D. Esteban Illán[1]
I.
Entre espinos y retamas
entre musgo y entre cieno.
con más grietas que ladrillos
y más ladrillos que yeso;
sin piso por ser el Tajo
quien alfombra su aposento;
sin techumbre, pues no hay
otra
que la sábana del cielo;
se ve un ruinoso edificio
a la falda de Toledo,
y a la derecha de un puente
que en otros tiempos más buenos
le bautizaron los nobles
de puente de los Guerreros,
gigante parece inmoble
que desafiando al tiempo,
el mismo le va arrancando
uno a uno sus cabellos.
En las crónicas antiguas
que son la herencia del pueblo,
se dice, y se cree sin duda
con justicia y fundamento,
que el edificio ruinoso
fue construido primero,
con la muy sana intención
y el noble y leal objeto,
de servir a los placeres
de un rey lujurioso y necio
que perdió a España y perdióse
por sus impuros deseos.[2]
El baño fue de la Caba,[3]
en hermosura portento
que si fuese menos bella
ganáramos mucho en ello.
Pero dejando tranquilos
de unos y de otros los huesos
avanzaremos un siglo
si hemos de narrar un cuento,
que no lo será, si damos
a la tradición su crédito.
nos lo contó nuestro abuelo.
Ahora el lector si le place
Lo acepta, y si no... Laus Deo.
II.
Cuando en San Juan de la Luz
y en el alcázar soberbio,
que la dio nombre, y conserva
la valerosa Toledo,
y en vez de las rojas cruces
de D. Alfonso tercero,
se ostentaban insolentes
las lunas del agareno[5]:
Cuando el rey, dos meses antes
de ponerla sitio o cerco
ni aun soñaba las victorias
que animoso alcanzó luego:
Cuando Ali-Ben-Alfaraz[6]
con las suyas más soberbio
que el águila que hasta el sol
levanta gigante vuelo,
descansaba en sus divanes
de brocados arabescos,
aspirando mil aromas
que en dorados pebeteros[7]
en blanca nube exhalaban
perfumando el aposento;
un caballero cristiano
de altivos y nobles hechos
llamado Estévan Illán,
glorioso por sus recuerdos
amaba secretamente
a Fátima de Marruecos,
la sultana más hermosa
del alcázar de Toledo.
Viola el joven cierto día
al regresar de un torneo,
y desde entonces sus ojos
viven en sus ojos ciegos:
Por eso cuando la noche
tiende entre sombra su velo
mientras yace Alfaraz
dormido en plácidos sueños,
una silenciosa lancha
se desliza por el Tajo
recelosa y con misterio.
Negra visión o fantasma
la va guiando en silencio
porque es un bulto sin forma
que fijo, sin movimiento,
solo va con sus pesares
al blando son de los remos.
Un rayo al fin de la luna
rasgó de la sombra el velo,
y dio más seguras formas
a lo que en sombras envuelto,
con la sombra se escondía
de las sombras en el centro.
Era un joven: por su traje
ser mostraba sarraceno.
Azul turbante sustenta,
y en él, cual bello lucero
que en el oriente aparece
entre mágicos reflejos,
brilla un rubí de Golconda[9]
de gran tamaño y gran precio.
En un alquicel[10] de lana
pardo al parecer o negro
oculta bien embozado
cuidadosamente el cuerpo:
según observa y mira
según ajusta el recelo,
y pasa, vuelve y revuelve
al rumor más pasajero.
No hay duda que algún designio
le conduce, y que el silencio
mucho le importa, pues marcha
sigiloso y encubierto.
El bronce vibró sonoro,
(en una torre no lejos),
de un reloj que al dar las doce
en son compasado y lento,
reprodujo por tres veces
confuso y ahogado el eco;
Y sin duda esta es la hora
que aguarda ansioso el remero,
pues tres palmadas iguales
sonaron al mismo tiempo,
a las cuales contestaron
con otras tres desde el centro
de otra torre que en el agua
tiene altiva su cimiento,
y a cuyo pie un arco gótico
dio entrada a lancha y mancebo.
Una hora pasó, y al cabo
con el mismo igual misterio
volvió a salir, escuchándose
en medio a tanto silencio,
de un suspiro el rumor leve
y el estallido de un beso.
III.
Días y días pasaron,
y a la misma hora por cierto,
reprodújose la escena
siempre igual, siempre lo mesmo:
y que eran citas de amores
no nos cabe duda en ello,
que no es posible otra cosa
donde hay suspiros y besos;
De manera que constantes
ella esperando, él viniendo,
pasaban dulces las horas
a juzgar con fundamento.
