El loco Amaro
Por los años de 1670 y tantos, discurría por las calles de Sevilla un loco, celebre en aquella ciudad por sus gracias y sus chistes, y por sus ocurrencias singulares y extravagantes, y cuya memoria, después de cerca de dos siglos, se conserva en la misma ciudad, en la que se refieren continuamente sus aventuras, sus anécdotas, sus sermones y las escenas grotescas a que daba lugar.
Parece que este, llamado don Amaro Rodríguez, fue natural de Córdova, o como se cree más probable de Arcos. Se decía en aquel tiempo que había sido abogado; mas según los disparates que decía cuando en sus sermones citaba algún texto latino, se infiere que no sabía la lengua latina y que en vez de ser letrado, tendría cualquier otro empleo en la curia[1]. Fue casado, y su locura provino de haber hallado a su mujer en íntima correspondencia con un fraile, a lo que se atribuye la dureza con que trataba a estos, siempre que se le ofrecía ocasión oportuna. De sus sermones se colige que el arzobispo de Sevilla lo favorecía y protegía, y que se complacía en oír aquellos.
Con motivo de las honras que se hicieron a este prelado después de su muerte, quiso el loco Amaro manifestar su gratitud y dolor predicando un sermón en que puso por texto estas oportunas palabras, flevit amare.
En otros sermones no se muestra muy satisfecho de otras personas y clases de aquella ciudad. Su conducta fue inofensiva, pues aunque, alguna vez se irritaba con los muchachos y gente maligna que le incomodaban, y los amenazaba con alguna piedra que cogía de la calle, nunca llegaba el caso de arrojarla, contentándose con amenazas y meras demostraciones.
Pobrísimo y miserable, sin más ocupación que la de vagar por las calles y plazas de aquella ciudad, y entretener y divertir a los transeúntes con sus raras ocurrencias, y con los sermones que con mucha gravedad predicaba, vivía solo de la limosna que le daban las personas que se reían de sus gracias. Compadecidos de él algunos sujetos distinguidos, le proporcionaron que entrase en la casa de locos de la referida ciudad, llamada de los Inocentes.
Allí le permitían salir y andar suelto por las calles con una demanda en la que recogía las limosnas que le daban para aquel establecimiento de caridad. Juntaba muchas por la fama de sus predicaciones, por la numerosa concurrencia que estas atraían, y por la multitud de gentes que a todas partes le seguía.
Un día estuvo su esposa a visitarle en la casa de los locos: no la conocía; mas porfiando esta para que cayese en quien era, la dijo al fin, después de haberla estado mirando atentamente, y hallándola ya calva y arrugada “¿cómo te había de conocer, si te dejé ciruela de fraile,?168? y ahora te encuentro castaña pilonga?»
Al arzobispo que a la sazón edificaba su magnífico palacio y le preguntaba que le parecía le respondió: «que V. S. Ilma. es al revés de Jesucristo : él convertía las piedras en pan, y V. S. Illma. el pan en piedras.»
La viveza de su ingenio era extraordinaria, y tenía el don singular de hallar analogía entre las ideas más distintas y opuestas. Para esto tomaba ocasión algunas veces del mero sonido de las palabras que interpretaba a su manera, o ya se valía de citas oportunas, aunque estropeadas, de los sagrados textos.
Como sus sermones los repetía muchas veces, no faltaron personas que los conservasen en la memoria, y los copiasen: estas copias estaban hechas con mucha fidelidad y a la letra, pues no es posible que nadie fuese capaz de imitar a tal punto el estilo, las palabras, las citas, las salidas tan raras e inopinadas de un verdadero loco. Entonces no se conocían taquígrafos en aquella ciudad ni en España, ni habían nacido Martí, ni Jaramillo[2], y por consiguiente las muchas copias que circulaban por aquel tiempo, y que todas estaban entre sí contestes, no pudieron sacarse sino por medio de la memoria: por lo mismo creemos que seria mucho mayor el número de los sermones que predicaba, y que los que se conservan no estarán completos, pues su corta extensión indica que están reducidos únicamente a aquellos pensamientos más raros, nías graciosos o más extravagantes que pudieron retener las personas curiosas que los oían. Generalmente los locos no son nada precisos ni lacónicos.
Como se multiplicaban de tal modo las copias, y en los sermones de Amaro se echaba de ver una manía constante contra los frailes, fueron prohibidos por la Inquisición, aunque, no fueron nunca objeto de persecución, ni de pesquisas y denuncias.
Los mismos inquisidores, los mismos frailes, las personas más timoratas, los leían y celebraban a solas y en reuniones privadas, sin temor de incurrir en alguna censura. Sujetos afectísimos a los frailes y al Santo Oficio, lloraban de risa con los despropósitos de Amaro en los sermones de S. Fernando, del día de Ramos, y de la venida del Espíritu Santo, a pesar de que en ellos aparecen, no diré ridiculizados, sino tratados menos santamente, los sagrados misterios, y con más crueldad zaheridos los clérigos y los frailes. ¿Qué inquisidor por más severo que fuese no se reiría con la aplicación del texto: semper colelemur al coletero Gregorio Pérez para disuadirle de que dejase la tienda en que se había enriquecido?
¿Con la sagacidad con que supone que nuestro Señor Jesucristo, tentado por el diablo, el cual le ofrecía los reinos de la tierra, entre ellos a (Camas y a Gandul, pueblecillos inmediatos a Sevilla), le pidió la plaza de San Francisco, seguro de que no se la podía conceder por ser mayorazgo del mismo Satanás?
Sabido es, y ya se dice en el sermón, que en aquella plaza tienen sus oficios o despachos los escribanos y procuradores.
Parece que en uno de los libros de entradas de la casa de locos de Sevilla se lee la nota siguiente: «En 29 de octubre de 1681 años, entró en esta a casa de los Inocentes, Amaro Rodríguez, vecino de Arcos; no trajo más ropa que la que tenía puesta; sin capa. En 23 días del mes de abril de 1685 murió el contenido arriba Amaro Rodríguez, y se enterró en la parroquia de S. Marcos»
(A. Nava)
Navas A. “El loco Amaro”, Museo de las familias (Madrid). 25 de julio de 1845 pp. 166-167.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Tribunal donde se tratan los negocios contenciosos. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[2] Guillermo Atanasio Jaramillo, autor de las Lecciones de Gramática-ortográfica castellana, según y cómo la enseña en su Real Estudios, (1811) y profesor de la materia. Parece que Jaramillo había sido alumno del valenciano Francisco de Paula Martí, el fundador de la Real Escuela de Taquigrafía. El primer manual de estenografía lo redactó Martí en 1803, Tachigrafia castellana, o arte de escribir con tanta velocidad como se habla y con la misma claridad que la escritura común.