EL SALTO DEL DIABLO. LEYENDA.
I
Es una noche lluviosa,
Y más que lluviosa negra,
A diez y nueve de enero
De mil quinientos setenta;
Y con ademán brioso,
En el castillo de Veznar,
Así a Fortún, su escudero,
Habla el capitán Gurrea:
Mantenedor[1] en las justas,
Bravo adalid [2]en la guerra,
Y tan joven en los años
Que veinte y cinco no cuenta.
—Baja, Fortún, que conviene,
En dos saltos la escalera,
Y un caparazón de cuero
Al lomo pon de mi yegua.
—Horrible noche, señor,
Dice Fortún, se presenta:
Brama el huracán, graniza,
y sin intervalo truena.
No abandones el castillo
Que el valor y la prudencia
Unidos van.
—Obedece
Lo que tu señor te ordena.
—Escucha...
—No escucho...
—Mira...
—Nada miro...
?Señor, piensa...
?¡Basta!
exclama el capitán
Con procelosa soberbia.
Sale Fortún, y entre tanto
Que el mancebo se pasea
De su traje y su persona
Daremos menuda cuenta.
Cinco pies y ocho pulgadas
Tiene, ojo negro, ancha ceja,
Nariz larga, grueso labio.
Barba sedosa y espesa.
Talle gentil, recios hombros,
Tez sonrosada y morena;
Mirar altivo, y por dientes
Dos gruesos hilos de perlas.
Jubón de varios colores
Viste; coleto [4]de ante.
Cumplidas truzas[5] flamencas,
Y hasta más de medio muslo
Calza anchas botas de suela;
Ocultando sus cabellos
Un sombrero a la chamberga[6].
Ciñe en el cinturón daga;
Espada a su lado cuelga,
Y lo defiende del frío
Sube Fortún: el mancebo
Saca adelante una pierna,
Y con desenfado dice:
—Cálzame, Fortún, la espuela.
—Señor, ¿no adviertes que brama
Cada vez más la tormenta?
—Mejor, a la luz del rayo
Veré distinta mi deuda.
—¿No ves que puede encontrarte
Alguna partida suelta
De moriscos? —A estocadas
Arremeteré con ella.
— ¿No ves que queda el castillo
Sin su principal defensa?
—Antes de rayar el día
Me tendrás aquí de vuelta.
— ¿Te olvidas quizás?....
— ¿De qué?
—De aquella fatal promesa...
—Calla, Fortún, ¡voto al diablo!
O te arrancaré la lengua.
Grita el mozo, despidiendo
De sus órbitas centellas,
Y hasta el pomo de la espada
Llevando su airada diestra.
Inclina el triste escudero.
Suspirando, la cabeza,
Los firmes lazos aprieta.
Sale después con su dueño
Hasta la robusta puerta
Del castillo, sujetando
Una veloz cordobesa.
Para oprimirla, el mancebo
Ni ayuda ni estribo emplea,
Y en un segundo se halla
Cabalgando a la gineta.
Fortún insta, el capitán
Le responde una blasfemia,
Y por los agrios peñascos
Veloz parte a toda rienda.
II
En una hermosa alquería
Cuyo florido pie baña
El rápido Guadalfeo
Con sus cenagosas aguas;
Un año, si del país
Las tradiciones no engañan.
Antes de él que comenzamos
Nuestra historia, celebraban
Con agradables festejos
y estrepitosa algazara[9],
Las bodas del Valorí [10]
Y la hermosísima Zaida.
Es la novia morisca,
Flor del jardín de Granada,
Si temida por discreta
Muy querida por bizarra.
De ojos negros, fresca boca,
Tez morena y sonrosada,
Breve pie, sedosas trenzas,
Y talle como una palma.
Era el Valorí un alcaide
Famoso de la Alpujarra,
Terror de los castellanos
Por sus ínclitas hazañas.
Seis lustros, aun no cumplidos,
El noble alcaide contaba,
Y de estatura media
Cinco pies y once pulgadas.
De ojos fieros y brillantes,
Rojos labios, frente ancha,
Nariz aguileña, tez
Cobriza y espesa barba.
