El capitán Yelves
“Pero los seres que, teniendo conciencia, se cubren con el antifaz de la hipocresía, fingiendo la virtud que mis conviene a sus designios, no son ya viciosos, sino criminales» ADOLFO LLANOS.
Pocos de nuestros lectores habrán oído el nombre de este militar, cuya historia no deja de ser interesante y curiosa y a título de lo qué vamos a narrarla, siguiendo para ello las escasas noticias que de dicho sujeto hemos podido encontrar.
D. Gaspar de Yelves era descendiente de una conocida familia de Castilla la Nueva, y nacido en nuestra ciudad poco antes de mediar el siglo XVII, siendo educado con bastante esmero por sus padres, señores muy amantes de sus rancios pergaminos y del mayor o menor brillo de su casa.
Apenas tuvo la edad precisa D. Gaspar, ingresó en el ejército y militó largos años bajo las órdenes de algunos ilustres caudillos, encontrándose en las campañas de Portugal sostenidas por el rey Felipe IV, —225— y en otras guerras, donde se distinguió por su bravura y arrojo.
Cansado ya de la vida agitada, y no queriendo correr, según parecía, más riesgos, D. Gaspar Yelves se retiró del ejército y contrajo matrimonio con una dama rica y huérfana, en compañía de la que parecía disfrutar de la mayor tranquilidad y ventura.
Hacia el año 1672 D. Gaspar y su esposa vivían en una casa de buen aspecto, que estaba situada en la calle de Alfaqueque, y frecuentaban el trato de las personas más conocidas y principales del barrio de San Vicente, quienes les guardaban toda clase de deferencias y atenciones. El Capitán Yelves era, así en su trato como en sus modales, un perfecto caballero, y era hombre muy instruido y de amena conversación, que se captaba las simpatías de todos por su carácter franco y expansivo y por su esplendidez y generosidad. Ajeno de cuidados parecía vivir al lado de su esposa, y cuantos le trataban creíanle feliz y dichoso, no faltando muchos que le envidiasen y se hicieran lenguas de las buenas cualidades que poseía.
Al poco tiempo de instalarse D. Gaspar Yelves en su domicilio de la calle Alfaqueque, comenzó a hacer algunos viajes, que le tenían alejado de su casa varios días y semanas; y, según su mujer manifestaba a los que iban a verle, negocios relacionados con unos bienes que estaban en pleito eran los motivos de las ausencias del marido. Nadie ponía esto en duda, y todos creían de —226 — buena fe a la señora, cuyas palabras gozaban el mejor concepto.
Por los años de 1695, y cuando España atravesaba una situación harto lamentable bajo el reinado del Hechizado Monarca[1], aparecieron en los campos andaluces unas numerosas partidas de bandoleros, que con la mayor audacia llevaban a cabo robos y atropellos incalificables, cometiendo también crueles asesinatos y brutales excesos. Éstas cuadrillas de ladrones eran el terror de la gente honrada; y aunque las autoridades ponían en juego toda clase de resortes, nunca podían echar mano a aquellos forajidos, que con exquisita táctica sabían burlar a la justicia, y eran tan diestros en borrar las huellas de sus pasos, como sanguinarios en la comisión de sus execrables delitos.
El capitán retirado D. Gaspar de Yelves seguía mientras tanto haciendo sus frecuentes viajes, y el último que hizo a mediados del 1697 se prolongó tanto, que puso en cuidado a su esposa y a cuantos eran sus amigos.
Por aquellos días habían verificado los bandoleros un robo de gran consideración en una iglesia, y fue tanta la actividad que se desplegó entonces por la justicia, que no tardaron en ser capturados algunos de los autores del hecho, siendo conducidos a la cárcel de Sevilla y ahorcados en el mes de enero de 1698 en la plaza de San Francisco. Cuando el que aparecía como jefe de la partida llegó al patíbulo, algunos de los que presenciaban —227 — la triste escena no pudieron contener un grito de admiración y sorpresa. El capitán de los bandidos era el capitán retirado D. Gaspar Yelves, que de tantas simpatías y consideraciones gozaba en Sevilla.
La cabeza del reo—según dice un autor—estuvo tres días pendiente de una escarpia en la fachada de la casa de la calle Alfaqueque, y el cuerpo fue descuartizado, según la bárbara costumbre de aquellos tiempos.
FUENTE
Manuel Chaves Rey: Páginas sevillanas. Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1894, pp.226-228
Edición: Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Carlos II, el Hechizado (1661-1700), hijo de Felipe IV, llamado así por su débil salud que se atribuyó a un embrujo.