El portal de Valldigna
Inmediato adonde vemos
de Mosén Sorell la plaza,
en la plazuela que hoy día
en la Olivereta llaman
un árbol del mismo nombre
no hace un siglo que se alzaba.
dándoselo a aquellos sitios
al par que sombra sus ramas.
En tiempos de nuestra historia
eran tachadas las casas
de las calles más vecinas
que en su redor se encontraba
por escándalo insufrible
de una ciudad ilustrada
por el desorden que había,
por las gentes que encerraban.
Casuchas de un solo piso
de piedra y barro formadas,
ennegrecidas paredes,
extravagantes ventanas,
un lupanar cada cuarto,
un garito cada entrada
dejando atrás del vecino
de las vecinas la fama.
Barrio en trueno permanente
con gentes de rompe y rasga[1]
que el poder de los caseros
y corchetes despreciaban
cuyos gloriosos anales
toda la curial[2] comparsa
con veloz pluma escribían
más con suerte bien escasa.
Allí cruzada de brazos
la muchedumbre holgazana
en torno de la olivera
hasta la noche acampaba;
allí bravos matachines
y gente de vida airada
sus mostachos retorcían
sus tizonas[3] ostentaban
convirtiendo luteranos,
abrasando a la Alemania,
y viendo quién entre todos
de mentir lleva la palma.
Y allí era en fin do acudía
diestro ya por sus hazañas
en el compás de Sevilla
y en los percheles[4] de Málaga,
y donde tuertos hacía
y pupilos engañaba
ganando fama y renombre
en las audiencias de España,
el socarrón del ventero
que mereció la alta gracia
de dar el espaldarazo
al Amadís de la Mancha[5] .
En esta honrada plazuela
la habitación se encontraba
de Sandoval y Contreras
sus personas encerraban
habitación que por fuera
ya por su innoble fachada
que era reina de aquel barrio
al transeúnte indicaba
siendo por dentro un conjunto
de pobreza y de elegancia
chocando a primera vista
por su estrambótica traza.
Negras y sucias paredes
colgadas de telarañas,
ricos muebles en desorden
que en tal vivienda contrastan,
de largas perchas colgando
en confusa extravagancia,
capas, calzones, sombreros,
coletos[6] y sopalandas[7].
De montón en los rincones
y en las sillas hacinadas
espadas, dagas, pistolas
arcabuces[8], picas, mallas
todo indicando la fuerza
tener allí su morada,
y ser quien vive un dechado
de destreza y de pujanza.
En dos sillones sentados
de riqueza y forma rara
recostados, frente a frente,
en una mesa entallada.
do los sabrosos relieves
de una cena nada escasa
el más incitante aroma
entre vapor exhalaban;
con la variedad vestidos
que sus destinos mostraban
en plática alegre y viva
los dos amigos se hallaban.
Con bordado calzón negro
rica cuera[9] recamada,
blanco y plumado chambergo[10]
vuelta la purpúrea falda
iba Contreras; D. Lope
con fino gusto hermanaba
al lujo de un caballero
la gravedad escolástica
ropilla de terciopelo
con cuchilladas las mangas,
alado y negro sombrero,
blanca gorguera[11] rizada.
De decidor y gracioso
Contreras haciendo gala,
y contestando D. Lope
chiste a chiste, gracia a gracia
a un añejo[12] de Alicante
de cuando en cuando asaltaban,
el cual daba a sus pulmones –54-
fuerza, y a sus lenguas gracia.
Alumbrando aquella escena
sobre la mesa una lámpara
que en la pared las figuras
de entrambos héroes pintaba.
Era tanta la viveza
que en sus palabras mostraban
que al parecer concebían
alguna burla extremada
y entre tragos y entre votos
y brindis y carcajadas
sobre la nueva aventura
cruzáronse estas palabras.
D.Lope. ¡Conque tan bella!
Contreras. Tan bella.
D. Lope. ¿Y os ama?
Contreras. Con toda el alma.
D. Lope. ¿Lindo rostro?
Contreras. Como un ángel.
D.Lope. ¿La visteis?...
Contreras. Esta mañana.
D. Lope. Tened, por Dios, buen Contreras
piedad con esa muchacha:
le hablasteis hoy a las ocho
y esta noche....
Contreras. Nada, nada.
bastante tiempo he sufrido
desprecios de las ingratas;
la que me amare D. Lope
la caridad no la salva.
La vi, de hermosa es un pasmo;
me acerco, toda turbada
quiere escapar, no la dejo;
a lucir saco mis gracias,
digo que la amo, la adoro;
me mira, yo una mirada
en el corazón le arrojo,
y aquella cara de plata,
rendida con mi elocuencia
de mis palabras prendada,
capitula y ya os lo dije,
ahora mismo bato[13] marcha.
D.Lope. Pero decid.... ¿dónde vive?
Contreras. Esa pregunta esperaba.
señor bachiller, ha tiempo
por tomar de vos venganza.
¿Quisisteis por vida mía
decir del palacio estaba
de la ninfa por quien tanto
gemíais y suspirabais?
D. Lope. Jamás.
Contreras.- Pues mirad, querido,
la razón, motivo y causa
porque os digo tengo cita
pero no os digo la dama.
D. Lope.- Entonces ya preveniros
debéis pues las doce avanzan
y si a la una esta cita....
Del Micalet la campana
como si acabar quisiera
de D. Lope las palabras
doce golpes repetidos
dejó el viento en las alas
que oídos en el silencio
de la noche solitaria,
al pensamiento figuran
la fragilidad humana.
