LA HIGUERA DE VILLAVERDE
LEYENDA TRADICIONAL
POR
LA SEÑORA Dña. FAUSTINA SÁEZ DE MELGAR.
I. EL PRIMER DÍA DE MAYO.
Era de mayo la primera mañana
el sol en el oriente sonreía,
tiñendo el cielo de amaranto[1] y grana
su purpurada lumbre aparecía.
Cabe alto cerro en apartado valle,
un castillo feudal alzase erguido,
sigue, lector, esa florida calle,
y serás a su parque conducido.
Sentirás el murmurio[2] placentero
del Tajo, que entre sauces se dilata,
de un hermoso laurel se alza altanero
y su alta copa en el cristal retrata.
Y contemplando la corriente undosa[3],
bajo las ramas del laurel se ve,
una niña gentil, pura y hermosa
de talle esbelto y diminuto pie.
Rubio el cabello y en flotantes rizos,
leve le agita juguetona el aura,
mostrando al par los mágicos hechizos
del cuello y hombros de la bella LAURA.
A su lado verás joven y altivo,
un caballero de marcial figura,
de noble faz y de carácter vivo,
de apuesta y calladísima hermosura.
Ambos manifestaban su contento,
conmovido su pecho dulcemente;
hablan de su cercano casamiento,
al armonioso son de la corriente.
ELIODORO
¿Cómo tan pronto, alma mía,
te encuentro ya en la rivera?
LAURA
¿Quién duerme en la primavera?
Cuando el alba aparecía
amorosa y placentera,
dejé el lecho, amado mío,
y en pos de mis ilusiones,
vine a contemplar del río,
bajo este laurel sombrío,
las varias ondulaciones.
Lleno el pecho de tu amor,
de felicidad el alma,
no hay otro goce mejor,
que ese argentado[4] rumor
que semeja nuestra calma.
ELIODORO
¡Oh!... ¿Tan inmensa ventura
te ocasionó mi pasión?
¿No sientes nunca tristura[5]?
LAURA
¡Oh! ¡Jamás, cuando me augura
mil dichas mi corazón!
¡Soy tan feliz! Nada temo:
entusiasta y amorosa,
sé adorarte con extremo,
y espero del Ser Supremo,
que en breve me hará tu esposa.
Y en este valle tranquilo
sin cuidado viviremos,
a las riveras[6] vendremos,
y entre flores, un asilo
felices levantaremos.
ELIODORO
¡Oh!, calla, mi corazón,
saltar quiere en mil pedazos,
y me ahoga la emoción.
LAURA
¿Qué dices? Los dulces lazos,
¿no estrechará tu pasión?
¿estás triste? ¿no me amas?
¿te ha ofendido mi contento?
No acrecientes mi tormento,
¿por qué lágrimas derramas,
cuando tan feliz me siento?
ELIODORO.
Calma tu afán, Laura mía
nada temas: ¡te amo tanto!...
LAURA
Pero sufres…
ELIODORO.
De alegría
brota a mis ojos el llanto
y sueña mi fantasía,
fingiéndome una quimera,
hija de amor solamente.
LAURA
Mira ya el sol en oriente,
que plácido reverbera
en ese cristal luciente.
Oye los cánticos suaves,
Que entonan llenas de amor
en la floresta las aves,
los silbos del viento graves,
y el trino del ruiseñor.
Mas ¿suspiras?
ELIODORO
¡Qué bobada!
soy tan feliz a tu lado,
que mi pecho enajenado
si suspira, Laura amada,
será a fuer[7]de enamorado!
LAURA
¿No me engañas?
ELIODORO
¡Engañarte!
deja, Laura, esa porfía[8]
no cabe en el alma mía
más sentimiento que amarte
con inmensa idolatría.
Y traer al pensamiento
aquel día de placer
en que el azul firmamento
teñido de rosicler[9]
oyó nuestro juramento.
LAURA
¡Testigo fue este laurel!
ELIODORO
¡Dulce recuerdo de gloria
siempre fijo en la memoria
puro, amantísimo y fiel,
lo cual dicha transitoria!
Los dos amantes siguieron
su grata conversación;
raudas[10] las horas huyeron
y en los pliegues se perdieron
del rebramarte aquilón[11].
II. EL DESPOSORIO
No dudo, amigo lector,
tu curiosidad notoria,
saber querrás de mi historia
los personajes quién son.
