La fuente de la Madgalena
De un elevado peñasco
á la sombra y en la falda,
como las vírgenes pura,
cual ellas modesta y cándida,
nace huyendo de una cueva
honda, oscura y solitaria,
cierta fuente cristalina
que da torrentes de agua.
Á su alrededor las flores
y los arbustos levantan
bosque frondoso que habitan
genios sagrados y hadas.
Allí la tórtola anida,
allí sus amores canta
el ruiseñor, y allí el lobo
es el rey de la comarca.
Nadie en el bosque penetra;
su existencia es ignorada,
que para muy altos fines
Dios lo cria y Dios lo guarda.
Llegó un tiempo en que el Fenicio
puso en la Iberia su planta,
y con astucias o ardides
hizo de Iberia su patria.
—Un peñón para defensa
y un raudal de puras aguas
cerca de fértiles campos
donde hay espigas doradas,
son para el rudo soldado
de la primitiva raza
favores con que los Dioses
protegen a los que aman.—
Al bosque llegó el Fenicio:
allí sus tiendas levanta:
allí concentra sus fuerzas
y del combate descansa.
A través de nuevos tiempos
aquella fuente vedada
se ve presa de altas torres,
de almenas y de murallas.
Cartago y Roma pelean
por su posesión. Alcázar
es de Asdrúbal, y Scipion
con sus legiones la asalta,
El cerco es terrible: hay
en su alrededor batallas
que dejan cubierto el campo
de soldados, sangre y armas...
Al fin vence Roma. Asdrúbal,
es desecho en la jornada,
y de la Fuente y peñasco
dueño Scipion se proclama.
Los purísimos cristales
que del raudal se derraman
son recogidos en termas
por la nobleza romana.
Allí se prodiga el pórfido
y el jaspe; las más gallardas
columnas que trazó el arte
sostienen bóvedas amplias.
Cayo Sempronio, Pontífice,
y Fusca Vibia una página
escribieron sobre mármol
para honrar aquellas aguas.
La fuente sigue su curso,
el raudal, jamás se gasta,
y ni como el hombre muere,
ni como el Imperio acaba.
Vándalos, Godos y Suevos
se suceden y guerrean
y como lava se extienden
por la península ibérica.
Nada su cruda barbarie
del bello país respeta:
templos, estatuas, sepulcros,
todo se arrasa o se quema.
Pasados trescientos años
sitia Tarií a Mentesa
y es Aurigi destruida
y sus murallas desechas.
Dios, sin embargo, en sus juicios
no quiere que de la tierra,
desaparezca aquel pueblo
fundado al pie de la peña.
Tarif mismo la importancia
de Aurigi ve, su frontera
sin ella para los Vándalos
queda franca, abierta queda.
Tarif, pues, la redifica:
de altos muros la rodea,
refuerza sus torreones
y alza un castillo en la cresta
del peñasco a cuyo abrigo
su ejército se acuartela.
El invasor Sarraceno
ha plantado su bandera
en el torreón más alto
de la disputada sierra,
á cuya falda una fuente
brota raudales de perlas.
¿Quién acaudilla el ejército
que enarbola como emblema
la Cruz bendita de Cristo
en sus pendones la guerra?
¿Quién tala campos floridos
y quien arrasa la Vega,
y pone cerco a Jaén
y por el hambre lo estrecha?
¿Quién por fin rinde la plaza
inexpugnable y soberbia,
que es del reino granadino
avanzado centinela?
¿Quién? Alhamar el de Arjona,
Rey de Granada que llega
a los reales castellanos,
con mustia faz, vista inquieta,
os dirá que a Don Fernando
da su homenaje y entrega
las llaves de la Ciudad
fundada al pie de la sierra
de la que brota una fuente
donde Abdallá se deleita.
De Dios los ocultos fines
por los hechos se revelan:
fuente, ciudad y castillo,
montes, vallados y huertas,
mezquitas, baños, palacios,
juros, fueros, preeminencias,
todo al Reino de Castilla
unido de entonces queda.
Don Fernando en la Ciudad
con puro contento entra,
no obstante el silencio triste
que el pueblo abatido observa.
En procesión con el clero
á la gran mezquita llega,
y el Obispo Don Gutierre
la consagra y canta en ella
sus preces y aquella misa
que la transformó en Iglesia.
Asentado el sacro culto
se traslada de Baeza
la Silla de los Apóstoles
á la Ciudad de gran guerra,
redonda é muy recelada,
con fuentes fridas muy buenas.
El Santo Rey Don Fernando
quiere ver las excelencias
de la plaza conquistada
al walí de la frontera.
Visitando las murallas,
los adarves, las almenas,
y el palacio que habitaron
reyes y alcaides, se encuentra
sorprendido con la fuente
que brota clara y modesta,
y donde tuvo su origen
la Ciudad que al reino aumenta.
Don Fernando de rodillas
cae allí donde serpean
los plateados raudales
que el disco del sol reflejan.
Alza su mirada al cielo,
ora un momento, y su diestra
extendiendo hacia el oriente
dice piadoso: —«Aquí sea
á Dios levantado un templo
de planta y fábrica nueva.
Y tenga la advocación
de la Santa Magdalena,
en cuyos ojos brotaron
raudales de penitencia.»—
Dijo, y al regio mandato
sus servidores se aprestan,
que obliga la orden de un Rey
si a Dios se sirve cumpliéndola.
El templo fue construido,
y allí el pueblo se congrega
para rendir al Señor
culto de amor y obediencia.
En cuanto a la fuente, existe:
y son sus aguas tan buenas
como el día que nacieron
por divina providencia.