ESTUDIOS DE COSTUMBRES
El anillo de la Virgen, leyenda histórica original (siglo XVI)
I.
Corre el año veinticinco
del siglo décimo sexto,
que va contando sus días
en el español Imperio,
por los de gloria que alcanzan
los no vencidos guerreros,
del gran César Carlos V,
a quien dan espacio estrecho
para su nombre y su gloria
de dos mundos los linderos.
Corre el año veinticinco
en el que humillar supieron
los valientes españoles
en Pavía[1] hierro a hierro
el poder de los de Francia
que entonces probar pudieron,
que no se insulta al León
impunemente y sin riesgo,
y que bajo el sol que alumbra
en el castellano suelo,
laten solo corazones
del temple de los aceros
que con el ardor se forjan
de sus esforzados pechos.
Fatal le fue la jornada
a los franceses ejércitos,
y más fatal a su jefe
el rey Francisco I,
que al soldado Juan de Urbieti[2]
de los españoles tercios,
tuvo que entregar vencido
su espada de caballero:
hazaña que en nuestra historia
más de una vez grabó el tiempo
pues valiente en el combate
cual prudente en el consejo,
vale un soldado de España
por más de un rey extranjero. -280-
II.
Desusada animación
en la condal Barcelona,
por todas parles se advierte
y ocupa la gente toda.
Ya empezaban del almendro
las flores blancas y rojas
a ostentar en las montañas
sus entreabiertas corolas,
y entre guijos resbalando
que musgo naciente alfombra,
murmurando los arroyos
las flores nacientes mojan;
que ya el aterido invierno
con sus hielos y sus sombras,
se retiraba vencido
a las nieves que coronan
de los altos Pirineos
las inexpugnables rocas
Ya las brisas de los prados
impregnadas en aromas
que las libran a las flores
que en el monte y valle brotan,
de los árboles meciendo
van las trasparentes hojas.
No empañan las pardas nubes
el puro azul que colora
el radiante firmamento;
y del sol la lumbre roja
reflejaba de los mares,
en las adormidas ondas,
que mansamente acarician
las playas de Barcelona,
como serena que arrulla
para devorar traidora
a quien aduermen tranquilo
sus cantigas seductoras.
Álzase la primavera
cual si temiera envidiosa
las galas con que se cubre
la ciudad de las historias,
a quien Wifredo [3]valiente
le diera las barras rojas,
para blasón conquistado
con su sangre y con su gloria.
y en verdad que está brillante
la ciudad encantadora,
que se engalana altanera
de su belleza orgullosa,
y se agita entre los murves
que la cercan y aprisionan.
Cuélganse ricos tapices
de flamencas tejedoras,
en los ligeros balcones
que prolijamente adornan,
columnitas, hojas y arcos
de la arquitectura gótica.
A sus talladas labores
frescas guirnaldas festonan
que el ambiente suave y puro
con sus perfumes aroman;
y su modesta ventana
aun el menestral adornan
de verde laurel brillante
símbolo de la victoria,
y de enredado ciprés
con oscuras ramas cortas,
signo de que alguien padece
con tan desusada pompa.
Gimen los marinos ecos
en las playas y en las rocas,
de repetir fatigados
los gritos de los que adornan
las galeras y las barcas
que junto al puerto aprisiona
y la cadena sujeta
rechinando el ancha corva
y el ruido de las que alzan
frente de la antigua lonja
un tablado de madera
que en el revalage[4] ahoga
el lujo de los tapices
conque le cubren y alfombran.
Rechinan de las cureñas[5]
las ruedas en que se apoyan
los cañones de los muros
que a las playas arenosas,
bajan los fuertes soldados
entre tirantes maromas,
llevan dorado mueblaje
y ricas telas gustosas
al palacio que en la rambla
edificó Tarragona
morada de su arzobispo,
y a cuya espalda se notan
de un dilatado jardín
salvando las tapias cortas
los árboles a quien mece
la brisa murmuradora:
y en las calles y en las plazas
la muchedumbre afanosa
agítase codeando
porque se empuja y se ahoga
en el bullicio incesante
que se aumenta a cada hora.
En balcones y ventanas
sus gracias encantadoras
las hijas del Llobregat
van ostentando cuidosas
de mirar o que las miren
los galanes que enamoran.