Sígueme, pues, y no temas,
que en alas del pensamiento
llegarás en un momento
a un magnífico salón,
del conde de Villaverde,
en el antiguo castillo,
de un altar grave y sencillo
se eleva en el centro de él.
Cómodos y anchos sillones,
le adornan, y artesonados,
y tapices encantados de lujoso brocatel[12].
En dorados candelabros,
lucen inmensas bujías
y mágicas armonías
elévense por doquier[13].
Debajo de los balcones
los sonoros instrumentos
alzan divinos acentos,
que dan al alma placer.
Multitud de bellas niñas,
y apuestísimos galanes,
descansan en los divanes,
o del altar en redor[14].
Acompañando a un anciano
de rostro grave y severo,
llega un joven caballero
vestido con gran primor.
Padre de Laura el primero,
de alta estatura y erguida,
lleva con gracia ceñida
la insignia de general.
El joven que le acompaña
de dulce y noble semblante,
es un soldado arrogante,
de gentileza marcial.
Es alférez y vizconde,
primo de Laura y esposo,
pues ya el vínculo amoroso,
va el sacerdote a estrechar.
Ved a la novia adornada,
cual sol entre mil celajes[15],
de raso blanco y encajes.
y corona de azahar
Risueño y puro el semblante,
húmedos los bellos ojos,
miradla puesta de hinojos[16]
en el centro del salón.
Eliodoro está a su lado
y reciben dulcemente
del sacerdote elocuente
la sagrada bendición.
¡Ya son esposos! Acogen
con fe los amantes lazos,
y con ellos los abrazos
del anciano general.
En torno suyo, solícitos,
se agrupan los convidados,
a los recién desposados,
dando el parabién cordial.
Pasan a otra galería
y se agitan tumultuosos,
a los ecos armoniosos,
de la orquesta y el festín.
Todo es broma y algazara
en los dorados salones,
movimiento y confusiones,
en la casa y el jardín.
Ríen, danzan y se alegran
las niñas encantadoras,
y raudas pasan las horas,
para nunca más volver.
Cuando aparece en oriente
la aurora con faz serena,
ven alejarse con pena,
noche de tanto placer.
Cambian ósculos las niñas
y saludos los galanes
y en briosos alazanes
prepáranse a cabalgar.
Repiten los parabienes,
a los jóvenes esposos,
y se alejan presurosos,
fatigados de danzar.
Todo en silencio en el castillo queda,
solo se escucha, murmurando amor,
tímida el aura misteriosa y leda[17]
y el trino del canoro ruiseñor.
III. LA PLEGARIA
La brisa del otoño
leve murmura,
y se pierde su acento
en la espesura.
Cantan los pajarillos
tímidamente,
y el murmullo del río
dulce se siente.
Todo es en el castillo
calma y quietud,
que allí tienen asilo
amor y virtud.
Apenas reverberan
los rayos del sol,
tiñendo la pradera
de luz y arrebol[18].
Cuando salen gozosos
ambos amantes
el parque atravesando
en dos instantes.
Adiós, dice Eliodoro,
a su esposa fiel,
espérame esta tarde
bajo este laurel.
Adiós, esposo mío,
aquí esperaré,
rogando a la Virgen
te traiga con bien.
Alejase el caballero,
y Laura triste quedó;
no se apartó del sendero
hasta que el potro ligero
en el monte se perdió.
¡Triste de mí!, se decía,
¿por qué gimo? ¿por qué lloro?
he perdido mi alegría,
y solo se aleja un día
del castillo mi Eliodoro!
Sola, en este valle umbroso,
mi padre ausente también,
¡no sé por qué doloroso
un presentimiento odioso
siento rodar por mi sien!
¿Y ha de turbar mi contento
una idea tan pueril?
Calla, calla, pensamiento
y no venga el sufrimiento
a ajar mi faz juvenil.
¡Madre de Dios amorosa!
¡Virgen mía del amor!
¡dame tu amparo piadoso,
y que mi vida dichosa,
se deslice sin dolor!
Si es mi estrella, madre amada,
que yo pase en este suelo
una vida desdichada,
lo sufriré resignada
si me esperas en el cielo.
En ti fundo mi esperanza,
madre de mi corazón,
todo tu ruego lo alcanza,
sacro puerto de bonanza,
tesoro de inspiración.
Dejo tu imagen bendita,
colgada en este laurel,
queda con su cifra escrita:
será la sagrada ermita
do[19] venga a rogar por él.
