D. Ero de Armentaria[1]
Corría el siglo XII. San Bernardo conmovía a Europa con sus predicaciones y renovaba los tiempos de Benito, de Columbano[2] y de Hugo[3], en que un pobre monje desde su celda influía sobre los destinos de la humanidad.
Por esta época vivía en tierra de Salnés[4] un caballero ilustre por su cuna y por los propios méritos. Llamábase D. Ero de Armentaria. En su juventud habíase dedicado al estudio de las artes liberales.
Mas, eran aquellos los tiempos en que el hijo de Doña Urraca conseguía con sus victorias adelantar la obra de la Reconquista. Luchábase por la patria; luchábase por la religión. D. Ero no permaneció sordo a las excitaciones de tan nobles sentimientos.
Marchó a la guerra y peleó como bueno. Su valor y su hidalguía cautivaron al Rey, que pronto le distinguió con sus favores. Lejos de abusar de su privanza, usó de ella en pro de los desvalidos, con lo que ganó más voluntades que rentas. Cansado de batallas y negocios, contrajo matrimonio con una señora tan noble y principal como él y se retiró a su casa-palacio de Salnés.
Allí, ni envidiado, ni envidioso, pasó los primeros años de su vida conyugal.
Un pesar le afligía: el cielo no había bendecido su unión. Un día y otro rogaban ambos esposos al Señor les otorgase descendencia, mas nada conseguían...
Cierta noche aparecióse en sueños la Virgen María a D. Ero y su esposa y les ordenó que fundasen dos monasterios cistercienses, uno de hombres y otro de mujeres[5], con lo cual se asegurarían una descendencia espiritual, mil veces más numerosa que la carnal que deseaban.
Contentísimos los cónyuges con la celestial aparición, comunicáronse por la mañana lo que de noche les había ocurrido, y no dudaron un momento en poner por obra los deseos del Altísimo.
Pronto el palacio se convirtió en monasterio y la capilla en ermita. El rico-home [6]D. Ero de Armentaria, que con sus hazañas había logrado distinguirse en aquella época de valientes, D. Ero de Armentaria, el privado de Alfonso VII y honra de su corte, despójase de todo cuanto le pertenece, conviértese en devoto ermitaño y se reduce a condición más miserable que la de sus antiguos siervos.
¡Milagros de la fe!
Hemos dicho que San Bernardo llenaba Europa con su nombre. A Galicia, entonces muy adelantada gracias al impulso dado por el gran Gelmírez[7], había llegado ya la influencia del Abad de Claraval. Sólo treinta y seis años habían trascurrido desde que San Bernardo entrara en la nueva Orden del Císter y ya en Galicia florecían los monasterios de Osera, Hoya, Melón, Sobrado y Meira[8], todos de monjes blancos.
A San Bernardo volvió sus ojos el magnate gallego, convertido ya en penitente ermitaño. Envió comisionados a Claraval, suplicando a su ilustre Abad mandase algunos monjes que viniesen a ser los fundadores y directores el nuevo monasterio. Atendió el consejero de Papas y Reyes el ruego que de un oscuro rincón de occidente se le dirigía y envió cuatro de sus discípulos para que instruyesen a D. Ero en los deberes de la vida monástica, y trascurrido el tiempo del noviciado le nombrasen Abad.
Llegaron a Armenteira los monjes de Claraval en junio de 1149, y en el siguiente año fue elegido Abad D. Ero. Distinguióse en este cargo por su virtud y prudencia.
El primero en el monasterio y primero en los trabajos y mortificaciones. Era tanta su humildad, tanta su benevolencia, tanta su caridad, que, como dice sencillamente su cronista, parecía cosa del cielo.
Extendióse su fama, y de todas partes acudían gentes, unos a verle y otros con ánimo de imitar su ejemplo. El número de monjes aumentaba y los productos de la hacienda de D. Ero, con ser considerables, no bastaban para atender a las necesidades del monasterio. Preocupaba, sobre todo, al virtuoso Abad la idea de levantar una iglesia más suntuosa que la pequeña ermita de que disponían. Acudió a su antiguo amigo el Rey D. Alfonso, y éste dio favor del monasterio un notable privilegio. Donóle todo cuanto al Rey pertenecía, en el coto de Armenteira y todo el coto de Barrantes, con unas aficionadísimas palabras que indican el gran afecto que a D. Ero y sus monjes profesaba.
Toma bajo su real protección al monasterio y sus vasallos, los exime de pechos[9] y tributos, pedidos y yantares y maldice a todo el que usurpare los bienes que le fuesen donados. Este privilegio está armado por D. Alfonso y sus hijos D. Sancho y D. Fernando y confirmado por todos sus sucesores hasta don Enrique III.
El ejemplo del Rey fue seguido por los nobles y por las gentes humildes. Todos a porfía otorgaban donaciones a favor del Abad Ero, todos deseaban adquirir derecho a las oraciones y a los sufragios que en tan santa casa se hacían por sus bienhechores. Veinticinco años ejerció D. Ero su cargo de Abad y ni en uno solo faltó donación y en algunos se hicieron muchas. Contando ya con abundantes recursos, pensó D. Ero en la construcción de la iglesia, y el año 1167 dio principio a las obras. Así consta de una inscripción que existe en los pilares de la capilla mayor.