Mas una noche la seña
no tuvo el ansiado eco,
ni las palmadas del joven
respuesta ninguna hubieron.
Con el corazón ansioso
que quiere saltar del pecho.
temeroso, aunque esforzado.
pues nunca conoció el miedo,
se adelantó a la abertura
el sigiloso remero,
investigando la causa
de aquel sepulcral silencio;
pero la proa del bote
halló algún impedimento;
detúvose repelida
sin poder pasar adentro,
y el joven, aunque era oscura
la noche, y que ni un lucero
derramaba su luz trémula
en los espacios inmensos
creyó ver sobre una lanza,
(fija del río en el lecho)
un bulto redondo y blanco,
informe, sin movimiento.
Tornó a mirar acercándose,
y a los oscuros reflejos
de la tenebrosa noche,
lleno el corazón de miedo,
queriendo ahuyentar del alma
los tristes presentimientos
vio sobre el palo maldito
en una punta de hierro
la cabeza de Fátima
como un trofeo sangriento.
Un sordo rugido entonces
exhaló del hondo pecho
como si en él se agitaran
las cien furias del averno,[11]
y dando vuelta al esquife[12]
levantó la mano al cielo,
y al ponerle por testigo
se le escuchó un juramento.
IV.
Cual el sordo rugir de la tormenta
cuando altiva en los mares se levanta,
y el rebramar fatídico y horrible
de las furiosas olas encrespadas;
y el espantoso trueno que retumba
del huracán en las robustas alas;
del mismo modo con furor insano
se agitan las falanges castellanas.
El día amaneció brillante y puro
ni una ligera nube el cielo empaña;
grande el triunfo será, grande la gloria
del que gane el laurel de la jornada.
Tiemble el infiel que dentro de Toledo
tranquilo duerme en el lujoso alcázar,
que al despertar cambiándose la suerte
el grito escuchará de la venganza.
Al vibrar los clarines sonorosos
y al continuo redoble de las cajas[13],
reúnense doquier con entusiasmo
mosquetes[14], torrecillas y lombardas,[15]
ballestas, arcabuces[16], fuertes picas[17]
flexibles hondas y robustas lanzas.
Todo es allí entusiasmo y alegría;
con sus gestos, sus voces y palabras,
mas de seis mil valientes que animosos
tienen henchido el corazón de rabia.
Tan solo esperan que se rompa el dique
y se dé la señal de la batalla.
Al frente de diez bravos caballeros.
cubierto el cuerpo de lujosas armas,
recorre de su ejército la línea
el rey Alfonso vencedor de Urbiana.
monta un caballo cual la mora negro
regalo del rey chico de Granada[18],
y un listón verde que en el viento ondea
atado al hierro en su invencible lanza.
Los moros por su parte apercibidos
guarnecen las fortísimas murallas,
y a los rayos del sol resplandeciente
brillan también las picas musulmanas.
Toledo la imperial parece entonces
una opulenta y ostentosa maga
que con perlas, zafiros y rubíes
orgullosa la frente se engalana,
dando el Tajo su cuerpo peregrino
cinto anchuroso de bruñida plata.
A-Ben-Alfaraz con ronco acento
a sus caudillos y su gente llama;
distribuye las fuerzas, las arenga
blandiendo la temible cimitarra,
y cual tigre que el circo recorriendo
feroz la sangre y mortandad presagia
chispas sus ojos árabes despiden
y sus cortas narices se dilatan.
Suena de pronto la guerrera trompa:
es la señal por todos anhelada;
y agudo grito que los aires hiende
traspasa de Toledo las murallas.
¡Viva Castilla! el eco reproduce,
¡Castilla y Santiago por España!
Y espesa nube de flexibles dardos
y saetas de punta envenenada
robando al sol su fulgorosa lumbre
también los rayos de su fuego empañan.
De los guerreros el estrecho puente
trescientos moros aguerridos guardan
que es del peligro principal el punto
y más difícil por allí la entrada.
Con cincuenta jinetes solamente
un caudillo cristiano se adelanta:
negra pluma en su casco gallardea,
negros son los adornos de sus armas,
negro el bridón[19] que de impaciencia lleno
fiero relincha y en la arena escarba.
Suelta la rienda al fin, la aguda espuela
en sus ijares el caudillo clava,
y de frente arrancando con los suyos
alza furioso la robusta lanza.
