El tigre y la zorra. Leyenda Tradicional
INTRODUCCIÓN.
Había en Valladolid
en los tiempos del segundo
don Juan, una estrecha calle
negra y de torcido rumbo
formada por dos hileras
de casas, en cuyos muros,
nunca el buen sol de Castilla
pararse un instante pudo.
A un extremo de esta calle,
que con perezoso curso
borda el Esgueva, arrastrando
por allí su caudal turbio;
por dos negros callejones
aislada como anuncio
de baldón, se levantaba
una casa de caducos
cimientos, cuyas paredes
verdosas, techo negruzco,
y aún más el triste silencio
que reinaba en torno suyo,
hería al que la miraba
de un indefinible susto.
En esta casa vivía
un Juan Castrillo, verdugo
de Valladolid, de quien
se cuenta que fue muy ducho
en esto de hendir cabezas
y cortar cuellos desnudos.
De este hombre la tradición
refiere un lance, que asunto
da hoy a mis versos; y el cual
sucedió, si mal no curo,
el mismo día en que al noble
Condestable, aquel robusto
guerrero y privado insigne,
llevó a cadalso, de luto,
la ingratitud soberana
del rey Don Juan el Segundo.
Lector, por este comienzo
visto habrás sin grande apuro
de ingenio, que no está hecha
mi narración para el gusto
de las almas tiernas, que aman
solamente lo más puro
del humano sentimiento,
que rechazan con disgusto
la salvaje poesía
de las pasiones del vulgo.
Si no eres tú de este temple,
si lo negro del asunto
tu curiosidad excita,
sigue a mi leyenda el bulto;
si no, déjala, que en suma
yo con avisarte cumplo.[1]
CAPÍTULO I
LOS DOS COMPADRES
Era Castrillo un jayán[2]
de fornida catadura;
barba poblada y oscura,
resuelto y torvo ademán.
Negros ojos escondidos
en la sombra de su cejas,
y los labios contraídos.
Su mirada escrutadora
el vulgo medroso huía,
porque del tigre tenia
la vista fascinadora;
Y si una calle al torcer
con él de improviso daba,
el tardo paso alentaba
por no atreverse a correr.
Castrillo no se ofendía
del terror de aquellas gentes,
solo a veces entre dientes
un «cobardes» se le oía;
Pero al ver cuál su ademán
fiero a la plebe sojuzga,
en Valladolid se juzga
más rey que el mismo Don Juan.
Lo abyecto y ruin de su estado
no le infunde sentimiento,
que era por temperamento
a la sangre aficionado,
Y despreciando a la grey
que imbécil de él se separa,
su condición no trocara
por la diadema del rey.
Creyendo en su vanidad
titulo de los mejores
el de ser cual sus mayores
verdugo de la ciudad,
llegó a hacerse el Juan Castrillo
en su profesión tan diestro,
que era en manejar maestro
ya la penca[4], o ya el cuchillo.
Y aun hoy los aficionados
le llaman por tradición,
dechado de perfección
de los verdugos pasados.
Así dando Juan vivía
a su instinto libre rienda,
solo en su negra vivienda
que de turbio Esgueva lamía-
Solo no; y aun considero
que fuera olvido prolijo
ocultar que tenía un hijo
de su fortuna heredero;
Y que áinas[5] de esto, en comuña[6]
amistosa, recibía
por la noche y por el día
a un su compadre Garduña.
Y aquí, lector, es razón,
pues que pronuncié su nombre,
te diga lo que de este hombre
refiere la tradición;
Dando principio derecho
a argumento tan ingrato
por hacerte su retrato
tal como a mí me le han hecho.
Para obtener su figura
forja, lector, en tu mente
un ser flaco, trasparente,
de muy mediana estatura.
Dale un rostro sin edad,
raro el cabello aunque fino,
ojos de azul blanquecino
sin luz ni movilidad.
Dale afilada nariz,
y orna esta faz silenciosa
de indefinible matiz:
Larga y estrecha pezuña;
mano que a la de un difunto
se acerca, y tal en conjunto
es la imagen de Garduña.
