Recuerdos de un viaje por España, tomo I, 1849, p. 17. Retrato copia de un bajorrelieve de la universidad Complutense
[Boceguillas]
Habíamos pasado por el pueblo de Castillejo, situado a la orilla de un riachuelo, y del que nada mas puede decirse, sino que hubo antiguamente en él un castillo, de donde sin duda le viene el nombre que conserva, y serían poco más de las doce cuando llegamos a Boceguillas.
Dista esta aldea ocho leguas de Buitrago, y como nuestro proyecto era dormir en Aranda, nos faltaban solo siete leguas de camino; es decir, que habíamos andado ya más de la mitad y lo más difícil de la jornada propuse a Mauricio que parásemos a tomar un bocado, y este aceptó con mucho gusto, si bien nos anunció el mayoral que no era punto a propósito para ello, porque la posada, que es bastante mala, estaba poco provista.
—Para comer bien, no se necesita más que apetito, dijo mi amigo; además por malo que sea el parador, gallinas y truchas no faltarán, porque gallinas hay en todas partes y truchas sobran por aquí.
— ¡Truchas dijiste, Mauricio! exclamé yo en tono trágico.
—Truchas dije. ¿Qué te admira?
—Dios me libre de probarlas; pueden estar aderezadas con la misma salsa que la que dieron hace tres siglos al cardenal Jiménez de Cisneros.
—Ahora recuerdo, exclamó Mauricio, que algunos historiadores -16-aseguran que lo envenenaron aquí con una trucha, en un viaje que hizo de Torrelaguna su patria, a Aranda.
—Hay datos fundados para creer que fue cierto, continué, y aunque de casi todos los hombres grandes se ha dicho lo mismo, el cardenal tenía muchos enemigos.
—Por fortuna, nosotros no estamos en el mismo caso, dijo Mauricio, y creo que podemos comer lo que nos den, sin cuidado, porque como no somos regentes del reino, ni ministros, ni senadores, ni aun diputados siquiera, nada tenemos que temer por esta parte.
Estábamos ya en la posada, y después de apearnos, pedimos que nos diesen de comer; pero nos dijeron que no tenían nada dispuesto y que necesitaban a lo menos una hora para prepararlo. Fuerza era resignarse: preguntamos qué había de particular que ver en el pueblo para ocupar en algo el tiempo, y un nada, señores, pronunciado con voz dulce y tono cortés, nos hizo fijar la atención en el que había dejado escapar estas palabras: era un anciano de sesenta años a lo menos, que estaba sentado en un banco a la puerta del mesón, padre de la posadera, según luego supimos.
—Mil gracias, buen amigo, le dije yo haciéndole un saludo.
—El pueblo este no ofrece particularidad ninguna que pueda excitar la curiosidad del viajero, prosiguió; nuestros lugares de Castilla no son como las aldeas de Suiza.
—¿Las ha visitado vd. por ventura? preguntó Mauricio.
—Jamás he salido de Boceguillas; pero he tenido mucha afición a leer, y sé algo de lo que pasa por otras partes. Mi gusto hubiera sido partir de este villorrio a correr tierras; pero qué quiere vd; el hombre, sobre todo si es pobre, no puede hacer siempre su gusto. —Boceguillas, sin embargo, es un lugar célebre en nuestra historia, le dije, con ánimo de hacerle entrar en conversación.
—¿Lo dice vd. por el envenenamiento del cardenal Cisneros? preguntó el anciano—Triste celebridad, señor—añadió— la que se adquiere con tales hechos. Verdad es que el pueblo no tuvo ninguna parte. -17-
—Sin duda, proseguí, vd. habrá oído a sus antepasados referir este suceso; yo quisiera saber cómo lo pinta la tradición ya que tan obscuro se presenta en la historia. Probablemente en el fondo el suceso será el mismo, pero variarán los detalles, y como no tenemos nada mejor que hacer, si no sirviese a vd. de molestia, ocuparíamos en oírle agradablemente el tiempo.