Todo fue un punto: los trescientos moros
de contener la arremetida tratan
que cual ola terrible que en los mares
inflexible gigante se levanta.
Del mismo modo las triunfantes cruces
pulverizan las lunas musulmanas.
Al choque de caballos y peones.
cascos y hierros y cabezas saltan
formándose un espeso remolino
que de polvo y de sangre el piso esmaltan.
De pronto se abre la ferrada puerta,
y Alí-Ben-Alfaraz ciego de rabia
seguido de cien bravos tunecinos
a la pelea con furor se lanza,
y en un Instante la sangrienta lucha
muda de aspecto y la victoria cambia.
Los cristianos entonces retroceden
perdiendo en el combate la ventaja
cuando el caudillo de la negra pluma
pasando de su gente a la vanguardia
al árabe soberbio desafía,
le insulta y reta, le provoca y llama.
Ali, cual tigre que se siente herido,
y se para buscando entre sus garras
la víctima insolente, en el cristiano
la torva vista enfurecido clava.
Los dos parten a un tiempo, y al empuje
se hacen astillas las robustas lanzas.
Mas vuelven otra vez: Ali blandiendo
la centellante y corva cimitarra,
y el cristiano inspirado y orgulloso
de siete filos poderosa maza
que antes que el moro revolver pudiera
sobre su frente impura le descarga.
Ali vencido del caballo cae
formando con su sangre extensa charca,
y su gente de horror sobrecogida
huye muda, cobarde y aterrada.
Entonces levantando la visera
el bravo paladín al suelo baja:
la cabeza de Ali corta de un filo....
con sonrisa y placer la observa y alza....
Mira a su izquierda: entre las turbias ondas
que del puente besando las arcadas
murmuran mil recuerdos amorosos
y por la extensa vega se dilatan,
se alza una torre solitaria y triste
tal vez de un crimen perenal fantasma.
Al mirar el cristiano aquella torre
de sus ojos despréndese una lágrima,
Y arrojando en el Tajo la cabeza
del vencido Alfaraz; ferviente y santa
entre un suspiro que arrancó del pecho,
dirije humilde al cielo su plegaria.
Monta otra vez, la espada requiriendo,
y al penetrar de nuevo en la batalla:
“Fátima, dijo, en la mansión celeste
tranquila duerme y aun feliz descansa.
el vengarte juré, ya lo he cumplido:
a Dios, Fátima, pues estás vengada."
Una hora no más transcurriría
y dueños los cristianos de la plaza,
D. Estévan IIlán la cruz de Cristo
clavó altanero en el lujoso alcázar.
J. Belza.
FUENTE
J. Belza. “Don Esteban Illán”, El Fénix, 21 de marzo de 1847, núm. 77, p. 272-275.
[1] Esteban Illán. Toledo, p. m. s. XII – 11.XI.1208. Privado de Alfonso VIII, alcalde de los mozárabes y alguacil de Toledo
[2] Referencia, historia del rey Rodrigo
[3] Florinda, hija del conde Don Julián
[4] Inconcusa: 1. adj. Firme, sin duda ni contradicción. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[5] Agareno: musulmán; 1. adj. Descendiente de Agar, personaje bíblico, esclava de Abraham (Diccionario de la lengua española, RAE).
[7] Pebetero: 1. m. Recipiente para quemar perfumes y especialmente el que tiene cubierta agujereada. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[8] Mastelero: sin mástil
[9] Golconda: en la India.
[10] Alquicel: 1. m. Vestidura morisca a modo de capa, comúnmente blanca y de lana. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[12] Esquife: 1. m. Barco pequeño que se lleva en el navío para saltar a tierra y para otros usos. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[13] Caja: instrumento músico de percusión.
[14] Mosquete: 1. m. Arma de fuego antigua, mucho más larga y de mayor calibre que el fusil, que se disparaba apoyándola sobre una horquilla. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[15] Lombarda: cañón de artillería de varios calibres.
[16] Arcabuz: 1. m. Arma de fuego portátil, antigua, semejante al fusil, que se disparaba prendiendo la pólvora del tiro mediante una mecha móvil incorporada a ella (Diccionario de la lengua española, RAE).
[17] Pica: 1. f. Especie de lanza larga, compuesta de un asta con hierro pequeño y agudo en el extremo superior, que usaban los soldados de infantería. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[19] Bridón: 5. m. p. us. poét. Caballo brioso y arrogante. (Diccionario de la lengua española, RAE).