DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

El Fénix. Periódico universal, literario y pintoresco, 12 octubre de 1845, nº 2, pp. 19-21.

Acontecimientos
Pacto con el diablo
Personajes
Pedro Porter y el demonio.
Enlaces

Cárdenas Baracaldo, Alejandro Nicolás. El desierto prodigioso y prodigio del desierto: criollismo y subversión discursiva en el proyecto institucional de un letrado santafereño. Una mirada desde el barroco neogranadino. BS thesis. Facultad de Ciencias Sociales.

Fischer, Sibylle María. "El desierto prodigioso y el prodigio del desierto (1650) del neogranadino Pedro de Solís y Valenzuela: los espacios de la literatura." Revista iberoamericana 61.172 (1995): 485-499

Orjuela Gómez, Héctor Hugo. "«El desierto prodigioso y prodigio del desierto» de Pedro de Solís y Valenzuela, primera novela hispanoamericana." Thesaurus: boletín del Instituto Caro y Cuervo 38 (1983): 261-324.

LOCALIZACIÓN

PLAÇA MAJOR

Valoración Media: / 5

Cuentos y tradiciones populares de Valencia.Visita al infierno

Conservábase no hace muchos años en la copiosa librería del convento de Sto. Domingo, un gran cuaderno manuscrito en folio, redactado por el célebre D. Gaspar Antist, caballero valenciano. Personaje notable en sus tiempos, este escritor, sirvió en 1530 el cargo de Mustasaf (Almotacen)[1] y en 1538 fue elegido jurado segundo[2] por el brazo de caballeros y generosos. La obra que más le distingue y que se ha trasmitido inédita hasta nuestros días, se titula: «Memòries de còses senyalades que se han seguit en la present ciutat y reine de Valencia, comengant en lo mes de Agost de 1555.”

 Supónese sin embargo, que no fue ésta su única producción, como es de observar en lo que dice su pariente el maestro Antist en la vida de san Vicente Ferrer: "en los memoriales de Gaspar Antist, jurado que fue de Valencia y hombre muy leído, he hallado que en 29 de noviembre de 1412, se halló san Vicente en Valencia.”

Debiéronse acaso perder estos memoriales anteriores  a los de dicho cuaderno, cuyo autor murió lunes 21 de noviembre del año 1575, siendo diferente de otro mosén Gaspar Antist, padre de este escritor, de quien dice Gimeno que fue doctor en derechos y abogado de esta ciudad y reino. La obra, pues, que acabamos de indicar bajo el título valenciano de “Memòries” contiene una porción de casos notables acaecidos en nuestro reino y en el de Aragón, casos extraños a que solo la ignorancia o la más sencilla credulidad pudiera dar alguna fe.

Empeñados empero nosotros en amenizar las columnas del Fenix por todos los medios posibles, hemos creído sería grata a nuestros suscritores la traducción de estos raros manuscritos, extendiéndola con todas las formas de un cuento, pues así pueden llamarse las relaciones originales de Gaspar Antist; entre las cuales se encuentran sin embargo algunos hechos históricos de mucha validez y de no escasa atención, que procuraremos insertar entre las tradiciones fantásticas de que nos vamos a ocupar.

Tantas cosas se creen en el día, a pesar de que es el siglo de la convicción y del positivismo, que tememos no falte quien crea también estos cuentos; bien que procuraremos engalanarlos y pintarlos de modo que llegue a dudarse de las fábulas de nuestra narración. Cuentos por cuentos allá van estos, que por cierto merecen tanta fe, como muchas de las noticias de lueñes[3] tierras con que se llenan las inmensas columnas de los periódicos.

En el año de gracia 1608, siendo virrey de Cataluña el duque de Monteleón, y gobernando la diócesis de Barcelona el Ilmo. Sr. obispo D. Rafael de Roviralta, y la de Gerona el Ilmo. Sr. D. Francisco Suazo y Arévalo; sucedió que vivía en la villa de Tordera, del vizcondado de Bas, un labrador llamado Pedro Porter[4].

Hacía mucho tiempo que este buen hombre había contraído una deuda, que según aseguraba él mismo pudo satisfacer en el plazo señalado, para lo cual se cancelaron las fianzas que presentara. Sus acreedores empero, o haciendo desaparecer la cancelación o por otros medios de iniquidad, consiguieron un auto de ejecución contra el apurado labrador, que viendo embargados sus bienes y renovada la deuda, que se hallaba ya satisfecha, y próximos a perecer en la miseria su mujer y sus hijos, suplicó ahincadamente le concedieran diez días de plazo, mientras se trasladaba al vecino lugar de Cruañes, con el objeto de cobrar algunas cantidades que le adeudaban, y poder con ellas parar el terrible golpe que amenazaba destruir sus escasos bienes de fortuna.

Concedido este plazo emprendió inmediatamente su camino el infeliz Porter, dejando a su familia en la más desoladora aflicción y desconsuelo.

Iba triste y pensativo, dándose ya a Dios ya al diablo, ya mandando a Barrabás a sus acreedores y a sus jueces, cuando al llegar a una vereda estrecha y solitaria le salió al encuentro un mancebo, muy apuesto y caballero en un corcel, llevando otro que le seguía como un podenco[5].