Más que a un vivo se asemeja
a un cadáver animado:
tal vez se ha identificado
con los muchos que maneja.
Pues a pesar de su exigua
figura, advertirte quiero,
que era el tal, sepulturero
Entre las muchas consejas
que acerca de este hombrecillo.
esparce el vulgo sencillo,
—refieren algunas viejas
(De estas sibilas impuras
que inventan a troche y moche[8])
que le han visto en la alta noche
profanar las sepulturas.
No admito yo la verdad
de hechos tales la evidencia;
pero infunde su presencia
gran terror en la ciudad:
su presencia en toda casa,
pues diz[10] que por donde pasa
pasa la muerte con él.
Y hasta aumenta del sencillo
vulgo la credulidad,
el ver su estrecha amistad
con el verdugo Castrillo.
Esta en apariencia fiel
unión, su origen halló
en que Garduña sacó
de pila a un hijo de aquel;
Y para los dos fue hallazgo
feliz, pues desde aquel día,
nada turbó la armonía
de tan digno compadrazgo.
********
(Continuará.) Semanario pintoresco español. 4/1/1852, n.º 1, p. 11.
CAPÍTULO II.
TOMAS.
Tomás se nombra el hijo de Castrillo,
bello mancebo de gentil persona,
pálido rostro de nobleza lleno,
de claros ojos y mirar sereno.
Verde y florida rama
de ruín tronco nacida,
la atmósfera aspirando corrompida
de su negra mansión, enferma crece
su juventud para el placer perdida.
De su menguada estrella
en vano con acento dolorido
alivio al cielo implora en queja vana,
recostado en el borde ennegrecido
de su pobre ventana.
Un destino fatal con duros lazos
al baldón y a la infamia le sujeta,
y aunque a su noble corazón no cuadre,
al hombre impío decretar le plugo
que el hijo del verdugo
verdugo haya de ser como su padre.[11]
Siempre que tan horrible certidumbre
el corazón penetra
del mísero Tomás, la inquieta vista
dirige al negro y cenagoso río
que con paso tardío
triste camina al pie de su ventana,
y por influjo de atracción insana
se ve arrastrado hacia su centro frío.
La tentadora idea
su religiosa fe combate y vence,
y el encanto al vencer que le subyuga,
de su oprimido pecho
gemidos lanza en lágrimas deshecho.
Naturaleza en vano, el cielo mismo
pide a su corazón que el duelo embarga
filial amor hacia el autor menguado
de su triste existencia: en lucha fiera
Tomás se agita y a extinguir la llama
de su fatal encono en vano aspira;
el que su padre llama
tan solo horror y repulsión le inspira.
¿Quién con tan noble y generoso aliento
dotó aquel corazón, que en las tinieblas
del crimen se nutrió ? ¿Qué oculta mano
fomentó en el hidalgo pensamiento
del mísero Tomás tan noble instinto
¡Del cielo es un arcano!
Así arrastra su vida
con afán perdurable
oprimido el yugo que le infama
¡verde y florida rama
abortada de un tronco miserable!
CAPÍTULO III.
AL AMANECER
Las cinco daba el reló[12]
de la cercana parroquia
en una mañana fría
que densa niebla encapota.
Los turbios rayos del sol
que en el horizonte asoma
quiebran su luz en la parda
masa de vapor, que lóbrega
en su impalpable mortaja
la ciudad envuelve toda.
Al fin de una callejuela
do una encrucijada forman
otras dos que allí terminan
su carrera tortuosa ;
embozado hasta el bigote
que húmedas perlas adornan -16-.
de la escarcha matutina,
sobre las cejas la gorra
y en ademán del que espera,
un hombre, inmóvil reposa.
De su impaciencia da muestras
solamente alguna que otra
blasfemia que por sus labios
vaga comprimida y sorda,
hasta que a alguna distancia
vio dibujarse una sombra,
que tenue y vaga al principio
entre la neblina flota,
mas luego forma distinta
al aproximarse toma.
