DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Revista contemporánea, (Madrid) tomo VI, octubre-diciembre, 10/1876, n.º 6, pp. 64-67.

Acontecimientos
Venganza
Personajes
Leonor de Pimentel, duque de Arévalo y conde de Benavente
Enlaces

Álvarez-Insúa, Alberto Sánchez, and Julia María Labrador Ben. "La obra literaria de Ángel Rodríguez Chaves, un escritor madrileño olvidado: recuerdos del Madrid viejo." Cuadernos para investigación de la literatura hispánica 26 (2001): 245-264.

Ben, Julia María Labrador. "El escritor madrileño Ángel R [odríguez] Chaves en la revista" La Gran Vía"." Anales del Instituto de Estudios Madrileños. No. 44. Instituto de Estudios Madrileños, 2004.

LOCALIZACIÓN

BENAVENTE

Valoración Media: / 5

 
LEONOR DE PIMENTEL.[1]
LEYENDA TRADICIONAL.
 
A una mujer un hombre perseguía
Con incansable ardor y afán prolijo,
Gritando sin cesar mientras corría:
«¡Por piedad! ¡por piedad! ¿cuál es mi hijo?,
 
Y él ya sin voz y sin alientos ella
Ante mí se pararon un momento,
Y la mujer a un tiempo horrible y bella
Su historia me contó con triste acento.
 
Yo soy Leonor de Pimentel, señora
Y condesa además de Benavente;
De mí suelen decir que fui en mal hora
Un ángel y un demonio juntamente.
 
Desde hoy sabréis, si a cautivar alcanza
Vuestra atención, mi sufrimiento eterno,
Que en un pecho el amor y la venganza
Pueden trocar el cielo en un infierno.
 
Sencilla, pura, y al amor ajena,
Con mi padre ya anciano yo vivía  -65.
Feliz, cual es dichosa la azucena
Que abre su cáliz al rayar el día.
 
De Benavente el torreón sombrío
Era para mi dicha el mundo entero:
Allí se abrió a su pecho el pecho mío,
 Allí pude gozar mi amor primero.
 
Sancho Sánchez, un paje que tenía,
 Supo encender de mi pasión la llama;
 Era tan niña yo, que le quería
 Como ama siempre quien de veras ama.
 
Le amaba, mal he dicho, le adoraba.
 ¡Oh! ¡Ni aun aquí se calma mi desvelo!
 Y él amante en mis ojos se miraba,
Como aún debe mirarme desde el cielo.
 
Y un noble... Noble no; era un villano,
 Era ese, ese que tenéis delante.
-Y esto diciendo, señaló su mano
Al hombre que gritaba delirante.
 
Se enamoró de mí, si acaso puede
En un pecho tan ruin tener cabida
Esa santa pasión que el orbe mueve
Y que es el dulce imán de nuestra vida.
 
De Arévalo era duque, y caballero
 De rancia estirpe; y hasta deudo mío,
Y a mi padre le dijo: «A Leonor quiero,
 Ved si darme su mano es desvarío.»
 
Y el pobre anciano, de placer henchido,
 Me propuso su enlace tan brillante,
Pero me vio llorar, y enternecido
 Despidió con pesar al torpe amante.- 66-
 
Y en su pecho vil como no cabe
Ni la resignación ni la esperanza,
Del castillo partió sereno y grave
Diciendo no sé qué de atroz venganza.
 
Y en efecto, ese monstruo, ese villano,
 Mató a mi padre con traidor veneno,
Y a mi vista, un puñal hundió su mano
 Del pobre Sancho en el amante seno.
 
Entonces yo por el dolor vencida,
 Entreviendo terrible una esperanza,
 Di mi mano al traidor, al homicida,
Sonriendo al pensar en mi venganza.
 
Y él amante, yo trémula y llorosa
 Pasaba el tiempo que juzgaba eterno,
Y al fin palidecí como la rosa
Que se deshoja y muere en el invierno.
 
Viendo ya que mi vida se acababa
En la fiebre que me iba devorando,
Junto al lecho en que casi agonizaba
 Llamé a ese hombre de placer llorando.
 
Y acercando tres hijos que tenía
Hasta los bordes de mi blando lecho,
A mi esposo le dije en mi agonía
Con el feroz sarcasmo del despecho:
 
¿Te acuerdas los muchísimos dolores
Que me hiciste sufrir, esposo amado,
 En la insaciable sed de tus amores?...
 Pues mira, mi dolor dejo vengado.
 
De aquesos niños que con tanto anhelo-67-
Estrechas ahora con afán prolijo,
Sábelo bien, para tu eterno duelo:
Uno tan sólo es por tu mal tu hijo...
 
-Y «¿cuál mi hijo es?» dijo llorando
En medio del furor que le vencía.
 - Jamás! ¡Jamás! le contesté luchando
 Con el ronco estertor de la agonía.
 
Y cuando airado, con rencor violento
Me asía con furor desesperado,
Estrechaba febril, calenturiento
Mi seco tronco por la muerte helado.
 
Después, poco después, por ir siguiendo
Hasta estos sitios mi nefanda huella,
La muerte se insirió, tal vez cumpliendo
Lo negro y pavoroso de su estrella.
 
Y desde entonces, sin cesar marchando
Tras de mi triste sombra aborrecida,
Va, por mi mal y por su mal, diciendo:
«Y ¿cuál mi hijo es, Leonor querida?,
 
Lo veis, lo veis, cual vuestra mente alcanza,
 Ya que sabéis mi sufrimiento eterno,
 Que en un pecho el amor y la venganza
 Pueden trocar el cielo en un infierno.
 
Y así diciendo, se alejó, ocultando
Su horrible rostro con afán prolijo,
Y el hombre la siguió, siempre gritando:
¡Por piedad! ¡por piedad! ¿cuál es mi hijo?,
 
ANGEL R. Chaves.
Revista contemporánea, (Madrid) tomo VI, octubre-diciembre,  10/1876, n.º 6, pp. 64-67.

 

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

[1] Inspirada esta leyenda en las bellísimas historias que el eminente poeta Sr. D. Ramon Campoamor introduce a cada paso en su conocido Drama universal, no se ha propuesto en ella otra cosa su autor, que hacer ver una vez más lo mucho que se complace tratando de imitar al inspirado creador de las Doloras y de los Pequeños poemas. (Nota del autor)