Apenas llegaron a la vista uno de otro saludó el mancebo a Porter, que abismado en sus amargas reflexiones, no contestó al cumplido viajero.

—Buenos días, le gritó otra vez el mancebo.

—Guárdele Dios, contestó el labrador siempre distraído, y sin añadir más palabras proseguía su camino.

—Buenos días, le volvió a gritar el del caballo, siguiéndole en pos.

—Dejadme en paz, le contestó Porter sin detenerse.

— Es que os veo triste y vengo a ayudaros, replicó el mancebo.

—Gracias, gracias; id con Dios. Tanta tenacidad llamó por fin seriamente la atención del labrador, y parándose en seguida, contempló a su interlocutor y no pudo menos de responderle:

—Son tan grandes mis desgracias, que solo Dios puede remediarlas.

—No os arredréis, vecino, le contestó el mancebo; porque Dios envía muchas veces terribles calamidades sobre los hombres, para probar su virtud, y cuando menos se piensa llega el remedio.

—Caballero, le interrumpió Porter mirando al mancebo con algún detenimiento, sois demasiado mozo para dar consejos; porque la prudencia y la reflexión vienen con las canas.

—Yo tengo una y otra, replicó con altivez el caballero, y no hay un hombre en el mundo que en esto de aconsejar me lleve ventaja. Dad vado a vuestras cavilaciones, y decidme adónde vais.

—A Cruañes, contestó el labrador con enfado.

— Pues yo voy también con vos, y a pesar vuestro os salvaré de esas desgracias. Contadlas, buen hombre, y no será vana vuestra confianza.

El labrador volvió a mirar con alguna inquietud a su compañero, pero concibiendo una esperanza remota de que efectivamente podrían tener término sus males, le respondió, después de haberse santiguado con la mayor devoción:

—Señor galán, yo me llamo Pedro Porter, natural de la villa de Tordera, hijo de Juan Porter, labrador como yo, y como lo serán mis hijos hasta la última generación. Hace algunos años que experimentándose mucha carestía, mi padre, que Dios haya, y yo tomamos prestada cierta cantidad de dinero, que mi padre satisfizo ya antes de morir. Pasado han veinte años, y ahora me piden otra vez aquella cantidad, y me han embargado mis cortos bienes, y temiendo ir a la cárcel, me he apresurado a ir a cobrar algún dinero que espero recoger en Cruañes. Ahora bien, si tal os sucediera, ¿qué hiciérades vos?

Durante esta breve narración, caminaba a pie el labrador y apenas podía adelantar mucho por la escabrosidad de la vereda, que se internaba por un desfiladero profundo y pedregoso. A pesar de su fatiga causóle mucha grima el ver que el caballo que llevaba el mancebo de repuesto, se le adelantaba por doquiera, y casi tendiéndose a sus pies parecía brindarle a que le montase.

— Ya lo veis, le dijo el caballero, hasta mi caballo os ofrece motivos para que confiéis en mí. Decidme, pues, prosiguió, ¿cómo se llamaba el notario que hizo la cancelación?

— German Bosón, contestó Porter.

Y en seguida le refirió paso por paso cuanto había ocurrido en aquel negocio; y mientras hacía la narración llegaron ambos viajeros a las orillas de un estanque o laguna conocido por el estanque de Sils, que se extiende entre Tordera y Cruañes. El camino, empero, se presentaba cada vez más estrecho, y entonces el caballo suelto se acercó al labrador, tendiéndose como antes para que le montase. A vista de tanta tenacidad del bruto ya no dudó Porter en aprovechar aquella coyuntura, y pidiendo permiso al caballero subió inmediatamente, santiguándose antes, sin embargo, con la mayor fe. Así que continuó el camino, y después de algunos momentos de silencio, dijo el caballero aproximándose al labrador:

—Me habéis contado vuestros trabajos, y compadecido de ellos voy a presentaros al notario Bosón; agarraos bien porque vamos a correr muy de prisa.

—¡Cómo señor caballero, pues ¿adónde vamos?

—Conmigo, a mi patria, a la mansión del diablo.

—¡Dios mío! exclamó el aterrado Porter; y cualquier esfuerzo que hubiera practicado para escapar hubiera sido inútil; porque ambos caballos, con sus jinetes, se precipitaron en el estanque, hendieron sus tranquilas aguas, dejando en pos anchas huellas de espuma, y mientras les rodeaba una niebla opaca y un aire mefítico[6], atravesaron ríos, montes y las soledades del mar, hasta que avistaron la boca de una cueva, por cuya profunda oscuridad penetraron en seguida.

Entonces dejaron los caballos de correr, y el labrador, invocando con toda su alma al ángel de su guarda, oyó con terror aullidos extraños, ruido de cascadas subterráneas, luces errantes y misteriosas y el brillo de algunos ojos que le seguían, ya por delante ya por los lados; hasta que entraron en un gran llano cubierto de fuego, entre cuyas llamas saltaban fantasmas informes que ya se percibían entre el rojizo esplendor de aquel inmenso cráter, ya desaparecían entre las columnas de un humo espeso y de un color particular.

