Comprar el trono de un pueblo con la sangre de un hermano
Cuento histórico
I.
En arrogantes corceles
corriendo a galope largo,
camino van de Montiel
hasta doscientos cristianos.
Jinetes son de Castilla, 5
nobles e ilustres vasallos
de don Pedro el Justiciero,
sostenedores gallardos.
Que con ser tan populosos
sus florecientes estados, 10
y tener tan luengas tierras,
y ser sus dominios tantos,
sólo encontró en su desgracia
doscientos fieles hidalgos,
que le ofrecieran dispuestos 15
el corazón y las manos.
Pocos son, pero valientes;
el ser pocos, no es extraño
teniendo don Pedro el rey
tan en su contra los hados. 20
Y el ser valientes tampoco,
porque sus pechos bizarros,
aprendieron de los montes
la firmeza y desengaño;
porque han bebido en las aguas 25
que esmaltan tan nobles campos,
y en sangre leal tiñeron
gloriosos antepasados;
y porque nunca se olvidan
de que su apóstol Santiago, 30
ser adictos a sus reyes
eternamente juraron.
Ligeros van y ufanosos
de probar a sus contrarios
los del conde Trastámara, 35
don Enrique el Soberano,
la fuerza de su razón,
y la razón de sus brazos.
Y en poco el número cuentan
de los del opuesto bando; 40
que un alma que aliente el fuego
del deber y el entusiasmo,
bien vale por cien cuchillas
de cobardes y menguados.
Y que lo son los del conde, 45
pardiez que no hay que dudarlo,
pues la sangre generosa
del Onceno Alfonso, osados
dejan se manche y degrade:
y aun el solio, asilo santo 50
donde sólo antiguas razas
su nobleza perpetuaron,
hoy le ofrecen para silla
de un hombre en todo bastardo,
pues fue villano en nacer, 55
y en sus acciones villano;
ni me acriminen tampoco
que le injurio o que le agravio,
que es más que villano el hombre
que en su propio bien soñando, 60
las víctimas no repara,
que condena a su holocausto;
¡ni ve una villa en la sangre,
ni aun con ser la de su hermano!
Al frente de aquellas tropas, 65
en un revuelto castaño,
que fuego bebió en las ondas
maravillosas del Darro,
cabalga un noble doncel,
el ardido don Fernando, 70
de los mejores del reino,
y del linaje de Castro.
Privado del rey le llaman,
y su alférez en el campo,
de los pocos que le asisten 75
en su cámara y estrados.
Y a fe que merece en mucho
los reales agasajos,
el franco y leal carácter
de aquel joven toledano; 80
acaso el único amigo
del de Castilla, y acaso
el que menos hace alarde
de su amistad en palacio,
Porque piensa para sí, 85
que la lisonja en los labios
es para hablar a las damas
en festines y saraos;
y que una verdad modesta
debe sólo el cortesano, 90
rendir respetuoso al trono.
Mas a cuenta del recato
con que se excusa en lisonjas,
y en mil rendimientos vanos
guarda en el hondo del pecho 95
un corazón tan postrado,
una voluntad tan firme,
un sentimiento tan franco
de adhesión hacia sus reyes,
que la vida con ser harto, 100
es lo menos que ganoso
consiente en sacrificarlos.
No desconoce don Pedro
lo que vale tal privado,
y aun por eso hacia Granada 105
le mandó con los despachos
para el rey moro Aliatar,
por ganársele a su bando.
Gutier Sánchez de Gumilla,
caballero zamorano, 110
va a su izquierda; y a su diestra,
en un cordobés pintado
sobre un trapío perlino,
de muchos lunares blancos,
el mismo Aliatar famoso, 115
a quien supo sin amaños,
el doncel, interesar
en defensa de su amo.
Costeando van la orilla
de Guadalmena, que manso 120
sus corrientes allí enfrena,
o por gozarse en mirarlos
mayor tiempo, o porque puedan
en un espejo más claro
reflejarse armas, jinetes, 125
banderolas y caballos.
En tan ameno paisaje
los jinetes hacen alto,
para dar tiempo a que llegue
el grueso de los soldados: 130
que aunque moriscos los más
y de Astarot partidarios,
no es culpa del rey don Pedro,
si los propios le dejaron,
que acoja de buena ley 135
los que le acorren extraños.
De arqueros diestros alarbes
y flecheros desmontados,
por veinte mil y quinientos
le conduce el africano; 140
y de moros fronterizos,
y caballeros de rango,
hasta dos mil ochocientos
de los más determinados.
Ya miran del polverío 145
los remolinos lejanos,
y densa nube parece
que por la tierra rodando,
ofusca del sol la lumbre,
oscureciendo los campos. 150
Ya semejan en tropel,
pardas montañas volando
que van ciñendo a la tierra
de sus tinieblas el manto.
Mas al fin se desvanecea 155
los cenicientos nublados,
y alguna ráfaga errante
despide un destello pálido.
Ya se disipa la niebla,
se multiplican los rayos, 160
y llamas de fuego brillan
los almetes y los cascos.
Las cimitarras deslumbran,
y los pelos de Damasco,
y las adargas de Túnez, 165
y el oro de sus brocados,
y las colas de sus yeguas
en sus pendones listados,
y las blancas medias lunas
por encima de los lazos. 170
Adufes mil y añafiles
sonoros ecos vibrando,
marciales himnos confían
a los montes y a los llanos.
La plata de sus arneses, 175
sus joyas, bandas, brocados,
gasas, plumas y colores
que en confuso girar mágico
entre un vapor ceniciento
dibujan del sol los rayos, 180
forman lúcidos cambiantes
ilusorios y fantásticos
que las potencias embeben
en sabrosísimo encanto.
Gozoso estaba Aliatar 185
las escuadras contemplando
de sus moros triunfadores,
y con marcial arrebato,
así a don Fernando habló:
«Si nos cumple lo pactado 190
el valiente Justiciero,
en vano serán, en vano,
los impotentes esfuerzos
de ese Enrique afortunado;
pues al fin se estrellarán 195
en las flechas de mis bravos
escuadrones, que a su frente
arrojarán los pedazos;
y estas huestas son ya sólo
un pobre recurso, escaso, 200
de las fuerzas poderosas,
y del grueso de soldados
que aún desierta el Asia entera
dejarán por inundaros
con ejércitos furiosos 205
que lleven la empresa a cabo.»
