DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Gil y Zárate, Antonio. “El paso honroso”, Semanario Pintoresco Español, 1838, p.459-462.   

Acontecimientos
Torneo en el puente del Órbigo
Personajes
Suero de Quiñones
Enlaces

Lorenzo, María del Carmen Rodríguez. "El paso honroso: Antonio Gil y Zárate." Historias medievales para sensibilidades románticas: Relatos sobre el tiempo de Juan II de Castilla. Servizo de Publicacións, 2018.  También, Santiago Agustín Pérez, “Puente del Orbigo, 1434: realidad histórica y trama narrativa en El Passo Honroso de Suero de Quiñones”  Letras Nº 59 – 60, Universidad Católica de Argentina, 2009.

 

LOCALIZACIÓN

HOSPITAL DE ÓRBIGO

Valoración Media: / 5

El Instructor o Repertorio, de historia, bellas letras y artes, vol. 8, 1841, p.107.

 

Costumbres caballerescas. El paso honroso

Era el día 1º de enero de 1454 y primera hora de la noche. D. Juan el II y su  corte se hallaban en Medina del Campo, celebrando una de aquellas fiestas, que tan  comunes fueron en su reinado, notable por el lujo, galantería, y la magnificencia que en él se desplegaron así  como por las frecuentes revueltas que le afligieron. En una vasta sala de su antiquísimo castillo, adornada con todo el lujo de la época, y resplandeciente de luminarias, y al son de una numerosa orquesta[1], danzaban los principales caballeros y damas que habían acompañado a S.A., luciendo éstas su hermosura y preciosas galas, y meditando tal vez aquellos, en medio del ardor que mostraban en servir a sus parejas, alguna rebelión contra el soberano que los honraba.

Sentado este en un rico sillón dorado, en compañía de su esposa la reina Doña María, de su hijo el príncipe Don Enrique, y del condestable D. Álvaro de Luna, miraba desde el estrado la gallardía y donaire de los que tomaban parte en el recreo, y solo se distrajo de aquella diversión para leer unas trovas que recién compuestas le presentó  D. Iñigo López de Mendoza, que fue después marqués de Santillana; y el buen rey que tanto se complacía en estas obras del ingenio, alabó la del célebre poeta, mostrándola en seguida a los que le rodeaban.

Habíanse suspendido las danzas, cuando entran de improviso diez caballeros, armados de blanco, con gentil continente y gallardía. Asombráronse todos al ver tan inesperados huéspedes; y fijando en ellos su atención, reconocieron en el que iba a su frente a Suero de Quiñones, uno de los principales caballeros de la casa del Condestable, y en los demás otros gentiles hombres de gran nobleza y valor. Ni el color de las armas, ni el modo caballeroso y cortesano con que se presentaron, dieron recelo alguno de que su intento fuese turbar el regocijo de las fiestas, y antes bien creyóse al punto que esta repentina aparición fuese anuncio de alguna aventura que procurase nuevo solaz y contento. Con efecto, acercóse Suero muy discretamente y con muy humilde -640- reverencia adonde el rey estaba sentado, y besándole pies  manos, después de tomar su venia[2],  un faraute[3] llamado Avanguardia, que llevaba el noble caballero consigo, presentó respetuosamente al monarca la petición siguiente:

«Deseo justo es, en los que en prisión están, el de recobrar su libertad; y como yo, de gran tiempo acá,  sea en prisión de una muy virtuosa y hermosa señora, en señal de lo cual todos los jueves traigo a mi cuello este fierro[4], (y todos fijaron la vista en una argolla que llevaba al cuello Quiñones) en nombre del apóstol Santiago he concertado mi rescate, que serán trescientas lanzas rotas por mí y por estos caballeros que me acompañan, rompiendo tres con cada caballero o gentilhombre que al sitio señalado viniere, contando por rota la que hiciere sangre; y esto será quince días antes del apóstol Santiago y quince días después, salvo si antes de este plazo mi rescate fuese cumplido, en el derecho camino donde las más gentes suelen pasar en romería para el sepulcro del santo. Y por tanto,  certifico a todos los caballeros y gentileshombres, que allí fuesen, que hallarán arneses[5], caballos, armas y lanzas tales, que cualquiera ose dar con ellas sin temor de que se quiebren por pequeño golpe. Y notorio sea a todas las señoras de honor que cualquiera que fuese por aquel lugar donde yo estuviere, si no lleva caballero que haga armas  por ella, perderá el guante de la mano derecha. Mas todo lo dicho se entiende salvando dos cosas: que vuestra majestad real no ha de entrar en estas pruebas, ni el muy magnífico señor condestable Don Álvaro de Luna.