De otra inscripción que aparece en una de las columnas del pórtico, resulta que la iglesia se terminó en el año de 1222, y como D. Ero sólo fue Abad hasta 1175, tenemos que no llevó a término las obras a que dio comienzo. En efecto: Pelayo Pérez dona en mayo de 1176 al Abad Martin su heredad de Samieira, por donde se ve que ya entonces no regía el monasterio de Armenteira su ilustre fundador.
Ero había sido muy estimado por sus virtudes, hasta el punto de que se le atribuyesen milagros y se le tuviese por santo. El pueblo le consideró digno del cielo y perpetuó su memoria en una piadosa leyenda.
Cuentan los sencillos campesinos de Armenteira, y se tiene como cosa cierta el no menos sencillo historiador a quien sigo, que cierta tarde salió el Abad Ero a paseo y embebido en sus rezos se internó en lo más profundo de un bosque lejano. Sentóse al pie de un árbol y en esto empezó a cantar un pajarillo. Dulcísimos eran sus trinos, como reflejo, aunque imperfeto, de las armonías celestiales, y embelesado el Abad, pasó doscientos años como dormido, disfrutando en esta vida los goces reservados a los bienaventurados en la eterna.
Al cabo de los doscientos años despertó. En su concepto sólo había trascurrido una tarde.
Vuelve al convento y todo lo encuentra mudado. Pregunta por los monjes sus compañeros y le contestan que ya en ellos no había memoria. Entonces comprendió el favor especialísimo que la Providencia le había dispensado, y se dio a conocer como el Abad Ero. Recibiéronle los monjes con todo agasajo, quisieron entregarle el gobierno del monasterio, pero él no aceptó. Padecía nostalgia del cielo; deseaba pasar a mejor vida. Pronto el Señor cumplió sus deseos llamándolo a sí.
Ignórase dónde haya sido enterrado. Buscóse en diferentes ocasiones su sepulcro y no se pudo dar con él. Siendo Abad Fr. Matías Peralta ordenó un ayuno a pan y agua a toda la comunidad, y con esta preparación se procedida buscar los restos del venerable D. Ero. No dio mejores resultados esta investigación que las anteriores, a pesar de tan piadosos preliminares.
El monasterio de Armenteira llegó a gozar de gran prosperidad. Hasta veinticinco privilegios reales conservaba en su archivo, y de ellos resultaba que le pertenecían doce cotos con su jurisdicción y lo eclesiástico de ellos; pero ya en el siglo XVII se lamentaba el buen Fr. Basilio Duarte de que en su mayoría habían sido usurpados por señores tiranos.
Del gran poderío que alcanzó el monasterio fundado por D. Ero sólo queda el recuerdo. De las cuantiosas rentas que el monasterio poseía queda algo más. Ellas subsisten, aunque en diferentes manos; que es todo lo que nuestros campesinos han sacado de la desamortización eclesiástica: cambiar de señor.
La iglesia, representada fielmente en nuestro grabado, se conserva bastante bien. La fachada es románica y las bóvedas ojivales. La torre ha sido construida en el siglo pasado. Del convento se conservan en pie el claustro y la celda abacial, todo ello amenazando ruina. La biblioteca sirve actualmente de pajar, y de corral el espacioso y bien proporcionado claustro bajo. Poderío y veneración ayer. Abandono y destrucción hoy...
Cuando al caer de la tarde me despedía del monasterio fundado por D. Ero, y rodeaba el inmediato bosque de Castromán, el rumor del viento entre las hojas del árbol sagrados, del árbol querido del druida, trajo a mi memoria la maldición del bardo armoricano:
Llegará un día en que los hombres de Jesucristo serán perseguidos y acosados como fieras; por grupos, por batallones perecerán todos. Entonces el rodezno del molino dará rápidas vueltas, pues le servirá de agua, la sangre de los monjes...[10]
«Y triste y en calma
Medité un momento;
Dios mío, ¡qué solos
Se quedan los muertos”[11]
FUENTE
A. S. “D. Ero de Armentaria”, La ilustración gallega y asturiana: revista decenal ilustrada: Núm. 16 (08/06/1880), p. 201.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Así firma en varios privilegios del tiempo de Alfonso VII, que trae en la Crónica de este Rey Fr. Prudencio de Sandoval. Todas las noticias contenidas en este artículo están tomadas de una relación escrita en el siglo XVII por Fr.Basilio Duarte, Prior y Archivero del monasterio de Armenteira. (Nota del autor)
[2] San Columbano de Luxeuil
[3] Hugo de San Víctor
[4] Provincia de Pontevedra, partidos judiciales de Caldas y Cambados. (Nota del autor)
[5] La esposa de D Ero fundó un monasterio de mujeres; pero de él solo se sabe que subsistía en el año de 1186. No hay noticia posterior (Nota del autor).
[6] Rico-Home: [rico-home: forma antigua de] ricohombre 1. m. Hombre que pertenecía a la primera nobleza de España (DRAE).
[7] Diego de Gelmírez, primer arzobispo de Santiago de Compostela, en 1139-1140.
[8] Cfr. Sangil, López, and José Luís. "Historia del monacato gallego." Nalgures 2 (2005): 9-48.
[9] Pecho: tributo que se pagaba al rey, al señor territorial o a cualquier otra autoridad. (DRAE).
[10] Hersart de la Villamarqué. — Cantos populares de Bretaña (Nota del autor).
[11] Cita de la Rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer.