La calle del mal consejo.
Tradición segoviana.
Segovia, antigua capital de los Arévacos, famosa corte de los reyes de Castilla, ciudad célebre en la guerra por sus tercios, siempre vencedores en las artes por su admirable acueducto, y en la industria por sus paños, de eterna duración, es hoy un conjunto de casas y palacios medio arruinados que se estrechan y sostienen unos a otros, como los individuos de una familia amenazados de exterminio. El Eresma y el Clamores, que humildes lamen los pies de la roca sobre la que se levanta la población envuelta -338- en sus ruinas, como un hidalgo pobre en la capa de su abuelo, parecen formarse con las lágrimas que aquella vierte al comparar su pasado brillo con su actual decadencia. Los elevados muros que, cual la yedra al olmo, ceñían la ciudad con sus descarnados brazos, se desmoronan y vienen a tierra diariamente: mientras Segovia fue reina, la sirvieron de diadema, ahora que la soberana ha descendido de su trono, se desprenden lentamente de su cabeza y se sepultan entre la yerba de los valles.
Segovia es una noble anciana cargada de años y cubierta de arrugas; el sol de muchos siglos ha dado a su rostro un color pardo oscuro que infunde respeto y veneración. Cuando el viajero la ve a lo lejos, saluda conmovido a la patria de Doña Berenguela. La anciana le acoge con placer entre los pliegues de su desgarrado manto, y como quien ha visto mucho, habla mucho, y como los viejos son aficionados a tradiciones, cuentos y consejas, le refiere multitud de ellos para hacerle agradables las horas.
En la Cruz del Mercado le dice que en 1411 había allí una cruz de piedra, en cuya peana predicó S. Vicente Ferrer un sermón “que oían los distantes a tres y a cuatro y a más leguas, y le entendían -339- todas las naciones a pesar de que el santo hablaba en su lenguaje valenciano”. [1]
Desde las ventanas del alcázar le señala las Peñas Grajeras. A principios del siglo XIII una judía faltó a la fe conyugal; convicta y confesa, los de su raza autorizaron al ofendido esposo para castigar a la adúltera de la manera que quisiese. El judío meditó algún tiempo, y por último condenó a su esposa a ser despeñada desde lo alto de las Peñas Grajeras. El pueblo acudió en masa a la ejecución; el espectáculo prometía. Pero el pueblo se llevó chasco (esto le sucede siempre que confía en algo o en alguien), porque la culpable al ser conducida al lugar del suplicio, pasó por la catedral e invocó a la Virgen de la Fuensisla, diciéndole:
— Virgen María, pues amparas las cristianas ampara una judía.
La Virgen oyó la sencilla súplica de la pecadora arrepentida, y esta, lejos de hacerse pedazos por aquellos derrumbaderos, llegó al fondo sana y salva pidiendo a gritos el bautismo. María del Salto se hizo en efecto cristiana y tornó este nombre en memoria del suceso, y todavía se ve en el claustro de la catedral una lápida con esta inscripción: Aquí está sepultada la devota Marisaltos con quien Dios obró este milagro en la Fuencisla.[2] Hizo su vida en la otra iglesia: acabó sus días como católica cristiana en el año de 1237. Trasladóse en este año de 1558.
Delante de la casa que habitó S. Juan de la Cruz se enseña un ciprés casi pelado, cuyas ramas superiores se desvían del tronco en dirección horizontal. El santo plantó aquel árbol y dijo:
— Este ciprés me servirá de corona. La profecía se ha cumplido; la copa del ciprés termina en una corona.
En la calle Real el viajero se detiene a contemplar un capricho arquitectónico de un mal gusto inverosímil. Es la fachada de una casa construida toda de piedras exactamente iguales labradas en forma de puntas muy salientes, que la hacen asemejarse a un erizo. Segovia, la buena y complaciente vieja, toma la palabra y dice:
— Los marqueses de Quintanar compraron esta casa, que había pertenecido a judíos. Aderezáronla con gran lujo y vinieron a morar en ella. El pueblo, apegado a sus usos y costumbres como la ostra a su concha, continuó dándola el nombre de casa de los judíos sin consideración a la nobleza de los altos señores que la ocupaban, los cuales perdían los estribos al ver que -341- los segovianos les llamaban judíos a boca llena. Consultaron el caso con un jesuita, su confesor, y por su consejo hicieron demoler la antigua fachada y construir[3] la que actualmente, existe. Nadie volvió a mentar la casa de los judíos: por un sentimiento unánime de los segovianos le pusieron a la vivienda de los marqueses de Quintanar el apodo de Casa de los Picos.
