunque nunca hayamos oído referir su historia.
Esto pensaba desde mis primeros años, cuando hace poco la casualidad me llevó a la Mancha, donde visité con agrado sus principales poblaciones.
Una tarde del mes de agosto, el 24, fui a Bolaños; entré en una de sus iglesias, en la que se venera un santo Cristo cuya principal fiesta es en septiembre, vi los cuadros ofrecidos como exvotos a San Antón; me paseé luego por las alegres calles, y ya iba a retirarme, cuando me hablaron del famoso castillo en el que, según decían, había vivido prisionera la reina Dña. Urraca de Castilla.
Fácil me fue encontrar un día, era un manchego servicial y amable, y en su compañía vi aquel elevado edificio tan a propósito para una prisión, contemplando después su torre las blancas casas de la villa y algunas humildes chozas, que más parecen que viviendas humanas, guaridas de animales inmundos o dañinos, allá - me dijo el guía señalándolo señalando una - 129- vive la vieja Mariana, que se murmura por aquí que tiene más de bruja que de mujer. Nadie sabe su edad en Bolaños.
- ¿Y en qué se ocupa?-le pregunté.
- Vende toda clase de objetos; frascos del tocador, papel de escribir, plumas y tinta, jabones, avíos de costura...
-¿Vive sola?
-Con una chiquilla, hija de un bandido, al que fusilaron el año pasado, y a la cual ha acogido la vieja.
Aquellas noticias habían excitado mi atención; bajé la escalera de altísimos peldaños y grietados muros, di una propina al hombre que me había guiado al castillo y me dirigí a la morada de la bruja.
La puerta estaba abierta ocultando su entrada una cortina de lana rota y descolorida. La levanté y me hallé en una reducida pieza que servía a la vez de sala, cocina y comedor. En el hogar había puestos a la lumbre dos o tres pucheros, en los bazares loza de diversas vajillas, vasos de metal y cacerolas; sobre una mesa un cajón cerrado que guardaba las mercancías de la anciana; dos sillas, una alta y otra pequeña, un cántaro roto y un baúl completaban lo encerrado en aquella pieza sin más luz ni más ventilación que la que penetraba por la puerta. Sentada cerca del hogar se encontraba la bruja; acaso no fuera lo que los habitantes del pueblo sospechaban, pero la verdad es que tenía toda la apariencia de una -130- hechicera. Iba vestida de negro, con la cabeza descubierta, medio sueltos los escasos cabellos grises. A sus pies dormía un gato negro.
Sentada en el suelo se veía a una niña de ocho a diez años, que acaso si hubiese estado bien vestida y mejor peinada hubiera sido bella; pero no podía juzgarse cómo era aquel semblante sucio, casi oculto por sus abundantes cabellos castaños, que naturalmente rizados y enmarañados por el descuido, cubría en su frente y sus mejillas.
La vieja se levantó al verme, y para entablar conversación con ella le dije deseaba comprar algunos objetos de costura.
- Vicentica- dijo a la niña- abre la caja y trae sedas de colores, hilos, agujas y puntillas.
La chica obedeció y sacó lo que le había ordenado la anciana. Escogí varias cosas, y como si la vendedora hubiese adivinado mi pensamiento, me abrió el camino para hablar con ella, preguntándome:
-¿Es usted de aquí?
Al oír mi respuesta negativa, me dijo:
- Lo sospechaba. ¿Ha visto usted la villa?
-Sí, y me ha gustado. Me he detenido un rato en el castillo, y por cierto que debió ser en otro tiempo una triste prisión.
-¿Quién le han dicho que estuvo encerrada en él?
- Una reina.
-Esto es falso; la verdad de la historia del -131- castillo no la conoce nadie más que yo. Uno de mis antepasados fue carcelero en él, y de padres a hijos han ido refiriendo lo que ocurrió allí. A mí me lo contaron cuando era niña y no lo he olvidado ni lo olvidaré jamás.
-¿Tendría usted inconveniente en narrarme esa historia?
-Ninguno. Vicentica, limpia el polvo a esa silla para que se siente la señora; y si ves que distraída con mi relato me olvido de la cena, cuida a los pucheros.
Vicenta hizo lo que se le mandaba, y después se sentó a los pies de la bruja, dispuesta a escuchar lo que para ella había de ser un cuento fantástico.
- Hace siglos, no sé cuántos- empezó la anciana- vivía en una ciudad de España un caballero nombrado D. Julián de Bolaños. Era altivo, noble, hermoso y había sido rico, pero su mala conducta le dejó pronto arruinado y sin prestigio alguno. Tenía una hermana, Dña. Blanca, dueña de varios castillos y con numerosos vasallos, que acababa de contraer matrimonio con un conde D. García, nacido en Cataluña si no me engaño. D. Julián, que no había podido impedir ese casamiento que le robaba la herencia de la joven, mandó matar secretamente a su cuñado, y convidó a su hermana a que pasase una temporada a su lado; la agasajó al principio, la tendió una emboscada después, y cuando la tuvo encerrada, hizo -132- correr la voz de que había muerto.
Verificóse el entierro con gran lujo, encerrando el rico ataúd los restos de una dama que falleció en aquellos días y cuyo rostro desfigurado por una cruel enfermedad no podía ser reconocido, y el criminal hermano tomó poco después posesión de los bienes de Dña. Blanca?
¿Qué era entre tanto de esta? Llevada con misterio al castillo de Bolaños, fue encerrada, guardándola hombres que pertenecían en cuerpo y alma a D. Julián y que no la dejaron tener comunicación con nadie. Allí pasó algunos años triste, pálida, enferma. Estaba condenada a morir en su prisión sin amar a nadie, sin hallar a un esposo, al que creía vivo, sin descendencia.