Por mi esposo Virgen mía,
hoy te ruego con fervor;
y espero que en este día
vuelva lleno de alegría,
a los brazos de mi amor.
¡La suplica postrimera
te eleva mi fe sencilla,
haz que en mi hora postrera
pueda mirar lisonjera,
reina, tu suprema silla!
Después de orar con devoción la hermosa,
alejase dejando en el laurel,
llena de fe sencilla y religiosa
la imagen de María pura y fiel.
IV. LA CACERÍA REAL.
No lejos de la morada
de Laura, hay un sitio real:
la corte está de jornada
en la situación actual.
El rey joven caballero
gallardo e impetuoso,
lanzase a un potro ligero
que tasca[20] el freno orgulloso.
Y de sus nobles seguido
se aleja con gallardía
cruzando el monte al ruido
de la profusa jauría.
Ni un solo momento cesa,
alegre y lleno de afán;
sigue la pista a una presa
a galope en su alazán.
Quédense atrás sus monteros
y con ímpetu bravío
le siguen sus caballeros
hasta la orilla del río.
Allí perdieron su huella,
y confusos se miraban;
¿do fue el rey? ¡fatal estrella!
absortos se preguntaban.
Vuelven el monte a cruzar,
nuevas pesquisas haciendo;
en tanto vamos siguiendo,
lector, tú y yo ese olivar.
Del rey sigamos el paso,
mientras le buscan los otros,
enterémonos nosotros
de la verdad de este caso.
Vedle atravesar violento
por tierras y por vallados,
llegar veloz como el viento
a unos valles dilatados.
Cruzarlos en su extensión
costeando una rivera,
fatigado el corazón
por la agitada carrera.
Por la vereda adelante
su desbocado corcel siguiendo,
fue jadeante a caer ante un laurel.
Un grito ahogado salió
de una boca femenil,
y el monarca se encontró
con una niña gentil.
Que acudiendo presurosa
fue a recibirle en sus brazos,
mas retrocede medrosa[21]
esquivando sus abrazos.
¿Por qué te asustas, querida?
la dice el rey con afán,
llega y cúrame esta herida,
que, aunque leve, en mi caída
me ha causado mi alazán.
LAURA
Acudí a vos engañada,
creyéndoos mi esposo amado,
mas no por desengañada
temáis que huya acobardada
sin prestaros mi cuidado.
REY
¡Me acordaré mientras viva,
hermosa, de tu desdén,
y si tu repulsa esquiva
la voluntad me cautiva
tus beneficios también!
LAURA
Dejaos de galantería:
cumplí, señor, mi deber.
Venid, la morada mía
os ofrece en este día
descanso sino placer.
REY
¡Gracias, niña, solo anhelo
merecer tu dulce amor,
eres faro de consuelo
ángel hermoso del cielo
cercado de resplandor!
LAURA
Si pagáis mi caridad
con tan negra ingratitud,
dejadme en mi soledad.
REY
Antes, niña, tu bondad
pagará mi gratitud.
Pues te amo con frenesí
con pasión pura y sincera,
que siento crecer en mí
desde el punto que te vi,
de amor una inmensa hoguera.
Te amo, niña encantadora,
ángel de pura ilusión,
y espero que seductora
antes de la nueva aurora
me rindas tu corazón.
Laura, aturdida, no sabe
comprender el caso odioso,
pero le dice muy grave:
LAURA
De mi corazón la llave,
solo la tiene mi esposo.
A él solamente adoro,
y por nada en este mundo
consentiré su desdoro;
id, y al vizconde Eliodoro
decid vuestro amor profundo.
Que yo de leal me precio
y a vuestro descaro audaz,
respondo con el desprecio.
¡Idos, caballero necio, no interrumpáis mi solaz[22]!
Fríamente desdeñosa,
saluda al rey y se aleja,
entra en el parque afanosa,
y con ira impetuosa
dejó cerrada la reja.
¡Vive Dios!, el rey exclama,
con iracundo coraje,
¡necio la ingrata me llama!
¡venganza mi orgullo clama
no he de sufrir tal ultraje!
¡Nunca! ¡Ceda a mi venganza,
ha de ser mío su amor:
todo mi poder la alcanza,
realícese mi esperanza
aunque ella pierda su honor!
Se interna por los senderos
y a pocos pasos que dio,
sus nobles y caballeros,
y sus gallardos monteros
en la rivera[23] encontró.