— La hermosura de la novia
y del Valorí la fama,
Reunió todo lo más noble
Y rico de la comarca.
Allí vino Aben Humeya,[11]
Sin ejército ni guardia.
Un instante deponiendo
Su pretensión de monarca.
Allí cayó el Anacoz,
Tan célebre en las batallas,
Teñida en sangre caliente
Su famosa cimitarra.
Con banderas desplegadas,
Por una noche volviendo
Al enemigo la «espalda.
Y como si de la guerra
En un punto se olvidaran,
Allí se encontró el concejo –
De las tribus mahometanas.
Al son de los añafiles, [13]
Tamboriles y dulzainas.
Encantadores preludios
De toda morisca danza.
Diez arrogantes mancebos
Y diez doncellas gallardas.
En amorosas parejas,
Dieron principio a una zambra[14].
A cada vuelta sus pechos
Agitados palpitaban,
Tocando apenas la alfombra
Sus ligerísimas plantas.
Los vistosos capellares
Y las marlotas[15] flotaban,
Bordados de perlas unos
Y las otras de esmeraldas.
Escapábanse suspiros,
Ahogábanse las palabras,
y en las pupilas lucía
El vivo fuego del alma.
Aben Humeya olvidó
Su dignidad soberana,
Y con gentil ademán
Presentó su mano a Zaida
Aceptóla la morisca,
Envanecida y ufana,
No sin pedir a su esposo
Venía con una mirada.
Cruzó la hermosa pareja
Gallardamente la sala,
Pero al ir a confundirse
Con los jóvenes que danzan
En estentóreo gemido
Repitió una voz ahogada:
Los cristianos, los cristianos
¡A las armas! ¡A las armas!
III
¡A las armas! ¡A las armas!
Van repitiendo distantes
Las cavernas de los montes
Y las grutas de los valles.
Estáticas las parejas
Guardan el orden del baile,
Y gimen los instrumentos
En desacordes compases.
Las hijas buscan amparo
En el seno de sus madres,
Y a las dulces armonías
Suceden lúgubres ayes.
Se desmayan las doncellas,
Blasfeman los capitanes,
Los tímidos no respiran
y preguntan los audaces.
Aben Humeya se esconde,
Grita el Anacoz en valde;
y el prudente Aben Aboo
Va en busca de su falange [16]
Corre el Valorí a la puerta,
Seguido de algunos árabes,
Y en el ancho dintel choca
Con los cristianos infantes.
Cruzan los hierros: centellas
Al rudo choque reparten
Las espadas de Toledo
y damasquinos alfanjes[17].
¡Atrás! gritan los moriscos;
Los cristianos ¡Adelante!
Y se empujan cual las olas
En el seno de los mares.
Las moras, unas los ojos
Se cubren, y otras exánimes
De la trabada contienda
Miran los sangrientos trances.
Ruedan sobre el pavimento
Los mutilados cadáveres,
y más recias cuchilladas
Tiran de una y otra parte.-102
Sin ventaja en el valor,
Rabiosamente combaten,
Pero se encuentran en armas
Y en número desiguales.
Dan los cristianos aceros
En sencillos capellares[18].
Los de los moros se mellan
Sobre armaduras brillantes.
En vano del Valorí
Las negras pupilas arden,
Y, tigre hircano,[19] disputa,
Palmo a palmo, los umbrales.
Siente profundas heridas:
Busca amigos que lo amparen;
Y ve que, muertos, lo dejan
Los que no huyeron cobardes.
En vano la cimitarra
Alza su brazo gigante;
Una vez más la sepulta.
Rebrama, vacila, y cae.
Herido el tigre, penetran
Varios soldados rapaces,
Y encuentran rico tesoro
En las moriscas beldades.
Arráncanlas los más rudos
Brazaletes y collares,
Al brillo de la hermosura
Prefiriendo el del diamante.
Piden los más cortesanos
Que con amor se las trate,
Y dan por una cautiva
Ricas perlas orientales.
El cristiano capitán
Se acerca a Zaida, que yace
Desvanecida, y descubre
Su peregrino semblante.
Contémplala: el guantelete
Teñido de fresca sangre
Arroja, y de la dormida
Toca la frente suave.