Próxima a la Cuesta de S. Bartolomé hay una calle estrecha y solitaria; los edificios que la forman son tristes y de mezquino aspecto; algunos de ellos ofrecen a la vista la armazón de madera, que blanquea entre los mohosos ladrillos como los huesos de un esqueleto sobre un fondo oscuro. En una esquina tiene escrita en gruesos caracteres negros su fe de bautismo: calle del mal CONSEJO.
Quien sabe que en Segovia hay una tradición para cada piedra, como acertadamente ha dicho un escritor extranjero, adivina al punto que el extraño nombre de aquella calle debe correr unido a alguna historia maravillosa y terrible, y entra en deseos de conocerla. La buena vieja satisfará su curiosidad por boca de cualquiera de sus atentos hijos, y en confirmación de su relato le hará leer en el convento de monjas de Corpus Christi un precioso documento que nosotros hemos tenido a la vista, y dice así:
EL INSIGNE Y MEMORABLE MILAGRO DE EL SANTÍSIMO
CUERPO DE NUESTRO REDENTOR JESUCRISTO QUE
ACONTECIÓ EN SEGOVIA EN EL AÑO DE 1410.
En este año reinando Don Juan, clarísimo rey de España, estando en la sobredicha ciudad de Segovia por prelado, Don Juan de Tordesillas[4], obispo de buena memoria, acaecíó una cosa admirable y espantosa, de grande admiración y perfecta memoria. En el qual tiempo por ser el rey de edad pequeño, que aún no había llegado a los catorce años[5], y la nobilísima reina Doña Cathalina madre suya, no solamente era tutora de la persona de su hijo pero era gobernadora de todo el reino: acaeció que en este tiempo, en esta ciudad un sacristán de San Fagún, dice, de la Iglesia de San Fagún, estando fatigado por una deuda que debía de ciertos dineros que para cierto tiempo so pena de excomunión era obligado a pagar a otro christiano viejo, viendo, que por su gran pobreza no podía cumplirlo, por temor de la excomunión determinó de pedirlos a un judío médico que había por nombre Domair, vecino de esta ciudad; al qual después de haberle saludado, habló de esta manera: has de saber que yo estoy puesto en muy grande angustia y extrema necesidad, y si en ella me socorres harásme la mayor merced del mundo y mas agradable; por tanto yo te ruego, que ciertos dineros que debo me los emprestes, tomando de mi la obligación que más firme y valedera según vieres, y según tu juicio.
- Amigo, todo lo que pides y mucho más te daré si por prenda de ello, me das el cuerpo de Jesuchrísto que vosotros decisque es Dios.
Entónces el sacristán prometióselo y dióselo en la custodia muy guardado y recibió el sacristán los dineros y se fué muy alegre.
Hecho esto, el judío, muy alegre y gozoso, mandó llamar a otros judíos amigos y propinquos suyos secretamente: los quales ayuntados dixo, que él tenía la Ostia, que los christianos adoraban por Dios, y les dijo que sobre tal negocio, que determinasen lo que se había de hacer con deliberación: pasado el concilio, tomaron con sus sucias manos el excelentisimo cuerpo de nuestro Salvador y Redemptor Jesuchristo, y menospreciándole, le llevaron a la Sinagoga, a donde hicieron gran fuego, y en medio de él pusieron una gran caldera de agua, otros dicen de resina, y estando muy cociendo determinaron y procuraron echar dentro de ella a nuestro Salvador y Redemptor Jesuchrísto.
