EL CONVENTO DE SANTA ISABEL
A historia de esta santa casa va unida a una tradición, de carácter maravilloso. Abundaban en aquella centuria las consejas, y no eran pocos los milagros que se atribuían a las imágenes, alumbradas con farolillos, en las esquinas de las calles, en los portales de ciertas casas y en las escaleras de honor de algunas moradas señoriales. En el remate, por ejemplo, de la escalera grande que da acceso a las Salas del Consejo de Estado, en el palacio de los Consejos, se conserva el retablo de una imagen de la Purísima Concepción, alumbrada con luz perpetua y cuidada por un portero de estrados.
Desde los humilladeros que tenía la Villa en diferentes puntos, desde los mentideros de las – 266- Gradas y de los Comediantes, corrían las noticias por la posta, con billete de libre circulación, y si al nacer fueron simplemente anécdotas y epigramas, al terminar el recorrido de la Villa, eran ya leyendas de amor y excomuniones parroquiales, o milagros, porque no hay que olvidar que todas las invenciones, buenas y malas, pasaban por los atrios de los conventos de frailes, como si dijéramos, por las oficinas de revisión, por el locutorio de las monjas recoletas y por las sacristías de las iglesias de Patronato, donde dejaban el dejo venial y el olor de azufre (si lo tenían), en el agua bendita de las pilas, que se hallan en nuestros templos católicos, al traspasar el cancel o el portón de baqueta claveteada, o los portiers[1] inmaculados de grasa, que hacen guardia de dragones, y se las tienen firmes con los aires colados del cielo y de la tierra; que también la tierra inculta suministra algunas veces aires que matan, sin permiso del Alcalde.
Fue aquella época la de los milagros; se creyó a pies juntillas en las apariciones, que aunque la Iglesia docente se esforzaba en impedir el extravío de los espíritus, a fin de conservar íntegra y pura la fe del alma, nunca logró con-267- seguirlo por completo, porque podían más en aquellos hombres, exaltados por el ayuno y el cilicio, el toque de la queda, que era para ellos la señal de abrirse las tumbas y los aquelarres, que cuantos sermones, inspirados en la majestad del verbo divino, llegaban a sus conciencias, en forma de oración y de tiernas admoniciones. Se creía en las brujas, se creía en un mundo suprasensible, donde se realizaban, por modo mágico, acontecimientos sorprendentes y efectos vitales de una realidad espiritualista, no disfrutada, ni aun por los mismos Doctores de la Santa Madre Iglesia.
El mundo material era duro para las gentes que apenas vivían, que se escapaban, por decirlo así, de la vida; sus pies llevaban cadenas, pero en cambio sus almas tenían alas, tenían a Dios, los ángeles, los santos; tenían la magnificencia del culto perpetuamente a la vista... la visión lumínica del Paraíso, siempre rielando sobre sus calderas; poseían en grado supremo todos los sentimientos naturales, el amor, el respeto, la fe y el patriotismo, y aun eso no era todo, porque las imaginaciones estaban excitadas de continuo por el misterio de la inmensidad. -268-
Repetimos que se creía en brujas y en aparecidos; en que debajo de cada hogar, en el bosque, en las cabañas, en las viviendas ricas, así como en las pobres, de día y de noche, palpitaba todo un mundo de seres sobrenaturales, que les hablaban y hacían de sus vidas una leyenda, un poema continuo de interés dulce y terrible. ¿Qué mucho que siendo las gentes tan crédulas, se diera crédito a la leyenda romántica y maravillosa, que va unida a la erección del convento de Santa Isabel?
Nosotros no quitamos ni ponemos rey[2], pero deseamos fortalecer el buen sentido dando a conocer al pueblo, sin glosas ni comentarios, la fantástica conseja del convento de Santa Isabel y de la calle del mismo nombre.
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Tenía, en el siglo xvi, su casa en la calle del Príncipe, que era una de las más suntuosas y visitadas entonces, Dña. Prudencia Grilo, hija de un rico banquero, una de las diosas, como ahora se dice, del Olimpo de talco de aquella corte naciente. Frecuentaban su casa los caballeros más distinguidos y alechugados, los -269-Tenorios más invencibles, las espadas más finas, los capotillos más arrogantes. Todos solicitaban la mano de la opulenta heredera, como las moscas solicitan la miel, pero la desdeñosa dama había fijado su pensamiento en un doncel guapísimo, con quien deseaba unirse en santo lazo, y si venía aplazando el momento anhelado, era por no prescindir de su amor al lujo, ni privarse de competir con las más grandes bellezas de la corte, a quienes eclipsaba siempre con las gracias de su rostro, el contoneo de su cuerpo y el esplendor de sus trajes.
El amante, desesperado de tanto capricho, que él juzgaba desdén, tomó una resolución peligrosa y extrema. Felipe II preparaba su famosa armada, y se ofreció a marchar en ella, en clase de voluntario. Cuentan las crónicas, que al separarse los dos amantes, el caballero dijo a la dama, que le preguntaba cómo tendría noticias suyas.