El corazón del guerrero
Se inflama, estremece, late;
no comprende si mira
Una morisca o un ángel.
Para humedecerla el rostro
Agua pide delirante,
Pero un grito le responde
Que deja helada su sangre:
¡A las armas, castellanas!;
Que a renovar el combate
Él temido Aben Aboo
Llega con sus musulmanes
IV
¡A las armas!¡A las armas!
Repiten los ecos roncos
De sierra en sierra rodando
Pausados y melancólicos.
A las armas los guerreros
cristianos acuden prontos.
Pero ninguno abandona
Los conquistados despojos.
Guardan unos los joyeles
Llevan las cautivas otros
Y las desnudas espadas
Blanden con denuedo todos.
Muchos en ánimo son,
Pero en número muy pocos
Para la hueste que trae
El bravo caudillo moro.
La salud está en la fuga;
Sirve la presa de estorbo:
Manos el hierro demanda
Que van cargadas de oro.
Qué hace el capitán? ¿Por qué
No reprende rigoroso
Una codicia que puede
Cubrir su frente de oprobio?
¿Qué hace el capitán? A Zaida
Suspende sobre sus hombros,
Y mal puede reprenderlos
Quien guarda rico tesoro.
Tal peso, en verdad, no rinde
Un corazón tan brioso;
Y a sus soldados alienta
Con la palabra y el rostro.
Antes que salga, en la estancia
No ha de quedar ni uno solo:
Franca tienen la salida
Y es el peligro notorio.
Ni uno queda: el capitán
Se adelanta y con asombro
Ve que su planta detiene
Pesado anillo de plomo
Preocupado, se estremece;
Al suelo baja los ojos
Y los del Valorí halla
Desencajados y torvos.
Sangre brotan las heridas
Del alcaide, y de lo hondo
De su pecho, entre suspiros
Y sobrealiento estentóreo.
Sale una voz, que murmura:
«Cristiano, soy el esposo
»De Zaida, de esa mujer,
»Y con delirio la adoro.
«Déjamela aquí, no dudes.
«Que voy a expirar conozco.
«Déjamela aquí: a mi lado:
»Y mi muerte te perdono.»
Frunce el capitán las cejas
Con impaciencia y enojo,
Y vanamente procura
Romper su grillo [20]premioso;
Mientras el vencido alcaide
Arroja gemidos sordos,
Y su plegaria prosigue
En más lastimero tono.
—«Cristiano, daré por ella
«Cuantas riquezas acopio.
«Déjame a Zaida: lo pide
«Un moribundo celoso.»
—«¡Suéltame! grita el cristiano:
«O en las entrañas te escondo
«Mi acero.—Dame mi Zaida. »
Para mí la guardo.—¿Cómo?
—«Suéltame.—Nunca.» Una voz
Clama a lo lejos ¡Socorro!
Que los moriscos atacan
En escuadrón poderoso
—«Suelta» el capitán repite:
«Déjamela» con encono
Murmura el herido.—«Suelta,
«O entrambas manos te corto.
—«Cristiano, porque me vengue
»El alma daré al demonio.»
—«Al diablo daré la mía,
«Si el amor de Zaida logro»
Responde el fiero cristiano
O desesperado o loco.
«Las recibo» de la estancia
Dijo una voz en el fondo.
Y viendo que el enemigo
Debe encontrarse muy próximo
El capitán arrastrado
De su delirio amoroso.
Con la desnuda tizona
Tira un mandoble furioso.
Que al moribundo cercena
Entre ambas manos del tronco.
Ruje el herido, mostrando
En sangre sus labios rojos;
Y el cristiano con la mora
Cabalga sobre su potro.
V.
Por mucho tiempo se habló,
En la comarca de Orgiva,
Del imprevisto y funesto
Desenlace de la boda.
Contaban del Valorí
Mil peregrinas historias,
Encontradas las más veces
Pero singulares todas
Aseguraban los unos,
Que andaba de roca en roca
Lanzando tristes gemidos
O blasfemias espantosas.
Y cuando les preguntaba
Las señas de su persona;
Presentábanlo cubierto
De pieles negras y toscas.
