Una espada en dos batallas y un caballo para dos caballeros. Año 1096.
LEYENDA X. (Época de Ramón Berenguer III, el Grande, undécimo conde soberano.)
Una secreta voz y santa idea había unido a todos los príncipes cristianos para ir en ayuda de Guifredo de Buillon[1], en la conquista de Antioquia. En todos los idiomas y por todos los brazos se defendía el árbol de la Cruz, y, como atraídos por un sublime imán e incontrastable fuerza, acudían a un mismo punto emperadores, reyes, grandes, obispos, sacerdotes y cantores. El pueblo y los soldados intrépidos seguían a sus guías, que no podían retroceder en sus empresas, cuando les aumentaba el entusiasmo el cántico del bardo que lloraba, el ardiente fervor del ermitaño que seguía también, y la arrogante voz del rey que les mandaba. La cruz era el pendón del santo ejército, y tal había de ser la victoria al conseguirla, cuando era santo el objeto, santa la inspiración, santa la empresa, y santa, en fin, la enseña a que se unían los pueblos y los reyes. -49-
De todos los rincones de la Europa faltaban ya los héroes más temibles; Palestina había mezclado ya sus idiomas, y tan solo guiaba un dialecto, una lengua no hablada, pero bella; la que nace en la unión de los amigos, la que se expresa con el corazón y el hecho, cuando es uno el intento y la esperanza, y la necesidad junta a los hombres. Guifredo había descargado ya su primer cuchillada. Pedro el Ermitaño había ya rechazado con su cruz los botes de las lanzas infieles, y las murallas de Antioquía iban cayendo a pedazos como el poder de los que las guardaban; sin embargo, el inmenso número de estos, que esperaban prevenidos los ataques de la Europa, resistía con furor a sus extraños, y, por cada piedra que caía de los muros, hacia rodar otro muro de hombres, cuyos últimos ayes resonaban por todos los ángulos del orbe. El que hería con la espada, perdía la lanza, el que hería con la lanza y con la espada, perdía la armadura, y aquel que mataba y se guardaba con el hierro, perdía la cabeza antes que los ojos vieran el triunfo. Se ganaba uno y se perdían tres; las dudas se aumentaban en tanto que la esperanza se perdía; y ni los hombres, ni los cielos podían acabar de decidir la gran victoria. Los soldados peleaban unidos, y no se oía mas voz que la de las armas en sus choques tal era la confianza de cada ejército en su guía.
Un osado caballero de los más ilustres, cruzaba rápido los grupos de muertos, desbaratando las hileras de vivos que acudían al campo, cuando una piedra enemiga le derribó el caballo, animando con tal pérdida a un gran número de bárbaros que se arrojaron a montones sobre el guerrero caído[2]
Al verle en tal estado el caballero, pronuncia lo que el corazón le dicta; aquellas palabras que de costumbre soltaba en otros lances para invocar socorro.
— ¡San Jorge y Aragón!—Y al empuñar la espada con más brío para apartar de sí aquella turba inmensa, siente una suave mano en sus espaldas que, arrancándole de -50- entre la lluvia de porras, mazas, y cuchillas, le transporta milagrosamente, y le coloca en la grupa de otro caballero que había aparecido en aquel sitio sin seguir vías, ni pisar terrenos [3].
El caballo del nuevo caballero era blanco como la nieve, y la armadura del jinete era toda de bruñida plata, luciente también como las crines del caballo, y radiante como el sol que le alumbraba. Al grito de « ¡San Jorge! que repitieron todos los del sitio, las huestes de la cruz avanzan juntas; los campos se confunden; los golpes se multiplican, la sangre corre a mares; y los reyes de la Europa, como animados de un ardor más nuevo, se lanzan a los muros de Antioquia. Aquí el guerrero favorecido, tras del muro de plata de su amigo, alza la espada para ser de los primeros en la carga, pero en el inconcebible momento que pasa desde que se levanta un arma para herir, hasta que le detiene el hueso del que recibe el golpe, una mágica y pintoresca ilusión, vino a ocupar la mente del que se afanaba para llegar y vencer. La rapidez con que el caballo blanco había trasportado al caballero desde el campo de batalla al pie del muro, fue tan grande, que nada pudo ver indivisiblemente el héroe, y si solo una especie de hilera prolongada que mezclaba, como en danza ante sus ojos, los muros, los castillos, los ejércitos, los árboles, los montes y los campos.
Este movimiento inconcebible, que no puede compararse a la velocidad del rayo ni del pensamiento, y que era capaz de apagar la vista y sofocar el aliento al más robusto, nada fue en comparación de otro cuadro, que en un instante cruzó también, sin confundirse por frente del guerrero.[4] La capital magnifica de Antioquia, se le apareció entera con sus muros. Los cabales e hizanes majestuosos arrastraron la sombra de los Khanes, de los bazanes y de los bazestanes[5]. Estos se encadenaron con el Olimpo antiguo y la Malaria[6], con los mármoles y esmeraldas de Chipre y las coronas de los Ptolomeos.[7] Tras estas siguió -51- Corinto, y sus jardines, sus baños, y gimnasios y los muertos de Lecheum y de Conchree[8]. Empujaron a la visión las ruinas formadas por la espada de Munino, y los muros que alzara Julio César. La Turquía y el golfo de Venecia se mostraron también, y del ancho Mediterráneo, que formó tras esos monumentos como una banda celeste, dejando a la derecha la Italia y la Francia, y a la izquierda las grandes costas de África, saltó la visión a los montes excelsos de Favencia, y de allí a la gran sierra de Guara, hasta chocar con los muros de Huesca que la detuvieron.