V. BONDAD DE REY
Algunos meses después:
¡Oh! ¿qué tienes, Laura mía?,
el vizconde le decía
a su esposa con amor.
¿Qué tienes tú, le responde,
que de mi lado te alejas,
y ni contemplar me dejas
las huellas de tu dolor?
¡Estás pálido, turbado
tú siempre alegre, animoso,
hoy sombrío y caviloso,
huyes de la confusión!
¿Acaso, Eliodoro mío,
te asusta tu pensamiento?
¿Quizá algún presentimiento
oprime tu corazón?
¡Oh! Días hace que lucho
con esa inmensa tristeza,
y esa carta de su alteza
me pronostica algún mal.
Un favor tan repentino,
en verdad, Laura, me admira,
y a mi corazón inspira
no sé qué augurio fatal...
El conde aquí se dirige...
venid, venid, padre mío,
pues también, a vos confío,
que os habrá de sorprender.
—¿Qué hay?, les dijo llegando,
el noble conde a su lado.
—Este aviso inesperado
que os voy señor a leer.
Dice así: «Amigo vizconde,
hoy el rey nuestro señor,
te concede su favor
y también al señor conde.
Juzgando no es generoso
a sus valientes dejar
en la inercia y el reposo
habiendo que conquistar,
un ejército aguerrido
preparase en sus cuarteles,
y para batir infieles
a los dos os ha elegido.
Por valientes y leales
y de noble corazón
os nombra los generales
del formidable escuadrón»
Absortos reverenciaban
de su rey la voluntad:
y a comprender no acertaban
aquel rasgo de bondad.
De la corte desterrado
el conde de Villaverde,
pronto la memoria pierde
el rey cuando le ha llamado.
Siempre bizarro[24] y leal
sirvió al rey contra los moros:
tierras le ganó y tesoros
el gallardo general.
Pero murió, y su heredero
con el cetro no adquirió
aquel carácter guerrero
que a su padre distinguió.
Ni se acuerda de la guerra,
cercado de aduladores,
y de su corte destierra
sus más nobles servidores.
Busca el osado ejercicio
de la caza, por manía:
si recibe un beneficio
le olvida en el mismo día.
Inconstante y caprichoso,
soberbio, altivo y audaz
su corazón rencoroso
de nada grande es capaz.
Ley ni razón respetaba,
en su capricho nefando;
tal era el rey que empuñaba
el cetro de San Fernando.
VI. SEPARACION.
¡Cuán breves son las dichas de la vida!
Laura exclamaba en su penar febril,
injusta ley que manda su partida
aunque yo muera de dolor aquí.
La gloria es antes que su dulce esposa
es un desdoro la tranquila paz
«guerra» grita la patria belicosa,
no hay que adormirse en seductor solaz,
«Vibre sangrienta la gloriosa espada,
el ocio inerme a la nobleza daña,
de nuestra fe la enseña venerada
doquier ostente nuestra libre España.
«españoles, venid, la guerra os llama
el pendón de Castilla enarbolemos,
o triunfar o morir, férvida[25] exclama,
cayado por espada trocaremos.
La voz doquier unánime resuena:
los guerreros aprestan con denuedo[26],
de entusiasmo febril el alma llena,
las cortantes espadas de Toledo.
El cielo os lleve en paz, padre y esposo,
mi corazón despedazado queda,
pero lleno de aliento generoso
para veros marchar, aunque yo muera.
Vuestro valor no enerve mi memoria,
noble española soy, me sobra brío
confúndanselos ecos de victoria
con el ardiente adiós del labio mío.
Abandonada quedo, sin amparo;
pero la santa fe, mi pecho guía,
y sabré conservar mi nombre caro
digno de mi elevada jerarquía,
¡Partid, partid, donde el honor os llama!
Vuestro valor al universo asombre,
y que repita la tronante fama,
de polo a polo vuestro ilustre nombre.
De varonil espíritu animada Laura,
les ciñe el casco y la armadura
y a su pecho suspende inmaculada de María
la imagen dulce, pura.
«¡Adiós!», les dice su animoso acento,
fiad en esa virgen seductora,
en la batalla prestaros aliento
siendo vuestra constante protectora.»
Parten, al son del belicoso estruendo,
les siguen sus vasallos numerosos;
el sonoro clarín el aire hiriendo suena,
y vuelan los brutos generosos.
