Beremundo el rojo
¿Verdad que es curiosa historia y dramática leyenda la del buen Juan Garín?...
El Rhin con sus risueñas orillas y grupos de cañaverales cada uno de los cuales es el palacio de una ondina, la Noruega con sus románticas y sombrías tradiciones negras como las alas de sus cuervos, la Bretaña con sus lavanderas nocturnas, la Irlanda con sus peregrinas y milagrosas historias, la Escocia con sus mujeres verdes y sus bandadas de ocas salvajes producidas, según creencia del siglo XVI, por los frutos de ciertos árboles que no tienen más que caer en el mar para engendrar sus acuáticas aves; el Rhin, la Noruega, la Bretaña, la Irlanda, la Escocia, repito, con todas sus maravillosas leyendas, no tienen otra que aventaje, en lo interesante y dramática, a la balada del monte catalán.
Y siendo así, ¿por qué extrañar que el poeta peregrino la haya recogido y la haya dado el color de la época a que se remonta anovelándola al gusto del siglo que la lee? ¿No se baja acaso el viajero a recoger la piedra preciosa que halla en su camino, y la limpia el polvo y la quita el barro, para ver lo que hay en ella de extras o de diamante? -53-
Sea como sea, es para todo cristiano una gran tradición, y para todo poeta un gran drama el que dio vida al actual monasterio de Monserrate. Wifredo, ese gran constructor de templos, vio levantarse por sus cuidados un magnífico edificio entre las peñas de Monserrate, y con el gigantesco oratorio que regaló a la Virgen de las montañas, perpetuó la memoria del sitio en que fue hallada con vida la doncella degollada.
Asomaba ya el monasterio su frente de piedra por entre las almenas piramidales de las peñas, cuando Wifredo, que ha sido nuestro conde-poeta, pensó que la Virgen necesitaba vírgenes para servirla, y allí trasladó las monjas benditas de S. Pedro de las Puellas, otro monasterio que había fundado en Barcelona Ludovico Pio. Riquilda, la doncella degollada, la cándida amante del doncel de los cabellos de oro, según la balada, se presentó allí por esposa al Señor, y fue la primera abadesa que tuvieron las vírgenes de Monserrate.
¡Dulce y santa debía entonces salir la Salve, al declinar de cada día, de aquellos labios virginales, de entre aquel vuelo de blancas palomas posado sobre la cima de la montaña y anidando en un hueco de la misma! ¡Dulce y santa debe elevarse la oración llevada en alas de los más puros céfiros hasta el trono esplendente del Señor! ¡Cuántas veces el confuso rebramar del huracán ahogaría las voces de las solitarias, y cuántas los torrentes rugiendo despeñados por el monte, los truenos retumbando en sus vacíos desconocidos, la lluvia azotando las enrejadas venta- 54- nas, los vientos gimiendo en los desiertos corredores, formarían un coro de salvaje armonía al nocturno canto de las penitentes de Monserrate!
Luego de la fundación del monasterio a la que contribuyó con sus propias manos, dice la crónica, Juan Garín, huyó a esconderse en un remoto asilo de la montaña, en una cueva ignorada donde piadosamente terminó sus penitentes días. Empero, quedaron existentes su primitiva cueva y la de Satanás el ermitaño, y aún hoy se enseñan al viajero con los nombres de cueva de Fray Juan Garín y cueva del diablo.
Por espacio de ochenta años fue Monserrate monasterio de monjas, y en este período tres condes se sucedieron rápidamente, microscópicas figuras de un gran cuadro histórico: Wifredo III que murió envenenado; Mirón su hermano que tal se llamaba, como ya sabemos, por haber hablado, niño de pocos meses, al anacoreta Garín; Seniofredo[1], en fin, que debía morir aplastado bajo las ruinas de S. Miguel de Coxan.
Llegó después el primer conde Borrell, Borrell el desgraciado, el que debía ver saqueada por los moros su ciudad querida, y el mismo cuya cabeza debía rodar más tarde por encima los muros de Barcelona lanzada por las moriscas saetas de Almanzor.
Con este conde las monjas de Monserrate volvieron a su antiguo monasterio de San Pedro de las Puellas donde tan raro[2] ejemplo habían de dar de virtud, pues, en la toma de Barcelona por los moros, cortáronse todas las narices y el labio inferior para no ser torpe juguete de la liviandad sarracena. -55-
El motivo verdadero de su traslación se ignora, pero créese fundadamente que, siendo ya entonces Monserrate visitado diariamente por gran número de peregrinos, juzgó acertado Borrell sustituir a las vírgenes del Señor por los monjes de San Benito, en quienes era mejor visto brindar hospitalidad a las caravanas repetidas de los devotos romeros.
Monserrate pues pasó a ser monasterio de los monjes de Ripoll.
De entonces data la tradición anexa a una fuente llamada la Font seca que halla el viajero a su paso, y nunca deja de mostrársela el guía, si acierta a subir por el camino de Collbató.
En Collbató, ya nuestros lectores lo saben, existía un castillo de este nombre, castillo que en 12 de marzo del año quinto de Ludovico había sido vendido a Ermesinda de Udalardo, recibiendo en pago una mula muy buena estimada en setenta maravedises. Andando el tiempo, este castillo había ido a parar a manos -56- de Beremundo el rojo, famoso capitán aventurero, terror de los moros es verdad, pero azote también de cristianos.