—¿Es Garduña?—el que esperaba
dijo al punto.
—Así me nombran contestó
el recién llegado.
—¿Y vos sois?...
—Mi nombre sobra.—
Acercáronse uno a otro
la mirada recelosa,
tendiendo a su alrededor
para ver si hay quien estorba,
y este diálogo entablaron
con voz en que bien se nota
la varonil de la una,
lo gangoso de la otra.
—¿Le habéis visto?
—No le he visto,
—¿Qué decís?
—Si tanto importa
suspender la ejecución
del Maestre algunas horas...
—¿No ha de importar ? indeciso
está el rey, y si se logra
su perdón , puede ser tarde,
¡Voto al diablo!
—Si se enoja
nada haremos. Juan Castrillo
tiene un hijo...
—¡Por Mahoma!
—¿No os he dicho que a Castrillo
prometiérais ?
—Poca cosa.
Mil cruzados por huir,
de España a tierras remotas
antes de la ejecución
del Maestre... por quien llora
hoy todo Valladolid.
—Dejad lamentos hipócritas.
—¿Mas no sabéis que Castrillo
no es un hombre a quien se compra
fácilmente, y que a pesar
de su pobreza espantosa
no cede la ejecución
de Don Álvaro, aunque toda
su hacienda le deje el rey ?
—¡Vive Cristo, que me asombra!
¿tanto le aborrece ?
—No.
Pero es hombre que se goza
en su oficio, y si el que mata
es personaje de monta
como el Condestable, entonces
el placer para él se dobla.
—¡Hombre singular!
—¡Es fiero !
—Nuestros planes se malogran.
—Oíd: su hijo tiene horror
al oficio, y no ambiciona
más que poder alejarse
de la ciudad.
— ¿Qué me importa?
—Supongamos que a Castrillo,
porque esto nadie lo estorba,
le sucede una desgracia
que le impida hacer la obra
de esta calaña: en tal caso
vuestros designios se logran.
—¿Y si nada le sucede?—
Clavó Garduña la torva
vista en su interlocutor
que le observa con zozobra;
y murmuró sordamente...
—De vos depende la cosa.—
— ¿Cómo nos libertaremos
de ese hombre?
—Quien le conozca
como yo, sabe muy bien
que con el alma en la boca
irá a cortar la cabeza
del Maestre.
—Pues no hay otra
remisión, fuerza es que ese hombre
desaparezca.
—En buen hora.
Ya comprendiéndome vais.
—No sé qué medios escoja...
—Un puñal bien afilado
da una muerte silenciosa
y que a nadie compromete.
—¿Os encargáis de la obra ?
—No, que al fin es mi compadre,
y la amistad me lo estorba ;
pero hallaréis quien lo haga
siempre que el dinero corra.
—Mas ¿cómo?...
—De esta manera.
Poned dentro de una hora
vuestra gente en el camino
de la plaza.
—Estará pronta.
—Lo demás queda a mi cargo.
Antes que el velo descorra
de la niebla el sol, yo mismo
al sitio yendo en que mora,
le hago con cualquier protesto
salir... y acaba la historia.
—Bien está. Adiós.
—Yo supongo
que daréis a cuenta...
—Toma.—
Y arrojando con desdén
una bien repleta bolsa
se alejó el desconocido.
A recogerla con pronta
mano so arrojó Garduña;
con placer acaríciala;
una equívoca sonrisa
vagó imperceptible y sorda
por su fúnebre semblante;
y con marcha silenciosa,
su figura entre la niebla
desvanecida se borra.
(Continuará.) Semanario pintoresco español. 11/1/1852, n.º 2.pp.15-16
CAPÍTULO IV.
LA EMBOSCADA.
Llena de atmósfera impura,
medio abierto un ventanillo
que luz derrama insegura,
triste se ostenta y oscura
la habitación de Castrillo.
Ya despunta la mañana
que tanta ansiedad alberga,
ya el sol emprende, aunque vana,
su batalla cuotidiana
con las nieblas del Pisuerga.