Laura con sus doncellas y criados
los ve alejarse con profunda pena,
el polvo desparece en los nublados
y aún flota su pañuelo en una almena.
VII. TEMPESTAD.
Cargado el cielo de vapores rojos,
sofocante la atmósfera y pesada,
anuncia con enojos
a la tierra que gime atribulada,
una gran tempestad que estalla airada.
Brilla doquier la sulfurosa lumbre,
sordo rebrama el trueno,
de avecillas la inmensa muchedumbre
bajan despavoridas de la cumbre,
y se refugian en el valle ameno.
Medrosas huyen de la sombra oscura
que nubla el azulado firmamento;
mas ¡ay! que la espesura
no sabrá conservar su vida pura
si el huracán estalla violento.
Vedle ya recorrer la selva umbría,
flores y plantas bellas arrancando
los árboles tronchando,
y en su potente cólera bravía
rasgar las nubes con furor nefando.
Brotan sobre la tierra mil raudales,
anéguense los valles, los sembrados,
y corren desbordados,
aumentando del rio los caudales
por los hermosos bosques dilatados.
De su anchuroso cauce sale el rio,
hasta bañar los muros del castillo,
su inmenso poderío extiendes,
llevando a su albedrio
el pobre hogar del labrador sencillo.
¡Ah! ¡perdonad! El alma fatigada
no puede describir tantos horrores,
la siento quebrantada:
vamos de nuestra Laura a la morada
a contemplar, quizá, nuevos dolores.
Mas... ella sale. Despejase el cielo,
y ostenta un sol que entre celajes brilla,
y con ardiente celo, llena de devoción y fe sencilla,
a buscar Laura va, dulce consuelo.
Apresurada a la rivera, en tanto
la hermosa llega con afán cruel,
y con hondo quebranto,
busca anegada en angustioso llanto
la imagen de María en el laurel.
Pero un grito exhaló ronco y doliente,
del Tajo al ver las aguas caudalosas,
que con furia imponente arrastran
el laurel rápidamente
por cima de sus ondas espumosas.
Extiéndanse las aguas por doquiera,
y la joven huyendo amedrentada,
temerosa y ligera,
sube a un risco y contempla enajenada,
la imagen de María en una higuera
Aquel sagrado rostro que lloraba
creyéndole en las aguas sumergido,
con afán contemplaba,
y su amoroso labio le besaba,
de hinojos en el risco bendecido.
VIII. HOSPITALIDAD
Ya está la tarde serena,
fresca, apacible y hermosa
solo de crespón[27] y rosa
las nubes vuelan doquier.
Apareciendo en el éter
cual tenue y flotante espuma,
blanco armiño, leve pluma
y purpúreo rosicler.
Laura la puerta del parque
atraviesa lentamente,
llevando impresa en su frente
el pasmo y la admiración.
Recordando con delicia
la trasladación sufrida
aquella efigie querida
que adora su corazón.
Profundamente abismada
en su propio pensamiento,
no pudo ver cómo atento
un caballero llegó,
Al gran patio del castillo,
y como altivo y airoso,
de su corcel generoso
con soltura desmontó.
A un criado le pregunta:
¿la señora Vizcondesa?
Vedla, respondió, atraviesa
lentamente ese cancel.
—Vengo, la dijo, buscando
la luz de vuestra hermosura.
—¿Y a qué debo la ventura
de veros, conde de Ariel?
—A la tempestad pasada
la debéis, y no os asombre,
que vengo del rey en nombre,
buscando hospitalidad.
—¡Oh! ¿qué decís? Id al punto
y venga el rey a su casa.
—Miradle ya, que traspasa
el parque con ansiedad,
de sus monteros seguido
y sus bravos caballeros,
que llegan por mil senderos
su venida a prevenir.
—Caballero acompañadme,
que mis deberes no ignoro,
y en nombre de mi Eliodoro,
voy al rey a recibir.
¿Cuál de tantos caballeros,
es su alteza?
—El de la banda
—¡Dios mío!
¡Si ya en la orilla del río
su rostro he visto otra vez!
Pero qué importa, lleguemos,
él es rey y caballero,
y de su nobleza espero
solo hazañas de gran prez[28].
IX. LA CARTA
Todo es ruido y confusiones
en los patios del castillo,
y sus lujosos salones
se ostentan con nuevo brillo.
De damasco tapizado
en un cómodo sillón,
hallase el rey abismado,
en honda meditación.
