[La leyenda del padre Adulfo]
Nuestra fatiga exigía un día de descanso que pasamos agradablemente en leer, pasear, y coger truchas en el Nalón, que corre al lado de la iglesia y casa rectoral, donde nos hospedamos.
Al siguiente emprendimos el camino por la orilla del río, con objeto de reconocer algunas poblaciones del concejo, que todas son poco notables, y llegamos hasta Tarna, aldea situada a la derecha del Nalón en la falda del puerto de su nombre, y último pueblo de Asturias por esta parte.
Al entrar presenciamos un espectáculo poco agradable; un carro conducía cuatro cadáveres hallados en la montaña, y muertos al parecer la noche antes en alguno de los ventisqueros[1] de nieve. Semejante acontecimiento nos retrajo de subir al puerto y retrocedimos otra vez hacia Piloña. Caunedo [2] para distraernos del encuentro de los cadáveres que nos había puesto tristes, nos refirió la siguiente leyenda que se oye siempre con respetuoso temor en los filorios[3] y esfoyazas[4] de Caso, cuando alguna casera [5] lo refiere.
Allá en tiempo de entonces, vivía en lo más fragoso[6] y escondido de los montes de este concejo, un ermitaño joven que tenía por única morada el tronco de un viejísimo castaño, y que por sus continuas austeridades y vida ejemplar, adquirió en el país gran renombre de santidad. De todas partes recurrían a él, ya en busca de remedios para las enfermedades del cuerpo, o de consejos para las del alma, y todos volvían consolados. En otro árbol vecino a aquel en que moraba el santo ermitaño, había este dispuesto una especie de capillita donde se veía un altar con una tosca imagen de la Virgen, y un asiento rústico de corcho que servía de tribunal de la penitencia para los muchos pecadores que allí acudían a llorar sus culpas a los pies del padre Adulfo.
Una noche que volvía este de alimentar la lámpara que ardía la estatua de la Virgen, vi a la puerta de la capilla a un gallardo[7] mancebo[8] ricamente vestido, que daba el brazo a una bellísima joven. Saludóles cortésmente Adulfo, y el joven presentándole la doncella le dijo:
—Padre mío, vos que sois el consuelo de los desvalidos y el amparo de los huérfanos, sacaréis a esta hermana virgen, hermosa mía, del infeliz estado en que se halla. Nuestros padres fueron cautivados por los infieles, y encerrados en una oscura mazmorra donde a los cuatro meses nació esta joven; allí permanecieron muchos años, hasta que un día, efecto de un temblor de tierra, se desplomó sobre sus cabezas la torre en que estaba su prisión, y quedaron sepultados entre las ruinas. Mi hermana se salvó como por milagro, tal vez porque estaba bautizada, y después de inauditos trabajos logró reunirse conmigo, que estaba en la guerra, y vengo a entregárosla para que la instruyáis en nuestra religión y la suministréis el bautismo, preservándola de los peligros del mundo ya que yo no puedo cuidar de ella.
Sin dar tiempo a que Adulfo contestase, el joven montó en un brioso corcel negro que a su lado estaba, y en el que no había reparado el ermitaño, y desapareció con increíble celeridad, salvando los espantosos precipicios, los torrentes y los peñascos.
El tal joven, era no menos que Satanás, y su fingida hermana un diablo hembra que dejaba al lado del P. Adulfo para combatir su virtud. Dios había en sus altos juicios permitido esta tentación en castigo de la vanidad que se había apoderado del ermitaño que se imaginaba ser el mayor de los santos, y el más fuerte contra las asechanzas[9] del infierno, merced a los continuos elogios que oía de los sencillos aldeanos que lo visitaban.
El P. Adulfo no tardó en olvidar sus primeros sentimientos virtuosos, y muy pronto abandonó la ermita, y el tosco sayal [10]para irse con su manceba [11], la diablesa, a un soberbio castillo feudal en donde vivía encenagado en el vicio, la crápula [12] y la disipación. Fruto de estos infernales amores, fue un diablo íncubo [13] que llegó a ser el más valiente y esforzado guerrero de su tiempo, aunque como es de suponer jamás combatió por el triunfo de la cruz. Sus ordinarias ocupaciones eran robar las doncellas, dar muerte a cuantos hombres podía haber a las manos, e incendiar los castillos y los templos.
Una noche que Adulfo tenía en su palacio un gran banquete, su hijo que estaba completamente privado[14] del vino, vio hablando con su padre a un señor de las cercanías, a quien tenía ojeriza, no se sabe por qué causa. Inmediatamente se levantó de su asiento y corrió hacia él con la espada desnuda; quiso interponerse el desdichado Adulfo, y cayó traspasado por el acero de su hijo. Un rayo hirió en aquel instante las negras almenas de aquel ominoso [15] alcázar, y este se desplomó sobre todos los circunstantes que fueron a parar derechitos al infierno, inclusos[16] la diablesa, su infeliz amante el ex ermitaño, y el maldecido diablo íncubo.
Edición: María José Alonso Seoane
[1] Ventisqueros: lugares de montaña expuestos a las ventiscas y la nieve y donde esta y el hielo perduran ventisqueros: lugares de montaña expuestos a las ventiscas y la nieve y donde esta y el hielo perduran.
[2] Caunedo: el militar y escritor Nicolás Castor de Caunedo, guía del autor y de su amigo por Asturias y Galicia
[3] filorios: en asturiano, reuniones nocturnas para hilar y ocasión de tertulia de mozas y mozos
[4] esfoyazas: en asturiano, reuniones de vecinos para deshojar las mazorcas de maíz, desgranarlas y hacer ristras, y también motivo de tertulias, cuentos y cantares
[5] casera: arrendataria o cuidadora de un caserío
[6] fragoso: abrupto, con peñascos y maleza
[7] gallardo: de hermosa presencia, altos, esbeltos y de movimientos armoniosos
[8] mancebo: adolescente apenas salido de la infancia
[9] asechanzas: trampas y engaños
[10] sayal: estameña, tela de lana muy basta
[12] crápula: vida viciosa
[13] íncubo: demonio en figura de hombre que tiene relaciones sexuales con una mujer
[14] privado del vino: borracho