El castillo de Magacela
La historia de este castillo, como la de casi todos los de su tiempo, está envuelta en las más densas tinieblas, y todos los esfuerzos del espíritu humano no son capaces de presentarla con la regularidad que sería de apetecer. Creen algunos que la gran ciudad de Arsa estuvo contigua a este castillo, lo que dio motivo a pensar que en una laguna inmediata sufrieron el martirio los santos Aquila y Priscila, y aunque la piedad todavía venere aquel lugar, y rinda homenaje religioso en él a aquellos defensores de la fe, otro tanto hacen los naturales de Zalamea, distante cinco leguas, afirmando que aquellos santos padecieron en Argallén, y a pesar de los esfuerzos de Tamayo Salazar en su martirologio español, es lo cierto que en tiempo de S. Pablo vivían en Roma; pues de ellos, y de su Iglesia doméstica, hace especial mención en una de sus epístolas, y no consta de viaje alguno que hiciesen a la Lusitania; ni alguna otra de las provincias meridionales; por lo que todo esto se reputa como invenciones fabulosas.
Lo que se infiere bien de la simple vista del castillo es que fue obra de los árabes, deduciéndose así, no menos de su construcción y forma, de la argamasa y ladrillos en abundancia de su fábrica, que de haberse sacrificado la simetría, el orden, los adornos, y follaje a favor de la fortaleza, y la seguridad. Se piensa, y no sin fundamento, que apoderados los moros de esta comarca, pensaron desde luego en edificar una casa fuerte, que fuese como centro de la población, que había de extenderse por la campiña; asilo a las incursiones de los enemigos, y sitio donde establecida —p. 301— una aljama, se concurriera sin riesgos a los actos religiosos y civiles; y para ello escogieron el lugar más a propósito en la cumbre de una sierra fragosísima, y casi inaccesible, la única acaso en un espacio muy dilatado, y la que colocada en medio de él, le preside, descollando como palma que se eleva en las llanuras inmensas del desierto. Se descubre a muchas leguas de distancia, y por donde quiera que se mire, desde luego llama la atención del viajero, que la considera, como destinada a defender un grande territorio. Se sabe que en ella hubo mezquita, y por consiguiente que fue residencia del Cadhí. Su nombre, los que atribuyen el castillo a los Romanos, le derivan de las palabras latinas magnacela, como si se dijera, casa grande. Otros afirman que es arábigo; y los más, esta es la tradición vulgar, aseguran que es voz corrompida de amarga cena, sin duda por la singularísima que acaeció dentro de sus muros, teatro de escenas grandes y horrorosas.
Pero, sea de ello lo que quiera, es lo cierto que este famoso estilo castillo fue ganado de los moros en la era de 1270, o sea año de Cristo de 1232, por el maestre de la muy noble, esclarecida, ilustre y militar Orden de Alcántara don frey Arias Pérez, reinando en León y Castilla D. Fernando tercero el Santo. Desde entonces se convirtió en capital cristiana, y fue cabeza y asiento de una extensa comarca sujeta en lo temporal al alcalde de la fortaleza y comendador, y en lo espiritual a un freire de la misma orden con título de prior, tomando su denominación de la que tenía el propio castillo. Posteriormente se fue poblando el territorio: ganó la orden a Zalamea, Benquerencia y Lares, y se formó una provincia llamada de la Serena. Creóse por la autoridad del maestre un alcalde que la gobernase, después un gobernador caballero de la orden, que la hubiese servido; y todos los pueblos de que se compone ven desde sus campanarios a Magacela, reconociendo en ella la madre común, que les dio el ser, el teatro de sus glorias, el fomento de sus familias y de sus riquezas, viniendo a ser un recuerdo consolador de su antigua nombradía. Era tal, y tan grande la importancia de este castillo, que le escogieron por morada muchos maestres, ejerciendo desde él por sí, y por su consejo la jurisdicción eclesiástica, civil y criminal de todo el territorio; y se hizo más memorable por la cena de D. Alonso de Monroy, el ciego, que es una de las ocurrencias acaecidas en él.