Ya, dejando el duro lecho,
Juan, el brazo arremangado,
desnudo el fornido pecho,
anda en su recinto estrecho
inquieto y preocupado.
Y para hacer copia fiel
de aquel rostro en que rebosa
todo el fuego de Luzbel,
fuera preciso el pincel
acre de Salvator Rosa[13].
A la luz roja y escasa
que ilumina el aposento,
se ven colgados sin tasa
de la pared negra y rasa
los útiles del tormento.
Hachas, tornillos, dogales[14]
de forma extraña y horrenda,
con aguzados puñales,
son los despojos mortales
de aquella infernal vivienda.
En ellos un punto avara
fijó Castrillo la vista,
con la interior algazara
de un triunfador que admirara
sus despojos de conquista.
Y descolgando con tiento
largo cuchillo del muro,
probó su filo sangriento,
y murmuró descontento:
« Afilarle es más seguro. »
En este punto dos golpes
con pausado y lento son
en la puerta resonaron,
y al propio tiempo una voz
débil y aterida el nombre
de Castrillo pronunció.
Descorrió Juan el cerrojo
y con traidora expresión
la innoble faz de Garduña
en el dintel asomó.
—Buenos días—
—¿Qué se ofrece,
compadre?—
—Hacerle un favor.—
Grande será, cuando vienes
apenas despunta el sol.
—Sabe que esta misma noche
una atrevida facción
ha derribado el cadalso
del Maestre—
—¡Ira de Dios!—
—De verlo acabo yo mismo:
ganar tiempo es su intención.—
—¿Robarme quieren la presa
que la ley me abandonó?
Pues ya sabrán que no en vano
hay aquí su ejecutor.—
Apenas estas palabras
de pronunciar acabó,
cuando se lanza a la calle,
y entre el húmedo vapor
de la condensada niebla
su figura se perdió,
como sombra que en la nieve
al indeciso fulgor
de la luna se refleja.
Clavado al dintel gran rato
Garduña permaneció,
con la actitud del que escucha,
en la oreja el corazón,
hasta que rompió los aires
gemido desgarrador
de esos que la sangre hielan
siempre que escuchados son-
—Sin duda el golpe es certero —
por lo bajo murmuró,
y trasponiendo el dintel
tras esta corta oración,
en la mansión de su víctima
lentamente penetró.
(Continuará) Seminario Pintoresco Español, 18/1 /1852 nº3, pp. 23-24
CAPÍTULO V.
AI pie de la misma casa
y a poco más de las nueve,
turba plebeya y curiosa
se agita confusamente.
Dividida en grupos varios,
comenta, escucha y refiere
del suceso de aquel día
las versiones diferentes;
y sin duda no es el lance
de la más vulgar especie,
pues tanto su narración
le interesa y le suspende.
Si en la región de la duda
flotar más tiempo no quieres,
mézclate lector conmigo
entre esos grupos, y atiende
los rumores que circulan
entre la agitada plebe.
—¿Con que le viste?'—
—Lo mismo
que te estoy viendo, Gil Pérez,
bañado en sangre y cosido
a puñaladas el vientre.
—¡Mientes!—exclamó una vieja,
al qua así habló dirigiéndose;—
yo le vi esta misma noche
por los espacios cernerse
llevado en ancas del diablo.
—Calle la bruja.—
—¡Insolente!
¿Cuando digo que lo he visto!
—Fuera de aquí.—
—¿Más no se dice la causa
dé tan extraño accidente?
—Bien clara está: prolongar
la ejecución del Maestre.
—No debe el rey consentirlo.
—¡Es una infamia!—
—No siempre
se han de salir con la suya
esos nobles.—
—Se protegen,
entre sí; pronto veréis
cómo burlando a la plebe
consiguen que al fin se libre
Don Álvaro de la muerte.
—¡Degollar a un grande! ¡cáspita![17]
¡sucede tan pocas veces!
—¡Y yo que tengo en la plaza
sitio desde donde verle!
—Irá gallardo.—
—No tal.