Cruzan gallardos jinetes
que ocultan lucientes cotas
de seda con ricas túnicas
que el oro y la plata bordan,
y ondula en su martinete[6]
con la brisa bulliciosa
ligera pluma de cisne
que en rico broche se apoya.
Por allí cruza de pajes
muchedumbre revoltosa,
que a las viejas mortifican
con sus frases zumbadoras:
aquí la gente se agrupa
y se oprime y se alborota,
paso dejando a algún tercio
de las castellanas tropas
que marchan acompasadas
al son de marciales trompas.
Tras de ellas se ven pasar,
luciendo talares ropas,
los severos conselleres[7]
con su corte numerosa,
y el obispo y su cabildo
con vestiduras lujosas
llevando la cruz delante
ante la cual se destacan
los hombres, y las mujeres
devotamente se postran.
No faltan galanteadores
que aprovechando las horas
de confusión y tumulto
cambie[n] una cita amorosa
a despecho de una dueña
que su vejez no perdona,
ni reñidores soldados,
ni mal avenidas mozas,
ni desenvueltos muchachos
ni viejas murmuradoras.
Todo es ruido y confusión:
gritos que gritos ahogan,
y plumas, velos y almetes,[8]
músicas, flores y tocas[9].
(Continuará)
(Semanario Pintoresco Español. 2/9/1855, n.º 35, pp. 298-288).
III
—Ya se acercan.—Allí vienen.
Mirad y cuánta galera.—
A la playa.—Que me oprimen.
—Vamos, vamos.—Fuera viejas,—
—Deslenguado.—¡Que me ahogan!—
—Conque hermosa, a la una y media.—
—Sí.—¿Qué es eso ?...—Señor soldado
hágase atrás que me aprieta.—
—Calla niña si hace frío.—
—Pues yo sudo.—Vaya fuera
de la ciudad a estar ancho.—
—No quiero—No haya quimeras.—
—Sois un mandria[10].—Lo veremos.—
—¡Que se matan!—Que ya llegan.—
—¡Ay! mi toca ¡Ay! ¡Ay! reniego
de tal bulla.—Si me dieran
mas oro que... quiá[11] no vuelvo
a meterme en otra.—¡Fuera!
—Ese caballo.—Muchacho.—
—Ya están cerca, ya están cerca.
—Silencio.—Atrás.—Por aquí.—
—A la playa.—¡Santa Tecla!—
Y todos se precipitan
porque curiosos desean
mirar al rey prisionero,
que viene con las galeras,
y cual pantano que rompe,
el muro que lo sujeta,
al mirar de la muralla
las puertas del mar abiertas,
lanzáronse entre empujones,
risas, suspiros y quejas
a la playa , en confusión
que un solo instante no cesa,
menestrales y labriegos
soldados, niñas y viejas.
Y a la verdad es fundada
la impaciencia que demuestran,
pues de Francisco primero
ver la majestad suprema,
que a España viene aunque honrada,
no de grado, sí de fuerza,
es motivo suficiente
y disculpa la presteza,
con que todos hacia el mar
se oprimen y se atropellan;
que no es por Dios espectáculo
que se ofrece con frecuencia,
mirar un rey prisionero
de quien mil hazañas cuentan.
Los hombres anhelan verle
por su fama de fiereza,
las hermosas porque diz[12]
es galante con las bellas,
las chicas por algazara[13],
y por murmurar las viejas.
Mas todos pronto a saciar
van su deseo, pues entran
las galeras en el puerto,
que guardan o que cortejan
la capitana en que viene,
su majestad prisionera.—
Ya ha llegado: las campanas
rápidamente voltean;
y al atronador ruido,
conque los espacios pueblan,
en estruendo indefinible
confusamente se mezclan,
atambores[14] que redoblan,
y trompetas que resuenan,
y mosquetes[15] que disparan,
y cañones que revientan.
—Pues aunque viene vencido,
no cual prisionero entra,
sino con todo el honor
de su estirpe y sangre regia,
pues siempre los españoles
valientes en la pelea
con enemigos vencidos
de ser corteses se precian.