«Por estos damascos, señalando a los que había colgados en la sala, y si muero, además de ellos, moveré las gavetas de ese escritorio, siendo la señal última descorrer las cortinas de vuestro lecho. »
Prudencia tomó a broma aquellos avisos fatídicos. A los pocos días había olvidado a su -270- amante, y se entregaba de nuevo a sus acostumbradas distracciones. Pero una noche, acababa de acostarse y apenas se había quedado traspuesta, cuando le pareció que se movían los tapices de la sala; saltó de la cama para cerciorarse, y nada observó: quiso volver al lecho, y le faltaron las fuerzas, porque mirando involuntariamente a las gavetas, vio que se movían. Quiso dar un grito y no pudo: se dirigió vacilante a la cama y a su llegada se descorrieron solas las cortinas. Entonces cayó desmayada, y estuvo enferma de muerte mucho tiempo. Durante él fueron públicas en Madrid, las noticias que trajo del Escorial, un correo, referentes a la pérdida de la armada y a la muerte del amante de Dña. Prudencia, que tenía en la flota empleo de oficial. Entonces decidióse la dama a abandonar el mundo, y fundó el convento de Santa Isabel, donde profesó en 1589.
Veinte años después, yendo a visitar el convento la Reina Margarita de Austria, mujer de Felipe III, oyó violines que tocaban música de la Pavana. Preguntó a las monjas si tenían recreación de música en la Casa, y la contestaron que era la del Corral de la Pacheca, y comprendiendo lo impropio de la situación del convento, con -271-semejante vecindad, le trasladó al terreno de la Casa de Campo, confiscada al famoso Antonio Pérez, que había en las afueras, donde hoy está la ancha calle a que ha dado nombre el convento.
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A otro suceso, grandemente poético y simpático a la vez, pudiéramos referirnos en la edad moderna, y es el que sigue.
En cierta casa de la acera derecha de esta calle, pasó una noche triste, asido y delirante a la reja del piso bajo, el eminente poeta D. José Espronceda. ¿Qué motivo causaba su terrible dolor? Uno muy grande. Desde la reja veía el poeta, de cuerpo presente, entre cuatro blandones, a su amada Teresa Mancha. En aquella noche oscura, junto aquel cadáver amado, concibió Espronceda uno de los cantos más bellos de su admirable poema, «El Diablo Mundo».
Síntesis. - Como caso de conciencia, turbado el espíritu, por el remordimiento de una pasión ciega, cultivada con frivolidad, Dña. Prudencia Grilo, sintió la necesidad esconderse en el claustro, como penitente de amor, y cedió sus riquezas para la fundación del convento de Santa -272- Isabel, del que fue hermana mayor profesa y superiora. Esto fue tanto como sacrificar la vida mundana, al ideal místico de la esperanza eterna; esto fue ascender a las cumbres, donde se encuentra el límite de las ambiciones humanas, para acercarse al trono del Señor, con hábitos de religiosa y corazón contrito.
Pero si en el templo no se escuchaban más ruidos que los de los cantos religiosos, en las celdas se oían todas las noches los acordes de los violines del Corral de la Pacheca y del teatro de Burguillos, medianeros del convento. La piadosa Reina Dña. Margarita, creyó que esta música de fiestas pecaminosas, era una tentación del diablo, que entraba por las celosías a desvelar a las pobres hermanas, y llevó el convento muy lejos, a las afueras, a la soledad de unos campos eriales, al extremo de la calle de Santa Isabel, que tomó nombre del convento, allí donde las maquinaciones del enemigo malo, no podían llegar, en la forma seductora de recuerdos del mundo disipado, de las zarabandas y los saraos.
Fue la de Grilo monja por penitencia y religiosa por devoción, por hábito de creer en brujas y aparecidos. Pero antes que la reina Margarita promoviera la traslación de -273-domicilio del Monasterio, desde la calle del Príncipe a las afueras, había fundado D. Felipe II (1595), contiguo al convento, un colegio de niñas con la denominación de Casa-recogimiento de Santa Isabel, que existe todavía. Este colegio fue destinado a las huérfanas de oficiales y soldados muertos en las guerras de Flandes, y su patronato corresponde siempre a los Reyes de España. Hoy se admiten colegialas pensionistas, a las cuales se da una enseñanza esmerada.
Los Condes de Cervellón, Duques de Fernán Núñez, que tienen su palacio en esta misma calle de Santa Isabel, no son los que menos favorecieron al convento y al colegio de niñas.
Tal es, reducida a pocas cuartillas, la novela del convento de Santa Isabel. De la calle no puedo decir más, porque nada dicen los cronistas de Madrid.
Si non e vero… [3]colorín colorado, y como no viven ya los histriones, que daban fiestas teatrales en el corral de Isabel Pacheco, inmediato al Monasterio, no puedo obtener ninguna noticia auténtica acerca de las benditas madres, hermanas en Jesucristo, de Dña. Prudencia Grilo, enferma de amor y de hechizos.
FUENTE:
Sepúlveda y Planter, Ricardo. Madrid viejo: crónicas, avisos, costumbres, leyendas y descripciones de la villa y corte en los siglos pasado. Madrid, Librería de Fernando Fé, 1887, pp. 266-273.
[1] Portier: Cortina de tejido grueso que se pone ante las puertas de habitaciones que dan a los pasillos, escaleras y otras partes menos interiores de las casas (Diccionario de la Lengua Española, RAE).
[2] Alusión a la referencia “Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Es lo que se dice que afirmó e el caballero francés Bertrand de Guesclin cuando tiró al suelo al rey D. Pedro de Castilla, para que su hermanastro, Enrique de Trastámara lo apuñalase.
[3] Referencia de época análoga a la fórmula “colorín colorado”. La expresión era “se non e vero e ben trovato”.