El milagro de los panes

Va anexa, señores, a la historia de este sitio, una rara y curiosa tradición, que no podría sin faltar a mí deber pasar por alto, mayormente cuando, inverosímil  o no, debe a ella la ilustre familia de Moncada su escudo de armas. 

Cuéntase pues que hacía ya dos días que faltaban casi completamente los víveres en el campamento de los cristianos que tenían sitiadas las grutas de Artá, cuando supo el monarca aragonés que los había en la tienda de D. Hugo de Moncada, hijo del Raimundo de Moncada que tan digna y valerosamente había muerto poco después de pisar el territorio mallorquín. 

Encaminóse pues a dicha tienda con D. Nuño Sánchez y más de cien caballeros. 

— Vengo a comer con vos el de Moncada — dijo el rey a D. Hugo, así que entró en su tienda. — Hanme dicho que tenéis lo que a nosotros nos falta, y he convidado, para mayor honra vuestra, a todos estos caballeros a vuestra mesa. 

— Señor, — contestó el de Moncada, — poco tengo de que comer, pero este poco me sobra tratando de serviros. 

Y dicho esto, tendió sobre el suelo a guisa de mantel la capa de grana que llevaba puesta y mandó colocar sobre ella siete solos panes que tenía. 

Poco era en verdad para tanta gente como traía consigo D. Jaime, pero es lo cierto que las crónicas refieren y aseguran que aun sobraron para dar a todos abundantemente de comer, en lo que  o es claro que no les tocaría ni para un diente a cada caballero,  o es evidente que la Providencia hizo un milagro. Así debió ser, pues que en memoria de tal hecho abandonaron los Moncadas el escudo con las armas de Baviera de cuyo solar descendían, y tomaron por blasón  o divisa siete panes de oro en campo de gules. 

Balaguer, Víctor. Bellezas de la Historia de Cataluña: Lecciones pronunciadas en la Sociedad Filarmónica y Literaria de Barcelona, Imprenta Narciso López, 1853 p.254