La muchedumbre se apiña,
agrúpanse las cabezas,
y en balcones y ventanas -288-
pañuelos el aire ondea
agitados por las manos,
de lindas barcelonesas.
—Ya ha entrado dentro del puerto
y el tablado que en la playa
junto al ravalaje [17]hicieran
de estribor en el costado
la gente de mar aferra,
para que por ella baje
el rey que vencido llega,
desde el buque hasta el palacio
sin que tocar tenga en tierra.
Llegada la comitiva
del monarca a la presencia,
que a Barcelona gobierna,
a nombre de la ciudad
con muy corteses maneras,
que el hospedaje reciba
que le preparan le ruega.
Dióle gracias el francés,
pero al ver que se le espera
con la pompa y aparato
que cumple a su estirpe regia,
dijo al valiente guerrero
con delicadeza extrema:
«Os doy gracias y las doy
a la ilustre Barcelona,
que bien su nobleza abona
con su proceder de hoy;
pero os suplico señor
mandéis cesen los festejos
que estoy de mi Patria lejos
y triste, Gobernador.
Que admitan el fiel tributo
de mi gratitud espero,
mas hoy vengo prisionero
y por mi honor visto luto.»
A poco rato el ruido
de atambores y trompetas,
de campanas y cañones
que por los aires resuena,
tornóse silencio mudo
porque al saber la respuesta
que el prisionero monarca
a la comitiva diera,
el pueblo entero comprende
el hondo pesar que encierra
y aunque le quieren vencido,
generoso le respeta.
Salió el monarca francés
que la comitiva cerca,
y a su lado cual su sombra
vestidas sus armas negras,
el fiero Alarcón[19] que guarda
quizá con tosca rudeza
al prisionero monarca
que ni un solo instante deja.
No viste el francés guerrero
de terciopelo y de oro
ni armadura de Venecia,
ni cubre su regia frente
con airoso pendoncillo[22]
y el modo, et non plus en ella;
que solo cubre sus formas
lisa ropilla modesta
de negro color, y negros
los broches que la sujetan
a su talle airoso y fino
que admira más de una bella.
Negro es el corto birrete,
negra la pluma que ondea
por un broche de azabache
al lado izquierdo sujeta,
y aun su rostro sombreado
por barba aunque corta espesa,
con su palidez enluta
su noble y digna presencia.
A las pláticas responde
que en vano anudar esperan
corteses los españoles
para distraer su pena,
y con sonrisa galante
que mal cubre su tristeza
a los amables saludos
de las hermosas contesta.
Así en medio del silencio
que por todas partes reina,
del rudo Alarcón seguido
y de guardia una bandera,
penetra dentro el palacio
del arzobispo.—A las puertas
queda la plebe un momento
en admiración suspensa,
hasta que al fin deshaciéndose,
con marcha pausada y lenta,
poco a poco a sus hogares
tomó callada la vuelta;
que tal acontece siempre
después que acaban las fiestas
a que presurosa acude
la muchedumbre contenta.
Retiráronse los nobles
y la comitiva entera,
para que descanse el rey,
o porque triste no vea,
su vencimiento patente
al contemplarlas tan cerca;
y a poco solo se oían
los pasos del centinela,
que a la puerta del palacio
lentamente se pasea,
murmurando algún romance
para entretener su vela.
(Se continuará) -295-
(Semanario pintoresco español. 9/9/1855, n.º 36, pp. 287-288).
IV.
Llegó tranquila la noche
con sus balsámicas auras,
que mansamente murmuran
al cruzar por la enramada
o se aduermen en los cálices
de las flores perfumadas.
Brilla en el cielo sereno
cuyo oscuro azul no empaña
ni una nube trasparente
cual suelto velo de gasa,
la melancólica luna
que con su luz argentada
recorre tranquila el cielo,
mientras la ciudad descansa,
entre brillantes estrellas
que la cercan y acompañan
como reina del espacio
por su corte rodeada.
Todo duerme en la ciudad;
que a la vida que ostentaba
antes de que en occidente
su disco el sol ocultara,
ha sucedido el silencio
de la noche solitaria,
silencio que sume en tristes
meditaciones al alma,
pues parece Barcelona
desiertas calles y plazas,
con las sombras que la envuelven
y en vano la luna baña,
vasta tumba en que durmióse
de su agitación cansada.