—Yo no me molesto en complacer a vds., dijo el anciano; referiré lo que aquí se cuenta, y su buen juicio suplirá las faltas de mi relato. En seguida dio principio a su narración del siguiente modo:
Sin duda saben vds. mejor que yo, que el cardenal don Fray Francisco Jiménez de Cisneros fue un gran político que gobernó tres veces el reino, habiendo llegado a la cumbre del poder y de la fortuna desde la humilde choza de una aldea. Yo he leído repetidas veces su vida y no hallo exagerada la expresión de don Prudencio Sandoval[1] que le llama “uno de los varones más insignes que España ha tenido”. Pero esto no es del caso y lo que cumple a nuestro objeto es saber que el cardenal salió de Madrid el 2 de agosto de 1517 al encuentro de Carlos I que venía de Alemania a heredar—18- el trono de sus abuelos los reyes Católicos. Antes de llegar a Aranda quiso Cisneros visitara Torrelaguna su patria, donde permaneció hasta el día 9, que se trasladó a Boceguillas. Tres horas antes de llegar a este pueblo el cardenal, le habían precedido dos hombres de mala catadura ocultos en anchas capas negras y jinetes en dos soberbias mulas, los cuales se dirigieron al único parador que había; entregaron sus cabalgaduras a los mozos de cuadra, se instalaron en el cuarto que les habían destinado y pidieron dos botellas de buen vino.
Cuando fueron servidos, cerraron la puerta. Se sentaron junto a una mesa uno frente a otro, y descubrieron sus rostros, que hasta entonces habían tenido ocultos con las enormes alas de sus sombreros chambergos[2].
—Bernardino, dijo uno de ellos, después de haber apurado el vaso que acababa de llenar; si esta vez no logramos nuestro intento, merecemos que nos cuelguen por bobos.
—Bien dices que por bobos, replicó el otro; ya van tres veces que el elefante se nos escapa de las uñas: pero ahora....
—Ahora no hay remedio, sino es que fallan también los polvos de ese maldito judío que me los ha hecho pagar a peso de oro. Diciendo esto puso un papel sobre la ennegrecida mesa.
—Más fe tengo yo, contestó Bernardino, en estos que me ha proporcionado el doctor Parra.
—Yo sé bien que el judío no me ha engañado.
—La misma seguridad tengo yo del doctor; esto quiere decir, Pablo Coronel, que nuestras medidas están bien tomadas y que no fallará el golpe.
—¡Líbrenos Dios de lo contrario! exclamó Pablo Coronel; pero todo esto pudo haberse excusado si hubieras tú tenido más maña!
—¿Hablas del libelo infamatorio que escribí contra el elefante?
—No por cierto; aquello fue una venganza muy tonta.
—Entonces te refieres a la que tomé cuerpo a cuerpo y brazo a brazo.
—Di más bien de la que quisiste tomar. —No, a fe mía: aunque no murió de ella fue una venganza en regla. Figúrate que tan pronto como llegué a Alcalá donde él estaba gravemente enfermo...
— Ya me lo has contado veinte veces, Bernardino... Bebe y calla, dijo Coronel con ironía. -19-
—No, que me has de oír esta para que no vuelvas a motejarme de torpe. Estábamos solos los dos en su aposento; él en la cama quejándose de sus dolores y yo dando paseos de un extremo a otro; cuantas tentativas hice para irritarlo habían sido inútiles, hasta que por fin tanto insistí, que logré apurarle la paciencia y que prorrumpiese en dicterios[3], pues ya sabes su genio atroz; entonces me arroje sobre él como un león y apretándole la cabeza con la almohada lo dejé por muerto.
—¡Sin reparar que era tu hermano! dijo Pablo Coronel con una sonrisa de desprecio.
—Verdad que es mi hermano; pero le odio con mis cinco sentidos; me arrojó ignominiosamente de su palacio de Toledo, me ha perseguido por criminal...
—¡Porque quisiste asesinarlo! Bebe Bernardino, bebe, y Coronel le alargaba el vaso con desdén.
— ¡Oh! me las pagará, Pablo, yo te lo aseguro.
—Ese es mi deseo, prosiguió Coronel; pero es necesario que formemos nuestro plan, porque ya no puede tardar.
—El plan es muy sencillo; en haciéndole comer algo que esté impregnado de estos polvos, hemos concluido.
—Esa es la dificultad ¿cómo echamos los polvos en su comida? Fiarnos de la posadera no puede ser; presentarnos donde nos vea él o alguno de sus criados, menos, porque nos conocen...
—Me ocurre una idea, dijo Bernardino; a mi hermano le gustan mucho las truchas; aquí nadie sabe que va a llegar, pidamos todas las que tengan, que ya es de noche y no pueden reponerlas, y así le obligamos a que coma el sobrante nuestro.
—No te entiendo, dijo Coronel.
—Si las truchas vienen aquí, bobo, aquí las aderezaremos, replicó Bernardino.
—Eso puede descubrirse; mejor es echar los polvos en el aceite.
— ¿Cómo?
—Ya lo verás.
