DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

VALVERDE Y PERALES Francisco : Leyendas y tradiciones. Toledo. Córdoba. Granada., Toledo, Imprenta y librería de la viuda e hijos de J. Peláez, 1900, 210p. ; pp. 21-26.

Acontecimientos
Un joven tiene miedo a car en los vicios de la sociedad y recibe la protección de JC.
Personajes
Pedro Vicente, Jesús Cristo
Enlaces
Cristo de la Agonía

LOCALIZACIÓN

TOLEDO

Valoración Media: / 5

El cristo de la agonía

 

Guardaba con fe piadosa

cierta toledana villa

en vieja y pobre capilla

una imagen milagrosa.

Era la bella escultura

un Cristo cuyo semblante

palpitaba agonizante

con espasmos de tortura.

De su protección divina,

que en todo mal invocaban,

mil prodigios se contaban

en la comarca vecina,

donde no faltó ocasión

a nadie, para llevar

agradecido al altar

un voto o una oración.

Pero, quien con más ferviente

celo, con fe más sincera

veneraba al Cristo,

era el joven Pedro Vicente.

Cristiano fiel y buen hijo

nunca más dicha soñó

que el hogar donde nació

y el culto del Crucifijo.

Mas, a la ciudad un día

se vió obligado á marchar,

dejándose en el lugar

todo lo que más quería.

Con desaliento profundo

sintióse Pedro, al partir,

débil para resistir

las tentaciones del mundo,

y acudió con fe sencilla,

lleno de cristiana unción,

a implorar la protección

del Cristo de la capilla.

—Señor, dijo compungido,

pues que rigores del hado

me llevan de vuestro lado

concededme lo que os pido,

Dadme voluntad que enfrene

el fuego de mis pasiones;

dadme los copiosos dones

que la Caridad contiene...

Dadme cristiana elocuencia

para abatir la maldad;

dadme, en la dicha, humildad,

y en la desgracia, paciencia.

Nunca en mi silencio apoyo

halle el injusto tirano,

ni de ver deje un hermano

en el hijo del arroyo.

Y siempre vuestra bondad

divina, mi pecho aliente

contra la impura corriente

del vicio y de la impiedad.

— El Cristo de la Agonía

oyendo al joven piadoso

se dignó darle amoroso

todo lo que le pedía.

Y de su costado abierto

principiaron a brotar

mil virtudes que el altar

dejaron pronto cubierto.

De tal prodigio asombrado,

humilde, Pedro, y confuso,

a recoger se dispuso

aquel tesoro sagrado.

Mas, viendo que no podía

tanta riqueza guardar

corrió a su casa a buscar

una caja que tenía.

Volvió, y el santo presente

guardó en ella satisfecho,

y se la puso en el pecho

de rica cinta pendiente.

Luego del Cristo divino

humilde se despidió;

besó la cruz, y tomó

de la ciudad el camino.

Ya en ella, pudo apreciar

que su codiciado bulto,

entre aquel pueblo tan culto

era propenso a estorbar;

pues en estrechos pasajes,

sin la menor intención,

pegó más de un tropezón

con ilustres personajes,

y hasta llegó, por su mal,

a derribar en la acera

a un Ministro la cartera

y el bastón á un General.

Al fin, de la caja huían todos,

y el grande y el chico,

del importuno Perico

que estaba loco, decían.

Y él, queriendo poner tasa

á situación tan aleve,

se dijo: —Pues, lo más breve,

es dejar el bulto en casa,

y asi ninguno sabrá

si soy creyente ó ateo;

amén á todo y laus Deo,

¿quién conmigo reñirá'?

— Mas, luego, su cobardía

conoció, y todo perplejo,

decidió pedir consejo

al Cristo de la Agonía.

Allá se marchó derecho,

en la capilla se entró

y ante el Cristo se postró

llevando la caja al pecho.

Confuso y avergonzado

iba ya á exponer su cuita

cuando la imagen bendita

habló del Crucificado,

y le dijo: —Yo, que leo

en tu corazón, Vicente,

tengo, con dolor, presente

lo indigno de tu deseo.

Si al tesoro que te di

vida cómoda prefieres,

libre, por mi gracia, eres,

puedes dejártelo aquí.

Mas, no olvides, sí cobarde

capitulas con el vicio,

que allá, en el postrer juicio,

si me llamas, será tarde.

Esclavos de sus pasiones

los hombres van a la muerte

y habrás de seguir mi suerte

si a su malicia te opones.

Pues sólo porque la luz

les di de santas doctrinas

me coronaron de espinas

y me clavaron en cruz.

Si en tu pecho un santuario

al bien y a la virtud das,

clavado no morirás,

pero tendrás tu-calvario;

porque ya el humano enjambre

que en la tierra fructifica,

al justo no crucifica

lo deja morir de hambre.

Deja la caja, si al suelo

te inclinas y á sus placeres;

si llevar la caja quieres,

mártir subirás al cielo.

Si aquí placer, allí penas,

si allí gloria, aquí pasión,

escoge, por tu elección

te salvas ó te condenas,—

y añade luego la historia

que cuando al Cristo escuchó,

Pedro la caja abrazó

diciendo: ¡ Señor, tu gloria!

Editado por Christelle Schreiber-Di Cesare