El joven le respondió;
-«Para cuando llegue el caso
deja valiente Aliatar,
encarecimientos raros. 210
Con que esos moros que traes
no desmayen al asalto;
y traigan tantos alientos
como flechas y venablos:
como justen en la liza, 215
como en la zambra danzaron;
y diestros como en sus motes,
sean en dar cintarazos,
ten por seguro que vienen
no digo pocos, sobrados 220
para extirpar de Castilla
los enemigos ingratos.
Y no por esto presumas
que los juzgue yo por flacos,
ni por remisos tampoco 225
en el lance de mostrarlo;
pues a más de que otras veces
solo a solo batallamos,
conozco que en el empeño
no negarás el amparo 230
por caballero y por Rey
a un Rey caballero.» -«Al cabo
tus pláticas a ser llegan
razonables, que has estado
con los míos poco atento, 235
y no mucho cortesano
con mi honor: y si alguien tiene
ocasión para dudarlo,
más bien soy yo de don Pedro;
pues son tantos los reparos, 240
con que va nuestras demandas
sordamente enmarañando
que de su palabra temo.»
-«Pues no temas, africano,
que no saben nuestros reyes 245
traficar con el engaño:
ni los buenos que le sirven,
ajustarse al embarazo
de peligros y desmanes
que ocasionan los engaños.» 250
-«Altivo estás, mas no es bien,
que tu voz, joven incauto,
de nuestra liga sublime
rompa los vínculos santos.
A bien que hoy debe firmar 255
las credenciales, si es caso
que consiente; y a no hacerlo,
sólo se pierde el cansancio
de mis tropas, que el volverse
después será necesario.» 260
A estas razones llegaban
de sus coloquios entrambos,
cuando a la falda del monte
los moros iban pasando.
En el centro de las huestes, 265
y en filas de cuatro en cuatro,
conducen una litera
con florones y resaltos
arabescos, cien eunucos
poderosos, aunque esclavos, 270
¡que sólo en África saben
sin ser libres, vivir tanto,
y estribar en sus cadenas
el solio de sus tiranos!
Al pasar junto al doncel 275
las alcatifas alzaron
de una ojiva portezuela.
Dicen saludó la mano
de una hurí tan celestial,
que aunque la sacó de paso 280
y envuelta en un alfareme
delicadísimo y blanco,
se llevó tras sí los ojos
de más de algún castellano,
cual si quedaran sin lumbre 285
a la luz de algún relámpago.
Y no falta quien la vio
romper una flor de un ramo,
y arrojársela al arzón
del jefe de los cristianos. 290
Por fin desfilaron ya
los tercios mahometanos,
y en pos de ellos los guerreros
todo el día caminaron;
hasta que al fin de la tarde, 295
antes que el Sol en su ocaso
entre celajes de fuego
hundiese el brillante carro,
a las torres de Montiel,
almenas y empizarrados 300
dieron vista: y el vigía
de la Torre de San Pablo,
hizo tres veces sonar
los clarines a rebato.
- II -
En un aposento oscuro 305
de un torreón del Alcázar,
dos hombres hay agrupados
junto a un hogar que se apaga.
Es el techo abovedado,
y de piedra las murallas, 310
en donde un hueco se ve
que es o tronera o ventana;
pero como es una sola,
y tan angosta y tan alta,
apenas la luz del día 315
hasta el pavimento baja;
y aun la que entra va partida
por los hierros de las barras.
Un tiempo fue calabozo,
pero en el año que pasa, 320
y es el de mil y trescientos
sesenta y nueve, de cámara
servía o laboratorio
a un alquimista, que ensaya
bajo sus negras paredes, 325
los sortilegios y cábalas
con que sondean las nubes
los doctos en judiciaria.
Dos bancos hay sin respaldo,
tan estrechos que no alcanzan 330
a dar el punto de apoyo
que requiere el que descansa.
Sobre una mesa arabesca
de molduras y hojarascas
en bronce y acero fino 335
con prolijidad talladas,
se ven esferas, redomas,
pedernales y medallas,
jeroglíficos, compases,
y pergaminos y mapas; 340
amén de efectos curiosos
de vetustas antiguallas,
de hornillos y de crisoles
por el suelo de la estancia.
Luz ya no arrojan los cielos 345
porque es de noche, y tan alta
va que tres horas no restan
para empezar la mañana.
Y hasta entonces en verdad
que no la echaron en alta, 350
pues les sirvió de lumbrera
del hogar la fogarata.
Mas como ya sólo brilla
entre las pálidas brasas
alguna chispa que al punto 355
desvanecida se exhala;
apenas un tibio albor
el reflejo de las ascuas
al morir entre cenizas
sobre la frente rechaza, 360
de aquellos dos personajes,
hombres, espectros, o estatuas,
que todo pudieran dar
de imaginaciones causa
su extraño silencio, y más 365
su inmovilidad extraña.
Sin embargo se distingue
que no pueden ser fantasmas
por los rayos que sus ojos
entre las sombras derraman, 370
y que hacen patente el fuego
que les comunica el alma.
El más joven, que pardiez
aún siete lustros no alcanza,
es de ademán caballero 375
y nobilísima traza.
negras y cortas las puntas
de su cabello y su barba
dan a un rostro varonil
energía y arrogancia. 380
Nariz corta y aguileña,
noble y audaz la mirada,
ancho de hombros, bien dispuesto,
fornido y de gran pujanza;
aunque fino en su ademán 385
cuanto cortés en palabras,
no cabe duda en que tiene
el doncel la sangre hidalga.
El traje un jubón listado
de verde mar y escarlata; 390
un ferreruelo de pieles,
y un sombrerillo sin falda.
Un cuchillo empavonado,
a estilo de monte o caza,
lleva en su cinto prendido 395
más que en defensa por gala
de no desmentir lo airoso
en dejarse ver sin armas;
que de ello mucho se cuidan
los que vienen de su raza. 400
Viste un calzón ajustado,
y retorcidas las calzas;
en lo cual se mira bien
que el hidalgo que las gasta
sin curarse de atavíos, 405
va sin embargo a la usanza.
El otro hombre, que a su lado
al embozo de una capa
de seda roja, su rostro
de la muerta luz recata, 410
moviendo maquinalmente
la lumbre con las tenazas,
cual si tomara a placer
poco a poco sofocarla;
ostenta un traje de armenio, 415
y una caperuza blanca
sobre sus sienes sujeta,
su cabellera aunque escasa
suficiente a entrelazarse,
con su bien crecida barba, 420
que hasta la cinta del cuerpo
en mechones se desgaja.