A vista de tan horroroso espectáculo, preguntó aterrado Porter a su compañero:

—¿Quién me ha traído aquí? sueño, o esto es la imagen del infierno.

—Sí, le contestó el diablo conductor; ¿y conocerías tú al escribano si te lo presentaran?

—No, qué no; contestó el labrador; y oyéndose en seguida una espantosa detonación que retumbó en los antros de aquellas cavernas, vio salir un confuso tropel de diablos apiñados, prensados y confusos que conducían el alma de Jaime Villamor que llevaba en las manos un proceso que había falsificado por engañar a un hombre, pero que descubierto lo encarcelaron, volviendo a salir afianzado poco después, muriendo a los pocos días, y precisamente cuando Porter hacia su camino.

En pos del alma de Villamor vio con espanto las almas de otros, conocidos unos, otros de elevada posición, o por su sangre, o por el rango de los destinos que habían desempeñado en Cataluña. A cada una de estas visiones lanzaba un grito de terror y repetía todas las veces el nombre de Jesús. Por fin, vio llegar el alma de Bosón, a quien una voz áspera como el rugido de un león, le preguntó si conocía á aquel labrador.

—Conózcole, contestó el escribano, tanto que por él me hallo en el infierno.

—Jesús, exclamó Porter; y este grito hizo aullar horrorosamente a aquella multitud de diablos que se estremecieron al escuchar este nombre sagrado.

Entonces golpearon a Bosón, le atenacearon[7] y sacudieron para descubriese el lugar en que se hallaba escondido el auto de cancelación que había hecho desgraciado a Porter; y el miserable condenado contestó, que lo hallarían en la sala de su casa en Hostalrich, en el suelo de un armario que había a siete ladrillos de la pared, donde lo escondiera por enemistad que había tenido con el padre de Porter.

Satisfecho entonces con el descubrimiento se volvió a su conductor, y le dijo con la mayor inquietud:

—Sacadme de aquí.

—Eso no haré yo, respondió el diablo; porque ni quiero, ni puedo.

—Enseñadme al menos el camino, replicó Porter.

—Tampoco.

—Válgame Jesús, exclamó entonces el vivo; y al instante se apareció un personaje que llevaba hábito de peregrino, y entregándole éste el bordón que le servía de báculo, le dijo:

—Sígueme.

Y al punto se le oscurecieron los ojos, cesó el ruido a su alrededor y un aire más apacible bañó su frente, hasta que el rumor de voces humanas le sacó de aquel estupor, y se halló en la plaza de Murviedro[8].

 Tan largo viaje le había excitado el apetito, y apenas se vio libre, quiso comprar un pan; pero la panadera se negó a admitir una moneda catalana, lo cual hizo ver a Porter que se hallaba en el reino de Valencia. Afortunadamente se encontraba allí un catalán paisano suyo, que se le llevó a su casa, hasta que regresó a Tordera, donde ya se le creía muerto.

Enseguida dio aviso a la autoridad del sitio en que estaba escondido el fatal papel de Bosón, cuyo descubrimiento sorprendió a los vecinos de la villa.

Porter no tuvo dificultad en referir lo que había visto, e indicar los nombres de las personas, cuyas almas habitaban en el infierno.

Esta revelación le costó a Porter verse encerrado en la inquisición, de donde salió libre al poco tiempo, y vivió después dos años pero triste, meditabundo y solitario. Tenía miedo a las sombras, y a la noche, y a pesar de que oía misa y confesaba todos los días, no pudo olvidar hasta que murió su viaje a Cruañes, ni el estanque de Sils, dejando en el pueblo de Tordera y en la Villa de Murviedro larga tradición, que se ha perdido ya, y que un curioso posterior al Gaspar Antist unió a sus memorias manuscritas, dándola una fe que encanta por su sencillez, y tratando de convencernos con los informes que redactaron algunas personas graves de su tiempo.

 

Edición Pilar Vega Rodríguez.

FUENTE

 

Sin autor. “Cuentos y tradiciones populares de Valencia. Visita al infierno”, El Fénix, 12 octubre de 1846, nº 2, pp. 19-21.

NOTAS
 
[1] Almotacén. Cargo público que se ocupaba del control de los pesos y medidas.
[2] Jurado segundo: 4. m. Hombre que se ocupaba de la provisión de víveres en los ayuntamientos y concejos. (Diccionario de la Lengua Española,  Real Academia Española).
[3] Lueñes: lejanas.
[4] Refiere este caso el padre Emanuel Hortigas en un libro titulado Llama eterna, camino y desvío del infierno, lib. 1. cp. 1. fol. 68 (Nota del autor)
[5] Podenco: perro.
[6] Mefítico: dicho de una cosa: Que, respirada, puede causar daño, y especialmente cuando es fétida.(DRAE)
[7] Atenacear: arrancar con tenazas pedazos de carne a alguien, como suplicio (Diccionario de la Lengua Española,  Real Academia Española).
[8] Sagunto.