—Si tal—
—No se desesperen,
que no irá de ningún modo
faltando quien le degüelle.
—Castrillo ha dejado un hijo
que tiene edad suficiente
para reemplazarle.—
—Justo.
—¿Mas no sabéis que hace dengues[18]
al oficio?—
—Nada importa.
—La ley le obliga a ejercerle.
—¡Qué lástima! ¡ es tan galán!—
Este arranque inconveniente
de una joven que escuchaba
confundida entre la plebe,
con silbidos y con pullas
se acogió unánimemente.
Avergonzada la moza
logró en salvación ponerse,
y otra vez volvió la turba
más compacta y más solemne,
a ocuparse del asunto
que tanto interés le ofrece.—
—Amigos,—con voz robusta
gritó un cortador[19] de siete
pies de estatura y de formas
atléticas—me parece
que se pierde el tiempo: en tanto
que gritáis como mujeres,
se pone en salvo el rapaz,
y no habrá quien dé la muerte
al Condestable.—
—No, no;—
bramó la turba.—¡A prenderle!
—Sepamos si está en la casa.—
—Que salga.—
—¡Que se presente!—
Y cual de resorte oculto
movido el grupo rebelde,
a la puerta de Castrillo
se arrojó impetuosamente.
Esta se abrió al tiempo mismo
y apareció en sus dinteles
con la faz desencajada
un mancebo casi imberbe.
— ¡Ahí está!—
—¡Quiere escaparse !—
gritó la canalla al verle.
Con desesperada angustia,
como fiera a quien se tiene
acorralada, y un flanco
busca por dónde meterse,
tendió el joven la mirada
a su alrededor, y al verse
cercado por todas partes
de la alborotada plebe,
sobre ella airado se arroja
y abrirse paso pretende;
más de aquel supremo esfuerzo
rendido, cual masa inerte
cayó en tierra el desgraciado.
La multitud se disuelve
al ver entrar por la calle
una legión de corchetes,
y contemplando la escena,
la tradición nos refiere
que el buen compadre Garduña
rio silenciosamente.
(Continuará) Semanario pintoresco español. 24/1/1852, nº4, p.32
CAPÍTULO VI.
CATÁSTROFE
En la misma habitación
de la casa de Castrillo,
que anteriormente con pluma
minuciosa hemos descrito,
yace con rostro abatido,
mil contrarios pensamientos
revolviendo en su delirio.
A pocos pasos Garduña
le observa inmóvil y frío,
viva imagen de la muerte
que allí ejerce su dominio,
y sin duda no le cuadra
aquel silencio fatídico;
pues componiendo el semblante
y con acento melífluo[21]
dijo, de paso lanzando
un hipócrita suspiro:
—Calma tu aflicción, Tomás.
Pues no hay salida ninguna
vuelve el rostro a la fortuna,
y sé verdugo.—
—Jamás.
—¿Tanto el oficio aborreces
que a ser hombre te levanta?
—Más que al cordel la garganta,
prefiero morir mil veces.—
—¡Eres joven!—
—Es verdad:
en esta edad de placeres
hay amor en las mujeres,
y en los hombres amistad.
Se goza en una sonrisa,
se vive en una mirada,
edad bella y envidiada
con el placer por divisa.
Para todos ¡ ay de mí I
edad de goces y encanto,
pero para mí de llanto
pues en la infamia nací.
Si acaso en una mujer
la vista fijo turbada
y ella quiere a esta mirada
con amor corresponder,
un espíritu infernal
de mi nombre aborrecido
desliza el eco en su oído
¡y adiós visión celestial!
Ya en mi triste primavera
sufro del destino el yugo:
es el hijo del verdugo
oigo murmurar do quiera,
y como objeto de horror
todos se apartan de mí...
¿Qué es la juventud, sí así
la ha emponzoñado el dolor?
Ya que me cierra el camino
de salvación cruda suerte,
yo venceré con la muerte
la injusticia de mi sino.—
Su desesperada queja
hubo apenas concluido
el desdichado mancebo,
cuando al compás de los gritos «
del populacho cruel
que bulle fuera intranquilo,
en la puerta resonaron
tres golpes, y a un tiempo mismo,
abrid a la ley, con dura
precisión una voz dijo.
