El barbo de Utebo
(Cuento Popular)
Aunque diga el vulgo vario
Que soy pescado, no es cierto;
Estoy por pencar, y advierto
Soy el pez imaginario.
Varias son las tradiciones populares que en Aragón se conservan, pero una de las que más boga han alcanzado entre el vulgo, acaecida casi en nuestros días, es sin duda alguna la del barbo de Utebo.
Este acontecimiento debió tener, a no dudarlo, alguna significación que nosotros no comprendemos, pero sí es cierto que el suceso tuvo lugar tal como vamos a referir, -260- cargando con la responsabilidad de la poca exactitud que en el cuento se adviértanla crónica a que en un todo nos referimos.
Dice, pues, que allá en el año 1797, hacia fines del mes de julio, los habitantes de Utebo, pueblo distante dos leguas de la capital de Aragón, tuvieron lugar de observar un fenómeno cual nunca se habla visto en toda aquella comarca. Dirigiéndose un campesino hacia el Castellar, advirtió que en el centro del río Ebro se movía un objeto que a juzgar por sus grandes dimensiones deberla ser un monstruo habitante de la región del agua, el cual tan pronto enseñaba parte de una de sus extremidades, tan pronto se sumergía en el fondo del río; ¿pero cómo y por qué casualidad se encontraba en aquel sitio? esto era lo que después todos se preguntaban y ninguno sabía darse razón: estas mismas consideraciones excitaron vivamente la atención del rústico, que cuanto más le miraba, más crecía su curiosidad y tanto más se afirmaba, en que era un pescado de colosales proporciones.
Vuelto a su casa contó este descubrimiento en la de un vecino suyo y bien pronto se divulgó la noticia por todo el pueblo: el camino del río era a muy poco una verdadera romería, pues no hubo chico ni grande que dejara de cerciorarse por sus propios ojos de aquella extraña maravilla del siglo XVIII: más de doscientos ojos había fijos continuamente en el supuesto barbo, y en una de las veces que asomó lo que ellos creían la cabeza, oyóse un grito general de asombro: no faltó quien en lo acalorado de su imaginación creyó ver dos grandes y rasgados ojos, quién una formidable boca, y quién pasando más adelante unos espantosos y afilados dientes.
Deseosos los de Utebo de apresar a todo trance un objeto del cual tanta satisfacción y gloria les había de redundar, dispusieron que algunos de los más atrevidos entraran en el río con unas barquillas, cuerdas, ganchos y todo lo demás que necesario fuese, pero si, que si quieres, ¿quién era el osado que se atrevía a acometer tan grande empresa? ¿Quién se acercaba ni con mucho a tan terrible bicho?
En este apuro y sin saber qué resolver, dice que dieron parte a Zaragoza para que subiera una pequeña fuerza de fusileros de Aragón (vulgarmente Miñones), que era lo más florido de la juventud del país: algunos malévolos burlones quieren decir que también subieron una pieza de artillería, pero yo nunca lo he querido creer: lo cierto do todo es, que esparcida la noticia por la ciudad augusta y pueblos circunvecinos, bien pronto se vio el de Utebo invadido de gente que de todas partes acudía a contemplar suceso tan extraordinario: en Zaragoza no quedaron tartanas ni calesas por alquilar; entretanto en Utebo como la afluencia era mucha, bien pronto dieron fin los abastos y existencias de las casas, no sin gran contento de sus vecinos, así que vendieron cuanto tenían malo y bueno, lo cual no dejó de redundar en beneficio suyo.
Determinado y llegado el día que se había de verificar la pesca, ya por la mañana ambas orillas del Ebro se hallaban repletas y coronadas de gente: algunos diestros pescadores entraron en el rio, en tanto que la fuerza armada quedaba a la orilla observando el menor movimiento del animal; la consigna era el hacer fuego sobre él si acaso (como era natural) se aprestaba a su propia defensa: no les fue difícil cercarlo por uno y otro lado a favor de unos barcos y amarrarlo con ciertas precauciones por medio de grandes cables o maromas; logrado esto aumentóse la curiosidad, todos alargaban la gaita, la ansiedad era general, había un silencio solemne y si se hubiera observado tal vez se hubiese podido oír el ruido de los latidos de tantos corazones aumentándose aquellos en número por la natural impaciencia: los que tenían las cuerdas principiaron a tirar de sus extremos y no faltó mujer que le diese una pataleta ¿para qué iba si había de asustarse? Pues señor tira... que tira... que tira, lo que sacaron del rio con extremada algazara fue un gran MADERO, ¡a ver!! !
Desde aquel momento todo se convirtió en zambra y alboroto; el solemne barbo sirvió de núcleo a multitud de epigramas y los habitantes de Utebo tuvieron que sufrir con resignación los blancos y pullas de que fueran objeto, merced a su acalorado modo de proceder y ver las cosas: no faltó hijo de su madre que parodiara esta famosa pesca a la fábula de Fedro el Monte de parto, que a no ser así no se hallaría en mi poder en letras de molde, la cual copiada literalmente dice así: Parlurient Montes, nascitur ridiculus mus.
FÁBULA.
De parto un Monte en cierto tiempo estaba,
El «Hay de mí» en el cielo colocaba:
La novedad por todos se esparcía,
Y mil gentes curiosas a porfía
Iban a marchas dobles caminando
Hacia el preñado Monte, perdonando
Los trabajos que se hallan siempre fijos
En los viajes penosos y prolijos:
El paciente decae, pierde fuerza.
Se abate, desfallece, y su entereza
Se trasforma ya toda en cobardía;
Solo, «no puedo más,» se le entendía:
Le dan valor los sabios profesores,
Y en medio de los sustos y temblores
Parió el monte, parió... (quién ha de oíllo)
Un ridículo y feo ratoncillo.
A un pueblo así de partes diferentes
A una pesca concurren varias gentes:
Previenen hierros y maromas gruesas,
Buzos, cebos y lanchas olandesas [1]
Y cogen en silencio... oh maravillar
En vez de un gran Salmón, una Medalla.
Hijos y habitantes, de Utebo, si a vuestras manos por casualidad llegasen los presentes mal apergeñeados borrones, no hagáis a enojo que uno que lo es de la insigne villa del Salmón, se haya tomado el trabajo de zurcirlo; pues lo mismo podría hacer en esto, caso quejarse los madrileños con el cuento de su ballena y reflexionad más bien sobre la ligereza de vuestros antepasados, pues yo no tengo culpa en que tal suceso haya llegado a mis oídos, como habrá podido llegar a los vuestros y con él quitarme un rato de ocio y llenar emborronando una página más de nuestro SEMANARIO: entretanto disponed de quien tiene una gran satisfacción en ser paisano vuestro y estampar al final (como lo hace) sus iniciales.
J. A.
Semanario Pintoresco Español, 19/8/1855, nº 33, pp.259-260.