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Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Recuerdos de un viaje por España. Castilla, León, Oviedo y Provincias Vascongadas, Madrid,  Establecimiento tipográfico de Mellado, 1849, pp. 117-118.

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LOCALIZACIÓN

VILLAVICIOSA

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[Alfonso el Cristiano o de la Espinera]

 

Después de hablar de la visita de Carlos I, que es el gran recuerdo histórico de Villaviciosa, hablaremos del origen del dicho vulgar en Asturias de llamar a sus moradores los hijos de Alfonso el Cristiano o de la Espinera, según nos le refirió uno de los alquiladores de nuestros caballos.

Dice, pues, la tradición, que allá en tiempo de entonces, hubo en esta villa un guerrero muy valiente y feroz llamado Alfonso; el cual, menos que por la defensa de la religión de Cristo, combatía con los moros por satisfacer sus crueles instintos de matar a los hombres, robar las doncellas, etc. etc. Su santo titular quiso a toda costa salvar aquella alma que caminaba a largos pasos a su perdición eterna, y un día revestido de sus ricos ornamentos episcopales y rodeado de una aureola de gloria, se le apareció en lo alto de un espino reprendiéndole su mala vida y ordenándole fuese en penitencia a peregrinar a Covadonga, Roma, y Jerusalén. Prometióle el glorioso San Ildefonso a su protegido, que cuando Dios le hubiese perdonado sus enormes pecados, vería en sí mismo una señal evidente.

Alfonso, ya convertido desde aquel momento, arrojó la espada y la lanza, y empuñando el bordón de los romeros, dio sus bienes a los pobres y marchó a obedecer el precepto divino.

De regreso a su patria, entraba todos los días en la iglesia al toque del alba, y no salía sino cuando el sacristán lo echaba fuera para cerrar las puertas. Ayunaba de continuo, maceraba sus carnes pecadoras, y dormía siempre bajo el espino donde había visto al santo arzobispo cuyo nombre manchara hasta el día de su conversión.

Por fin, Dios, conmovido de tan severa penitencia le perdonó, y la señal que San Ildefonso pronosticara, apareció por fin. Consistía esta en verse siempre el tal Alfonso en una atmósfera contraria a todos los demás hombres. Así es, que cuando todos buscaban en diciembre el fuego para libertarse del frío que helaba sus miembros, Alfonso el Cristiano sudaba copiosamente; y viceversa, en las calurosas tardes de la canícula, pedía de limosna algunas ramas de árboles para formar una hoguera en la que se calentaba.

Finalmente, Alfonso el Cristiano llegó a muy avanzada edad, murió en opinión do santo, y fue sepultado al pie del Espino milagroso.

 

FUENTE:

Mellado, Francisco de Paula. Recuerdos de un viaje por España. Castilla, León, Oviedo y Provincias Vascongadas, Madrid, Establecimiento tipográfico, 1849, pp. 117-118.

Christelle Screiber di-Cesare