[Caso del endemoniado en el convento de San Francisco]
Dentro del cuerpo de la iglesia no hay lugar vacío: todo el suelo está cubierto de sepulturas, de losas, con sus inscripciones de los nombres de sus dueños: solo dos carecen de piedras, y en su lugar tienen dos láminas y en ellas dos figuras, una de hombre y otra de mujer, las cuales láminas se han ido haciendo pedazos con el tiempo, con que los sepulcros han quedado sin láminas ni piedras. Es tradición en Valladolid que allí fue enterrado cierto juez que en cuerpo y alma fue llevado del enemigo del género humano a las penas eternas. Refieren varios autores el caso y la tradición afirma haber sido aquí la desventura; así la refieren aquellos: murió — 265 — cierto jurista y el día siguiente (según era costumbre) fue prevenido para predicar en sus honras cierto religioso, el cual la noche antes se metió en la librería del convento a estudiar el sermón. En medio de este cuidado, a deshora de la noche, sintió un clamor lastimero de trompeta, que le llenó de terror y espanto, pues como el pavoroso estruendo se fuese acercando a la puerta de la librería, de justo temor movido, se escondió debajo de los estantes; y desde aquí vio entrar gran multitud de enlutados, y uno que parecía ser el más superior, sentándose, mandó trajesen la alma de aquel desventurado jurista: luego una gran multitud de demonios entró con gran ruido de cadenas y presentó la alma del dicho jurista en medio de gran fuego, sitiada de innumerables demonios que la atormentaban.
Dijo el presidente: “lea uno de vosotros el proceso y la sentencia que contra este ha dado la Majestad de Dios”.
Uno de ellos salió y leyó los graves delitos que aquel desdichado había cometido, y llegando al fin, dijo: “por estos terribles pecados en que murió fulano, le sentenciamos a cárcel perpetua en el infierno en cuerpo y en alma desde el día presente”. Dijo entonces uno de aquellos enlutados: “¿Cómo se manifestará esta sentencia y cómo tomaremos el cuerpo que ya sabéis que no podemos llegar a tocarle?” Respondió el presidente: “saca a ese religioso que ahí está escondido, el cual será testigo y publicará mañana esta sentencia; él nos dará el cuerpo de este maldito”. Sacaron al religioso (no hay que ponderar su miedo y confusión) y mostrán- 266 — dole la miserable alma condenada a penas eternas, le dijo el presidente: “mañana predicarás lo que ves y lo que verás”. De allí bajó el predicador a la iglesia, acompañado de aquella infeliz alma e innumerable tropa de demonios, y como fue orden de la Justicia Divina para ejecutarla, le dio fuerzas y valor el cielo, por lo que sin desmayo pudo andar semejantes estaciones. Llegaron a la sepultura de este desdichado, abriéronla los enemigos, mas no osaron tocar el cuerpo; aparecieron allí otros con muchas hachas e hincaron las rodillas, y dijo el presidente al religioso, que fuese a la sacristía y se revistiese una (sic. )alba y trajese un cáliz: fue y la halló abierta, y él lo hizo así. Volvieron a la sepultura y mandó sacar toda la tierra de ella y dijo al sacerdote que pusiese el cáliz junto a la boca del difunto; hízolo, y luego saltó dentro del cáliz la hostia consagrada que había recibido, y en aquel punto, quedando el religioso con el Santísimo, unos le acompañaron hasta el altar con luces, otros arrebataron aquel desventurado cuerpo y se lo llevaron. En este punto sucedió tal tempestad que parecía se hundía el mundo a truenos y relámpagos, y aguas tan furiosas, que despertó a los más profundamente dormidos, y toda la gente de la ciudad obligó a pedir favor al cielo y exclamar misericordia. El día siguiente, obedeciendo el religioso, predicó lo que había visto.
Antolínez de Burgos, Juan. Historia de Valladolid, Hijos de Rodríguez, 1887, pp. 264-266.