Andando el año de 1473, deseaba Francisco de Solís, sobrino de D. Gómez, que contra la elección de D. Alonso, se llamaba maestre de Alcántara, y el cual tenía por su tío la fortaleza de Magacela, vengar en el mismo D. Alonso la ofensa que había hecho a su tío; y no perdió medio, ni ocasión de atraerle con engaños; prometiéndole entregar la fortaleza, que aún no reconocía su dignidad, y para que no desconfiara de sus promesas pidióle por esposa una hija a quien D. Alonso amaba tiernamente. Con estas seguridades marchó para Magacela, y aunque le advirtieron de la traición, y le sucedieron lances, que se la anunciaban, prosiguió sin que le detuviera la voz de un escudero, que desde las mismas almenas le gritaba que no entrase porque sería preso. Muchos caballeros estaban en la trama, y para protegerla habían venido doscientas lanzas de la Condesa de Medellín y maestre de Santiago malquistos con D. Alonso. Llamó, pues, al castillo, despreciándolo todo, y al entrar puso en manos de su insidioso enemigo una carta que le avisaba de la traición, y entonces se excusó aquel dándole il satisfacciones, y haciéndole muchas promesas, y grande agasajo y caricia. Pusiéronse las mesas para cenar. Sentáronse los caballeros, parientes del alcaide, y de su tío D. Gómez, que disputaba el maestrazgo, las doscientas lanzas, hombres de pelo en pecho y soldados viejos, estaban de resguardo; y lo primero que se sirvió fue una gran fuente de plata, cubierta con otra, y levantada esta se descubrieron unos fuertes grillos, que después de preso, echaron a D. Alonso, colocándole en una oscura y durísima prisión, después de haberse inútilmente defendido. Esta prisión estaba en la torre del homenaje, que todavía queda en los restos del casi demolido castillo. ¿Es este, hijo, hecho de caballero? Dijo Don Alonso a Francisco de Solís: Padre seáis vos de todos los diablos, le respondió, que mío no lo seréis. Así se consumó una de las más horrendas traiciones, que se habrán oído, aprisionando al hombre más fuerte, valeroso, y esforzado de su tiempo, quedando hasta hoy la memoria de esta cena tan amarga, de donde nace la creencia del vulgo, que hemos referido. Protegía a D. Alonso la reina católica; por lo que seguía su causa contra los portugueses, que defendían la Beltraneja, y les dio tales alcances, que se cantaban romances de sus hazañas; pero al fin, cuando por el sosiego de las cosas públicas, no era necesario, se le miró con desdén, como sucede de continuo en los Palacios, y de maestre de Alcántara volvió a clavero de la orden; por haberse proveído aquella dignidad en D. Juan de Zúñiga, siendo niño de cortísima edad; postergando de este modo, por intrigas y manejos de la Corte, los méritos y grandes servicios prestados por varón tan eminente.
En la Iglesia de Santa Ana dentro del castillo, que es la parroquia del pueblo, está enterrado el maestre Don Ruy Vázquez, cuyo sepulcro cubre una losa de piedra de grano con un epitafio largo borrado por el tiempo, y es cura de ella el prior de Magacela, que ejerce en todo el territorio compuesto de diez y nueve villas y lugares, jurisdicción eclesiástica omnímoda con uso de vestiduras episcopales, y a él como Prelado asistente en Roma se someten las bulas y breves pontificios de gracia y de justicia, teniendo asiento como dignidad en los capítulos generales de la orden, y en los concilios de la Iglesia Católica. Es Magacela villa de unos trescientos vecinos, comprendida en la antigua Lusitania, sujeta hoy en lo administrativo y judicial a Villanueva de la Serena, que fue aldea suya, y en la provincia de Badajoz. Sus casas están contiguas al castillo en la pendiente de la Sierra, a donde se sube con mucho trabajo, presentando la población mirada desde el oriente la figura de un nido de golondrinas. Tiene buenas aguas, algunas huertas de riego, y excelentes dehesas de pasto. Sus naturales en lo general son toscos, y se dedican a la labor, y a fabricar vasija, cal, teja y ladrillo; y si los trabajadores no fuesen tan dados al vino, sería uno de los pueblos más ricos de la comarca. Los originarios de Magacela en su mayor parte remedan aun en sus costumbres y figura a los árabes, sus abuelos, de quien traen su origen; aunque hay también personas bien formadas, de buena moral, y de capacidad y bellos sentimientos. Se va adelantando mucho en el adorno y comodidad de la población; y sus calles antes intransitables, y que a cada paso amenazaban un precipicio, han sido allanadas, y aun por algunas pueden transitar carros. Maravilloso es en verdad que así suceda, pero el arte, el trabajo y la constancia vencen todos los obstáculos por insuperables que parezcan. Esta población ha sufrido la inconstancia inherente a las cosas humanas. Llegó a su decrepitud, y como sucede con frecuencia después de una altura tan admirable, casi s reduce a un montón de escombros: que en vez del respeto con que fue mirada, solo sirve de recuerdo triste y lastimero del porvenir que espera a la grandeza, al orgullo, y a la soberbia de lo terrenal y perecedero.
M.M.R.V.