DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Museo de las Familias. Segunda Serie. —1861. Año XIX, n. 24 pp. 189-190.

Acontecimientos
Fama terrible de Don Pedro
Personajes
Don Pedro el cruel y Abel Rusafá
Enlaces
Retrato de Don Pedro I de Castilla

LOCALIZACIÓN

BURGOS

Valoración Media: / 5

Anécdota del tiempo de D. Pedro el Cruel

 

Mucho se ha hablado de este monarca, grande a pesar de sus vicios y sus violencias. Escrita la crónica de este rey por algún enemigo suyo personal, la vida de don Pedro aparece a nuestra vista como un tejido de crímenes y desaciertos, causándonos horror el cuadro que con tan negros colores traza el desapiadado cronista.

Sin embargo, a medida que ha ido pasando el tiempo, y se ha estudiado más y más la época en que tuvieron lugar tantos sucesos portentosos, las generaciones se han convencido de que, si bien don Pedro cometió excesos imperdonables, ni fue tan cruel como lo indica su sobrenombre, ni bañó en sangre el manto de su glorioso padre Alfonso Onceno. Por eso el joven poeta Zorrilla, dice con mucha oportunidad en uno de sus dramas, hablando de la víctima de don Enrique de Trastamara

 

Por odio y contrario afán
Calumniado torpemente,
Qué soldado más valiente
Que prudente capitán.
Osado y antojadizo
Mató, atropello cruel
¡Mas por Dios que no fue él!
Fue su tiempo quien lo hizo.[1]

 

    Para probar que a muchos hechos del asesinado monarca se dio por sus contemporáneos una intención torcida, atribuyendo a determinaciones inocentes miras criminales   y prestando a meros caprichos conatos de feroz barbarie, contaremos una anécdota que hemos encontrado escrita en un libro antiquísimo que se halla en la biblioteca de la universidad de Salamanca.

    Hallábase don Pedro en Burgos, y honraba con su confianza a un judío llamado Abel Rusafá, que entonces era su tesorero particular. Una mañana avisan al hebreo que su casa está cercada de soldados, y que el jefe que los  manda desea hablarle.

    Este oficial, a quien el judío había prestado algunos servicios pecuniarios, y que lo apreciaba un poco, entra consternado y dice con voz triste:

—Con profundo pesar me veo encargado de ejecutar de orden de mi soberano una sentencia, cuya severidad me espanta: ignoro el delito que habéis cometido para excitar  hasta tal punto el resentimiento del monarca.

— ¡Yo! respondió el hebreo; lo ignoro tanto o más que vos, y mi sorpresa es mayor que la vuestra. Pero al fin, ¿cuál es esa orden?

—Si os he de decir la verdad, me falta valor para manifestárosla.

—¿He perdido la confianza de S. A.?

—Si no fuese más que esto, no me veríais tan afligido. Puede devolveros su confianza; puede nombraros otra vez su tesorero; mas…

— ¿Se trata de desterrarme a mi país?

—Sería algo incómodo, pero con vuestras riquezas se está bien en cualquiera parte. -190-

— ¡Dios de Israel! ¿Se piensa en encerrarme en alguna fortaleza?

— ¡Ay! las puertas de las prisiones se abren.

— ¡Sacra Jerusalén! ¿quieren darme de palos?

—Este suplicio es cruel, pero no mata.

— ¡Y qué! dijo el judío sollozando, ¿se halla en peligro mi vida? El rey, tan bueno para conmigo, que me hablaba con tanto cariño hace dos días, querrá … ¡Oh! no puedo creerlo, ¡Acabad por el Dios de Israel! porque la muerte me asustaría menos que esta cruel incertidumbre.

—Pues bien, Rusafá, dijo el oficial con voz triste, mi soberano me ha dado orden de que busque quién os diseque, rellenándoos de paja, porque quiere conservaros.

— ¡Disecar! esta es una chanza de mal género, exclamó el judío mirando fijamente al oficial.

—Lo repito, es necesario rellenaros de paja.

—Sin duda habéis perdido la razón, o S. A. no ha conservado la suya: ¿se diseca a un hombre, rellenándolo como si fuese un tigre o un zorro?

— ¡Ay! mi pobre amigo; lo mismo decía yo; así es que a la palabra rellenar he hecho lo que nunca hemos intentado; manifesté mi sorpresa, mi dolor, y hasta aventuré algunas observaciones; pero el rey irritado de mi irresolución, me mandó saliese de la cámara y ejecutase al momento la orden que me había dado.

     Es imposible pintar la admiración, la cólera, el temblor y la desesperación del pobre judío. El oficial dejó por algún tiempo libre curso a la explosión de su dolor, y le dijo que le daba un cuarto de hora para que arreglase sus negocios.

    Entonces Rusafá le ruega, le conjura, le pide en vano que lo deje escribir una carta al rey para implorar su piedad.

    El jefe de la tropa, movido al fin de sus reiteradas súplicas, cede temblando a su ruego y se encarga de la carta; pero no atreviéndose a ir directamente a palacio, se dirige precipitadamente en busca de don Juan de Alburquerque, favorito de don Pedro.

    Al oír aquel el extraño lenguaje del oficial, llamado don Diego Sahagún, cree que el valiente aragonés se ha vuelto loco, y corriendo a palacio expone al rey respetuosamente su asombro.

    Don Pedro no le deja acabar y exclama:

—¡Pardiez! Sahagún ha perdido la chaveta. Corre y ordena a ese loco que inmediatamente ponga en libertad al judío, si no se ha muerto de terror.

    Alburquerque sale, ejecuta la orden, vuelve y halla a don Pedro riendo a carcajadas.

—Ya sé la causa, dijo a su favorito, de una escena tan burlesca como inconcebible; tenía un perro muy bonito a quien puse Rusafá por un antojo. Este perro acaba de morir, y habiendo ordenado a Sahagún que le hiciese disecar para conservarle, como dudase, pensando yo que tal vez creería degradarse si ejecutaba semejante comisión, le mandé salir inmediatamente a desempeñar mi encargo.

     Este hecho o cuento parecerá sin duda algo burlesco; pero lo cierto es que entre las crueldades que la tradición cuenta del rey don Pedro, se halla la de haber hecho disecar a un judío porque no le facilitó las enormes sumas que le hubo de pedir para sostener su lujo de monarca joven y galanteador.

 

FUENTE: Museo de las Familias. Segunda Serie. —1861. Año XIX, n. 24 pp. 189-190.

 

Edición: Ana Mª Gómez-Elegido Centeno

 

 

 

[1] En El zapatero y el rey, 1840.