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Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Recuerdos y bellezas de España. Reino de Granada: comprende las provincias de Jaén, Granada, Málaga y Almería, Mateo Repullés, 1850,pp. 136-142.

Acontecimientos
Martirio
Personajes
Bonoso, Maximiano, Idacio, Cretas, Daciano, El Ahmar, Yahya-ben-el-Nasr,
Enlaces
By Veinticuatro de Jahén - Own work, CC BY-SA 4.0

LOCALIZACIÓN

ARJONA

Valoración Media: / 5

 

Arjona

 

A una legua de Arjonilla está la antigua Arjona[1] y en ella no  —137—  hay recuerdos tan melancólicos, pero sí hechos más varoniles, tradiciones menos profanas y más santas. Fue de los pueblos en que más se ensangrentaron los emperadores contra los primeros que abrazaron  el cristianismo, y vio verter a torrentes la sangre de los mártires. Murieron allí por la nueva ley Apolo, Idacio y Cretas; entregáronse allí por la nueva ley a la cuchilla del verdugo los santos Bonoso y Maximiano bajo cuyo nombre tutelar está aún la villa.

Bonoso y Maximiano, naturales de Iliturgis[2], eran dos hermanos educados en el  camino recto de la justicia. Viendo en los primeros años de su juventud alzada sin razón la guerra contra su provincia, no supieron mirar con sangre fría la causa de su patria, y tomaron los dos las armas. Pelearon como bravos, y merecieron bien de su pueblo al volver a sus hogares, coronada la frente de laureles; mas esto les atrajo desgraciadamente la cólera de Daciano, los más crueles tormentos y la muerte.

Daciano, que vivía en Arjona, los llamó ante sí, y les dijo:

— Los que como vosotros saben manejar las armas, deben ser soldados del imperio; id y defended ese castillo.

— Somos ya soldados, contestaron los hermanos; pero soldados de Cristo.

 — ¿Peleareis por Cristo mejor que por los emperadores? preguntó Daciano,

— Solo por él podemos desnudar la espada, respondieron.

 — Preparaos para sufrir la muerte más atroz, dijo lleno de cólera el tirano; veremos si ese Dios a quien adoráis, os arranca de las manos del verdugo.

— ¡Oh Daciano! exclamaron: ¿quieres tú, pues, otorgarnos la corona que deseamos? En ninguna parte mejor que en las manos de tus sayones[3] podemos ser verdaderos soldados de Jesucristo, y hallar el camino que nos ha de abrir el cielo.

Daciano no replicó, mas los hizo conducir al castillo y los condenó a los más bárbaros tormentos. Cuando los hubieron padecido, les dijo:

— Habéis visto ya el poder de los emperadores de cuya justicia no pudo libraros vuestro Dios: ¿os negareis aún a ser sus soldados?

Pero los mártires contestaron tranquilamente:

— Vuestros emperadores no han podido ni podrán jamás quebrantar la fortaleza de ánimo que recibimos de Jesucristo; solo él es, pues, el fuerte.

— ¿No queréis ceder? preguntó Daciano; haré que os encierren en una mazmorra, y os abraséis de sed; la agonía de la muerte arrancará de vuestros labios palabras menos soberbias, y os hará hincar de rodillas ante las aras de los —138—ídolos. Cúmplase mi voluntad, añadió a sus verdugos; pero los dos hermanos, ¡cúmplase la del cielo! dijeron; y se dirigieron firme el paso y animoso el corazón a uno de los subterráneos del castillo.

Estaban va Bonoso y Maximiano sufriendo las más crueles angustias, cuando tuvieron que sufrirlas aún mayores a la vista de sus padres que pretendían salvarlos de la muerte.

 —Hijos míos, les dijo lleno de turbación su padre: el Dios que vosotros adoráis es mi Dios, más él no puede exigir sacrificios tan sangrientos. Ha conocido ya vuestra resolución: condescended y vivid, si no para vosotros, para los que os dieron esa vida que tan generosamente pretendéis sacrificar ante los altares de Jesucristo. ¿Qué sería de mí sin vosotros? Tinieblas eternas cubrirían mis ojos, y un velo eterno, mi alma. Abrasarían mi rostro lágrimas de desesperación y mi frente amargos pensamientos. Marcharía sin arrimo en la oscuridad, caería en todos los abismos de la vida, y no llegaría a mis oídos una palabra de consuelo. Vuestras sombras ensangrentadas me atormentarían de día, y turbarían de noche mi sueño. Y me sentiría morir, y no sentiría sobre mis párpados la mano de mis hijos que engendré y eduqué para que endulzaran mi agonía. ¡Hijos míos! ¡hijos míos! vosotros amasteis siempre a vuestros padres: no, no es posible que queráis con vuestras mismas manos abrir un sepulcro en que deban hundirse vuestros cuerpos y nuestras esperanzas.