Mas, mira el misterio grandísimo: en soltando la Ostia de la mano para echarla en la caldera luego fué volando por el aire y ellos tras ella, pensando de asirla, y luego en un momento comenzó a temblar la Sinagoga, y dió un gran trueno y estallido que todos los postes y arcos se abrieron, y hoy día están así, fué tan grande el ruido, que casi todo el edificio se venía al suelo, entonces viendo los malvados la grandeza del milagro determinaron tomar un paño muy limpio, y envuelven en él la Sacratísima Ostia, y llevarla al monasterio de Santa Cruz,orden de los Predicadores que es en la dicha ciudad de Segovia, y allí llamaron al prior, y tomáronle juramento de lo que le querían, que les tuviese secreto, y contaron por orden todo lo que les había acaecido,y diéronle el cuerpo de nuestro Salvador, y luego el prior con todo el convento le llevaron al altar con gran solemnidad.
En este tiempo enfermó un fraile, en vida y costumbres acepto, que por nombre se llamaba Espinar, al cual el prior dió en comunion aquella ostia sagrada, y al tercer día de la comunión acabó la vida gloriosamente y luego el prior como vió este milagro, remordiéndole la conciencia, pareciéndole que no era razón callar tan gran milagro, ni que los judíos fuesen sin castigo de tan gran maldad, contólo todo al prelado de esta ciudad arriba mencionado, lo cual oyéndolo el obispo, armado de celo de la fe, dijo a la reina que entonces estaba en esta ciudad, y acordaron de común consejo, hacer muy grande inquisición de este negocio, y echaron en prisiones a todos los más principales de los judíos; entre ellos al sobredicho Domair que en esta causa fue el principal; los cuales entre grandísimos tormentos confesaron la verdad del hecho, y Domair, entre otras cosas que había muerto con veneno al rey Don Enrique, padre del rey Don Juan[6], que entonces reinaba con su madre; por los cuales delitos este primero y todos los que se habían hallado en este delito fueron sacados arrastrando por la ciudad y con pregón y luego hechos cuartos.
Acabada la justicia el obispo con toda la clerecía y cofradías en solemne procesión vinieron a esta casa, donde acaeció el milagro y la consagró por iglesia que hoy día se llama Corpus Christi, desde el cual tiempo el día de Corpus Christi cada año se hace una solemnísima procesión por toda la ciudad a esta iglesia.[7] El obispo aun no cesaba de hacer inquisición sobre los que habían quedado.
Los judíos temerosos de la muerte y castigo que habían de pasar sí se descuidaban, trataron de hablar con el maestresala de el (sic.) obispo, al qual dieron gran cantidad de dinero porque echase veneno en el manjar del obispo y lo matase, el qual recibido el dinero prometiólo. Así un día, siendo ya hora de comer, el maestresala entró en la cocina y con palabras engañosas hizo al cocinero que saliese de la cocina y viéndose solo, tomó el veneno y mezclólo en la salsa que se aparejaba para el obispo, y luego salióse de allí y mandó poner la mesa al obispo. El cocinero volviendo a su oficio comenzó a menear la salsa para echarlo en unos platillos, y cayósele una gota en la mano, y luego comenzó a hacer tal llaga, que no solamente la mano, mas todo el cuerpo se le emponzoñaba. Como vió esto comenzó a dar grandes voces diciendo: “ninguno coma hoy de lo que está aparejado en la cocina”. El obispo oyendo estas voces haciendo presurosa inquisición de este negocio, antes que hubiese otro confesó, y así halló la verdad, y luego el maestresala fue preso y atormentado de recios tormentos y confesó la verdad de lo que pasaba y fue hecho cuartos, y muchos de los judíos que fueron en esta traición fueron quemados, otros arrastrados y descuartizados, otros que no tenían tanta culpa fueron reciamente azotados, otros- desterrados perpetuamente.
Para testimonio de lo qual todas estas cosas por orden como están contadas el egregio doctor de Espina, informado de hombres que se hallaron presentes al negocio, lo escribió en latín en un libro que se llama Pináculo de fe que está hoy día en la librería de San Francisco de Valladolid.