 Acostumbrado estaba el rey Don Juan a semejantes peticiones, frecuentes en un siglo caballeroso y guerrero, y sabidas eran por él las formalidades que se guardaban en iguales casos. Retiróse, pues, de la sala, y celebró consejo con los principales caballeros de su corte; y habiéndose decidido que era justo otorgar la petición de Quiñones, para que se pudiese libertar de la prisión en que estaba, volvieron todos al sitio del baile, y el mismo faraute Avanguardia dijo en alta voz estas palabras:

Sepan todos los caballeros y gentileshombres del muy alto rey nuestro señor, cómo él da licencia a este caballero para esta empresa, -641- guardadas las condiciones que van dichas.

 Enseguida Suero de Quiñones se llegó a un caballero de los que danzaban en la sala, pidiéndole le quitase el almete[6]; y subiendo luego por las gradas del estrado dónde los reyes estaban, dijo lo siguiente:

Muy Poderoso Señor, yo tengo en mucha merced  a vuestra señoría el otorgarme esta licencia, por ser a mi honor tan necesaria; y espero en Dios que serviré a vuestra real majestad, según han servido aquellos de quienes yo procedo a los poderosos príncipes de que vuestra majestad desciende.

 Dicho esto, hizo nueva reverencia a los reyes, y volvióse a sus compañeros, quienes juntos, con él se fueron a desarmar y vestirse, cual convenía, para asistir a aquellos festejos. Pasóse el resto de la noche en danzas, y acabadas estas, Suero de Quiñones hizo leer los capítulos que había extendido para la empresa, la cual quedaba aplazada para de allí a seis meses,  debiéndose publicar en todos los pueblos de la cristiandad donde posible fuese, para que asistiesen cuantos caballeros españoles o extranjeros quisiesen señalarse en ella.

 

II.

Cinco leguas distante de la ciudad de León, en el camino de Santiago, se encuentra el río Órbigo con un antiguo puente de piedra que une los dos pueblos de la Puente y del Hospital[7], los cuales toman su nombre, aquel de dicho monumento, y este de un templo muy antiguo, que en el existe, perteneciente a la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén.

 Las dos, márgenes del río son muy frondosas y amenas, particularmente la derecha. A un lado del camino existe una graciosa floresta, y este fue el lugar elegido por Quiñones para su honrosa empresa. Despejóse en medio de ella un espacioso terreno para colocar la liza[8], y mientras los reyes de armas[9] iban por todos los pueblos de la cristiandad, publicando los capítulos del paso e invitando a los más afamados paladines, numerosos obreros trabajaban en los preparativos de la justa.

Trescientos carros de bueyes llevaron las maderas necesarias para las construcciones, sacándolas de los montes de Luna, Ordás y Valdellamas, lugares del señorío del padre de Quiñones. Formóse una gran liza de madera que tenía 146 pasos de largo y la altura de una lanza. En medio de la liza, y a lo largo  de toda ella, había formada con fuertes estacas una especie de verja o barandilla, señalando la línea por dónde habían de correr los caballos. En torno del palenque[10] se construyeron siete palcos, adornados con magníficos tapices y colgaduras. El uno, para que Suero y sus compañeros viesen las justas cuando no combatiesen; dos más allá, para los caballeros extranjeros que acudiesen a hacer armas; otros dos, a la mitad del palenque, para los jueces, reyes de armas, farautes, trompetas y escribanos que daban fe de todo cuanto ocurría; y los restantes, para las demás personas que de alguna nombradía o dignidad quisiesen honrar las justas con su presencia. A cada lado de la liza había una puerta por dónde respectivamente entraban los defensores del Paso, y los caballeros conquistadores que venían a probar las armas; y en ambos se alzaba en una bandera el blasón de los Quiñones.