¡Rugosa frente, mejillas
encendidas cual la grana!
Su mirar es de traidor, 425
risa sardónica, amarga,
que sus dos labios sutiles
convulsamente dilata:
con tan continuo temblor,
que el que atento lo repara, 430
juzga si acaso estarán
tan trémulos porque engañan,
y al vender la muerte impía
desfallecidos desmayan.
Pues según cuentan los moros, 435
Benahia el de Granada
que éste es el nombre del docto
en la ciencia planetaria,
en pócimas y brebajes
de los que la vida atajan, 440
en conjuros, adivinos,
y en artes de nigromancia,
es Benahín, el más diestro
de los diestros de la magia.
La voz del joven vibró 445
como un chasquido en la sala,
pues era aguda, y el eco
la repitió destemplada
en revibrante zumbido
largo espacio al reflejarla. 450
Fijó el astrólogo entonces
en el joven sus miradas,
y después en un reloj
de arena menuda y parda
que iba indicándole al tiempo 455
con sus granos que volaba.
Cogió el astrólogo un frasco
y tocándole a una vara,
sintiose un roce, y después
una punzante humarada 460
de inflamado combustible,
y brilló oscilante, escasa
una luz verde y azul
al principio, y después clara.
El Mago la colocó 465
sobre una serpiente de hasta;
y aquella lengua de fuego
que muda también les habla,
y que ahuyentó las tinieblas
de aquella oscura morada, 470
vino a sacarles a entrambos
de imaginaciones tantas
como en su mente confusa
desvanecidas rodaban.
En aquel momento, el joven 475
volvió a comenzar la plática.
-«¿Conque por mí se decía
tan extraña profecía?
Si otra vez me la leyeras,
acaso así distrajeras 480
mi amarga melancolía.»
-«En las partes de Occidente,
entre los montes y el mar,
y una ave negra y traidora,
Ha de nacer y ser tal, 485
que los panales del mundo
para sí recogerá;
y todo el oro del orbe
codiciosa gomarlo ha;
y no morirá del daño, 490
y después tornará atrás;
y las péñolas por fuerza
de su cuerpo arrancarán;
y de puerta en puerta errante
ni un asilo ha de encontrar: 495
¡y acogiéndose a las selvas
encerrada morirá,
para Dios, y para el mundo
que es doble fatalidad!»
-¿Conque ese será mi fin? 500
¿Pudieras creer, Benahín,
que esa lectura me alegra?
¿En que pensaba Merlín
cuando me llamó ave negra?
-¡El misterioso secreto 505
de los hados, gran Señor,
alcanza el sabio!
-En efeto,
yo de los sabios respeto
y de su ciencia el valor.
Mas respetar la impudencia 510
que se erige en providencia,
me sobra fe, y hasta ciencia
para no ser tan menguado.
Rolla, rolla el pergamino
que aunque tomo por holganza 515
la charla de ese adivino,
para tanto desatino
mi sufrimiento no alcanza.
¿Qué padres los suyos fueron
que tan otro le engendraron? 520
¿Qué otras artes le imbuyeron?
¿Qué otros milagros hicieron
los libros que le adiestraron?
¡Qué diera yo por tener
en mi reino a ese Merlín, 525
para apurar y entender,
si era su genio y poder
como es el tuyo, Benahín!
Entonces yo le diría
si el Cielo que le inspiró 530
tan singular profecía,
no, le inspiró que podría
ahorcar los profetas yo.
-¡Temed que vuestra jactancia
en contra os ponga los hados 535
que os inclina mi constancia!
-¿A mí sermones hinchados?
Maldita tu nigromancia.
Para los hombres sin fe
deja esas artes, Benahín, 540
que yo para mi bien sé,
cuanto ignora el que no ve
ni aun si está cerca su fin.
-Soberano de Castilla,
la ciencia también se humilla, 545
destrúyela con tu planta:
no por eso a tu garganta
separas más la cubilla.
-¿Juzgas que tengo temor
de vanas hechicerías? 550
Rindo a los doctos su honor,
mas solo creo al Señor
en llegando a profecías.
Trazar el rumbo a un lucero,
fijar un eclipse al Sol, 555
no es un milagro, embustero;
lo que lo fuera, hechicero,
es dar oro tu crisol.
No soy del vulgo ignorante,
supersticioso o sencillo, 560
que a la voz de un nigromante
mira brotar un diamante
de las ascuas de su hornillo.
Te equivocaste, africano,
hijo de la inmunda grey: 565
y aunque por ser tan villano,
no has de morir por la mano
de un caballero y de un rey,
pues ajaste mi grandeza,
yo hundiré tu presunción, 570
demostrando tu flaqueza:
y mañana tu cabeza,
verá el pueblo en mi balcón.
Verá que el que manda al sino
tiembla sólo ante mi nombre: 575
conocerán que el destino
de hallarse sujeto a un hombre
no fuera a un hombre mezquino.
-Don Pedro, Don Pedro.
-Y bien,
sabes puedes ayudarme, 580
en mi pretensión.
-También
sé que vais a ajusticiarme.
-Segura tienes tu sien,
si es que aquí nos entendemos.
Y pues ya nos conocemos, 585
y pues la llevas perdida,
mira si estimas tu vida
para que en tratos entremos.
Sabes que Aliatar intenta
en pago de su amistad 590
exigirme a buena cuenta
que en el enlace consienta
con su Zulema.
-Es verdad.
-Que don Fernando la adora;
que la hermosísima mora, 595
paga sus tiernos amores,
y que mis reales favores,
en vez de estimarlos llora.
-Sí señor.
-Sabrás también,
pues el suponerlo es llano, 600
que no puede ceñir bien,
de una agarena la sien
corona de un rey cristiano.
Por otra parte, perder
el apoyo de Aliatar, 605
que sólo así pude hacer
me venga a favorecer,
puédeme el reino costar.
Ahora bien; tu ayuda espero
para conciliar el modo 610
de ser a la fe sincero,
de un amigo verdadero
a quien amo sobre todo:
haciendo entender de paso
al rey moro de Granada, 615
que aunque exigencia extremada,
condesciendo, y que me caso
con su Zulema adorada.
Todo está previsto: ¡advierte
si quieres serme leal, 620
pues le prometo gran suerte!
-Juro servirte.
-Y la muerte
castigará al criminal.