—¡Padre mío! exclamaron a un tiempo los mártires. Y continuó luego Bonoso:

— Jesucristo murió en una Cruz y dejó también en la tierra a una madre llena de amargura y rodeada de tinieblas. Lloraba ella y se lamentaba como tú, al verle encaminar sus pasos al cadalso; y cuando le vio doblar sobre su pecho la cabeza, creyó también dejar al pie de la cruz la vida. Mas veló sobre ella Jesucristo desde su trono; no la dejó nunca sin fuerzas para sobrellevar sus penas, y la subió en fin en alas de los ángeles al cielo, donde goza por toda una eternidad de la vista de su hijo. No temas, padre mío: nuestra muerte es la llave que os ha de abrir más tarde las puertas del Empíreo.

           No temas, hallarás mientras vivas consuelo en el Señor; y cuando mueras encontrarás a la cabecera de tu lecho nuestras almas. En brazos de nuestras almas volarás al firmamento, y allí, padre, no hay verdugos que puedan separarnos. Aliento, padres míos, aliento, que no vea el tirano vuestras lágrimas; que no pueda gozarse en vuestros —139—dolores. Ocúpeos más el recuerdo de Dios que el de vuestros hijos, padres míos.

La más tierna despedida sucedió luego a esta dolorosa escena.

           Besos ardientes enrojecieron las pálidas mejillas de todos, y durante algunos momentos, solo entrecortados suspiros turbaron el silencio de aquella lúgubre morada... Solos ya los hermanos siguieron aún por mucho tiempo mudos: lloraban en la oscuridad y devoraba cada uno en secreto sus lágrimas de fuego.

Mas permanecieron siempre resueltos a morir, y no lardó Daciano en levantar para ellos el patíbulo, regado ya con la sangre de otros mártires. La vista del cadalso no hizo más que acelerar sus pasos; bendijeron en él al Señor, besaron la cuchilla que debía sacrificarles, y murieron pronunciando súplicas fervorosas que expiraron en sus labios junto con sus vidas.

¡Pobres mártires!  El tirano no quiso siquiera consentir en que sepultaran sus cadáveres; pero los sepultaron al pie del alcázar sus mismos soldados, movidos por los rayos de luz que vieron brotar de noche de aquellos cuerpos desangrados: cuerpos que permanecieron ocultos durante siglos, pero que al fin fueron manifestados por Dios en el siglo XVII a los fieles arjoneses, y están guardados hoy dentro de ricas urnas en el santuario consagrado a la memoria de los dos hermanos[4] .

Con tan terribles suplicios no disminuyó, antes aumentó en Arjona el número de los discípulos de Cristo. El humo que exhalaba la sangre de los mártires parecía enardecer más y más el corazón de los justos; tenían lugar todos los días nuevas conversiones, y hacía el cristianismo progresos que no podía ya detener la espada de los irritados imperiales. Aumentaba así la persecución; más apenas cesó esta al -140- triunfar la palabra del Salvador sobre el cetro de los emperadores. Arjona, templo levantado sobre inocentes victimas dadas inocentemente en holocausto, floreció tanto en el seno de la religión y de la paz, que pudo atravesar sin sucumbir el borrascoso período en que se hundió Roma entre las lanzas de los bárbaros; y llegó a las manos de los árabes llena todavía de animación y vida.

           Bajo la dominación de estos infieles fue algo comprimido el espíritu cristiano; más creció aún la villa en población y en importancia.

           Terció en casi todas las guerras que precedieron y siguieron a la ruina del Califato y a la caída de almorávides y almohades; y cuando estaba ya abocado a un abismo sin fondo el islamismo, fue la cuna de un reino poderoso que pudo resistir aun por tres siglos a las armas de Castilla. Recibió en ella el esclarecido El Ahmar de mano de su tío Yahya-ben-el-Nasr el mando de una hueste brillante y numerosa con que tomó a Jaén por asalto, y de mano del pueblo una corona a cuyo favor conquistó más tarde Guadix, Baeza, Almería, y al fin todo el reino de Granada, que fundó y consolidó con la prudencia y el acero. Al dejarla El Ahmar no tardó en verse cercada por los ejércitos de S. Fernando; mas no pudo ser combatida ni ganada sino muchos años después en que viéndola aislada este rey, destacó contra ella a Nuño González, hijo del conde de Lara, y asistiendo personalmente al sitio, la tomó por capitulación consintiendo en que pudieran permanecer en la villa todos los moros menos dos de los caudillos.

           Fue esta capitulación ventajosísima para los moros en aquellos tiempos, pero S. Fernando, príncipe tan esforzado como prudente, prefirió otorgarla a ver derramada con abundancia la sangre de sus soldados.