Al lado de la liza se armaron  veinte tiendas dónde pudiesen descansar los paladines aventureros, y estuviesen además cuantos oficiales eran necesarios para el buen orden y solemnidad de las justas, sin olvidar los médicos, cirujanos, armeros, sastres y carpinteros, cuya asistencia hacían indispensable los diferentes azares que de tan expuestas funciones se originaban. Junto a las puertas del palenque había otras dos tiendas dónde se armaban los campeones al tiempo de prepararse al combate; y en medio de todas se construyó una ancha sala de madera, revestida de paños franceses y otras telas preciosas, dentro de la cual había dos mesas: la una para Suero de Quiñones y demás paladines que viniesen a justar[11], y la otra para los caballeros principales que concurrían como meros espectadores. Obsequiábalos a todos espléndidamente el capitán del Paso, y les daba alojamiento, ya en las tiendas, ya en los pueblos inmediatos que eran todos del señorío de su padre. Finalmente, una estatua de mármol, labrada por Nicolao Francés[12], maestro de las obras de Santa María de la Regla de León[13], colocada con gran coste en el camino, a corta distancia de esta ciudad, señalaba con la mano un grande letrero, dónde se leía: Por ahí van al paso.

 

III.

 

Un domingo, 11 de julio y quince días antes del apóstol Santiago, así que amaneció, empezaron a resonar las trompetas y otros instrumentos bélicos, que, poblando el aire con sus ecos marciales, movían y azoraban los corazones de los guerreros, infundiéndoles ardimiento para la noble empresa a que se preparaban.

Suero de Quiñones y sus compañeros, después de haber oído misa en el Hospital de San Juan[14], salieron juntos para recibir el campo y la liza con la solemnidad que en tales casos se acostumbra. Oprimía Quiñones el lomo de un fuerte y brioso caballo con paramentos[15] azules y bordados de oro, que representaban la argolla de su famosa empresa, con esta divisa: Il faut deliberer.

Sobre las resplandecientes armas, de que no se veían más que brazales y piernas, vestía el campeón un falso peto[16] de terciopelo verde, con una uza o túnica de brocado, las calzas[17] eran de grana italiana, y de la misma tela el gracioso sombrero que adornaban plumas de diferentes colores. Llevaba en la diestra una espada desnuda, y en el brazo derecho su empresa[18] de oro ricamente labrada, con letras azules, al rededor, que decían.

Si á vous me ploit d'avoyr mesure,

Certes je dis

Qui se suis

Sans venture

 

Detrás de Quiñones caminaban tres pajes en cuyos vestidos, como igualmente en los paramentos de sus caballos, brillaban damascos, brocados, pieles exquisitas, anchas placas de fina argentería y cuanto podia suministrar el lujo de aquellos tiempos: el de en medio era notable por un almete de forma extraña, sobre el cual se elevaba un árbol de hojas anchas y verdes con manzanas doradas: enroscábase alrededor una serpiente, y salía por encima una espada con esta lema[19]; Le vrai ami. Llevaba este paje la lanza de Quiñones, y los otros dos su casco y su escudo de batalla.

Delante de Suero iban los nueve compañeros suyos; Estúñiga, Bazán, Nava, Álvar Gómez, Ravanal, Aller, Benavides, Ríos y Villacorta; todos hijosdalgos de la primera nobleza, descendientes algunos de reyes, y los más, conocidos por su ardimiento en las batallas. Sus calzas y falsopetos eran de grana; la uza de terciopelo azul, bordado todo con la empresa y divisa de Quiñones; y los paramentos de sus corceles también azules, con los mismos bordados. Precedíalos a todos un carro, tirado por dos hermosos caballos, dentro del cual estaban las trescientas lanzas, cubiertas con un gran paño de terciopelo bordado de adelfas y otras flores, y encima veíase sentado un enano que conducía el carro.