¿Qué haré?, se dice, es tan bella,
como altiva y orgullosa,
siguiendo vine su huella,
a esta rivera arenosa.
Por su amor mi pecho siente
vago deseo, infinito,
y al mirarla indiferente
mi cólera precipito.
Mas yo la haré comprender,
hablándola sin rodeos
mi absoluto parecer,
mis imperiosos deseos.
Esto diciendo, levantase airado
con duro gesto y con marcial talante,
deja el salón y llegase a un criado
pidiendo que le anuncie en el instante.
Introdúcele al punto a un aposento,
do[29] se halla nuestra Laura entristecida,
saluda al rey con tembloso acento,
por el dolor y la emoción herida.
—Perdonadme, señor, si el alma mía,
recibiros no puede cual debiera,
si al corazón le falta su alegría
y es para mí la dicha una quimera.
—¿Estás triste? Cuán pálida te veo,
el rey la respondió galantemente,
saber la causa del pesar deseo,
que ha sentido tu pecho cruelmente.
—Ved, señor esta carta de mi esposo,
que ha poco preséntame un mensajero,
leed, comprenderéis lo doloroso
de este pesar que disfrazaros quiero.
Dice así: «Nada temas, Laura amada,
si llego a sucumbir en esta tierra,
que es muy bella la muerte rodeada
del belicoso estruendo de la guerra.
¡Nada temas, mi bien! Estoy herido,
y si muero en el campo de batalla,
se perderá mi postrimer gemido
con los ecos que lance la metralla.
Seré feliz, y moriré tranquilo,
que mi patria y tu amor fueron mi gloria,
si al penetrar en mi postrer asilo
escúchanse los gritos de victoria.
Adiós, mi esposa, adiós; alza tu frente,
de grandeza ejemplar haciendo alarde,
lata tu corazón noble y valiente
y el mísero dolor no te acobarde.
Consérvame tu amor y aleja el duelo,
que la sagrada fe mi pecho guía,
y seremos felices en el cielo,
bajo el augusto solio[30] de María.»
Admirado y suspenso el rey quedó,
al ver en Eliodoro tal grandeza,
y el dolor de la joven respetó
dejándola abismada en su tristeza.
X. DESPEDIDA
¡En marcha mis caballeros!,
exclama el rey con afán,
mi jauría y mis monteros
y mi gallardo alazán.
Todos van a prevenir
sus armas y sus bridones,
y atravesando salones,
el rey se fue a despedir
de Laura, que reclinada,
en un cómodo sillón
no le sintió, dominada
por su profunda aflicción.
Tiene pálido el semblante,
llenos de llanto los ojos,
y oprimido el pecho amante
por tan crueles enojos.
Negra túnica ceñida
a su gallarda cintura,
hace resaltar erguida
su esbeltísima figura.
Dispensadme, Laura hermosa,
la dice el rey con agrado,
si mi presencia enojosa
tu distracción ha turbado.
Se repuso con presteza
Laura de su turbación,
y le dijo: Vuestra alteza
sabe mi enorme aflicción.
Perdí la dicha y la calma,
y siempre llena de duelo
y de congojas el alma,
no hallará paz ni consuelo.
REY
¿Siendo tan joven, tan bella,
y perdida la esperanza?
LAURA
Para siempre.
REY
Aún tu estrella
te sonríe en lontananza,
y lucirá placentera.
LAURA
¡Ah!, señor, densa y oscura
la miro.
REY
Vana quimera,
cuando a tu vista fulgura.
Tu amarás con fe profunda.
LAURA
Solo a la Virgen María,
en su dulce amor se funda
mi consuelo y mi alegría.
REY
Y si un hombre te adorara
con frenesí sin igual
¿qué hicieras?
LAURA
Le despreciara,
su cariño terrenal
REY
¿Y si ofreciera a tus pies
gloria, riquezas y honores?
LAURA
Ni el fausto ni el interés
conquistarán mis favores.
REY
¿Y si ese hombre fuera un rey
que demandara tu amor?
LAURA
Si era su capricho ley,
moriría de dolor.
REY
¿Sin amarle?
LAURA
Ni un momento
REY
Mira que es muy poderoso,
su corazón violento,
su carácter orgulloso.
LAURA
Nada en el mundo me arredra,
su cólera desafío;
venga, pues, el pecho mío,
se convierte en dura piedra y
de sus iras me río.
