Foto. Rafa Esteve –
[Castigo de Alfonso X el Sabio]
Por ser poco conocida la supuesta narración que sigue del castigo dado por el cielo a Alfonso por la blasfemia que se le achaca, se copia para entretenimiento de los lectores. Está sacada de un extracto hecho por Ortiz (Compendio cronológico de la Historia de España, tomo IV, pág. 164, Madrid, 1797) extracto hecho de un manuscrito de la Biblioteca real de Madrid.
En día de sábado 2 de abril en el año de 1392 era de Cristo de 1264; habiendo el rey oído misa a la hora de tercia en la ciudad de Sevilla, entró en su aposento como hacía largo tiempo que tenía de costumbre, a rezar sus devociones a la imagen de Santa María Virgen. Estando orando se llenó de repente el aposento de una luz resplandeciente y como de incendios, en medio de la cual aparecía el rostro de un ángel de extremada hermosura. Viendo esto el rey, entró en mucho miedo y dijo: “Conjúrote en nombre de nuestro Señor Jesucristo que me digas quién eres, si espíritu celestial o maligno”. Y el ángel respondió: “no temas, que vengo para ti de mensajero, como verás muy pronto. Bien sabes que en cierto día estando sentado a la mesa en esta ciudad blasfemaste diciendo que si hubieses estado al lado de Dios Padre cuando hizo el mundo y todo cuanto en él se contiene, habrías enmendado mucho de lo que hizo, y añadido algo que hace falta. Y Dios Padre quedó muy ofendido de este dicho tuyo (suponiendo posible en Dios esta clase de ofensa) y entró en mucho enojo contigo, y por eso el Altísimo ha dado contra ti sentencia disponiendo que pues has despreciado a aquel que te hizo y te dio alta honra entre los hombres, tú asimismo seas despreciado por tu propia prole y caigas de tu alto estado, y en humillación acabes tu vida”. La cual sentencia fue revelada a un fraile agustino que estaba en su celda en Molina, estudiante un sermón para predicarle al día siguiente. Este fraile lo dijo en confesión a su superior, su superior al infante, D. Manuel, el cual te ama como su propia vida y alma. Y de allí una semana vino D. Manuel a la ciudad de Sevilla y te dijo: «Ruégoos que me digáis si dijisteis tal cosa.-226-
A lo cual respondiste tú, que así habías dicho y aún otra vez lo dirías. De esto pesó mucho a D. Manuel, y te exhortó a enmendarte y a pedir por ello perdón a Dios; pero tú no le has dado oído. Y para que conozcas que todo poder viene de Dios Padre y no de otra parte alguna, sábete que la sentencia está dada y ejecutada. Y además, por cuanto has echado tu maldición a D. Sancho, tu hijo, a causa de su rebelión contra ti, el Altísimo ha oído tu maldición, y que toda tu descendencia irá bajando y hundiéndose cada vez más con todo su señorío, de tal manera que algunos de tus descendientes lleguen a desear que se abra la tierra y se los trague, y esto llegará a la cuarta generación, contando desde tu hijo D. Sancho, y entonces faltarán en tu linaje herederos varones, y no quedará quien suceda en este señorío, y el pueblo se llenará de pena y turbación y no sabrá qué consejo seguir. Y todo este mal vendrá por tus pecados y los de otros, y especialmente por el pecado que han cometido tu hijo y los del reino levantándose contra ti. Pero el Altísimo les enviará la salvación de la parte del Oriente, enviándoles un nobilísimo rey, bueno y cabal, dotado de justicia y de las otras altas y claras prendas propias de un príncipe. Y será un verdadero padre de su pueblo, de tal modo, que los que viven y, aun aquellos cuyos huesos yacen en la sepultura bendecirán a Dios por su venida y por su bondad[1]. Y este rey será ayudado por Dios Omnipotente como bien lo merecerá; y así su pueblo olvidará los padecimientos pasados por grandes que hayan sido los que sobre él cayeren antes de tan venturoso día. Además, sabe de seguro que en virtud de tus continuas oraciones a la gloriosísima Madre de Dios que has seguido haciendo desde que contabas diez y siete años de edad hasta el día presente, ha alcanzado ésta de su sacratísimo Hijo que de aquí a treinta días salga tu alma de tu cuerpo y entre en el purgatorio, lo cual es de buena esperanza a su tiempo, cuando el Omnipotente los juzgare oportuno, la enviará a la gloria eterna.
Y dichas estas palabras, desapareció el ángel, y el rey quedó por largo tiempo lleno de miedo. Algo después se levantó con viveza y abrió la puerta de su retrete y encontró allí a sus cuatro capellanes que nunca se separaban de su lado y con ellos tuvo gran consuelo en sus padecimientos y en rezar sus horas, y les mandó que le trajesen papel y tinta y que escribiesen todo cuanto el ángel le había dicho. Y durante los treinta días, confesó y comulgó de cada tres días uno; y, precepto en los domingos, durante los mismos treinta días solo comía tres bocados de pan por las mañanas; y no bebía más que agua, y eso solo una vez al día. Y confirmó su testamento, y hizo mercedes, a sus servidores. Y cumplido el plazo de los treinta días, su alma se separó de su cuerpo según le había anunciado el ángel y según él sabía que había de suceder por la intercesión de nuestra Señora la Virgen Santa María.-227-
Ortiz tiene por necesario refutar con gran formalidad y extensión la historia de esta visita del ángel, y probar que es cosa forjada según lo demuestran el estilo, los anacronismos y otras circunstancias.
D. Rodrigo Sánchez de Arévalo, obispo de Valencia (en su Historia Hispana, libro IV, capítulo 5), fue el primero que publicó esta aparición; pero variando bastante en cuanto a las circunstancias. Dice que el ángel se apareció en sueños a un tal Pedro Martínez de Pamplinera, servidor de la casa del infante D. Manuel, y que Pedro, obediente a la orden del mensajero celestial, fue a ver al rey a Burgos, el cual oyéndole hizo mofa de todo aquel negocio. Pasados algunos días Alfonso fue a Segovia donde fue molestado con otra visita de un santo ermitaño, el cual le exhortó al arrepentimiento. Habiendo el rey mandado que echasen de palacio a puntapiés a este nuevo mensajero, se levantó en seguida una furiosa tempestad de relámpagos y truenos, más temerosa por ser en una noche muy oscura, y cayendo un rayo en el real aposento, redujo a pavesas los vestidos de la reina. Aterrado el rey, inmediatamente mandó ir en busca del ermitaño, pidióle perdón y confesó su impiedad.
FUENTE: Antonio Alcalá Galiano, Historia de España: desde los tiempos primitivos hasta la mayoría de la Reina Doña Isabel II, tomo II, Imp. de la Sociedad Literaria y Tipográfica, 1844 pp. 225-227.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Esta alusión es probable que sea a Fernando de Aragón en rey Católico, marido de Doña Isabel; pero entonces viene mal lo cuatro generaciones. Ortiz supone que se refiere a Enrique el Bastardo, hermano y sucesor de D. Pedro el Cruel. (Nota del autor)