En fin, rompían la marcha los trompetas del rey y de los caballeros, con atabales[20] e instrumentos moriscos que habían sido traídos de intento por el juez de la justa, Pero Barba[21], para realzar la fiesta. Los demás caballeros principales, que sin ánimo de combatir habían acudido a las justas, iban a pie, primorosamente vestidos de gala, alrededor del capitán Quiñones, y para más honrarle llevaban las riendas de su caballo. Eran estos los hijos del almirante, de los condes de Valencia y Benavente, y otros muchos de las primeras familias de Castilla.

Tal fue el orden con que entró en la liza esta vistosa comitiva; y dando dos vueltas alrededor del palenque, a la segunda se paró en frente del palco de los jueces, que lo eran Pero Barba y Gómez Arias[22]. Entonces Suero de Quiñones requirió a estos que sin respeto ni amistad alguna juzgaran de lo que allí pasase, igualando las armas entre todos, y dando a cada uno la honra y prez[23] que se mereciese por su valentía y destreza. Aceptáronlo los jueces, y añadieron algunos nuevos capítulos a los que Suero tenia publicados; y tras esto, alzó la voz el hijo del conde de Benavente, rogando a Quiñones le permittiese substituirle, dado caso que alguna desgracia en la justa le impidiera terminar su empresa: hicieron la misma solicitud otros muchos caballeros; pero, habiendo reclamado su derecho los mantenedores[24] del paso, quedó acordado por los jueces que solo ellos entrarían en la liza, y que los que quedasen ilesos proseguirían sus aventuras, haciendo armas por sus compañeros heridos, sin que ninguno de fuera los supliese. Terminada esta ceremonia, fuéronse a un gran festín, al que también estaban convidados los aventureros o conquistadores que ya habían llegado: y todos se prepararon para empezar las justas al día siguiente.

IV.

Amaneció por fin el día en que se debía dar principio a tan famosa empresa. El primero de los mantenedores, a quien tocaba  entrar en la liza, era Suero de Quiñones, e hízolo al son de los instrumentos, cautivando el corazón de todos, así por su gallarda presencia, como por su aire noble y guerrero. Presentóse al punto por el lado opuesto Micer de Arnaldo de la Floresta-Bermeja[25], alemán, que había acudido desde las orillas del Elba ansioso de acreditarse en este honroso Paso. Examinaron los jueces las armas de los dos paladines, y hallándolas iguales, si bien notaron que el caballo de Arnaldo era más poderoso que el de Suero, las dieron por aprobadas. Enseguida mandaron al rey de armas y a un faraute que publicasen un pregón para que ninguno fuese osado, por cosa que sucediese a ningún caballero, dar voces o hacer señas, so pena de tener la lengua o la mano cortada: y no era esta una amenaza vana; pues un escudero que días atrás faltó a este precepto, viendo a su señor en peligro, tuvo a dicha el que los jueces, ablandados por los ruegos de honrados caballeros, trocasen aquella pena en otro castigo, si bien menos sensible, mucho más vergonzoso. Hecho este pregón, y habiéndose vuelto al alemán su espuela derecha, que estaba colgada en el palco de los jueces desde su llegada al Paso, (ceremonia que se usaba con todos los conquistadores) mandóse tocar la música con grande estruendo y tono de romper batalla. El rey de armas y el faraute dieron la señal, y los dos campeones, poniendo la lanza en ristre, dieron de espuelas a sus fogosos bridones, y con la rapidez del rayo partieron animosos a encontrarse. Suero tocó al alemán en la arandela[26], desguarnecióle el brazo derecho y rompió su lanza. Arnaldo no rompió la suya; pero se llevó con ella un pedazo del guardabrazo[27] izquierdo de su contrario, y del encuentro recibió tan descomunal revés que estuvo para dar con su cuerpo en tierra. Dieron las dos segundas carreras, y luego otras hasta cinco, en las que Suero rompió otra lanza y Arnaldo una; y rotas así las tres lanzas prescriptas en los capítulos del torneo, ambos guerreros subieron al palco de los jueces que dieron sus armas por cumplidas, mandándoles salir de la liza. Suero convidó a cenar al alemán, y ambos fueron acompañados con músicas hasta sus posadas.