¿Qué, está bien resuelto?
-Sí.
-Pues sígueme y, ¡ay de ti 625
si quebrantas tu promesa!
Toma esa luz y anda apriesa.
-¡Rey te acordarás de mí!
Salió delante el armenio
murmurando estas palabras, 630
y el rey don Pedro detrás
con leve y furtiva planta;
y aun si la sombra del muro,
se ha de creer que no engaña,
dibujó el negro perfil 635
de una mano levantada,
y de un cuchillo que en ella
parece al menos que ensaya
el golpe con que ha de herir
si un torpe traidor le asalta; 640
pues va rozando su punta
del astrólogo en la espalda
por una oculta escalera
de caracol, lentos bajan;
hasta que al fin el reflejo 645
de la linterna les falta,
y de sus pasos el ruido
va atenuándose, y se apaga.
- III -
Arde una lámpara de oro
suspendida de un pilar 650
de una capilla arabesca,
subterránea sepulcral.
Algunas tumbas de mármol
de infinita antigüedad,
sus negras cruces levantan 655
en aquel santo lugar,
como espectros vaporosos
que en muda vigilia están,
esperando que sus almas
pasen a perpetua paz. 660
A un extremo se divisan
en las gradas de un altar,
y en presencia del ministro
que los vino a desposar,
encubiertos y de hinojos 665
un doncel y una beldad.
¡Enlazados ya del cuello
por los lazos de un cendal
que con ser leves oprimen
por toda una eternidad! 670
¡Que aunque es cierto que no pasa
nuestra vida por ser tal,
bien puede decirse eterno
lo que no acaba jamás,
mientras duran nuestros días 675
que breves siempre serán!
Pocos y mudos testigos
oyen la misa nupcial:
pocos, porque no se fían
los desposados demás; 680
y mudos porque es su objeto
solamente presenciar,
y dar fe de que es cumplida
tan santa solemnidad.
Ocultos y entre las sombras 685
que las sepulturas dan,
de vez en cuando se escucha
alguna voz murmurar,
o alguna planta medrosa,
que se desliza fugaz, 690
y aun de aceros y de espuelas
el medroso rechascar.
El ir con armas ya es prueba
de que algunos riesgos hay,
si el secreto y el misterio 695
no lo hicieran sospechar.
La ceremonia concluye;
el sacerdote se va,
los hombres desaparecen;
sólo dos quedan detrás 700
de los nobles desposados,
de su respeto en señal.
Queda la iglesia en tinieblas;
se oye una verja cerrar,
y un sordo y lento murmullo 705
aunque distante quizás:
y después, como de un hombre,
el tardo caer, y un ¡ay!
tan horroroso y tan débil,
que de su alma al espirar 710
debió de ser el postrero
de su martirio final.
- IV -
Como estaba el rey incierto
del lance de don Fernando,
con sus nobles platicando 715
pasó la noche despierto.
-«Del nuevo día la luz
en Toledo nos verá,
que humilde al fin besará
de mis pendones la cruz. 720
Que esa ciudad imperial
dicen que está dividida
en dos bandos, corrompida
por el conde desleal.
Y aun entre otras novedades 725
la que más valida corre,
es que asaltaron la torre
que llaman de los Abades.
Pero merced al valor
que harto encarecer no puedo, 730
de don Fernando Toledo,
su insigne gobernador.
Deshechos y destrozados
los enemigos volvieron,
y diz que muchos salieron 735
por las troneras lanzados.
En lo cual pronto se advierte,
que ese Conde don Enrique
cuenta que se sacrifique
por él un partido y fuerte. 740
Mas yo fío en vuestras lanzas
que acabarán sus porfías,
dando cimiento a las mías
y fin a sus esperanzas.»
-«Mens Rodríguez soy, señor,» 745
le contestó un caballero
«de aspecto noble y severo,
muy su amigo y servidor:»
«En la liza me habéis visto
cubierto de sangre mía, 750
entre la infiel morería
clavando el pendón de Cristo.»
«De modo que conocéis
que no es por falta de aliento,
si mi franco pensamiento 755
os advierte no lo erréis.»
«Juzgo en el día arriesgado
un combate con el Conde,
y más en Castilla, en donde
está mejor estimado.» 760
«El rey de Francia le envía
poderosos escuadrones;
el papa sus bendiciones,
que no es poco.»
-No, a fe mía,
siendo la mísera España 765
fanática como tú.
-El mismo Duque de Anjou
le ayuda a entrar en campaña,
con gentes y bastimentos:
y por el contrario vos: 770
¡vuestros amigos, por Dios,
son pocos y descontentos!
Ese Príncipe de Gales,
el que tanto encareció
el ayuda que os prestó, 775
abandona vuestros reales.
En el mismo corazón
de vuestros reinos, ya veis
cuán pocos nobles tenéis
a vuestra disposición. 780
Hasta Burgos, Salamanca
y otras plazas de Castilla,
de su buen nombre en mancilla,
con intención poco franca,
ya por vuestro hermano están, 785
y le ayudan en la lid.
Guipúzcoa, Valladolid
también sus hombres le dan.
¡Ya veis el paso de Andorra
qué mal se le defendieron! 790
¡Ya veis cuán pronto le abrieron
las puertas de Calahorra!
Esto prueba que Aragón
no es del Conde tan contrario:
y aunque no tan partidario 795
no está mal quisto en León.
Así pienso que arriesgáis
reino, amigos y tesoros,
a manos de infieles moros,
pues que con ellos contáis. 800
¡Y los pocos que aquí estamos
no sentiremos morir,
sino ver no ha de servir
ni aun tampoco el que muramos!
-Gautier Fernández, decid, 805
¿pensáis vos del mismo modo?
-le dijo el Rey.
-En un todo:
y aun si os place, a eso añadid
bien funestos desengaños
que os dieron otras ciudades, 810
por falsas deslealtades,
o vergonzosos amaños.
Vuestros grandes intereses
a los suyos postergados,
ya los visteis humillados 815
en los muros cordobeses.
De quien tanto os esperabais
por deberos tanto bien,
os dio en Úbeda y Jaén
un pago que no aguardabais. 820
Que os visteis en precisión
de incendiar sus chapiteles
para escarmiento de infieles,
reos de lesa traición.
En fin, Logroño, Vitoria, 825
y aun Ávila, y Salvatierra,
que acataron en la guerra,
y en la paz vuestra memoria;
Con pretexto del favor,
que ahora darles no podéis, 830
(vana disculpa) ya veis
que eligieron por señor:
¡Un rey extraño a sus usos:
a Carlos de Francia!