Mutilado de ambas manos,
Escandecentes [21]las órbitas,
Tez curtida, recia barba.
Mirada sangrienta y torva.
afirmaban presenciales
Testigos de la derrota.
Que volviendo Aben Aboo,
Antes de brillar la aurora,
De perseguir al cristiano
Con su hueste poderosa,
Dio sepultura al Alcaide
A la luz de las antorchas.
Mas los terceros uniendo
Una tradición a otra,
Que presenciaron decían
La fúnebre y marcial pompa:
Pero que a la media noche.
Con las atléticas formas
Del fiero alcalde, discurre
De sierra en sierra una sombra.
A esta opinión daba fuerza
El relato de una mora.
Que por deforme y anciana
Dejó la cristiana tropa:
Pues contando la promesa
Que hizo en sus últimas horas
Al diablo, si lo vengaba
Del robador de su esposa
El Valorí; convenían,
En que, por arte diabólica
El mutilado cadáver
Abandonaba su fosa.
Así contaban del novio,
Pero tocante a la novia
Más insegura y más varia
Se presentaba la crónica
Unos la daban cautiva
En solitaria mazmorra,
Porque el amor del cristiano
Desechaba valerosa.
Otros, no queriendo darla
De constancia tal la gloria;
Fundados en que constantes
Mujeres fueron muy pocas:
En brazos del castellano
La pintaban, veleidosa;
Sin guardar del Valorí
Ni la más débil memoria.
Y algunos, más enterados
O que persuadirlo logran
En fuerza de colocarse
Un dedo sobre la boca:
Aseguran en secreto,
Que Zaida, joven y hermosa,
En un árabe castillo
Muy poco distante, mora
La suerte del capitán.
A los moriscos no importa,
Y solo temen que allí
Vuelva a vibrar su tizona[22]
Pero nosotros, que en mucho
Tenemos su vida y honra.
Siquiera porque persigue
Los errores de Mahoma,
A la puerta de un castillo,
Sin espaldar[23] y sin cota.
Presentamos a Gurrea
Montando en su yegua torda.
VI.
Llueve, graniza, retumba
El trueno sin intervalos,
Brama el huracán, de fuego
Alzan olas los relámpagos.
Cada senda es un torrente:
Cada llanura es un lago:
Del ángel de las tormentas
Brilla el cetro en los espacios;
Y sobre su yegua torda
El capitán castellano
Dos leguas lleva corridas
Antes de tomar descanso.
Párase al pie de un castillo
Imponente y solitario.
En cuyas altas almenas
Fulgura la luz de un faro.
Acércase el capitán:
«Zaida» murmuran sus labios,
Y una dulce voz responde:
Acércate, que te aguardo. »
—Entre los tuyos vivir,
«Quisiste, señora, un año; »
Y llegó a tus pies el día »
Y hora en que concluye el plazo
«Muchas penas he sufrido »
En un término tan largo,
«Para merecer tu amor: »
¿Qué me dices?—Que te amo.»
De los fosos un gemido
Sube profundo y extraño,
Que a la morisca estremece
Y da vapor al hidalgo.
«Llévame» murmura Zaida,
Grita el capitán: «¡Huyamos!»
Su fatídica promesa
En mal hora recordando.
Por una escala desciende
Zaida bella, y en los brazos
De su fiel y tierno amante
Busca protección y amparo.
Hunde el capitán la espuela
De su yegua en los costados,
Y veloz, como los vientos,
Cruza los desiertos campos.
Ya por las sendas camina:
Ya salta por los vallados:
Ya los furiosos torrentes
Atraviesa temerario.
¡Bien haya la yegua torda
Que tan bien sirve a su avío,
Y saca, con la herradura,
Centellas de los peñascos!
¡Bien haya la yegua torda...!
¿Pero por qué, resoplando,
Eriza la negra crin
y deja su escape rápido?
¿Por qué de caliente espuma
Baña su freno dorado,
Y el acicate no siente
Inerte sierra de mármol?
«¡Arriba, mi Cordobesa.»
Grita el capitán en vano.
Porque a la yegua detiene
Un insuperable obstáculo.
Zaida solloza: «Socorro»
Sin esperanzas de hallarlo.