Molesto seria referir los muchos caballeros aventureros que acudieron a ganar prez y gloria en estas justas. Fueron estos sesenta y ocho, de diferentes naciones, y todos hombres de gran valor y pujanza. En los treinta días que duraron las justas, diéronse 727 carreras, rompiéndose 166 lanzas, y no llegaron a las trescientas convenidas, por no haberse presentado mayor número de conquistadores. Lances hubo muy variados, que todos han sido relatados con minuciosa escrupulosidad por el escritor Pero Rodríguez Delena[28], nombrado por el rey para dar fe de todo lo ocurrido en esta empresa. A veces llegaba un gentilhombre, y no estando armado caballero, pedía le hiciera este honor el mismo Suero Quiñones; y este salía a la puerta de la liza, y allí se arrodillaba el doncel, y recibía el espaldarazo, y hacia el juramento de cumplir y guardar las cosas debidas al honorable oficio de caballería; y en seguida montaba ufano en su bridón[29], entraba en el palenque, y mostraba al mismo Suero que era digno de la honra que acababa de dispensarle. Otras veces una dama, que iba en romería a Santiago, llegando -642- a atravesar por el terreno señalado al Paso, tenía que entregar y dejar cautivo un guante de la mano derecha, el cual quedaba colgado en el palco de los jueces, hasta que hubiese un caballero que lo rescatase rompiendo las tres lanzas prescriptas; y como nunca faltaba un paladín que saliese por ella,  en breve se rescataba el guante, y la dama, muy agasajada y servida, volvía a seguir su camino. Muy a menudo trocábanse las armas entre mantenedores y aventureros, o estos pedían para combatir las que habían servido a determinado paladín, y principalmente a Quiñones; y este, cuando el caballo del contrario se juzgaba inferior, le mandaba cuatro de los más fuertes y briosos para que escogiese el que le cuadrase. No siempre los aventureros que llegaban tenían todos igual cortesanía, ni se portaban en la carrera tan noblemente como debieran; pero los jueces sabían castigar estas faltas, como asimismo los excesos de valor cuando rayaban en imprudencia. Tal le sucedió al mismo Suero; pues, diciéndose en sus capítulos que se permitiría a tres caballeros jugar las armas  quitándose una pieza del arnés, la víspera de Santiago, para solemnizar al santo, salió a la liza él solo con tres piezas menos, diciendo que en él se reunían los tres caballeros, y que con otros tres combatiría: mas no permitieron los jueces que se expusiera a semejante peligro, y por haber que sus propios capítulos, le mandaron que fuese arrestado a su tienda.

No todos los lances que ocurrieron fueron, sin embargo, felices: caídas hubo peligrosas, heridas descomunales, y hasta un infeliz caballero murió en la liza, pasado de parte a parte[30] por la lanza. El mismo Quiñones tuvo que estar algunos días sin jugar las armas, por haberse descoyuntado la mano en un encuentro.

Cumpliéronse así los treinta días que habían sido señalados para defender el Paso, y el último día por la tarde, después de concluida la justa, mandaron los jueces tocar con alegría todos los instrumentos músicos, y encendiéronse luminarias y antorchas, que alumbraban todo el campo, para más solemnizar el júbilo que a todos animaba por haber conseguido el fin deseado en tan honrosa empresa Luego, los mismos jueces requirieron las espuelas que permanecían colgadas, y eran de los caballeros que no habían podido entrar en liza, y se las mandaron devolver, dándoles gracias por el buen celo con que se habían ofrecido al peligro; y dieron por sentencia que no, por haber dejado de hacer armas, recibía su honor menoscabo; pues no quedó por ellos,  sino por la falta de tiempo.