Una noche serían las doce, esto es al empezar el 24 de agosto, la joven se hallaba más abatida que de costumbre.
Su desesperación había llegado al límite y después de haber invocado a todos los santos murmuró en voz baja:
-Con tal de que mi hermano no viese consumado su horrible crimen, creo que sería capaz de vender mi alma al demonio.
No sabía la infeliz que aquel día veinticuatro es precisamente el único del año en que el diablo tiene facultades para venir a la tierra; así es que apenas pronunció aquellas sacrílegas palabras, vio su calabozo iluminado por una luz rojiza y a su resplandor un gallardo joven rubio, alto y hermoso que la -133-miraba sonriendo. Había tomado la figura de D. García. Con su persuasiva voz, con sus brillantes promesas y con su ingenio, Satanás, pues era él, engañó fácilmente a Blanca y pasó en su prisión las veinticuatro horas de aquel día.
No pudo volver, pero la dama recobró la esperanza perdida desde entonces, y confió en que pronto saldría del Castillo. Un recuerdo dejó el demonio en los muros de la prisión; su mano que apoyó en ellos un instante marcó una negra huella, que hubiera usted podido ver si hubiese venido antes, pues hace poco los manchegos revocaron el calabozo, blanqueando sus paredes y quitándole una de las cosas más notables que encerraba.
A fines de mayo dio Blanca a luz una hija que fue un prodigio de belleza, de talento, de precocidad. Los carceleros estaban aterrados, sabían que nadie había entrado en el calabozo, se acusaban los unos a los otros de haber vendido a su señor y no se atrevían a confiarle lo que había ocurrido. Ya tenía la criatura tres meses cuando volvió el diablo a ver a Blanca.
-¡Sácame de aquí!-le dijo a ella.
Y Satanás al momento abrió la puerta de la prisión y montado en un fogoso caballo, llevó a la madre y a la niña a los estados de Blanca, se las mostró al pueblo que reconoció a sus antiguas señoras, prorrumpiendo en gritos amenazas contra el estafador.
D. Julián, atraído por aquellas voces, salió a la plaza, acompañado de algunos caballeros, se enteró de lo que ocurría y desafió al demonio. Este aceptó el duelo, y apenas se cruzaron las espadas, a pesar de ser el señor de Bolaños uno de los guerreros más bravos de su tiempo, cayó herido mortalmente por su misterioso adversario. Blanca ocupó de nuevo el puesto que su hermano le había hecho perder, y fue llevado en triunfo a su palacio.
Allí creció la niña, era una criatura extraña; tenía todas las bellezas físicas, pero había heredado los vicios de su padre. La hija del diablo sembraba la destrucción por donde quiera que pasaba. Era opinión general que a causa de ella es aún hoy este país de la Mancha tan árido porque arrasó nuestros frondosos bosques, y secó nuestros manantiales. Solo nos dejó los molinos, porque de noche le parecían los espectros de la Corte de su padre, al agitar sus brazos movidos por el viento. Cuando cumplió quince años su madre la eligió por esposa un caballero a quien Satanás le había presentado como sobrino suyo;
-¿Cuándo te casarás? -le preguntó su madre.
-Un día que no llueva, contestó la interpelada-si cae una gota el día de mi matrimonio, seré desgraciada.
Era aquel un año lluvioso, y se pasó mucho tiempo antes de que pudiera realizarse -135- el deseo de la joven. Al fin amaneció una mañana clara y serena, y todo se preparó en el momento para la boda.
Pero al llegar a la Iglesia, los novios no consintieron en entrar, armándose una gran confusión y teniéndose semejante hecho como el mayor escándalo que haya ocurrido jamás. Llegó en esto el padre, porque era precisamente un veinticuatro de agosto, y dijo a los concurrentes:
-Yo sé en qué templo quiere casarse mi hija coma y voy a llevarla a él. El enlace se verificará hoy.
Poco a poco una ligera nube que empañaba la claridad del cielo fue extendiéndose, y mientras por la derecha bañaba los campos el sol, por la izquierda caían gruesas gotas de agua.
- No me casaré mientras llueva -dijo la joven.
-Si- replicó su padre, el cielo es la imagen de la dicha; considérate venturosa porque en el día de tu felicidad no haya más que una nube. Aunque no lo parezca, cuando se casan los mortales llueve por todos lados; cuando te casas tú, nada más que por uno. Lo mismo pasará en los enlaces de otras de mis hijas: ya lo sabéis para lo sucesivo. He cumplido mi misión en la tierra; pobres seres que me miráis con asombro, ¡yo soy el diablo!
Él, Blanca y los desposados, partieron en-136- un carro de fuego y no volvieron a aparecer en el mundo jamás.
Y ahí tiene usted la verdadera historia del castillo de Bolaños; todos los infortunios que afligen esta tierra, la sequía la langosta, las malas cosechas, son obra de la hija del diablo, que viene a visitar de vez en cuando, el país y el castillo donde nació.
Di las gracias a la bruja por su complacencia, entregué yalgunas monedas a la vieja y a Vicentica, y salí para dirigirme en busca del carruaje que me había conducido con otras personas a la villa.
Miré por última vez del castillo que se elevaba altivo, teniendo a sus pies las casas de Bolaños, y como era precisamente 24 de agosto, mi mente excitada por la singular tradición, me hizo distinguir una vaga sombra en la más alta de sus ventanas.
FUENTE
Asensi Julia, Leyendas y tradiciones, en prosa y verso. Madrid, 1881, pp, 128-136.