El ama de llaves de San Esteban.
Leyenda catalana del Vallés.
Ángel de la guarda
Dulce compañía,
Sed siempre mi amparo,
De noche y de día.
I.
Una tabla gótica
¿Habéis visitado la villa de Granollers del Vallés, lectores míos?
Los más me contestareis que no, sobre todo los que no sois catalanes.
No creáis que la expresada villa sea de las primeras de España, pero tampoco en rigor puede figurar en última línea. Si salieran a relucir viejos pergaminos, tal vez podría mostrar más noble estirpe que la villa y corte de Madrid (hoy, porque sí, capital de España), pues cuando San Isidro labrador hacía arar sus bueyes cerca de los malos casuchos que fueron la humilde cuna de la villa coronada, Granollers tenía tanta importancia que su mercado semanal ya era uno de los primeros de Cataluña, y no me dejarán mentir las columnas, según unos, árabes, y según otros romanas, que sostienen el tejado debajo del cual, ya desde siglos remotísimos, se colocaban los vendedores.
Además atestiguan su importancia sus recuerdos en la historia de nuestra patria y su bella iglesia parroquial en la que se mezclan las arquitecturas románica y gótica, que ostentan en bajos relieves la cruz de la catedral de Barcelona, de la cual debió formar parte por ser el centro del arciprestazgo del Vallés cuya capital es la expresada villa.
Granollers es una población antigua y moderna al mismo tiempo.
Al lado de un vetusto edificio con ventanas ojivales se eleva una chimenea vapor que da movimiento a una fábrica.
Es una villa agrícola e industrial y el humo de sus fábricas oscurece a veces el bello sol que fertiliza sus campos de esmeralda y sus viñedos que forman la verde alfombra sobre la cual se sienta orgullosa la villa, coronada por el alto campanario de su antigua parroquia de San Esteban.
Penetrad en este templo y veréis sus altas y esbeltas bóvedas de estilo ojival que os recuerdan las de Santa María del Pino de Barcelona, si bien se han afeado con ciertas innovaciones.
Entre otros desaciertos quitóse el antiguo altar mayor, obra del siglo XV, compuesto de tablas góticas de fondo dorado, en las cuales, con la severidad y defectos propios de la época, se veían los principales pasajes de la vida del Santo Protomártir, Patrono de la buena villa.
No sabemos si fue debido a la ilustración[1] del sacerdote que en aquella época se encontraba de cura párroco el que se tallaran las expresadas tablas, una de las mayores de Cataluña, dignas de compararse con las que admiramos en nuestra Santa Basílica de Barcelona; pero, sea como fuera, se tallaron las expresadas pinturas, admirándose ya en la exposición retrospectiva que tuvo lugar en la Universidad de Barcelona hace algunos años. Ahora se guardan en la sacristía de la parroquia mayor de Granollers, que es la de San Esteban, siendo la admiración de propios y extraños.
Entre estas tablas se ve una que llama la atención, habiendo dado tema para una leyenda popular, que se repite no solo en la villa expresada, sino en toda su comarca de algunas horas a la redonda. Es de lo más raro que darse pueda, un capricho de aquellos siglos.
La tabla, sobre su fondo dorado, representa una cosa inconcebible.
Una mujer vestida con el traje que usaba la clase proletaria, pero acomodada, del siglo XV.
Es sabido que era una de las manías de entonces pintar a los santos y demás personajes con el traje de la época, aunque pertenecieran a siglos remotos.
La expresada mujer viste cuerpo y faldas propias del siglo dicho, y cubren su cabeza tocas de dueña o matrona.
Pende de su cinto un llavero con un manejo de llaves, y esto ha hecho creer al vulgo que aquella figura representaba una (sic.) ama de llaves.
Represéntase a aquella mujer dormida junto a una cuna. En lugar asomar entre la colcha de tapicería y las holandas de las sábanas la cabecita rubia de un hermoso infante, se ve la cara negra que hace extraños visajes, de un diablillo cuya frente coronan cuernos. En la parte superior de tan extraño grupo se descubre un ángel que tiene en sus brazos al tierno niño que debería dormir en la cuna y parece guardarlo de aquella feota figura que ocupa su lugar.
Sobre esta rara pintura nos han contado una leyenda, que traduciremos del catalán al idioma de Castilla, si bien perderá el sabor de la tierra y la mitad de la poesía que la dio la buena payesa que me la contó cuando visité aquella hermosa villa.
La leyenda es esta:
II
UN DIABLO APALEADO.
Sabido es que San Esteban era hebreo y de noble estirpe, y fue el primero que derramó su sangre por Nuestro Señor Jesucristo, por cuyo motivo en antiguos grabados se le representa llevando en sus manos una bandeja como al jefe o porta-estandarte de los mártires.
A más, dio el santo indicios de lo que sería, pues su rostro hermosísimo era más bien de un ángel que de un niño, y parece se hicieron de él grandes vaticinios diciendo que aquel daría grande honra al Dios de Israel, pero se encargó tuvieran grande cuidado porque el demonio envidioso de tantas gracias concedidas a un mortal, trataría de ganarlo para sí.