Sin embargo, de que aún vive
alguna señal se halla,
pues se escucha repetida
triste y monótona cantiga[23]
del despierto centinela
que vigila en las murallas,
la canción del pescador
al rumor acompañada
de sus remos, y a lo lejos
bajo gótica ventana
de algún rendido mancebo
las trovas enamoradas.
—Está serena la noche
con sus balsámicas auras
que mansamente murmuran
al cruzar por la enramada,
o se aduermen[24] en los cálices
de las flores perfumadas.
Dormida está la ciudad
en el reposo embriagada;
mas para quien sufre triste
el peso de la desgracia,
ni tiene la noche sombras
que al blando sueño preparan,
ni sus espíritus llevan
en sus silenciosas alas
de la silvestre amapola
soporífera fragancia:
que quien la espina punzante
del dolor lleva clavada
metiendo su aguda punta
que el corazón le desgarra,
vela mientras todos duermen
en la noche solitaria,
y allí comienza su vida
donde la del mundo acaba.
Quizá por eso en el huerto
que aun del Arzobispo llaman,[25]
y que se extiende detrás
del palacio que en la Rambla
ocupa aunque prisionero
el rey Francisco de Francia,
se ve pasear un hombre
que se adelanta o que para,
y detrás un bulto negro
que con cautelosa marcha,
en sus más ligeros pasos
parece que le acompaña.
Ser dijérase su sombra
si no se oyeran las armas
que a despecho de su dueño
le crujen bajo la capa,
con que su rostro y sus formas
prudentemente recata.
El primero sin embargo
en el otro no repara,
que en meditación profunda
parece que sufre y calla,
pues alguna vez al cielo
el rostro afligido alza,
y o fue nocturno rocío
o fue solitaria lágrima,
una gota transparente
que por su mejilla pálida
rodó perdiéndose pronto
en su espesa y corta barba.
¿Quién a tales horas sufre
y abismado en su desgracia
ni siente la fresca brisa
que por su frente resbala,
ni percibe de las flores
la perfumada fragancia,
ni escucha rumor bullente
de la cercana cascada,
ni siente que tras sus pasos
otros pasos adelantan?
¡Ay! que su pena ser debe
muy profunda y muy amarga,
porque suspiros tristísimos
de su pecho se levantan,
que al mezclarse con la brisa
hace que gima angustiada -303-
y que las flores se doblen
a su contacto agostadas.
¡Ay! que sufrir debe muchos
padecimientos su alma,
que viste luto su cuerpo
y ahogados ayes se exhalan
de su comprimido pecho,
cual si fuerte no bastara
a contener tanta pena
en su extensión limitada.
Nadie pudo a pesar de ello
escuchar el ¡ay! que lanza,
porque sin duda comprende
que si el sufrimiento habla,
pierde de su intensidad el dolor,
y aunque desgarra nuestro pecho
su agonía, es tal su esencia,
que ansia más pena la pena
misma, y en su dolor se embriaga.
-Alguna vez sin embargo
escapáronse palabras
a sus labios temblorosos
que su secreto declaran,
y la brisa al recogerlas
fue murmurando liviana.
Mas, ¿qué ruido se percibe
tras de los muros que guardan
los límites del jardín
donde tal escena pasa,
y que se acerca creciente
a las verjas que de entrada
le sirven, con gruesos hierros
entrelazados formadas?
Es el trote acompasado
de corceles que adelantan
y a que se mezclan confusos
pasos de gente que marcha
a pie, junto los caballos
y que algunas frases cambian:
a poco, tras de las verjas
cual reflejo de las llamas
de un incendio, percibióse
claridad inesperada,
que aumenta su luz rojiza
y que se aviva o se apaga,
cual de antorchas a que el viento
hace que intranquilas ardan.
Más cada vez el ruido crece,
y las luces aclaran,
de los árboles la sombra
que van huyendo agrupadas,
a los sotos interiores
donde el resplandor no alcanza.
Y sin embargo, el que triste
en el jardín paseaba,
absorto en sus pensamientos
no se apercibe de nada,
al paso que el bulto negro
echando hacia atrás la capa,
dejó brillar en sus manos
fuerte espada toledana,
y al mismo tiempo hacia el otro
tanto se acerca, que alza
la cabeza sorprendido
en voz diciéndole clara.