Durante este tiempo tan precioso, y mientras se vencía aqueste espacio, que no viera en mil horas el guerrero, este no pudo dar más que un solo golpe, el golpe mismo que comenzó en los muros de Antioquía, al trasportarle el rápido caballo. No sirvió de poco la herida del soldado que, casi exánime, rodó a los pies del héroe, pronunciando ciertas palabras que aterraron al favorecido.
— ¡En qué idioma lloráis — dijo el valiente al oír que su contrario no hablaba el dialecto de Antioquía.
— ¡Hablad, soldado!...— Pero el soldado ya no podía hablar.
Al volver la cabeza el caballero para ver si el traje del muerto era musulmán o aragonés, siente desaparecer a su guía, ve cambiado el blanco caballo en otro negro, y aumenta su dudosa ilusión el observar que el ejército combatiente no lleva en sus corazas la cruz roja. A tal novedad levanta presuroso su celada, se restrega los ojos impaciente, contempla el territorio de Alcoraz y se convence al fin, de que ya no es en Antioquía donde pelea, sino en su mismo país, en Aragón. La admiración adormece su espada y su mente un breve instante, y, al ver que el ejército de Aragón, vencedor rinde las armas y se arrodilla humilde de repente, no pensando en la causa que allí obrara, vuelve furioso en sí, y dice gritando.
—¿En qué os entretenéis, bravos soldados?... ¡No dobléis la rodilla todavía!... Primero, la ciudad que sea nuestra; después ya imploraréis a las madonas ... -52-
El ejército, sin hacer caso de las palabras del valiente, sigue postrado con la vista a los cielos que le ayudan. El guerrero no atina de pronto en aquella piedad tan repentina: pero, al pensar que quizá un resto de su pasada ilusión podía haber extasiado también a los soldados, del mismo modo que lo estuvo su mente, vuelve los ojos y contempla.
Apenas miró el guerrero a los aires, sus rodillas se doblaron, su corazón hirvió de gozo y de alegría, su mente recorrió todo lo que acababa de sentir, y sus ojos dieron a entender de cuanta gratitud gozaba su alma, por aquel santo caballero que, en un mismo día y en una misma hora, le había hecho participar de las glorias de Antioquía, y dado fuerza para ayudar a sus amigos en Alcoraz. El caballero de la armadura plateada y del caballo blanco había aparecido en los aires, radiante de gloria y de hermosura, para guiar al ejército aragonés.
Moncada, que era el caballero favorecido, dio gracias al caballero de los aires, volvió a ponerse en pie ante su ejército, y, después de jurar que siempre invocaría al santo en las batallas, gritó animado: ¡San Jorge y Aragón! y arremetió hacia Huesca con su espada.[9]
Al grito de «San Jorge y Aragón» cayeron a un mismo tiempo las murallas de Huesca y de Antioquia.
FUENTE:
Antoni de Bofarull, Hazañas y recuerdos de los catalanes. Juan Oliveres, 1846, pp. 48-52.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Godofredo de Bouillon: el líder de la primera Cruzada y primer gobernador de Jerusalén.
[2] Sobre la verdad de este suceso y el origen y nombre de la casa de los Moncadas. Léase a Zurita y Pujades. (Nota del autor). Se refiere a Jerónimo Zurita, Anales de la Corona de Aragón (1609) y Jerónimo de Pujades, Crónica universal del Principat de Cathalunya (1609). Puede consultarse también, Francisco de Moncada, Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, Madrid : La lectura, 1924.
[3] Es bien sabido que los Catalanes y Aragoneses invocaban a su patrón y abogado San Jorge en las batallas «San Jordi firam, firam del mismo modo que otras naciones invocaban a otros santos, y por lo que se aparecían a veces los invocados, como cuando Santiago se presentó a Ramiro I de León en la batalla de Clavijo, al oír el grito de «¡Santiago y a ellos!» Nada indica más la protección de San Jorge a Aragón y Cataluña que la cruz de dicho Santo adaptada por armas tanto por los Reyes de Aragón como por los primitivos Condes de Barcelona. (Nota del autor).
[4] Atiéndase a que esta descripción viene a formar un curso desde Antioquía saliendo del Asia hacia la isla de Chipre, cruzando el Mediterráneo y atravesando luego España hasta llegar a Huesca, de modo que si se observa, se podrá ver en el mapa la rectitud del camino y fácilmente podrá conocerse a que ciudades pertenecen las indicaciones monumentales que se hacen. (Nota del autor).
[5] Los cavakes e hizares majestuosos etc. Refiérese a los que había en Corinto y que fueron destruidos así como otros edificios notables por Munino, hasta que Julio César levantó de nuevo sus muros 80 años después y envió allí una colonia romana, en cuyo período volvieron a reedificarse algunos monumentos. (Nota del autor).
[6] Olimpo antiguo y la Malaria. El primero es un monte de Chipre que está cortado por el de Santa Cruz, la segunda es una especie de niebla que siempre se ve en dicho monte. (Nota del autor).
[7] Mármoles y esmeraldas de Chipre y las coronas de los Ptolomeos. Chipre era de los fenicios, después fue de los griegos, luego pasó a los ptolomeos y se la quitaron los romanos. Es país abundante en mármol y piedras preciosas.
[8] Lecheum y Conchree, antiguos puertos que servían de entrada a Corinto. (Nota del autor).
[9] El Abad de la Peña afirma que el Rey de Aragón, Pedro Sánchez, fue el que invocó al Santo en Alcaraz; pero esto solo sirve para hacer más fuerte nuestra prueba, pues el rey podía invocar y Moncada hacerlo también al mismo tiempo, siendo el resultado de que se invocó al santo y este se apareció.