            Situada como está Arjona, no se prestaba ni se presta -141-a muchos hechos de armas. Tiene por asiento un cerro de mucha elevación y de rápida pendiente; baja al norte desde la cumbre al  valle, y aun en este está defendida por muchos barrancos profundos que son verdaderos precipicios. Puesta entonces a la sombra de un castillo del que apenas quedan ruinas, bien poblada, mejor guarnecida y sostenida sobre todo por la desesperación del que ve en un vencimiento la esclavitud o la muerte, hubiera sucumbido al fin a los ataques del ejército, pero vendiendo cara su libertad, vendiendo cara su vida y la vida de sus hijos.

           Ya de Castilla, Arjona no pudo pensar en hacer ondear otra vez sobre sus muros los estandartes del Profeta; mas no pasó cincuenta años sin ver aventurada la suerte de las armas cristianas en el éxito de una batalla cuyo recuerdo es el que hace recorrer con más interés al viajero sus alrededores pintorescos. En guerra Granada y Castilla durante la regencia de D.* María de Molina, cruzáronse junto  a esta villa los ejércitos de entrambos reinos. Pelearon de un lado Mohamed, del otro el infante D. Enrique y el héroe de Tarifa; y fue reñida y sangrienta la refriega. Forzó ya al primer ímpetu la caballería sarracena la vanguardia cristiana, la rompió, la dispersó, y abriéndose paso a lanzadas, se internó en el campo enemigo hasta lograr desarzonar y derribar del caballo a D. Enrique. No alcanzó la muerte del Infante porque Guzmán al verle en tan gran peligro arremetió contra ella a la cabeza de un solo escuadrón, y envolviéndole entre los suyos, le salvó a punta de espada; pero había ya tomado la delantera, y si no pudo ejercer su saña en D. Enrique, logró auxiliado por la infantería, ejercerla en el resto del ejército, del cual unos murieron alanceados y otros fueron a gemir en duro cautiverio en las mazmorras de Granada.

           Triste, muy triste fue para los cristianos el éxito de este combate: manchó la afrenta su rostro, su sangre el suelo, y quedaron envueltas en el polvo del campo sus banderas. Perdieron a Pedro Pascual,[5] obispo de Jaén, que murió después mártir de su celo religioso. Volvieron a ver a poco en inminente riesgo a D. Enrique, a quien solo pudo salvar por segunda vez el heroísmo de Guzmán el Bueno, que peleó hasta que consideró a salvo en Arjona á tan desdichado Infante.

           A Arjona, empero, no pudo alcanzarla ya ninguna de las consecuencias -142- de esta derrota. Continuó en una paz profunda que no turbaron en adelante sino las calamidades que afligieron a todo el reino. Enajenada en el siglo XV por la corona, pasó en un corto número de años de las manos de D. Juan II a las de D. Fadrique de Castro, que la obtuvo por merced con título de Ducado, de las de Castro a las del conde de Luna, de las de Luna a las de D. Álvaro, el tan famoso como desgraciado condestable de Castilla; mas, ni aun de estas mudanzas, origen muchas veces de trastornos, tomó ocasión para suscitar discordias ni peleas. Gozó de la misma paz bajo sus señores que sus monarcas.

           Arjona, sin embargo, ha perdido mucho de su importancia: es villa escasa de población, y apenas cuenta hoy un monumento en que estén vinculados sus recuerdos. Flotan estos en torno suyo sin que siquiera los labios de la tradición los haya recogido; y el viajero que no ha leído la historia, pasa casi indiferentemente al pie del cerro, cuyas vertientes cubre, sin detenerse más que para admirar la situación pintoresca de sus casas, esparcidas bellamente desde la cumbre al llano.

 

[1] Arjona fue la antigua Urgao.  (Nota del autor).

[2] Ciudad romana que se encontraba al sur del río Betis en la actual localidad de Mengíbar (Jaén).