Enamorados los padres de la hermosura del niño no lo dejaban un solo instante, y si bien la madre lo tenía de noche en su cama y lo amamantaba en sus pechos, pues las matronas de Judea no confiaban nunca este cuidado a mujeres asalariadas, de día velaba al niño el ama de llaves de la casa, mujer de tanta confianza que tenía bajo llave todo el tesoro y riquezas de la familia, y a ella le confiaban el tesoro mayor que tenían, que era el hijo querido.
El demonio que sabe mucho no ignoraba por permisión divina, lo que sería el niño Esteban y vio en él un adversario temible, y el jefe o semilla de millones de mártires que debían ocupar las sillas que en mal hora tuvieron que abandonar los ángeles rebeldes, y entrándole la más negra envidia determinó ahogar al niño en su cuna para desbaratar los designios de Dios, haciéndale perder las bellas flores del martirio, que son, después de la Virgen María, las verdaderas joyas del cielo.
Dicen que el demonio no duerme y en aquella ocasión no se contentó con estar despierto, sino; que infundió al ama que velaba de día al santo niño una fuerte tentación de sueño que la dejó dormida. Pero cuando antes de dormir mecía la cuna del tierno infante, cantaba la oración de nuestras payesas:
Ángel de la guarda
dulce compañía
sed siempre mi amparo
de noche y de día.
Y cantando se durmieron el ama y el niño.
Entonces, rápido como el pensamiento, el diablo se abalanzó a la cuna para ahogar al tierno infante, pero velaba el ángel al cual con su canción había invocado el ama de llaves, y arrebatando al niño Esteban lo sostuvo en sus brazos y gritó;
— “Acércate, mala bestia, que yo defiendo al niño que Dios me dio a guardar”
Amedrentado el diablo se escondió en la cuna y se cubrió con sus colchas aguardando por otra parte que el ángel dejase al niño para hacer de las suyas; pero los gritos del ángel despertaron al alma de llaves, la cual dio una mirada a la cuna, y al ver aquella feota cara y aquellos cuernos en lugar del rubio infante que dejara, se puso a llamar con todas sus fuerzas. Comparecieron los de la casa y armados con el hisopo[2]y el agua bendita arrollaron al diablo, y le dieron la más tremenda paliza que se haya imaginado jamás marchándose al infierno molido y corrido, y es fama que jamás intentó cosa alguna contra San Esteban.
La vida de este esclarecido Santo es de todos sabida.
Él fue la primera flor y la semilla de todos los mártires.
En la Santa Basílica de Barcelona se guardan reliquias preciosas de este gran Santo, y en Santa María del Mar se muestra en el día de la fiesta del proto-mártir, una de las piedras que sirvieron para darle muerte y ganar la corona de la gloria.
Lo de apalear al diablo no es nuevo en las leyendas y tradiciones de la Iglesia.
En la historia de Santa Juliana de Nicomedia encontramos que estando esta santa virgen en la cárcel se le pareció el demonio en forma humana para tentarla; pero ella, desatándose de las cadenas que la tenían sujeta, hizo la señal de la cruz, y abalanzándose al demonio le sujetó, le ató con sus cadenas y con un palo que había en la cárcel, que tal vez servía para apalear a los que estaban presos en ella, le dio una terrible paliza, diciendo a cada golpe:
— Toma, mala alimaña. Toma, enemigo de Dios. Toma, perdición de los hombres, y así le dejó molido hasta que, llamada al tribunal del tirano, se presentó a él arrastrando consigo al demonio, atado con sus cadenas, lo cual llenó de terror a los circunstantes, no comprendiendo cómo siendo una hermosa y tierna doncellita de diez y ocho años sujetase y apalease al diablo.
Desatóle luego la santa y le dijo:
—Vete enhoramala pues ya que voy a morir y Dios me ampara con su gracia divina; no temo y ningún mal puedes hacerme.
Mientras el demonio huía corrido profiriendo las más horribles blasfemias, la cabeza de la santa virgen caía al golpe de la segur[3], volando su alma al cielo a recibir la doble corona de virgen y mártir.
La historia de San Esteban no nos revela el caso del ama de llaves, pero la extraña pintura de la tabla ha dado margen a ella.
¿Es verdad? no lo sabemos. Pero, ¡son tan bellas en su sencillez las leyendas populares! Hablan tanto al corazón, que cuando las oímos, por más que salgan de la boca de una persona rústica y sin instrucción alguna, tienen tal sabor de fe, que uno está tentado de ponerse de rodillas para oírlas, pues así las de la católica España como las de la protestante Alemania, datan todas del tiempo del catolicismo.
Los herejes no tienen leyendas ni tradiciones pues para ella se necesita toda la poesía y encantadora sencillez de nuestra religión católica.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
FUENTE
Francisco P. Capella. “El ama de llaves de San Esteban”, La Verdad: diario de la mañana (Santander), año III, núm. 803, 29 de septiembre de 1885, pp. 1-2.
NOTAS
[1] Ilustración: quiere decir, talante “ilustrado” o racionalista del párroco.
[2] Hisopo: 2. m. Utensilio que se emplea en las iglesias para dar o esparcir agua bendita, consistente en un mango de madera o metal, con frecuencia de plata, que lleva en su extremo un manojo de cerdas o una bola metálica hueca y agujereada. (Diccionario de la lengua española, RAE). El agua bendita es un signo sacramental que representa la Pasión de Cristo, y que combate, por ello, las asechanzas del mal.
[3] Segur: 1. f. Hacha grande para cortar (Diccionario de la lengua española, RAE).