Era Beremundo el hombre más cruel, el señor mas tirano y el guerrero más indómito de que nos hablan las crónicas. En tiempo de paz vivía retirado en su castillo, y su sola vecindad hacia temblar a todos los que poblaban los alrededores.
Un día, yendo de caza, sintióse fatigado y se acercó a reposar a la fuente de Santa María como entonces se llamaba la Font seca.
Una hermosa joven estaba en ella bebiendo cuando Beremundo el de la barba roja se presentó. Quiso la joven huir al verse en presencia del caballero ante quien temblaba toda la comarca, pero era ya tarde. Beremundo no era hombre para ver una doncella hermosa sin apoderarse de ella, y cogiéndola en sus nervudos brazos sin decir palabra, que sobraban las palabras en presencia de los hechos, se la llevó a su castillo donde la tuvo encerrada quince días.
Pasado este término, la infeliz se presentaba perdida y llorosa en la casa de sus padres, quienes ya sabían la suerte que había cabido a su pobre hija, informados por un cazador mancebo que oculto tras de unos árboles asistiera a la escena del rapto. Esto de robar doncellas y llevárselas a su castillo, para ocho o quince días después abrirles las hasta entonces cerradas puertas, era en Beremundo muy común, pero no así el dejarse impresionar profundamente por la belleza de sus cautivas; y esto fue lo que precisamente le sucedió, contra costumbre, con la doncella de la fuente.
Su hermosura hiciera honda impresión en el alma del aventurero capitán y, por lo mismo, deseando contribuir a la felicidad de la doncella, ya que causa de su desgracia fuera, ideó un medio de rescatar su falta, medio muy común por otra parte en los caballeros de aquel tiempo, y también en los de tiempos posteriores sin ser muchos caballeros.
Pensó dotar a la joven, pero como Beremundo era hombre tan audaz como indómito y tan indómito como avaro, quiso que la dote de la doncella la pagara cualquiera menos él. Ideó para ello un medio. -57-
Apropióse la fuente, puso en ella un criado suyo para guarda y exigió tributo a todos los que, transeúntes y viajeros, se acercasen al manantial para beber de sus aguas o llenar sus cántaros. Este tributo era el que debía servir para dotar a la doncella. Largo tiempo le salió el medio a medida de sus deseos. En la carencia absoluta que de aguas había en aquellos contornos, todos se veían obligados a acudir a la fuente de Collbató y a pagar el tributo por su tiránico usurpador impuesto para cubrir con un baño de oro la falta del oro de la honestidad de la cautiva.
Llegó un día un peregrino. Fatigado y sediento llegaba. De luengas tierras venia atraído por la fama del monte y milagros de la Virgen; áridos desiertos había atravesado y bajo ningún hospitalario techo había reposado por impedírselo el voto hecho de no descansar hasta hallarse en Monserrate. Acercóse a la fuente para en ella mojar sus labios y tomar el ansiado reposo, pero fue brutalmente rechazado por el siervo de Beremundo que le exigió el tributo.
El peregrino no llevaba un solo maravedí. Su voto se lo impedía también. Porfió, suplicó, rogó. El servidor estuvo inflexible como su amo. Entonces el peregrino, tentados todos los resortes de conmover al inhumano siervo, se puso otra vez en camino hacia el santuario, y cayendo al llegar allí desfallecido, muerto de hambre y de sed a las puertas del templo, rogó mientras le quedaron fuerzas para que la Virgen castigara por un milagro a los que infamemente comerciaban con la sed y fatiga de los romeros transeúntes. -58-
Y es fama que la Virgen atendió los votos del moribundo peregrino, y que en el momento en que los monjes acudían al socorro del penitente desmayado en el umbral del templo, dejaba para siempre de manar agua la fuente de Collbató.
Aquel mismo día descubrióse frente la puerta del monasterio un hueco inmenso lleno de agua que gota a gota van destilando las peñas. Esta es la cisterna que aún actualmente existe y que, sin ser fuente, —pues solo es un depósito de aguas pluviales, —fue llamada fuente del milagro, creyendo que la Virgen había trasladado a aquel sitio la que hasta entonces existiera en Collbató. Por lo que toca a Beremundo el rojo, su castigo fue más tardío y nos dará pie en el próximo capítulo para narrar otra de las hermosas y dramáticas leyendas del monte catalán que ya por otra parte tenemos ofrecida a nuestros lectores desde que en el capítulo tercero hablamos del castillo de Montserrate.
FUENTE
Balaguer, Víctor. Monserrate: su historia, sus tradiciones, sus alrededores. Barcelona, A. Brusi, 1850, pp.52-58.
Edición: Ana Mª Gómez-Elegido Centeno
[1] Se hizo enterrar en San Miguel de Cuixá. El epitafio de su tumba es del 969. Vicente García Lobo and María Encarnación Martín López, “Las inscripciones diplomáticas de época visigoda y altomedieval (siglos vi a xii)”, Mélanges de la Casa de Velázquez, 41-2 | 2011, Le droit hispanique latin du vie au xiie siècle, https://doi.org/10.4000/mcv.4035
[2] En el sentido de rico, preciado.