Y porque esto sea notorio a todos los fieles christianos. El muy reverendo señor Francisco Martínez,canónigo en la iglesia colegial de Nuestra Señora de Santa María de Panaces, mandó sacar este traslado de latín en romance. Laus Deo.
Renovólo por devoción y con la prisa de despedida y viaje el P. P. Francisco Javier de Uñate de la orden Premostratense. Año de mil ochocientos y siete.
El lector habrá adivinado ya que la calle donde el sacristán de San Facundo y Don Mair tuvieron la plática, y acordaron lo que con tanta minuciosidad se refiere en el documento que dejamos trascrito, no era otra que la conocida desde entonces por calle del Mal Consejo.
En la iglesia del convento de Corpus Christi, que por su forma y arquitectura indica bien a las claras que fue construida para sinagoga, se ven aún anchas y profundas grietas [8]en muros, arcos y columnas, tan considerable alguna que permite el paso a la luz de las habitaciones. Al lado de uno de los altares, que cubre sin duda una antigua entrada del templo, hay dos figuras bárbaramente dibujadas en la pared: la una tiene una custodia en la mano y está en ademán de cambiarla por una bolsa que le alarga la otra.
Encima de las cabezas, la siguiente inscripción: Esta es la puerta por donde salió el Santísimo Sacramento, y este es el sacristán que dió por prenda el Santísimo Sacramento a Domair, médico de esta ciudad [..]
Hemos buscado en vano la relación de este suceso en la crónica de D. Juan II que escribió Alvar García de Santa María. El autor del Pináculo de Fe cita por testigo a Fr. Juan de Canalejas, dominicano, que estuvo presente cuando los judíos entregaron la hostia.
FUENTE
Carlos de Pravia, “La calle del Mal Consejo”, Escenas contemporáneas. 1859, n.º 5, pp.337-342.
Edición. Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Diego Colmenares, Historia de Segovia.
[2] Milagro que refiere Alfonso X el Sabio en sus Cantigas de Santa María (c.107) y es incluido en el Flos Sanctorum. También en Andrés Gómez de Somorrostro, El acueducto y otras antigüedades de Segovia, P. Ondero, 1861, p. 277.
[3] Colmenares: Historia de Segovia.
[4] Según Fernán Pérez de Guzmán en sus Generaciones y Semblanzas, la causa de la ruidosa caída del cardenal de España, D. Pedro de Frías, en el reinado de Enrique III, fue haber mandado apalear a este obispo de Segovia, cuyo verdadero nombre era D. José Vázquez de Cepeda. Fue electo en 1387 y murió a 13 de noviembre de 1437. (Theatro de las iglesias de España, por Gil González Dávila) (Nota del autor)
[5] Don Juan II nació en la ciudad de Toro en dos setecientos e mas dos e tres, según dice un trovador de la época, Micer Francisco Imperial, o lo que es lo mismo, en 1405. (Nota del autor)
[6] Nada dicen nuestros historiadores de este supuesto envenenamiento del rey D. Enrique III. Es de suponer, por lo tanto, que el manuscrito que copiamos se refiere a D. Enrique II, bisabuelo de D. Juan, que unos 30 años antes (1379) fue envenenado por un amor, a creer a Mariana: “Acordó (el rey de Granada) valerse de arte y mañana. Persuadió a un moro que con muestra de huir de Granada se pasase Castilla y procurase dar muerte al rey. El moro era sagaz como la pretensión lo pedía: procuró ganar la gracia del rey, ya con servicios a propósito, ya con ricas joyas y preseas que le presentaba. Entre los demás presentes le dio unos borceguíes a la morisca muy vistosos y primos; pero inficionados de veneno mortal” (Nota del autor)
[7] Todavía se celebra esta función religiosa en desagravio de las ofensas hechas al Santísimo Sacramento. Llámase de la Catorcena, porque antes contaba catorce parroquias y cada año salía la procesión de una de ellas, por riguroso turno, como sucede en el día. (Nota del autor)
[8] Colmenares, que escribió en el siglo XVII su Historia de Segovia, dice que en su tiempo se taparon, pero nosotros las hemos visto hace pocos meses. (Nota del autor)