Entonces entró en el palenque Suero de Quiñones, gran capitán del Paso, seguido de sus compañeros, y con el mismo séquito que ya se ha descripto en el primer día de las justas. Pasearon todo el campo, y parándose en frente de los jueces, dijo en alta voz el valeroso capitán.

Señores de grande honor: ya es notorio a vosotros, como yo fui presentado aquí, ha treinta días, con los caballeros gentileshombres que están presentes; y fue mi venida para cumplir lo restante de mi prisión, que fue hecha por una muy virtuosa señora de quien yo era hasta aquí: en señal de lo cual, yo he traído este fierro al cuello todos los jueves continuamente; y porque yo, señores, pienso haber cumplido todo lo que debía, según el tenor de mis capítulos, yo pido a vuestra virtud me queráis mandar quitar este fierro en testimonio de mi libertad, pues mi rescate ya es cumplido.

 Los jueces respondieron brevemente, diciendo:

 Virtuoso caballero y señor: como hayamos oído vuestra proposición y arenga, y nos parezca justa, decimos que damos vuestras armas por cumplidas y vuestro rescate por bien pagado; y así mandamos luego al rey de armas y al faraute que os quiten el hierro; porque nosotros os damos aquí por libre de vuestra empresa y rescate.

Dicho esto, el rey de armas y el faraute bajaron, y delante de los escribanos, con toda solemnidad, quitaron a Suero la argolla, obedeciendo el mandato de los jueces.

Cumplida así la libertad del buen Suero de Quiñones, los valerosos caballeros, que le habían ayudado en la alta empresa de defender el Paso, pidieron que a cada uno se les diese testimonio de haber hecho aquellas armas, para que en todo tiempo y honor perpetuo suyo pudiesen acreditarlo, siendo blasón[31] de sus familias. Accedieron los jueces a su demanda; y hecho así, después de haber pasado otro día en festejos, dejaron el lugar donde tanta gloria habían adquirido y tornaron todos juntos a León, en cuya ciudad se los recibió con el honor y pompa que merecían.

Tal es la descripción exacta de lo ocurrido en aquel célebre Paso, susceptible de ser adornada con todas las galas de la poesía, más cuyo sencillo relato hemos querido dar para que se forme una idea de las ceremonias que se observaban en las famosas justas, dónde desplegaban nuestros mayores todas las virtudes que constituyen un perfecto caballero

  1. A.G. de Z.[Antonio Gil y Zárate]

Edición: Pilar Vega Rodríguez

 

Gil y Zárate, Antonio. “El paso honroso”, Semanario Pintoresco Español, 1838, p.459-462.   

 


[1] Como es obvio, el texto incurre en un flagrante anacronismo.

[2] Tomar venia: pedir permiso para hablar.

[3] Faraute: 2. m. En las cortes medievales, oficial de armas superior al persevante e inferior al rey de armas, que ejerció las funciones de mensajero, intérprete y especialista en heráldica (Diccionario de la lengua española, RAE).

[4] Es voz antigua: hierro.

[5] Arnés: Del fr. harnais, y este del nórd. *herrnest, de herr 'ejército' y nest 'provisiones de viaje'.1. m. Armadura o conjunto de piezas defensivas aseguradas con correas y hebillas. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[6] Almete: 1. m. Pieza de la armadura antigua que cubría la cabeza. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[7]  Puente y Hospital de Órbigo:  Puente de Órbigo es una localidad cercana a Astorga, agrupada durante la Edad Media junto  a la iglesia de Santa María. A finales del XVI nació la localidad cercana de Hospital de Órbigo, junto al hospital fundado por los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén.