-¡Extraño
que hasta en conocer su daño 835
haya pueblos tan ilusos!
-¡Si es bastan quinientas lanzas,
que es todo lo que contáis
de castellanos, fiáis
de bien cortas esperanzas! 840
Pues yo esos moros no cuento:
que antes el verlos hermanos,
con nuestros buenos cristianos
basta a frustrar todo intento.
-Sí un otro que vos, Fernan... 845
Mas cortemos desazones
y acabemos de razones,
que ya prolijas están.
Fernán Alonso Zamora,
entonces le habló resuelto, 850
-puesto señor que habéis vuelto
a vuestro empeño; en buen hora.
Sobre Toledo caeremos
que aún guarda por vos sus muros,
y allí entre amigos seguros 855
la ocasión esperaremos.
Entretanto publicad
por edictos y pregones,
universales perdones
a toda noble ciudad, 860
infanzón, noble, pechero,
de cualquier reino vasallo,
que ofrezca lanza y caballo
por don Pedro el Justiciero.
Que hablando así de perdón 865
y humillándoos... ¿A esa grey
de bastardos?... gritó el rey,
cortando su relación:
¿A tal precio me vendrían
valientes sostenedores?... 870
¡No los quiero, con traidores
mis armas vio vencerían!
Arriesgaré reino y vida
como animoso y gallardo,
antes que ver al Bastardo 875
con la corona ceñida.
¡Pocos sois, mas no me arredro,
si aún tengo vuestra cuchilla:
dos reyes no habrá en Castilla,
mientras aliente don Pedro! 880
La gente haced disponer,
y en cuanto esté apercibida,
nos pondremos de partida,
aun antes de amanecer.
Aunque pienso que ya el día 885
el rojo oriente colora,
según los cristales dora
de esa ojiva celosía.
¿Pero no habéis advertido?
De los pintados cristales, 890
las ráfagas celestiales
la sombra ha desvanecido.
Y otra vez la lumbre escasa
pinta sus vivos colores;
corred las verjas, señores, 895
y sepamos lo que pasa.
A los andenes salieron
el Rey y sus cortesanos,
e involuntarias sus manos
las espadas requirieron. 900
Vieron en grupos diversos
que de tropel avanzaban,
soldados que asesinaban
a indefensos y dispersos.
Gran parte de los que huían, 905
que eran de Montiel vasallos,
a los pies de los caballos
despedazados caían.
Grupos de hombres con hachones
formaban las luminarias, 910
y con teas incendiarias
abrasaban los torreones:
y a cada momento crecen
el fuego, el humo y las voces
de aquellas hordas feroces 915
que del infierno parecen.
Los unos en fuga van;
los otros de arremetida:
a los que imploran la vida,
la muerte en pago le dan. 920
Lanzas, espadas y flechas,
entre el humo y confusión,
volaban hasta el balcón
en mil pedazos deshechas.
Y el Rey don Pedro, creyendo 925
que están sus ojos soñando,
está furioso mirando
sin saber lo que está viendo.
Mas no pudiendo dudar
de que ve sangre vertida, 930
salió a la lucha reñida
con la daga, y sin armar.
- V -
Todo es silencio en las calles
de Montiel; sólo se escucha
de cuando en cuando el rondar 935
de vigilantes patrullas.
Pero en tanto, hasta los valles
y las campiñas retumban
con el fragor de un combate
que tan largas horas dura; 940
pues empezó antes del alba,
y ya apenas se vislumbra
el resplandor que da el sol
cuando en ocaso se anubla.
Desde una gigante torre 945
dos moros miran la pugna,
y de sus graves razones
estas palabras se escuchan:
«Esos clarines que atruenan,
el sangriento fin anuncian, 950
y la derrota de alguno
de los campos. Esa oscura
nube de polvo rojizo
que hasta el firmamento enluta,
las nubes son que levantan 955
los vencidos en su fuga.
Ya cesa el ronco clamor
de las armas; ya no alumbran
esas centellas de fuego
que hasta el Occidente cruzan, 960
cuando hierro a hierro asidos
dos ejércitos fluctúan,
como dos mares inmensos
que frente a frente se empujan,
hasta que el más poderoso 965
sobre el otro se derrumba.
El Conde de Trastámara
es sólo Rey.»
-¡Qué mal juzgas
si en el número de fuerzas
el vencimiento aseguras! 970
¿Tan lejos está, Benahín,
nuestra sorpresa nocturna
cuando intenté apoderarme
de don Pedro, por la injuria
que me hizo ¡válgame Alá! 975
No sólo en tomar a burlas
de un regio empeño la fe,
sino en intentar que suplan
de un doncel las pobres bodas
a sus soberanas nupcias? 980
Y bien, ¿qué nos sucedió?
Que a pesar de que eran duplas
nuestras escuadras de moros,
y de que venían juntas
con los refuerzos del Conde 985
don Enrique; a quien tu astucia
hizo llegar el aviso,
de que si el intento ayuda,
del Rey su hermano era fácil
asegurar la captura; 990
¡a pesar de todas esas
favorables coyunturas,
del incendio inesperado,
de la sorpresa profunda
con que en Montiel penetramos 995
como desbandadas furias,
indefensos, con sus pechos
por murallas más seguras,
pocos vasallos bastaron
a contener nuestras turbas! 1000
¡Y aun para mengua, Benahín,
de mis lanzas andaluzas,
don Pedro y veinte jinetes
me las pusieron en fuga,
y en tan completo desorden, 1005
que diezmados en la lucha,
volvimos todos las caras
con la ignominia confusas!
-No compares, Aliatar,
la guerra a una escaramuza; 1010
además, que no está siempre
de buen gesto la fortuna.
¿Pero no ves por la Plaza
del Campillo, cómo cruzan
gentes de guerra que avanzan? 1015
Son de la escolta de Muza.
-Vamos, Benahín, y saldremos
de tan temerosas dudas,
él viene de la pelea.
-Fue dichosa invención tuya, 1020
Benahín, aconsejarle
a tan fiel moro, el que acuda
a don Pedro suponiendo
que mi traición le disgusta;
y que es infamia a Zegríes 1025
de su generosa alcurnia;
y que con diez mil ballestas
que de infame me intitulan,
le ofrezca fiel sus servicios
y vengarle de mi astucia: 1030
repito que fue feliz
tu imaginación fecunda;
pues de este modo a su lado
pusimos las medias lunas,
¡qué acaso al sol de Castilla 1035
robaron hoy su luz pura!