Con el cabello erizado
do temor y el rostro lívido,
una mirada suprema *
tendió el hijo de Castrillo
de la habitación en torno,
hierro buscando mortífero
con que acabar de su vida
el insufrible martirio.
Cruzado en tanto de brazos
Garduña observa tranquilo,
crece en la calle el rumor,
crujen los vetustos quicios
de la puerta, hasta que al suelo
con rumor siniestro vino;
más cuando en la habitación
penetraron los ministros
de la ley y los arqueros
de plebe adusta seguidos,
solo a Garduña encontraron
que asomado al ventanillo
que da al Esgueva, señala
en su cenagoso vidrio
al desdichado Tomás,
que lanzando un ¡ay! tristísimo,
se abre la tumba en el fondo negro
de su cauce frío.
Cuando adquirieron las aguas
su reposo primitivo,
Garduña, el rostro animado.
de un infernal regocijo,
al atónito concurso
de aquel sucoso testigo,
dijo con solemne acento
su talle irguiendo raquítico:
—Juan y Tomás ya no existen;
pero a falta de un Castrillo,
yo seré el ejecutor
pues tengo amor al oficio.—
Y es fama en Valladolid,
que desde aquel punto mismo
siempre que un reo en la plaza
exhala el postrer suspiro,
desde el fondo de la Esgueva
responde con un gemido
el ánima abandonada
del hijo de Juan Castrillo.
Ceferino Suárez Bravo.
FIN
Semanario pintoresco español. 8/2/1852, n.º 6 p. 47
FUENTE: Suárez Bravo, Ceferino. “El tigre y la zorra”. Semanario pintoresco español. 4/1/1852, n.º 1, p. 7; 11/1/1852, n.º 2 pp,15-16; 18/1 /1852 nº3, pp. 23-24; 24/1/1852, nº4, p.32 y 8/2/1852, n.º 6 p. 47
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] El asunto de esta leyenda es el mismo, aunque con muchas variaciones de un drama en un acto del mismo autor titulado Los dos compadres.
[2] Jayán: 1. m. y f. Persona de gran estatura, robusta y de muchas fuerzas. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[3] Guedeja: mechón de pelo largo.
[4] Penca: 4. f. Tira de cuero o vaqueta con que el verdugo azotaba a los delincuentes. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[7] Vedijosa: con muchas vedijas: 3. f. Mata de pelo enredada y ensortijada. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[8] A troche y moche; 1. loc. adv. coloq. Disparatada e inconsideradamente. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[9] Agüero: 2. m. Presagio o señal de cosa futura. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[11] Oficio que se transmite de padres a hijos
[12] Reló: reloj (vulgar)
[13] Salvatore Rosa (1615 –1673) pintor napolitano cuyo estilo ha sido considerado un anticipo del movimiento romántico, en especial por su tratamiento de los paisajes. Fue un artista muy elogiado y traído a colación con frecuencia entre nuestros escritores románticos.
[14] Dogal: 2. m. Cuerda para ahorcar a un reo o para algún otro suplicio. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[15] En el sentido de “rumores”.
[16] Chocheces: cosas sin sentido que se dicen por tener debilitadas las facultades mentales a causa de la edad.
[17] Cáspita: 1. interj. U. para denotar extrañeza o admiración. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[18] Dengue: 1. m. Melindre que consiste en afectar delicadezas, males y, a veces, disgusto de lo que más se quiere o desea. 2. m. Es (Diccionario de la lengua española, RAE).
[19] Cortador: 2. m. y f. carnicero (? persona que vende carne). (Diccionario de la lengua española, RAE).
[20] Infelíce: licencia en la acentuación. Uso poético. Infeliz.
[21] Melífluo: 2. adj. Dulce, suave, delicado y tierno en el trato o en la manera de hablar. U. m. en sent. peyor. (Diccionario de la lengua española, RAE).