-¿Qué es eso, buen Alarcón?
¿Por qué abandonáis la estancia,
y el reposo, que requiere
la vela continuada,
con que siempre vuestro afecto
por honrarme me acompaña?
¡Anhelábais de la noche
gozar la tranquila calma!
Al acabar de decir
el monarca estas palabras,
que mal su tristeza encubren
y sus pesares recatan,
vagó por sus secos labios
ligera risa forzada,
pues bien conoce el designio
de él que su persona guarda.
-Señor, (contestó Alarcón)
al mirar que solo estaba,
cuando entré a veros solícito,
dentro de la regia cámara,
temí si algún accidente
o una imprevista desgracia
os hubiera, aunque a estas horas
obligado a abandonarla.
Os doy gracias capitán,
vuestra finura extremada
comprendo bien y más ¿qué ve?
¿Por qué desnuda la espada
en vuestra diestra contemplo?
¿Qué sucede? ¿Por qué anda
mi valiente caballero
con precaución tan extraña?
–Señor, es que parecióme
escuchar ruido de armas,
y aun el rumor sospechoso
de nocturna cabalgata,
y por costumbre no pude
dejar dormir en la vaina
á mi amada compañera;
que si yo no la sacara,
al ver cercano el peligro
se partiera avergonzada.
Yo no os diré lo que sea
que en verdad no se me alcanza
el motivo de esas luces
que junto la verja paran.
-Decís bien, pues aseguro...
Pero ¿qué miro?... son damas
las que montan los corceles
si mi vista no me engaña.
Alarcón, me permitís
acercarme hasta la entrada?
–Señor aquí vuestra alteza
no suplica sino manda.
(además, que muy ligeras
han de andar si acaso es trama,
para lograr arrancarte
tras el filo de mi espada)
a media voz añadió
como si ya le pesara,
tan cortés haber andado
con el cautivo monarca.
de este apacible jardín,
entre las flores que exhalan
con las brisas bulliciosas
grata esencia perfumada?
(Semanario pintoresco español. 16/9/1855, n.º 37, pp. 302-303)
V.
Inesperada sorpresa
el francés monarca siente,
cuando llegó hasta las verjas
con Alarcón que no pierde
ni sus menores miradas
ni sus acciones más leves.
Espléndida cabalgata
ante sus ojos se ofrece,
mas no abruman armaduras
los indómitos corceles,
ni caparazón de acero
sus pechos robustos tienen,
que en vez de llevar el peso
de los armados jinetes,
mal reprimen su arrogancia
con riendas de seda leve
veinte bellísimas damas
que visten en vez de arneses
trajes de rica labor
sobre brocado luciente,
y perlas en el cabello
y diademas en las sienes.
Pajes llevan sus bridones[26]
con lujosas sobrevestes
de los colores que visten
las damas que los sostienen
y sobre el pecho bordados
de su blasón los cuarteles.[27]
Odoríferas antorchas
otros delante sostienen,
que a su claridad brillante
hace que vencida quede
de la luna melancólica
la luz azulada y débil.
De Palamós la condesa
luce allí su tez de nieve
contrastando con la esposa
del gobernador valiente,
en que su africano origen
bien a las claras se advierte
y la señora de Módica[28]
y otras que a ninguna ceden
en blasones de hidalguía
y en virtud, que resplandece,
en la belleza que todas
con tipo diverso tienen.
La lujosa comitiva
en la verja se detiene,
y al mirar al rey tras ella
que lo que ve no comprende,
la de Cardona discreta
saludóle cortésmente.
—¿Es quizá tal mi ventura
(respondióle el rey galante)
que merezca estar delante
de tan perfecta hermosura?
Nunca pude esperar yo
el mirarme tan honrado
que a quien nació desgraciado
siempre la ventura huyó.
LA CONDESA.
—Las nobles de Barcelona
aunque os contemplan vencido,
comprenden que un rey caído
a quien su valor abona,
desee sufrir con la suerte
que el destino le brindara,
y que mejor aceptara
que los honores la muerte.