En seguida llamaron al posadero; preguntaron si había truchas, y les dijeron que tres muy hermosas. Las mandaron freír al punto, y mientras se hacía esta operación, Bernardino distrajo a la posadera, y su compañero echó en el aceite los polvos. Sirviéronles la cena y ellos tuvieron buen cuidado de destrozar dos truchas y arrojar por la ventana la carne para figurar que las habían comido; la otra restante que era la más grande, la dejaron intacta, seguros de que la guardaría el mesonero, y que no teniendo otras, la presentaría al cardenal tan pronto como llegara. Su diabólico -20- plan tuvo cumplido efecto. Apenas acabada la cena, pagaron la cuenta, pidieron las caballerías, y partieron dando por motivo que tenían que llegar antes del día a Aranda. No había pasado media hora, cuando entró en la posada Cisneros; iba sin comitiva, pero no obstante el mesón se alborotó como era consiguiente; se le preparó el mejor cuarto, y se aprovecharon todas las viandas para presentarle una cena lo más decente posible. La trucha, figuraba en primer término, porque la afición del cardenal a este plato, era proverbial en toda Castilla. Cisneros cenó solo la trucha entera, y en seguida se acostó tranquilamente. «A los pocos minutos entraron en el mesón, dos frailes franciscos[4], y después de preguntar el uno de ellos, que parecía superior, con visible ansiedad por el cardenal, se dirigió a su estancia todo azorado.
—¡Señor! ¡señor!!! le dijo casi sin aliento ¿Habéis cenado alguna trucha?
—Sí, una.
—¡Infeliz de vos?
—¿Por qué, padre Marquina? ¿Qué motivo hay para tales exclamaciones?
—Hace pocos instantes, señor, que viniendo a vuestro encuentro por el camino de Madrid, con otro religioso que me acompaña, hallamos un hombre que iba como de este pueblo jinete en una gran mula y oculto con un sombrero de anchas alas y una capa negra. Al emparejar con nosotros se paró y nos dijo: «Padres si van a ver al cardenal, dénse prisa a ver si pueden llegar antes que coma, y díganle que no pruebe de una gran trucha que le presentarán, porque contiene un veneno lento pero muy eficaz; y si llegan después de cenar que disponga su alma pues es muy probable que no pueda resistir la fuerza del veneno.»
El cardenal se incorporó en el lecho al oír estas palabras; llevó la mano al corazón, y permaneció algunos instantes silencioso y pensativo. Después, dejándose caer lentamente «Padre, dijo el franciscano, si algo de esto hay, antes de ahora estoy envenenado, porque en Madrid recibí unas cartas de Bélgica[5], y me pareció que me entraba el veneno por los ojos, y desde entonces comencé a enfermar de un «modo notable» [6]
Desde esta noche fatal, Cisneros no tuvo un día bueno y a poco tiempo empezó a echar materia hasta por los oídos: tres meses más tarde pronunció en Roa estas palabras: In te Domine speravi [7]que fueron las últimas de su vida.
Tal es el modo, señores, como a mí me han referido este suceso, dijo el anciano. Por más que repugne creer que un hermano atente contra la -21-vida de su hermano, no solo la tradición sino la historia nos asegura que Bernardino lo hizo tres veces con el cardenal, sin que su odio a lo que entiendo esté bastante justificado.
Hacía ya un gran rato que nos habían avisado que estaba dispuesta la comida; nos sentamos a la mesa, y la hicimos los honores por completo sin tomar en cuenta la calidad de los manjares, porque el apetito suple a todo. Acto continuo y sin detenernos, montamos en el coche, después de despedimos cariñosamente del buen viejo que nos había acompañado todo el tiempo, y cuya instrucción poco común nos tenía sorprendidos. Él por su parte, nos rogó que si a la vuelta de nuestro viaje, cuyo objeto le habíamos indicado, pasábamos por Boceguillas nos detuviésemos siquiera una noche para referirle algo de lo que hubiésemos visto, y así se lo prometimos con la mejor voluntad.
[1] Prudencio de Sandoval. Nacido en Valladolid en 1553. Fue un fraile benedictino, obispo de Tuy entre 1608 y 1612, fecha en la que es nombrado obispo de Pamplona hasta su muerte en 1620. Autor de importantes obras históricas, entre ellas, Vida y hechos del Emperador Carlos V (1614) e Historia de los reyes de Castilla y de León (1615).
