La esposa del arquitecto
I
Sobre la clave del puente
que de San Martin se llama
se ve, mirando á Poniente,
en mármol blanco y luciente
el busto de gentil dama.
Quién es, y por que está allí,
dice tradición aneja;
la diré como la oi,
aunque no me conste á mí
lo cierto de la conseja.
No hallaba entonces rival
Toledo, del arte emporio,
y en ella, con pompa real,
era Don Pedro Tenorio
Arzobispo y Cardenal.
La guerra, en tiempo pasado,
aquel puente destruyó,
y el generoso Prelado
reedificarlo mandó
á un arquitecto afamado.
Oro sin tasa vertía
el purpurado magnate;
el tiempo veloz corría,
y al fin, al puente dió un día
el arquitecto remate.
Y al artista el Cardenal
dijo, mirando el portento
de aquel arco colosal;
—A su luz sólo es igual
la luz de vuestro talento.
Eterna vuestra memoria
vivirá de gente en gente,
y alzarán á vuestra gloria
himnos en letras la historia,
himnos en piedras el puente.—
Y el buen pueblo toledano
por las laderas y el llano
afanoso se extendía
y al arquitecto aplaudía
como á genio soberano.
Mudo el artista escuchó
del Prelado las razones,
confuso se retiró,
y el pueblo le acompañó
con vivas v aclamaciones.
II
No bien penetro en sus lares
el arquitecto abatido
y cesó el sordo ruido
de los gritos populares,
sentóse junto á una mesa;
la sien apoyó en la mano,
contemplando absorto un plano
cuyo estudio le interesa.
Y tras largo meditar
exclamó: —¡Mi fama ha muerto!
Mi error, por desdicha, es cierto;
nada me puede salvar.
Sin honra vivir no puedo;
yo las cimbras quitaré
y aplastado moriré
ante el pueblo de Toledo.—
Su faz trastornó el efecto
de mental perturbación
cuando entró en la habitación
la esposa del arquitecto,
que justamente alarmada ,
con lágrimas en los ojos,
quiso de aquellos enojos
saber la causa ignorada.
El raudal de su ternura
calmó del artista el duelo
que le mostró, sin recelo,
la causa de su amargura.
—Sólo quien como tú ama,
dijo, sabrá disculparme
cuando se acerque á insultarme
ese pueblo que me aclama.
Un error, ya sin remedio,
hoy en el puente he notado,
dos sillares he trocado
en el gran arco de en medió.
Y de tan torpe manera
ajusté la clave arriba
que todo su peso estriba
en la armazón de madera.
Llegará el fatal momento
en que las cimbras se quiten
y no habrá fuerzas que eviten
un espantoso hundimiento.
Yo me hundiré con el imente;
el Tajo me arrastrará
y mi memoria será
vituperio de la gente.—
Creció en la esposa el cuidado
y el cariño del esposo
que si le amaba dichoso
le idolatró desdichado.
Alma noble en mujer fuerte
que, apenada de escucharle,
ya sólo pensó en librarle
de la deshonra y la muerte.
III
Rueda en nubes osbcuras embozada
la noche silenciosa
y duerme, en la penumbra sepultada
la ciudad populosa.
Ni una luz, ni un acento, ni un ruido
se mira ni se siente,
sólo el Tajo, de lluvias acrecido,
revélase imponente.
Lentos golpes los ecos dilataron
de doce campanadas,
cuando en una calleja se escucharon
rumores de pisadas.
Sombra ó fantasma que infundir pudiera
al más valiente espanto,
se ve hacia el Tajo descender ligera
envuelta en negro manto.
No le infunde temor la espuma hirviente
que invade la ribera;
audaz llega á tocar del nuevo puente
las cimbras de madera.
Sobre la seca pira resinosa
un líquido derram a,
descubre una linterna misteriosa,
y aplícale su llama.
Y en tanto al pino, con terrible imperio,
el fuego lame y muerde,
huye la sombra con igual misterio
y en las calles se pierde.
Cuando leves reflejos de la aurora
se alzaban en Oriente,
destruida la cimbra protectora
se hundió el hermoso puente,
Nadie logró saber si el inaudito
suceso inesperado,
producto fué de caso fortuito
ó crimen meditado.
Y en tanto el arquitecto se admiraba
del hecho providente
que su vida y su crédito libraba
de un peligro iaminente;
con mano liberal de nuevo abría
sus arcas el Prelado;
llamaba al arquitecto, y disponía
que el puente fuera alzado.
IV
Largos meses pasaron, ya el puente terminaba
cuando al buen arquitecto nueva desdicha hirió,
á la sin par esposa que con el alma amaba
una grave dolencia la vida arrebató.
Ya en su lecho de muerte, con voz desfallecida,
—un secreto, le dijo, te voy á revelar:
yo fui la que una noche, para salvar tu vida,
de San Martin el puente me decidí á incendiar.—
Murió luego, y guardando revelación tan grave,
el buen artista en mármol su busto retrató
y en el arco de en medio, sobre la altiva clave,
con mano temblorosa llorando le fijó.
Tal es de la leyenda la narración curiosa
que yo relato ahora como contarla oi,
si algún lector la juzga conseja fabulosa
abónala el retrato que el puente guarda allí.