Pide su amante: y auxilio
Viene a ofrecerlo el caso.
Descubre un bulto: una voz
Varonil dice «Buen ánimo,
«Capitán; y por la senda
«Sigue que yo iré trazando.»
A tu dirección me entrego
Responde el noble soldado;
«Y pagaré tu servicio.... »
—No necesitas pagarlo.»
Y sin cambiar más razones.
Ya por los hondos pantanos.
Ya por las ásperas cumbres,
Siguen todos, caminando.
Caminan y más caminan,
Hasta que roncos y tardos,
Sobre un puente, que cimbrea,
Se van perdiendo los pasos.
«¿Adónde nos llevas, guía?
«¿Sobre qué puente pasamos?»
Pregunta el noble Gurrea
Con horrible sobresalto.
«Sobre el puente de los celos
«¡Hacia los infiernos vamos!»
Grita el misterioso guía.
El frágil puente cortando.
«¡Traidor!» exclaman, cayendo,
La morisca y el cristiano;
Y el rostro del Valorí
Alumbra el fuego de un rayo.
Entre Veznar y Tablate
Está este profundo salto.
Que las viejas del país
Llaman: EL SALTO del diablo
FUENTE. Juan de Ariza. “El salto del diablo”, Semanario pintoresco español. 26/3/1848, n.º 13, página 5.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Mantenedor: 2. m. y f. Persona encargada de mantener un torneo, una justa, un certamen literario, etc. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[2] Adalid: 1. m. Antiguamente, caudillo militar. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[3] Alamares: 1. m. Presilla y botón, u ojal sobrepuesto, que se cose, por lo común, a la orilla del vestido o capa, y sirve para abotonarse o meramente para gala y adorno, o para ambos fines. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[4] Coleto: 1. m. Vestidura hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que cubría el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[5] Truzas: trusa; 1. f. Gregüescos con cuchilladas que se sujetaban a mitad del muslo. U. m. en pl. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[6] Chamberga: anacronismo, pues habla del modo de vestir de los chambergos, 1. f. Gregüescos con cuchilladas que se sujetaban a mitad del muslo. U. m. en pl. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[7] Capa portuguesa: marcferlán, 1. m. Especie de abrigo, sin mangas y con esclavina. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[8] Acicate: 1. m. Espuela para picar al caballo provista de una punta aguda con un tope para que no penetre demasiado. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[9] Algazara: 1. f. Ruido, gritería de una o de muchas personas juntas, que por lo común nace de alegría. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[10] Valorí: así llamado el pariente de Don Hernando de Córdoba y Valor, morisco. Según cuenta Luis del Mármol Carvajal, era uno de los hombres principales de Beznar. Historia de la rebelión y castigo de los Moriscos del reino de Granada, 1600.
[11] De nombre español Francisco Hernando del Valor y Córdoba, jefe de los moriscos sublevados. Fue coronado como rey de los moriscos en Béznar. Había sido caballero veinticuatro de Granada Después de su asesinato le sucede Aben Aboo, primo suyo.
[12] Morisco español de nombre Diego López que participó activamente en la última parte de la guerra de las Alpujarras.
[13] Añafil: 1. m. Trompeta recta morisca de unos 80 cm de longitud, que se usó también en Castilla. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[14] Zambra: 1. f. Fiesta que usaban los moriscos, con bulla, regocijo y baile. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[15] Marlota: 1. f. Vestidura morisca, a modo de sayo baquero, con que se ciñe y ajusta el cuerpo. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[16] Falange: (Diccionario de la lengua española, RAE).
[17] Alfanje: (Diccionario de la lengua española, RAE).
[18] Capellar: 1. m. Especie de manto a la morisca que se usó en España. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[19] Tigre hircano: de especial fiereza, procedente de Hircania, región de Asia.
[20] Grillo: grillete, arco de hierro para sujetar a alguien (Diccionario de la lengua española, RAE).
[22] Tizona: Por alus. a Tizona, nombre de la célebre espada del Cid, espada (Diccionario de la lengua española, RAE).
[23] Espaldar: 6. m. Parte de la coraza que servía para cubrir y proteger la espalda. (Diccionario de la lengua española, RAE).