[2] Al estilo de los chambergos, guardia creada en Madrid para la protección de Carlos II durante su minoría de edad. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[3] 1. m. Dicho denigrativo que insulta y provoca. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[5] Sobre la hipótesis del envenenamiento se detiene en su Antonio Ferrer del Río exponiendo un sumario de varias teorías “GOMEZ DE CASTRO da a su libro sesgo novelesco para referir que se le sirvió el veneno en una trucha. GONZALO DE Oviedo en sus Quincuagenas, dice que la voz pública designaba como perpetrador del delito a uno de los secretarios de Cisneros, pero responde de su inocencia por haberle conocido personalmente. FRAY ANTONIO DAZA en la Crónica general de la orden de San Francisco, parte 4. lib. I, cap. 25, da también crédito al envenenamiento. EUGENIO DE ROBLES, asegura que el cardenal vivía muy prevenido y que hasta al agua con que se regaba el aposento se hacía salva por temor de que sucediera lo que al fin no se pudo huir ni evitar al decir de algunos. MORERT en su Diccionario histórico supone que le vino el veneno en una carta que recibió de Flandes. Es de notar que GALINDEZ DE CARVAJAL en los Anales del rey don Fernando y Pedro MARTIR DE ANGLERIA en su Opus epistolarum, no hacen la más remota alusión a semejante sospecha, y que ambos asistían a la sazón en la corte. Este rumor provino sin duda de la aversión que se tenía a los flamencos, y de la pena que produjo la muerte del primado de España; muerte que se explica por sus ochenta y un años, y por sus muchos achaques, y por el pesar que trajo a su alma el menosprecio con que le trató en su última carta un príncipe a quien tanto había servido. PRESCOTT sostiene que el cardenal Cisneros poseía cualidades harto insignes para que le anonadara el solo aliento del real desagrado. Muy levantados eran sus pensamientos y la grandeza de su corazón maravillosa, pero al fin era hombre”, Decadencia de España. Primera parte: Historia del levantamiento de las Comunidades de Castilla, 1520-1521. Madrid, Mellado, 1850, p. 18.
[6] Todo este pasaje lo refieren textualmente algunos historiadores. (Nota del autor).
[7] Dios mío, en ti confío. Fragmento del Salmo 30. In te Domine speravi non confundar in æternum
FUENTE: Mellado, Francisco de Paula, Recuerdos de un viaje por España, Castilla, León, Oviedo, Provincias Vascongadas, Asturias, Galicia, Navarra.1849. Tomo I, segunda edición, pp. 15-21.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Prudencio de Sandoval. Nacido en Valladolid en 1553. Fue un fraile benedictino, obispo de Tuy entre 1608 y 1612, fecha en la que es nombrado obispo de Pamplona hasta su muerte en 1620. Autor de importantes obras históricas, entre ellas, Vida y hechos del Emperador Carlos V (1614) e Historia de los reyes de Castilla y de León (1615).
[2] Al estilo de los chambergos, guardia creada en Madrid para la protección de Carlos II durante su minoría de edad. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[3] 1. m. Dicho denigrativo que insulta y provoca. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[5] Sobre la hipótesis del envenenamiento se detiene en su Antonio Ferrer del Río exponiendo un sumario de varias teorías “GOMEZ DE CASTRO da a su libro sesgo novelesco para referir que se le sirvió el veneno en una trucha. GONZALO DE Oviedo en sus Quincuagenas, dice que la voz pública designaba como perpetrador del delito a uno de los secretarios de Cisneros, pero responde de su inocencia por haberle conocido personalmente. FRAY ANTONIO DAZA en la Crónica general de la orden de San Francisco, parte 4. lib. I, cap. 25, da también crédito al envenenamiento. EUGENIO DE ROBLES, asegura que el cardenal vivía muy prevenido y que hasta al agua con que se regaba el aposento se hacía salva por temor de que sucediera lo que al fin no se pudo huir ni evitar al decir de algunos. MORERT en su Diccionario histórico supone que le vino el veneno en una carta que recibió de Flandes. Es de notar que GALINDEZ DE CARVAJAL en los Anales del rey don Fernando y Pedro MARTIR DE ANGLERIA en su Opus epistolarum, no hacen la más remota alusión a semejante sospecha, y que ambos asistían a la sazón en la corte. Este rumor provino sin duda de la aversión que se tenía a los flamencos, y de la pena que produjo la muerte del primado de España; muerte que se explica por sus ochenta y un años, y por sus muchos achaques, y por el pesar que trajo a su alma el menosprecio con que le trató en su última carta un príncipe a quien tanto había servido. PRESCOTT sostiene que el cardenal Cisneros poseía cualidades harto insignes para que le anonadara el solo aliento del real desagrado. Muy levantados eran sus pensamientos y la grandeza de su corazón maravillosa, pero al fin era hombre”, Decadencia de España. Primera parte: Historia del levantamiento de las Comunidades de Castilla, 1520-1521. Madrid, Mellado, 1850, p. 18.
[6] Todo este pasaje lo refieren textualmente algunos historiadores. (Nota del autor).
[7] Dios mío, en ti confío. Fragmento del Salmo 30. In te Domine speravi non confundar in æternum