La Luz del Valle
I
Habíase terminado la para España gloriosa guerra de la Independencia, y la ciudad de Toledo recobraba su aspecto habitual, tornando de los pueblos de los célebres montes las comunidades religiosas que huyeron de los invasores en días amargos, y renaciendo las decaídas industrias.
Ya no se oía en las altas horas de la noche el ruido de patrullas, ni las espantables voces de los centinelas.
Las corporaciones, al frente de ellas el cabildo primado, hacían fiestas de desagravios y acción de gracias por las profanacions consumadas durante la guerra y por las victorias conseguidas por el mermado ejército nacional y el pueblo y la cooperación de Welington.
Debido á esta notable mutación, el vecindario solía recorrer entre el día, y aun á la caída de la tarde, la capital por vía de paseo, con el fin de examinar de cerca los destrozos ocasionados por las huestes napoleónicas.
Cuéntase que de improviso una noche apareció una extraña luz en la puerta de la ermita de Nuestra Señora del Valle, lugar poético que perfuman y embellecen los romeros, cantuesos, tomillos, lirios y otras plantas.
Corrió de unos á otros barrios la noticia de la singular ocurrencia, y turbado nuevamente el pueblo, acudió en grupos á la plazuela de la Cruz Verde, á las Carreras de San Sebastián, á San Lucas y á cuantos sitios de la población tienen sus vistas al Valle.
– Sin duda debe ser – decían unos – alguna vela que el santero de la Virgen ha dejado sin apagar.
– Acaso sea luz de promesa, hecha por devoto compaisano cuando los franceses bombardearon la ciudad desde la ermita – replicaban otros.
– Se apaga y vuelve á lucir – observaban algunos apocados – y sólo luce por las noches.
En diálogos semejantes dejaban transcurrir las horas, tomando en ellos parte la extinguida ronda benéfica de pan y huevo y algún que otro alguacil, que divulgaban el hecho á la mañana siguiente con las fantásticas visiones que su imaginación les sugería, siempre revestido de misterioso cortejo.
II
Impuesto el clero días después en la novedad, hizo coro con el vecindario, comentando en noches sucesivas la presencia de aquella clara luz que atraía todas las miradas hacia el pintoresco cerro del Valle.
No faltaron jóvenes que, armados de sendos chupones de oliva, intentaran escudriñar la naturaleza del faro luminoso, recorriendo con este objeto los caminos que desde ambos puentes de Alcántara y San Martín, conducen á la ermita en que aquél despedía sus rayos rojizos. A pesar de su valor, ninguno de ellos decidió aproximarse hasta el patio del santuario. Secreto miramiento les impedía llegar al sitio de la misteriosa llama.
Interrogábase el ermitaño por unos y otros, bien visitando la ermita durante el día, bien cuando éste cruzando el barco, venía á la ciudad, y á todos daba la misma respuesta, siempre negando que en su morada luciera vela ni farol durante la noche.
Una ronda de cigarraleros, presumiendo si la tal luz que desde sus pequeñas divisaban, sería juguete de alguna bruja que tratara de convertir el templo en medroso aquelarre, dió una noche varias vueltas en derredor de los cerros que le circundan, atreviéndose por último á penetrar en el patio que sirve de atrio al mismo, tomando las precauciones debidas.
Grande fué su sorpresa al no encontrar en su jornada, ni luz ni bruja, ni sér alguno. Sólo el viento que en aquella hora se agitaba, hería sus tímpanos como imitando abrumador silbido.
III
La luz misteriosa del Valle continuó largo tiempo siendo el terror de los moradores de Toledo y su comarca, sin que jamás se pudiera descubrir si la producía vela, farol de aceite, resina ú otro cuerpo en ignición.
Al aproximarse al patio de la ermita, desaparecía, y sólo á larga distancia se la observaba.
Hubo quien creyó que eran almas que por aquel medio imploraban preces para su eterna salvación; por lo que al pie de la sagrada imagen que allí se venera rezaban muchos católicos el rosario.
Otros, y éstos eran los más, veían en la luz un símbolo sobrenatural que incitaba á los toledanos á conservar la fe que habían manifestado durante la pasada epopeya, ora honrando á Dios por diversos modos, ora trasladando la imagen de Nuestra Señora del Valle á la ciudad, á fin de librarla del salvajismo extranjero.
Editado por Christelle Schreiber-Di Cesare