[3] Sayones. 1. m. Verdugo que ejecutaba las penas a que eran condenados los reos.  (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[4]  Hemos seguido para esta leyenda la tradición y las actas de los mismos santos, en las que leemos:... «Dacianus dixit: Quandoquidem constat quod vos semel Militiam prosessi estis, necessum est ut in eadem persistatis et Arcem istam cum reliquis militibus incolatis et desendatis. Bonosus et Maximianus responderunt: Nos quidem milites jam sumus sed Christi. Dacianus dixit: Vultis ne magis huius hominis milites esse quam imperatorum? Sancti Martyres responderunt: Etiam, multoque nobis hoc est jucundius. Præsectus dixit: Ego igitur vobis atrocem mortem inferam, et tunc videbimus quid vobis prodesse poterit Christus quem adoratis. Sancti Martyres dixerunt: Tunc ò Daciane feliciores erimus et veriores nulites Dei et Domini nostri Jesuchristi quem cum Patre et Spiritu Sancto Unum Deum in Trinitate veneramur.»—Y en otro lugar de las mismas: «Tunc Dacianus dixit: videtis malo vestro quam fortes sint Imperatores nostri, à quorum manibus Deus vester non potest vos eripere. ¿Vultis ne jam milites illorum fieri? Sancti Martyres responderunt: Immo vero experti sumus debilem illorum fortitudinem et infinitam Christi potentiam, qui nos ne deficeremus animabat. Præses jussit eos per octo dies in arcta custodia arcis detineri et ibi continua siti æstate media et aliis tormentis cruciari.» Las palabras puestas por nosotros en boca de Daciano y de los dos hermanos se observará que están traducidas casi al pie de la letra de las que constan en estas actas: nos ha parecido muy difícil encontrar un lenguaje más sencillo ni más propio. La súplica hecha por los padres es toda nuestra; pero no porque hayamos querido satisfacer un pueril sentimiento de vanidad, sino porque no encontramos en las actas más que consignado el hecho. «Venerunt quoque parentes eorum pietate moti ad Judicem rogantes ut juventutis illorum misereretur. Quibus ipse lacultatem dedit eos si possent verbis lachrymisque à proposito removendi. Sed sancti Dei talibus sunt verbis usi ad suos, ut parentes visa constantia filiorum et ardenti desiderio martyrii eos potius ad coronam animarent.» Véase a Jimena, Anales Eclesiásticos del obispado de Jaén, p. 555. (Nota del autor).

[5] San Pedro Pascual, nacido en una familia mozárabe en Valencia, ordenado sacerdote en París en 1249. Fue teólogo y escritor, su Biblia Parva fue escrita durante su cautiverio en Granada. Murió decapitado el 6 de diciembre de 1300.

FUENTE.

Pi y Margall, Francisco. Recuerdos y bellezas de España. Reino de Granada: comprende las provincias de Jaén, Granada, Málaga y Almería, Mateo Repullés, 1850, pp. 136-142.

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

[1] Arjona fu la antigua Urgao.  (Nota del autor).

[2] Ciudad romana que se encontraba al sur del río Betis en la actual localidad de Mengíbar (Jaén).

[3] Sayones. 1. m. Verdugo que ejecutaba las penas a que eran condenados los reos.  (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[4]  Hemos seguido para esta leyenda la tradición y las actas de los mismos santos, en las que leemos:... «Dacianus dixit: Quandoquidem constat quod vos semel Militiam prosessi estis, necessum est ut in eadem persistatis et Arcem istam cum reliquis militibus incolatis et desendatis. Bonosus et Maximianus responderunt: Nos quidem milites jam sumus sed Christi. Dacianus dixit: Vultis ne magis huius hominis milites esse quam imperatorum ? Sancti Martyres responderunt: Etiam, multoque nobis hoc est jucundius. Præsectus dixit: Ego igitur vobis atrocem mortem inferam, et tunc videbimus quid vobis prodesse poterit Christus quem adoratis. Sancti Martyres dixerunt: Tunc ò Daciane feliciores erimus et veriores nulites Dei et Domini nostri Jesuchristi quem cum Patre et Spiritu Sancto Unum Deum in Trinitate veneramur.»—Y en otro lugar de las mismas: «Tunc Dacianus dixit: videtis malo vestro quam fortes sint Imperatores nostri, à quorum manibus Deus vester non potest vos eripere. ¿Vultis ne jam milites illorum fieri? Sancti Martyres responderunt: Immo vero experti sumus debilem illorum fortitudinem et infinitam Christi potentiam, qui nos ne deficeremus animabat. Præses jussit eos per octo dies in arcta custodia arcis detineri et ibi continua siti æstate media et aliis tormentis cruciari.» Las palabras puestas por nosotros en boca de Daciano y de los dos hermanos se observará que están traducidas casi al pie de la letra de las que constan en estas actas: nos ha parecido muy difícil encontrar un lenguaje más sencillo ni más propio. La súplica hecha por los padres es toda nuestra; pero no porque hayamos querido satisfacer un pueril sentimiento de vanidad, sino porque no encontramos en las actas más que consignado el hecho. «Venerunt quoque parentes eorum pietate moti ad Judicem rogantes ut juventutis illorum misereretur. Quibus ipse lacultatem dedit eos si possent verbis lachrymisque à proposito removendi. Sed sancti Dei talibus sunt verbis usi ad suos, ut parentes visa constantia filiorum et ardenti desiderio martyrii eos potius ad coronam animarent.» Véase a Jimena, Anales Eclesiásticos del obispado de Jaén, p. 555. (Nota del autor).

[5] San Pedro Pascual, nacido en una familia mozárabe en Valencia, ordenado sacerdote en París en 1249. Fue teólogo y escritor, su Biblia Parva fue escrita durante su cautiverio en Granada. Murió decapitado el 6 de diciembre de 1300.