Mas puesto que cosas son
de los azares de guerra,
de las damas de esta tierra
recibid la admiración;
que si a la lid animamos
los que a combatiros fueron,
hoy que triunfantes volvieron
con vos vencido lloramos.
Por más que me cause enojos
siempre viviera cautivo,
por lograr ver compasivo
el brillo de vuestros ojos;
y ahora acierto a comprender
el valor de los guerreros
que a mis nobles altaneros
supieron fuertes vencer,
pues animados por vos
en las guerreras campañas,
sus valerosas hazañas
parar debe solo Dios.
LA CONDESA.
Fama tenéis de galante
y la verdad que no miente.
EL REY
Tan solo mi pecho siente
que no he de serlo bastante.
La plática comenzada
sostenida se mantiene,
y en tanto Alarcón que a espacio
cuando la verdad comprende
del prisionero monarca
delicado se detiene,
entre las sombras oculto
palpitar su pecho siente
al mirar tanta hermosura
como ante sus ojos tiene,
pues aunque duro en la guerra
contra duros combatientes
delante de las hermosas
es como ante el sol la nieve,
Al fin la empezada plática
oye terminar alegre,
y que vanse despidiendo
entre saludos corteses
las damas del caballero
aguijando sus corceles.
En cambio de su vista
su gratitud les ofrece,
el monarca, y que si libre
hasta su patria volviese,
nunca a España tornarían
los ejércitos franceses;
y al tocar a la de Módica
despidióse de esta suerte
—Que Dios os guarde señor
y que os colme de ventura,
de su madre santa y pura
por celestial autor.
de Monserrat en el ara
por vos de hoy más pediré,
y que protección os dé
pues que al desgraciado ampara.
Al escuchar Monserrate
como quien recuerdo tiene
grabado en el corazón
de escenas que le conmueven,
dijo el rey a la condesa
que a escucharle se detiene;
—Monserrate: yo escuché
ese grito de victoria
cuando humillada mi gloria
en el combate dejé.
El grito triunfante era,
que daban vuestros guerreros:
también los marineros
lo escuché de mi galera,
y cuando al bogar un monte
de varia forma miraban,
cuyos picos destacaban
en el lejano horizonte,
a ese nombre pude oír,
un cántico de alabanza
que perdido en lontananza
iba en la roca a morir.
—Si vierais lo que debemos
a esa Virgen venerada,
comprenderíais la extremada
devoción que la tenemos.
—¡Oh! concededme un favor
dijo al punto el rey cristiano.
—Decid que no será en vano,
pues lo concedo, señor.
—Nada valgo, nada soy,
pues monarca prisionero
ni aun mi espada de guerrero
ofrecerla puedo hoy.
En una lid empeñada
dejé mi corona puesta,
y únicamente me resta
esta sortija adorada.
Fue de mi madre, señora:
ya comprendéis su valor,
pues sabréis todo el amor
que un hijo amante atesora.
Tomadla y en pobre ofrenda
a esa Virgen tan querida
dejársela en mi partida
de tal cariño cual prenda.
Nada vale: es pobre el don
y de mezquina valía,
mas va en ella, madre mía
mi cristiano corazón.
Calló el rey: tras breve pausa,
bajó devoto la frente,
y el ángel de las plegarias
batiendo las alas leves
una oración elevó
al Señor Omnipotente.
Dio la sortija a la dama
que conmovida promete
cumplir con lo que desea
apenas el sol se muestre;
y a poco, solo se oían
de los lejanos corceles
el galope acompasado
y el eco que lentamente
cada vez se disminuye,
y cada vez es más leve,
hasta que del todo al fin
completamente se pierde.
CONCLUSIÓN.
A otro día las galeras
de la ciudad se despiden
y tras breve travesía
pronto a Valencia distinguen
con la brisa adormecida
de sus moriscos jardines.
De allí conducen al rey
a Madrid, que le recibe
con el aparato mismo
cual cautivo de su estirpe;
y aún se conserva la torre
en la plazuela que dicen
de la Villa, donde estuvo
hasta que al fin tornó libre
después de dejar firmados
los tratos que le redimen.
Y es fama que nunca pudo
olvidar la noche triste
que pasara en Barcelona,
ni a la de Módica insigne
ni el nombre de Monserrat
donde aún la iglesia subsiste
de la imagen milagrosa
que vio a sus plantas rendirle,
tributo y adoración
leyes de encumbrado origen
y guerreros vencedores
y santos pobres y humildes.