Vamos, que Muza ha llegado,
y la impaciencia me apura
de saber si mi deshonra
quedó con su sangre oculta. 1040
- VI -
En una estancia sencilla
hay un herido en el lecho;
y en santo lloro deshecho
un sacerdote a su orilla.
Dos berberiscos con lanza 1045
a la puerta vigilando;
y una mujer invocando
a un Cristo de la Esperanza,
«¿Y don Pedro mi señor?»
clamó por fin el herido, 1050
«Si nuevas habéis tenido
decídmelas por favor.»
-¡Don Fernando, reposad
vuestro triste pensamiento,
y tan sublime momento 1055
sólo a Dios encomendad!
-¡Ah! Dejadme, padre mío,
ya que en mis ojos se advierte
que está tan cercana mi muerte.
-No, no es cierto, yo lo fío, 1060
prorrumpió en voz dolorosa
la suplicante mujer:
¡Tú morir!... no puede ser;
¡Que aún tiene vida tu esposa!
-¡Zulema, Zulema mía!... 1065
¿Sabes por qué estás conmigo?
¿Sabes que es sólo en castigo,
porque veas mi agonía?
-No... es imposible, Fernando.
-Calma, Zulema, tus voces: 1070
mira esos guardias feroces
que nos están vigilando.
¡Si no fuera que esos moros
no son de entrañas tan fieras
como Aliatar, no pudieras 1075
verter en mi faz tus lloros!
Ni en las profundas heridas
que me hacen ¡ay! tanto mal,
ceñir el blanco cendal
con esas manos queridas; 1080
y si no fuera por ellos,
mi Zulema idolatrada,
no hallará tan suave almohada
mi sien sobre tus cabellos.
-«Pero, mi padre, ¿por qué, 1085
nos hacen tanto penar?
¿Es un delito el amar?
-En nosotros sí lo fue.
Tú eras la joya ofrecida,
mi dulce amor, mi Zulema 1090
que en una regia diadema,
debió de engarzarse unida.
Una inocente ficción
de don Pedro, ¡qué mal digo!
de mi generoso amigo, 1095
fue causa a mi perdición.
Sabía el rey que en perderte
perdía mi vida yo;
y aunque te amaba, venció
su inclinación en quererte. 1100
Mas siendo formal su empeño,
con tu padre, en su lugar,
me hizo contigo casar:
¡aún lo juzgo un dulce sueño!
Conciliando de este modo 1105
sin romper treguas con él,
premiar mis servicios fiel,
mi amor, mi amistad, ¡y todo!
Con la esperanza, Zulema,
de que si Aliatar sabía 1110
el trueque, él me encumbraría
tan cerca de su diadema,
que con ser rey de Granada,
y de la gente agarena,
la boda diera por buena, 1115
y a su hija por bien casada.
Pero todo se frustrara
cuando al traidor Benahín
se lo dijo, con el fin
que a tu padre alucinara. 1120
¡Aunque no le faltó espía
sin duda que nos vendió,
pues viste nos sorprendió
en el punto de ser mía!
-«¡Ay infeliz! ¡aún recuerdo 1125
con qué furor te arrancaron
de mi pecho y te lancearon!
-De eso sólo no me acuerdo.
Mas, y del rey ¿qué será?
¡Pues el lance descubierto, 1130
Aliatar, tengo por cierto
que en su apoyo no estará!
¿Es verdad que han sorprendido
en esta noche a Montiel,
y que su pueblo harto fiel 1135
ha luchado y ha vencido?
¿Y no es hoy cuando se fía
al trance de una campaña
el solio hermoso de España?
Decidme por vida mía, 1140
¿cesó la lid? ¡Por qué yo
no os pude mi rey valer!...
¡Hablad; me angustia el temer
si don Pedro no venció!»
En aquel mismo momento 1145
aunque ligeros y escasos,
sintiose el rumor de pasos
junto a aquel mismo aposento.
Y alumbrados por eunucos 1150
Muza, Benahín y Aliatar
se les vio al punto llegar
con guardias de mamelucos.
-«Don Pedro el vencido fue,»
exclamó Muza, «en la guerra 1155
bajo el caballo, y en tierra
al partirme le dejé.»
-¡Traidores!
-¡Calla Fernando!...
-Zulema, voy a expirar.
-«Si se atreve a blasfemar» 1160
prorrumpió Aliatar gritando,
«yo mismo con este hierro...
-Ven, malsín, ¿qué te embaraza?
Hiere.
-Pronto, una mordaza,
y amarradle como un perro. 1165
-Antes que sufra esa afrenta,
ya el alma vuela al Señor;
Zulema, adiós, a tu amor...
-¡Fernando!...
-Mi afán le cuenta
a mi rey: y si algún día... 1170
No temas morir por él,
que aunque le llaman cruel,
es un... ¡Dios!... ¡Zulema mía!...»
Los eunucos avanzaron
a sujetarle insolentes, 1175
mas sus manos de los dientes
de un cadáver se apartaron.
El ministro del altar
extendió el santo ropaje
sobre el muerto, un nuevo ultraje 1180
resuelto a no tolerar.
Zulema cayó expirante
o muerta o desvanecida,
con ambos brazos prendida
de los brazos de su amante. 1185
- VII -
Gutier Alonso, Fernán,
Men Sanabria, o vos Vinuesa,
decidme, ¿qué cerca es esa,
que labran con tanto afán?
¿Dónde están mis servidores, 1190
que tan cerca de la plaza
no sale uno, y embaraza,
las obras de esos traidores?
¿A qué tan hondo ese foso?
¡Presumo que va de veras, 1195
y que nos tienen por fieras
guarecidas en el coso!
¡Haces bien, conde dichoso,
en ir tendiendo las redes;
y aun detrás de esas paredes 1200
teme las garras del oso!
¡Cuando te curas hoy tanto
de máquinas tan extrañas
las guardadas alimañas
te deben causar espanto! 1205
No es extraño, que aún reciente
tendrá tu negro corcel
la roja mancha que en él
dejó del león el diente.
Cuando en Nájera, menguado, 1210
por dar a tu miedo escucha,
dejaste roto en la lucha
tu ejército abandonado.
