Fervencias de Ávila
En este tiempo acaeció, según dicen Sandoval y otros, el suceso más dramático de la historia de Ávila, que, a ser cierto, probara gran maldad de corazón de parte del aragonés. Decimos, a ser cierto, porque cuantas pruebas se han presentado en abono de la verdad de las Venencias no tienen, a nuestro entender, aquel grado de verosimilitud que fuera de desear para creer en ellas. Dicen que, sabiendo D. Alonso el Batallador que los de Ávila querían traer a su ciudad al infante don Alfonso Raimundez (luego Alfonso VII el emperador) desde Simancas, donde se hallaba, envió a decir esperaba le recibiesen en Ávila con obediencia propia de súbditos leales.
Al mensaje del aragonés contestó Blasco Jimeno, que por el momento gobernaba la ciudad, que los caballeros de Ávila le recibirían y aún estaban dispuestos a ayudarle en guerra contra los moros, pero si se presentaba con ánimo de dañar al niño Alfonso, le negarían la entrada por enemigo.
Añaden que no había pasado mucho tiempo desde la entrada del infante en Ávila cuando el de Aragón pareció con su ejército ante los muros de Ávila, a cuya parte oriental acampó. Entonces envió nuevo mandado a Blasco Jimeno, diciéndole, que si era cierta la muerte del rey de Castilla (pues de ella corrían voces), le diesen a él entrada. En pago, prometía todo género de mercedes y privilegios al concejo y vecinos de Ávila. Mas si el rey, esto es, el infante D. Alfonso, vivía, deseaba se le mostrasen, y él empeñaba su fe y palabra real de alzar en seguida el campo y retirarse a Aragón.
Contestó Blasco Jimeno, que el rey de Castilla, su señor, vivía y estaba sano y bueno, mientras todos los caballeros y vecinos de Ávila se hallaban dispuestos, si necesario fuese, a morir en su defensa. En cuanto a la entrada del aragonés en la ciudad, se le permitía, con tal que fuese solo acompañado de seis caballeros, todos armados, para que pudiesen ver al niño D. Alfonso y convencerse de que vivía. Los avilenses ofrecían sesenta personas en rehenes, de las más ricas y poderosas familias de la ciudad, las cuales habían de permanecer en el campo hasta que el de Aragón tornase, obligándose este, so pena de perjuro y fementido, a devolver los referidos rehenes sin lesión ni agravio.
Hecho el juramento de fidelidad a lo pactado por ambas partes, mientras el de Aragón llegaba a la puerta de la ciudad con los seis caballeros, salían los rehenes, que, sin detenerse, llegaron al campamento.
Entre tanto, el aragonés, viendo salir a recibirle Blasco Jimeno con otros nobles de Ávila, exclamó: «Yo creo, buen Blasco, que vuestro rey es vivo y sano, con que no es menester entre yo en la ciudad, y me bastará le traigan aquí para mostrármele, o al menos, lo hagáis desde lo alto del muro.»
Al oír esto los avilenses, temiendo alguna asechanza, subieron al rey niño al cimborio de la catedral, que está junto a la puerta. Viole el de Aragón, y a caballo como estaba hizo al tierno infante mesurado saludo, contestó el príncipe con otro igual, tornando el primero a su campo sin consentir que nadie le acompañara. Apenas llegó hizo degollar a todos los rehenes, llevando la crueldad al punto de mandar hervir en aceite las cabezas de aquellos desventurados.
Desde entonces se llamó el lugar del suceso las Fervencias. Apenas se supo en Ávila, salió Blasco Jimeno en persona, a retar al rey de Aragón. Alcanzóle en Ontiveros, camino de Zamora. Detúvose la hueste al oír que el recién llegado era mensajero del concejo de Ávila y, entonces, llegándose Blasco Jimeno al rey, le afrentó recordándole su infame crueldad, añadiendo que, como alevoso y perjuro lo había hecho y, por tanto, en nombre de su concejo le retaba.
Ofendido el de Aragón, mandó matar al punto a Blasco Jimeno, quien, por más que trató de defenderse, cayó al fin muerto, no sin herir antes a varios. Una ermita donde, dice la tradición yace Blasco Jimeno, vino a santificar el sitio, llamado desde entonces el Hito del Repto. Premió Alfonso VII la insigne lealtad de los avilenses, otorgándoles grandes exenciones y privilegios, además del escudo de armas en que está el rey asomado a una almena.
Solo con decir que después de la batalla de Viadangos o Villadangos, fue llevado el niño Alfonso al castillo de Orcillón por D. Diego Gelmírez, se comprende cuán imposible era que el prelado o doña Urraca le dejasen ir a Simancas o Ávila. Tampoco podía -35- hallarse en esta el aragonés, cuando todos dicen estaba sitiando a Astorga.
Fulgosio, Fernando. Crónica de la provincia de Ávila. Madrid, Rubio y Grilo, 1870.