REY
Si quiero, tu rica en llanto
a mi placer tornaré,
tu orgullo doblegaré,
y serás el dulce encanto
de mi solitaria fe.
Con tu soberbia altanera
no irrites, niña, al león,
es muy grande su pasión,
y el peligro considera,
de herirle en el corazón.
LAURA
Guarde allá el Rey sus favores
para su alcázar real,
do viles aduladores, se disputan los honores
de su cariño venal[31].
Guarde allá ese real aprecio,
para impuras cortesanas,
que yo el corazón desprecio,
que tiene en tan poco precio
las matronas castellanas.
REY
¡Vive Dios!, que he de rendir
a mis plantas tu altiveza,
¡de rodillas!
LAURA
Mi cabeza
podéis cortar, no abatir
de mi orgullo la fiereza.
Ni súplicas ni rigor
Vencer sabrán mi desdén,
murió en la guerra mi amor,
y mi corazón señor,
murió para amar también.
Yo niego mis afecciones
de lealtad, haciendo alarde;
no mancharé mis blasones:
Mandad vuestros escuadrones
a prenderme, y Dios os guarde.
Solo quedó el monarca, y abismado
de su arrogancia y brusca despedida,
quiso en pos de su huella arrebatado
seguir, pero no hallando la salida,
se detuvo y marchosa apresurado
a emprender al momento su partida.
Poco después, perdiese en los senderos
del monte, con sus bravos caballeros.
XI. LA HIGUERA
Es la hora misteriosa,
cuando la brisa murmura,
y se escucha en la espesura
el canto del ruiseñor.
Cuando el alba se presenta
por las puertas del oriente
en su carro refulgente
cercado de resplandor.
Suena el murmullo del río
que en el espacio se pierde,
y el risco de Villaverde,
triste y solitario está.
Cubierto de peñascales,
no brota una flor siquiera,
solo una frondosa higuera,
sombra apacible le da.
Brilla en el último cerro
entre nubes de topacio,
tornasolando al espacio,
apenas nacientes el sol.
Su pálida luz templada
reciben con alborozo
las aves, llenas de gozo
y el amante girasol.
Sacude naturaleza
su letárgico beleño[32],
la luz crece, mengua el sueño
y empieza la animación.
Solo el castillo de Laura,
está triste y silencioso
no en letargo perezoso,
sumido en honda aflicción.
Bajan el puente, aparecen
en el parque los criados,
pensativos y enlutados
descolorida la faz.
Uno de mirada torva,
parque y jardín atraviesa,
al campo se va de priesa[33]
resuelto el paso y audaz.
En la espesura del valle,
le aguardan dos caballeros,
que por distintos senderos
se alejan al llegar él.
Y vuelven en el momento
de otros cuatro acompañados
de pastores disfrazados
cada uno con su corcel.
—¿Dices que vendrá, mancebo,
a pasear tu señora?
con voz fuerte, atronadora,
uno de ellos preguntó,
—He prometido entregarle
hoy mismo a su señoría,
y cumpliré mi porfía,
el criado contestó.
—Sea, pues, fio en tu oferta,
cuenta con mi recompensa
si hoy me vengo de la ofensa
que me hizo Laura, sufrir.
—No tardará diez minutos
que a visitar esa higuera
suele temprano venir.
Mas hela ya, pues distingo
un bulto negro a lo lejos
que del sol a los reflejos
miro en el valle internar.
Vosotros seguid, señores,
ese sendero adelante,
y os halláis en un instante
en su improvisado altar.
XII. APARICIÓN.
La hermosa Laura del peligro ajena
que amaga su virtud y su persona,
al risco llega a distraer su pena,
y a poner en su altar una corona.
Magnífica y pomposa está la higuera,
coronada de gotas de rocío,
del rubio Apolo un rayo reverbera
en su ramaje místico y sombrío.
De la sagrada Virgen el retrato,
de escasa magnitud y gran belleza,
oculta nuestra Laura con recato
del elevado tronco en la corteza.
Bellas guirnaldas, perfumadas flores,
constantemente con amor coloca,
y de la sacra virgen los favores,
con santa fe, su corazón invoca.
Vedla ¡cuán bella orando enajenada,
pálida y triste demandar consuelo,
dirigiendo sublime una mirada
de inmensa devoción, fija en el cielo!
Súbitamente con audacia impía
rodean su esbeltísima figura,
y espantada gritó: «Virgen María
protege mi inocencia santa y pura.»
