Josep Pascó - Jose Mª Quadrado (1885) España, sus monumentos y sus artes, su naturaleza e historia. Valladolid, Palencia y Zamora, Barcelona: Establecimiento Tipográfico-Editorial de Daniel Cortezo y C.ª, p. 550 From Biblioteca Digital de Castilla y León (CC0)
[La cruz del rey Sancho]
A unos dos kilómetros de la ciudad de Zamora, a la orilla derecha de la carretera que conduce a Galicia, en un altozano, hay tosca cruz de piedra fija sobre un monolito de unos tres metros de altura, que se conoce con el nombre de Cruz del Rey Don Sancho. La tradición dice que aquel sencillo monumento, desgastado por la intemperie, fue erigido por orden de la reina de Zamora, como piadosa memoria -50- del sitio mismo en que murió su hermano, a resultas de la alevosa acción de Vellido Dolfos.
Allí estuvo la tienda del rey, y a su alrededor el real de los castellanos que cercaban a Zamora, bien asentado, porque sería difícil elegir paraje mejor para el objeto, siendo el terreno llano en gran extensión y en descenso suave hasta los muros de la plaza.
Frente a la cruz hubo un humilladero[i] fundado también por Doña Urraca, en sufragio del monarca desventurado que a la política y a la razón de Estado sacrificó las afecciones más caras al alma y los fueros[1] de la cortesía caballeresca de su época. Del humilladero, ni vestigios quedan al presente, persiste en cambió la cofradía instituida con el nombre de Nuestra Señora de la Concha, la cual, por estatuto, saca todos los años en procesión a la imagen en el segundo día de la Pascua del Espíritu Santo, llega a la cruz del rey Don Sancho, y allí, vuelto el rostro de la Virgen hacia la ciudad, entona el sacerdote el salmo De profundís, y un responso por el alma del indicado rey.
La procesión se verifica de madrugada, acompañándola a la salida el concejo del pueblo de la Hiniesta con vara alta, y la concurrencia reza el sufragio[2] con un recogimiento ejemplar. Desde el alto de la cruz se descubre toda la ciudad y su campo, cuyas espigas empiezan por entonces a dorar y encuadra la verdura de los viñedos. Se ve el curso del Duero en larga cinta plateada y al otro lado la llanura que va hasta el horizonte, más allá de Morales. En aquel -51- sitio elevado y solitario, la voz grave del sacerdote, el rezo de la gente arrodillada bajo la bóveda del cielo, el sol, el paisaje… dan al acto una majestad que impresiona vivamente el ánimo, trasportándolo insensiblemente desde el siglo XIX al XI en que allí mismo arrodillados los castellanos, vestidos con las mallas de acero, arrastrando las lanzas en señal de luto, celebraron los funerales del monarca.
Los que acompañan a la procesión y los transeúntes que en todo tiempo pasan por el camino que va al pie de la cruz, arrojan allí una piedrecilla en testimonio de haber rezado un Pater noster, por lo que las piedras, quitadas muchas veces, y singularmente cuando se construyó la carretera donde han tenido otra aplicación para el firme, forman siempre montón.
He aquí cómo se confirma la aserción de la Crónica del arzobispo don Rodrigo al decir «que la muerte de Don Sancho causó aflicción
a los mismos sitiados.».
Al volver la procesión sale a recibirla en corporación el ayuntamiento de Zamora, que acompaña a la imagen hasta su iglesia.
Otra cruz antigua, grabada en una piedra con inscripción que ha borrado el tiempo, se ve en la tapia que cerca el sitio en que Don Sancho recibió en su cuerpo el fatal venablo[3] .
La piedad de los zamoranos quiso también que ese sitio fuera consagrado, y allí próximo al Duero, no lejos de la ermita de Santiago, se alzó -52- el monasterio de San Miguel del Burgo, fundando la capilla mayor del templo sobre el terreno ensangrentado.
En 1451 lo dejaron las monjas, pasando a la orden de San Benito por bula pontificia; después entró en la jurisdicción de la orden de San Francisco, sustituyendo a los monjes benedictinos las hijas de Santa Clara.
En su tiempo, el año 1586, padeció el edificio por una crecida considerable del Duero, que arruinó el archivo, perdiéndose preciosos documentos históricos, si bien de los puramente relativos al convento recogieron algunos Yepes, Crónica general de la orden de San Benito, Argaiz, La Soledad laureada y Domínguez, Crónica seráfica. La cruz bizantina puesta en la tapia es todo lo que queda del monasterio.
FUENTE
Fernández Duro, Cesáreo. Romancero de Zamora. Madrid, Administración. 1880, pp.49-52.
Edición: Ana Mª Gómez-Elegido Centeno
[1] Privilegio, prerrogativa o derecho moral que se reconoce a ciertas actividades, principios, virtudes, etc., por su propia naturaleza
[2] Conmemoraciones comunes que se dicen ciertos días en el oficio divino al fin de las laudes y vísperas.
[3] Ambas cruces están representadas en los grabados que acompañan a este libro. (Nota del autor)