Y hace poco se veía
de la inesperada efigie
en el dedo la sortija,
cuyo recuerdo sublime,
con la cristiana creencia
que pura en su pecho vive
al trovador ha inspirado
del Anillo de la Virgen.
(Semanario Pintoresco Español. 23/9/1855, n.º 38, p.203)
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Batalla de Pavía, librada el 24 de febrero de 1525 entre las tropas imperiales de Carlos V y el rey Francisco I de Francia.
[2] Caballero guipuzcoano al servicio de Carlos V, Juan de Urbieta Berástegui y Lezo. Intervino en la captura del rey Francisco I.
[3] Wifredo el velloso, "Guifré el Pilós", conde de Barcelona y Gerona entre 878 y 897 y según atribuye la leyenda autor de la “señera”. Véase. El escudo de Vifredo el Velloso. Año 873. (Siglo IX— Época de Vifredo el Velloso, primer conde soberano de Barcelona) por Antoni Bofarull, Hazañas y recuerdos de los Catalanes: o, Colección de leyendas relativas a los hechos más famosos, a las tradiciones más fundadas, y a las empresas más conocidas que se encuentran en la historia de Cataluña, (...) Oliveres, 1846. pp.-48-54.
[4] Rebalaje: en sentido figurado. Escalón que el reflujo forma en la arena y cerca de la orilla. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[5] Cureña: 3. f. Mil. Armazón compuesta de dos gualderas fuertemente unidas por medio de teleras y pasadores, colocadas sobre ruedas o sobre correderas, y en la cual se monta el cañón de artillera. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[6] Martinete: 2. m. Penacho de plumas de martinete. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[7] Conseller: conceller. 1. m. En Cataluña, miembro o vocal del concejo municipal. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[8] Almete: 1. m. Pieza de la armadura antigua que cubría la cabeza. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[9] Toca: 1. f. Prenda de tela con que se cubría la cabeza. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[10] Mandria: 1. adj. Apocado, inútil y de escaso o ningún valor. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[11] Quiá: (que ha de ser) 1. interj. coloq. U. para denotar incredulidad o negación. (Antiguo) (Diccionario de la lengua española, RAE).
[12] Diz: apócope por “dicen” (antiguo). (Diccionario de la lengua española, RAE).
[13] Algazara: 1. f. Ruido, gritería de una o de muchas personas juntas, que por lo común nace de alegría. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[14] Atambor: tambor (antiguo). (Diccionario de la lengua española, RAE).
[15] Mosquete: 1. m. Arma de fuego antigua, mucho más larga y de mayor calibre que el fusil, que se disparaba apoyándola sobre una horquilla. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[16] Galera: 1. f. Embarcación de vela y remo, la más larga de quilla y que calaba menos agua entre las de vela latina. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[17] Ravalaje, por rebalaje: 1. m. Remolino que forman las aguas al chocar con un obstáculo.
[18] Pedro de Cardona y Enríquez.
[19] Hernando de Alarcón: Francisco I, hecho prisionero en la batalla de Pavía, desembarcó en Palamós el 17 de junio de 1525, custodiado por el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, y acompañado de la compañía de infantería que mandaba Hernando de Alarcón.
[20] Sobrevesta: sobreveste. 1. f. Prenda de vestir, especie de túnica, que se usaba sobre la armadura o la vestimenta. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[21] Cimera: 1. f. Parte superior del morrión, que se solía adornar con plumas y otras cosas. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[22] Pendoncillo: pendón. 1. m. Insignia militar que consistía en una bandera más larga que ancha y que se usaba para distinguir los regimientos, batallones, etc. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[25] Era el palacio del arzobispo de Tarragona, emplazado en Barcelona.
[26] Bridón: 5. m. p. us. poét. Caballo brioso y arrogante. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[27] Cuartel: 11. m. Heráld. Cada una de las divisiones o subdivisiones de un escudo. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[28] Puede referirse a Ana de Cabrera, VI condesa de Módica, vizcondesa de Cabrera y de Bas, que casó en 1518 con Luis Enríquez VI almirante de Castilla.