A tan sublime invocación, resuenan
célicas[34] armonías, la luz brilla,
y los raptores de temor se llenan
en la tierra postrando una rodilla.
Atónitos admiran el portento,
que a su vista realizase asombrada,
ven descender con suave movimiento
a la madre de Dios inmaculada.
En un trono de nubes y topacio,
rodeada de arcángeles divinos,
cuajado de perfumes el espacio
do se elevan sonidos argentinos.
Con majestad suprema y dulce encanto
su pie fijó en la higuera bendecida,
enajenada Laura asió su manto,
y exánime cayó, falta de vida.
EPÍLOGO.
Medio siglo después, una mañana
del nebuloso enero,
en el feudal castillo desmontaba
un anciano viajero.
Con breve voz que su sonido pierde,
le preguntó a un criado:
—¿Me podéis enseñar de Villaverde
el risco venerado?
—Allí voy, buen anciano, en el momento,
seguid tras de mi huella
y admiraréis el sin igual portento
de nuestra virgen bella.
El jardín atravesaron
y dejando el parque atrás,
a una eminencia[35] llegaron,
do no hay una flor jamás.
Es un terreno calizo,
cercado de peñascales
con pobre musgo pajizo
y yerbas medicinales.
Extensa tierra domina
desde su altura eminente,
y bajo su planta inclina
raudo el Tajo su corriente.
No está ya cual otro día
el risco tan solitario;
que hoy de la Virgen María,
adórnale un santuario.
A él se dirigen devotos
los dos graves personajes,
donde sus fervientes votos
rinden con sus homenajes.
—¿Quién duerme en esa mortuoria
losa?, decid, buen amigo.
—Una santa, cuya historia
presencié como testigo;
la última descendiente
del conde de Villaverde.
¿La conocisteis?
—La mente con mil recuerdos se pierde.
Estuve aquí disfrazado con el rey, cuando cruel
quiso robarla.
—¡Malvado!,
ved ahí su retrato fiel.
—¡Oh! referidme el suceso,
yo seguí al rey con presteza
hasta su fin.
—Según eso
¿murió?
—Perdió la cabeza.
—Oíd. Aquel mismo día
en que murió mi señora,
su noble padre volvía
de una guerra asoladora.
Loco de inmenso dolor
al verse solo en el mundo
aquí vino en su rigor
su duelo a exhalar profundo.
Para la imagen hermosa,
con devoción infinita,
construir hizo esta ermita
do con sus hijos reposa.
La memoria no se pierde
de su fe, y aunque os asombre,
la virgen de Villaverde
de mi señor lleva el nombre.
Con fervor el anciano criado
en la tierra postrase contrito,
y el viajero dejó apresurado
tristemente el santuario bendito.
Fuerte suma dejó en el cepillo,
y tomando su altivo alazán[36],
perdió al punto de vista el castillo
al silbido del recio huracán.
FUENTE
Sáez de Melgar, Faustina. La higuera de Villaverde. Madrid: Imprenta de Don Bernabé Fernández, Barco 6, bajo, 1860.
Edición Ana María Gómez-Elegido Centeno.
[1] Amaranto: de color carmesí como la flor de este árbol.
[3] Undosa: que se mueve haciendo olas.
[8] Porfía: discusión tenaz, intento con mucha obstinación.
[9] Rosicler: Dicho de un color: Rosa claro y suave, semejante al de la aurora.
[11] Aquilón: viento del norte.
[12] Brocatel: 1. m. Tejido de cáñamo y seda, a modo de damasco, que se emplea en muebles y colgadura. (Diccionario de la Lengua Española, RAE)
[13] Por doquier: por todas partes
[15] Celaje: 1. m. Aspecto que presenta el cielo cuando hay nubes tenues y de varios matices (Diccionario de la Lengua Española, RAE)
[16] De hinojos: de rodillas
[18] Arrebol: 1. m. poét. Color rojo, especialmente el de las nubes iluminadas por los rayos del sol o el del rostro. (Diccionario de la Lengua Española, RAE)
[21] Medrosa: atemorizada
[26] Denuedo. Con esfuerzo
[27] Crespón: 1. m. Gasa en que la urdimbre está más retorcida que la trama. (Diccionario de la Lengua Española, RAE)
[31] Venal: voluble, que se cambia con facilidad
[32] Beleño: planta narcótica.
[36] Alazán: caballo árabe