[8]Liza: 1. f. Campo dispuesto para que lidien dos o más personas. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[9] Rey de armas: 2. m. En las cortes medievales, oficial que tenía el cargo de transmitir mensajes de importancia, ordenar las grandes ceremonias y llevar los registros de la nobleza de la nación. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[10] Palenque: 1. m. Valla de madera o estacada que se hace para la defensa de un puesto, para cerrar el terreno en que se ha de hacer una fiesta pública o un combate, o para otros fines. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[11] Justar: Combatir en justas, 2. f. Torneo o ejercicio a caballo en que se acreditaba la destreza en el manejo de las armas (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[12] Nicolás Francés.  Cfr. Francisco Javier Sánchez Cantón. Maestre Nicolás Francés. Vol. 40. Editorial CSIC-CSIC Press, 1964.

[13] Actual catedral.

[14] Hospital de San Juan: San Juan De Jerusalén.

[15] Paramento: 2. m. Sobrecubiertas o mantillas del caballo. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[16] Falso peto: 1. m. Prenda suelta o parte de una prenda de vestir que cubre el pecho., que solo es de adorno (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[17] Calzas: 1. f. Prenda de vestir que, según los tiempos, cubría, ciñéndolos, el muslo y la pierna, o bien, en forma holgada, solo el muslo o la mayor parte de él. U. m. en pl. con el mismo significado que en sing. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[18] Empresa: 5. f. Símbolo o figura que alude a lo que se intenta conseguir o denota alguna prenda de la que se hace alarde, acompañada frecuentemente de una palabra o mote.  (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[19] Lema: 2. m. Letra o mote que se pone en los emblemas y empresas para hacerlos más comprensibles (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[20] Atabales: 2. m. Tambor pequeño o tamboril que suele tocarse en fiestas públicas (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[21] Pero Barba: Señor de Castro-fuerte y Castro-folle; favorecido por el conde de Niebla, D. Enrique de Guzmán. Fue rey o señor de Lanzarote en 1417. Expedicionario en Borgoña, Venecia y Jerusalén (Cesáreo Fernández Duro, La marina de Castilla desde su origen y pugna con la de Inglaterra,  Madrid, El Progreso Editorial, 1894, p.353.

[22] Gómez Arias: Gómez Arias de Quiñones, señor de Lena y Torre de Rabanal.

[23] Prez: 1. m. o f. Honor, estima o consideración que se adquiere o gana con una acción gloriosa. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[24] Mantenedor: 2. m. y f. Persona encargada de mantener un torneo, una justa, un certamen literario, etc. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[25] Micer Arnaldo de la Floresta: Arnold von Rottenwald, del marquesado de Brandamburg.

[26] Arandela: 1. f. Pieza generalmente circular, fina y perforada, que se usa para mantener apretados una tuerca o un tornillo, asegurar el cierre hermético de una junta o evitar el roce entre dos piezas. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[27] Guardabrazo: 1. m. Pieza de la armadura que cubría y protegía el brazo. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[28] Pedro Rodríguez de Lena: notario, cronista de los hechos del Paso honroso.  Francisco Márquez Villanueva,  "Pero Rodríguez de Lena," El paso honroso de Suero de Quiñones", ed. Amancio Labandeira Fernández (Book Review)." Romance Philology 34 (1981): 375-376. Sobre el tema escribieron muchos poetas, como Ángel Saavedra, "El paso honroso. Obras completas, I." Poesías (1957): 66-94; Lorenzo, María del Carmen Rodríguez. "El paso honroso: Antonio Gil y Zárate." Historias medievales para sensibilidades románticas: Relatos sobre el tiempo de Juan II de Castilla. Servizo de Publicacións, 2018.  También, Santiago Agustín Pérez, “Puente del Orbigo, 1434: realidad histórica y trama narrativa en El Passo Honroso de Suero de Quiñones”  Letras Nº 59 – 60, Universidad Católica de Argentina, 2009.

[29] Bridón: 5. m. p. us. poét. Caballo brioso y arrogante. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).

[30] De parte a parte: completamente, de un extremo a otro.

[31]Blasón: 2. m. Cada figura, señal o pieza de las que se ponen en un escudo. (Diccionario de la Lengua Española, RAE).