Bien haces, Conde, en guardarte;
pero no sé si hacen bien 1215
de rey cobarde la sien
los soldados en coronarte.
Bien sabes, bastardo Enrique:
y aunque ayer fuiste feliz
sabe don Pedro en la lid, 1220
tomarse pronto despique.
Si no temiera arriesgar
mis leales, te prometo
que en tu mismo parapeto
la tumba te hiciera hallar. 1225
¡Mas harta sangre corrió
de mis vasallos leales,
para que en nuevos raudales
prodigue la que quedó!
Hartos daños me debéis 1230
sólo con leer mis soldados,
pues el rigor de los hados
tan sin razón padecéis.
Os guardo cual joya santa,
que es talismán peregrino, 1235
y que en mi triste destino
únicamente me encanta.
¿Aún os dura la tristeza?
le dijo Sanabria.
-No,
pues no dejé de hacer yo 1240
cuanto estuvo en mi nobleza,
que ayer aun después que os vi
deshechos por todas partes,
detrás de mis estandartes,
fui el último que salí 1245
defendiendo mis vasallos.
-Cierto, aunque estabais herido,
y aunque ya habíais perdido
en la lucha tres caballos.
-¿Por qué entonces me acudisteis? 1250
¡Morir me fuera mejor:
por pagar tan fino autor
a vivir me decidisteis!
Sin duda ya presentía
del combate el fin sangriento; 1255
pues en el mismo momento
roto mi campo volvía.
¡No, no es justo galardón
por mi vida que salváis,
que os lleve yo a que muráis 1260
al pie de ese paredón.
Conozco que romperéis
por sus lanzas y sus muros;
y en vuestros brazos seguros,
en libertad me pondréis. 1265
¡Pero cuántos caerían
por conseguir libertarme!
para después consolarme
¡Qué pocos me quedarían!
¡No: vuestra sangre es preciosa: 1270
ni una gota más vertida!
No la merece una vida
tan trabajada y penosa.
¡Lo que sí al menos espero,
es que a vuestro afecto fiel, 1275
no parecerá cruel
jamás el rey Justiciero!
¡Si vierais cuánto lastima
la voz de un pueblo que infama,
y de su señor la fama 1280
por su mengua desestima!
¡Ah! ¡olvidad por Jesucristo
que he llegado a enternecerme!
¡que el pueblo pudo deberme
dos lágrimas que habéis visto! 1285
Sí, ese pueblo es corno el mar;
si encuentra débil barrera,
apresura su carrera
por cima sin rebramar:
mas si halla una fuerte roca, 1290
hasta que la vence lucha,
y eternamente se escucha
el ímpetu con que choca.
Yo nací muralla firme;
el mar en mí se estrelló, 1295
por eso cruel soy yo,
porque supe resistirme.
-No todos injustos son,
le replicó el buen Gutier,
pues muchos hallan placer 1300
en alzaros de opinión.
Dejad vanas fantasías,
que más bien pensar debemos
en cómo os distraeremos
de vuestras melancolías. 1305
-Dices bien; antes que todo
es pensar en cómo estamos;
y que todos discurramos
de mejorarnos el modo.
Sufrir el cerco creo yo 1310
imposible; hasta la harina,
para acelerar mi ruina,
algún villano maleó;
y contra el hambre jamás
lucharán mis hombres buenos; 1315
que la vida tengo en menos,
y la honra tengo en más.
Sólo nos resta saber
si hay en la gente enemiga
algún noble que se obliga 1320
nuestra marcha a proteger.
Y por tamaño favor
Señor de villas le haremos,
y a nuestra cuenta tendremos
dar premio a su grande honor. 1325
Vendiendo si lo requiere,
aun mi caballo y mi lanza,
para saciar su esperanza,
por inmensa que lo fuere.
Y porque no se dilate, 1330
si os parece, es gusto mío,
aunque de todos confío,
que Men Sanabria lo trate.
Y vos esto le decid.
Y por vuestras libertades, 1335
tan buenas seguridades,
en mi nombre le añadid
a quien sea: si se alcanza
que nos favorezca alguno:
¡mas si no encontráis ninguno 1340
manos nos quedan y lanza!
¡Pues don Pedro, a buena ley
os jura si no os salváis,
aunque muy pocos muráis
que ha de morir vuestro Rey! 1345
- VIII -
En su tienda de campaña.
Con sus nobles caballeros,
está el Conde don Enrique
sus cuidados departiendo.
A juzgar por sus semblantes 1350
confusos, tristes, suspensos,
grave es sin duda el motivo,
y a más de grave, en extremo
peligroso y complicado.
No era el lance para menos; 1355
pues refirioles Calquín,
de Men Sanabria el convenio:
y a esta sazón concluía
su plática en estos términos:
-«Soria, Almazán, Monteagudo 1360
y otros cien hermosos pueblos,
de hoy más correrán por míos
si pongo libre a don Pedro.
Atienza, Deza, Lerín,
desde este mismo momento 1365
me rendirán pingües rentas
de su vasallaje en feudo.
Doscientas mil doblas de oro
castellanas, de buen peso,
es lo menos que me ofrecen 1370
para comprar mi silencio,
si a vuestro hermano y los suyos
en la fuga favorezco.
Seguras son las promesas;
grandes las Glorias y aumentos, 1375
poderoso el que suplica,
casi ningunos los riesgos;
y sin embargo es tan grande
la lealtad con que os venero,
que antes que vender mi Rey, 1380
mi propia fortuna vendo;
¡que a costa de ser traidor,
no ansío tan alto puesto!
Esto sabed, Rey Enrique;
y aunque de paso, os advierto 1385
que cuidéis no se malogren,
(y no mancillo con esto
de ninguno de vosotros
el blasón y grande aliento);
¡mas cuidad no se malogren 1390
vuelvo a decir, los esfuerzos
que nos costó el encerrar
a ese león tan sangriento!
Que si escapa de estas redes,
aun con ser tan alto el cielo, 1395
para estar libre a sus iras,
por seguro no le tengo,»
don Enrique respondió
después de un breve momento,
en que dejó a su sorpresa 1400
de desvanecerse tiempo.
-«Generoso héroe francés,
Beltrán Calquín, mucho os debo;
pues dádivas y fortunas
que avasallan nobles pechos, 1405
sirven hoy de acrisolar
las hidalguías del vuestro.
Esos títulos que os dan,
esas villas y dineros,
yo por mi parte también 1410
os ratifico y prometo:
y aun acrecer de mi renta
a tan gran servicio el premio.
Ahora bien, de vos depende
el rendírmele completo. 1415
A Men Sanabria diréis
que ayuda dais a su intento;
y que de la noche apenas
vaya la mitad corriendo,
en vuestra tienda esperáis 1420
apercibido y dispuesto,
con escolta suficiente
de jinetes y de arqueros,
a guiar la marcha oculta
de ilustre prisionero 1425
hasta el punto que eligiere
por más seguro en su reino.
Decidle que venga solo,
o con pocos escuderos;
pues el número embaraza 1430
la utilidad del secreto.
Pero para asegurarle,
le prometeréis resuelto
de tener a buen recaudo
sus capitanes guerreros, 1435
hasta ponerlos en salvo,
y bien cerca de su dueño.»
-«Está bien», dijo Beltrán
y salió del aposento;
y don Enrique quedó, 1440
la emboscada previniendo,
contra el más fuerte León
que vio el castellano suelo.
- IX -
Del castillo de San Pablo
se oye el rastrillo caer. 1445
Por el puente levadizo
hasta seis hombres se ven
que bajan a trote corto
a los llanos de Montiel.
La luna brilla entre nubes, 1450
pero con tal palidez,
que más que aclara confunde
lo que alumbra al parecer.
Un hombre delante va,
y otros dos muy cerca de él; 1455
y detrás algo apartados
cabalgan los otros tres.
El primero es Men Sanabria;
le siguen Fernán y el rey;
los otros hidalgos son 1460
Viñuesa, Alonso y Gutier.
Tan cerca están de los reales,
que aun en la noche, el arnés
se divisa con las lises
de Francia; y en gran tropel 1465
las mil tiendas de campaña,
de sólo el campo francés.
-«Mal hizo en entrar en tratos
con un extranjero infiel»
dijo a don Pedro, Fernán. 1470
-«Pues yo pienso que hizo bien,»
replicó el rey; «pues no creo,
se hallará en Castilla, quien
sin ofenderse, escuchara
tratos que afrentan su ley. 1475
Que una cosa es que vacilen
sobre el señor que se den,
¡y otra elegirlo a su gusto
para venderlo después!
Esa tienda cuya entrada 1480
cubre rojizo dosel,
sin duda es la de Beltrán.
¡Hoy es la primera vez
que me aproximo a un peligro
pensando como saldré! 1485
¡Y es verdad, que hoy en mi vida,
es la primera también,
que sin mi amigo me encuentro,
cuyo corazón fiel,
era el refugio del mío, 1490
en mis tormentos! ¡No sé
si le he perdido! ¡ah! ¡Fernando!
¡No es ingrato el rey cruel!
¡Los amigos que me restan,
Fernán Núñez, ya los veis! 1495
Mis amores se han perdido
a la sombra del placer;
¡en fin en el mundo ya
poco aguardo que perder!
¡Y sin embargo, confieso 1500
que es hoy la primera vez
que me aproximo a un peligro
pensando cómo saldré!»
En esto paró Sanabria
el trote de su corcel. 1505
Dos hombres se adelantaron
a su recibo, y después,
hasta veinte más, armados
desde el almete a los pies.
Con dos teas se acercaron 1510
hasta el mismo palafrén
de don Pedro, que al saludo
les correspondió cortés.
Y extrañando la tardanza
de la partida, al saber 1515
que sólo por un momento,
y con humilde interés,
Beltrán Calquín le rogaba
su tienda favorecer,
a su pabellón pasó 1520
aunque a despecho, y a fuer
de caballero cumplido.
Fernán le siguió el doncel,
y Men Rodríguez Sanabria.
Al entrar, cruzáronse, 1525
las Guardias en dos hileras:
como dejando entender,
que de allí sólo saldrían
de sus lanzas al través.
Conoció entonces don Pedro 1530
su imprudente proceder;
¡y más fiando tan sólo
de un extranjero en la fe!
Tarde era a volverlo atrás,
y así adelante se fue. 1535
- X -
El pabellón de Calquín
es una estancia ochavada,
escasamente alumbrada,
de una hacha mezquina y ruin.
Treinta lanzas custodiando 1540
están al noble caudillo;
y en un asiento sencillo
Beltrán Calquín descansando.
Al entrar don Pedro, oyó
revibrar una trompeta: 1545
se abrió una puerta secreta
y su hermano apareció.
También venían con él
multitud de ballesteros
-«¡Mirad,» dijo a sus guerreros: 1550
«ese es don Pedro el Cruel!»
-«Yo soy; yo soy»: respondió
rugiendo el León de España;
y la tienda de campaña
en palenque se trocó. 1555
Don Enrique de no mandoble
le dividió la mejilla;
mas resistió el de Castilla
como se resiste un roble.
Y haciendo el hierro pedazos, 1560
ya desarmados los dos,
encomendándose a Dios,
se vinieron a los brazos.
Ágil don Pedro y fornido
luchaba con más despecho, 1565
y así despidió a gran trecho
al conde desvanecido.
Y clavando la rodilla,
sobre su garganta real,
le dijo con voz mortal, 1570
«Ya es de don Pedro Castilla.»
Pero un poder sobrehumano
detuvo el golpe de muerte,
y entonces el Rey advierte
que Calquín para su mano. 1575
-«¿Por qué me apartas, traidor,
si era el duelo a buena ley?»
-«Ni quito ni pongo Rey,
sino ayudo a mi señor.»
Debajo puso a don Pedro: 1580
haciendo el cuerpo al caer,
el ruido que puede hacer
cuando se desgaja un cedro.
Don Enrique, aún repuesto
de su congoja, cobró 1585
nuevo valor cuando vio
a su rival tan mal puesto:
y el auxilio aprovechando
del traidor Beltrán Calquín,
puso a su combate fin, 1590
a su Rey asesinando.
¡Tres veces crujió su acero
al rasgar con fuerte mano,
el corazón de su hermano,
y del mejor caballero! 1595
¡Y los suyos que juzgaron
saciar así sus venganzas,
con los cuentos de sus lanzas
el cadáver golpearon!
Y tanto espacio duró 1600
su feroz carnicería,
que el sol del naciente día
tamaña infamia alumbró.
- XI -
¡Aquel pueblo que tirano
llamó a don Pedro, el Valiente, 1605
besó rastrero y ufano,
la diestra en sangre aún caliente
del que asesinó a su hermano!
Editado por Christelle Schreiber-Di Cesar