En tanto existen, inundan
con su sonido las auras
mas al morir, todo queda
en el silencio que estaba.
Al oír el postrer golpe
de los puestos que ocupaban
ambos amigos se alzaron
para cumplir con sus damas.
Contreras cual caballero
a la cita que le llama,
D. Lope fiel como siempre
a ver un rato a su Blanca.
De las perchas do pendían
sus graciosas capas bajan;
ciñe a su lado D. Lope
una espada toledana,
y tendiendo por el cuarto
indiferente mirada
diciendo a su amigo ”vamos"
desocuparon la estancia.
Tras apretarse las manos
en la calle se separan:
”A Dios," le dijo Contreras,
y D. Lope, “con vos vaya."
Aquel tomó presuroso
de Mosén Sorell la plaza;
el bachiller hasta el rostro
se envuelve en su negra capa
y del Malcuinat[14] la calle
pasando, al Tros-alt avanza,
y entre las sombras perdióse
resonando sus pisadas.
ROMANCE CUARTO.
La una.
Era una noche terrible
la que el corazón sereno
del indomable D. Lope
fiel a su amoroso empeño
iba a pasar, animado
con la esperanza del premio
que de su Blanca obtendría
al verle entre tantos riesgos.
Mudo silencio en la tierra
tan solo furioso el viento
se escuchaba en cuando en
cuando
lanzando un grito siniestro
que horrorizando las almas
y entrecortando el aliento
fría la sangre en las venas
dejaba, y helado el cuerpo.
Ya en remolino furioso
del suelo el polvo, violento
arrebataba o lejano
se estrellaba con estruendo.
¡Terrible noche! En la tierra
tan solo horror, y en el cielo....
aquel cielo despejado
delicia del universo
encapotado, sombrío
y en sus espacios inmensos
negras nubes hacinadas
que iban sin cesar creciendo
cargadas de tempestades.
Conduciendo el ronco trueno,
y de su seno arrojando
del relámpago el incendio,
y en el lejano horizonte
nubes tras nubes saliendo,
dejando el alma asolada
y en su aflicción sin consuelo.
Con voluntad inmutable
y en iguales movimientos
el corazón alentado
dentro del pecho latiendo.
Horror tanto despreciando
y a tanto horror oponiendo
del alma la confianza
y el arrugado-entrecejo,
sereno D. Lope marcha
hasta los ojos envuelto.
Con firme y segura planta
la mano sobre el acero
mil callejones cruzando
tardo ve pasar el tiempo
hasta que suene la una
hora en que su amado dueño[15]
enamorado en la reja
en premio de sus desvelos
mezcle una dulce sonrisa
a su encantador acento.
Mostrándole su impaciencia
insufribles los momentos
hacia su norte arrastrado
la calle de Caballeros
pasa, y la de Valldigna
al pisar, el sentimiento
que de su Blanca querida
el honor quedara ileso
le detiene, y pensativo
entre temor y respeto
contempla solo a distancia
el portalet en silencio.
Y sobre el arco en la imagen
que en un retablo modesto
lámpara humilde alumbraba,
clava los ojos atento.
¡Ah! sí, tales se miraban
ha no muy lejanos tiempos,
y el pueblo las adoraba
como sus padres lo hicieron.
Y en medio la noche oscura
al descubrir desde lejos
el vaso donde ofrecía
su don el pobre al Eterno,
al pecador parecía
del gran Señor ver el dedo
que en la luz le presentaba
de sus tinieblas el puerto.
Y al piadoso mantenían,
al impío no ofendiendo,
y si ante ella blasfemaban
alguno elevaba el rezo.
Y el que en su pecho sentía
españoles sentimientos
ante tal uso exclamaba
«Esto no huele a extranjero."
Clava los ojos D. Lope,
¡y cuan tiernos pensamientos
su fuerte pecho asaltaron,
al recordar los diversos
sentimientos que en sí mira
a los que mira en el seno
de aquella mujer que adora
de noble virtud modelo!
Aquella imagen sagrada
que sus ojos están viendo
es la misma a quien su Blanca
recurre a cada momento.
La misma por quien sus labios
mover ha visto en el templo.
La misma que el insensato
olvidó en sus devaneos.
Los ojos enternecidos
baja y vuelve con anhelo
para contemplar la casa....
¡Más sus ojos qué están viendo!
Inmóvil como una estatua.
en pie y del portal en medio
un negro bulto clavado
y entre las sombras envuelto.
Fiero el orgullo ofendido
siente tronar en su pecho.
Ciego D. Lope, y la espada
halaga con torvo ceño.
Jamás pasó por su mente
que mirar nadie el objeto
pudiera de sus amores,
y ni puede comprenderlo;
y así con paso seguro,
y a los ojos el sombrero,
la mano sobre la espada
se adelanta al bulto negro.
— ¿Quién va? pregunta arrogante.
— Quien quiere y puede.
—Al momento
desocupad estas calles.
—¿Brío traéis?—Nada es vuestro.
— ¡Mucho valor publicáis!
—Mucho más guardado tengo.
—¿Podemos probar?
—Al punto.
—Probemos pues.
— Pues probemos.
Y sin revolver las capas
con los embozos cubiertos
metieron mano a la espada
y furiosos se embistieron:
ya asaltándose se juntan,
ya separándose diestros
los terribles golpes paran
hoja con boja crujiendo.
Tan pronto gallardamente
tiran y paran serenos,
tan pronto los gavilanes[16]
juntan, y pecho con pecho.
Lleno de furor D. Lope -58-
las estocadas repite —
No reparándose ciego
Más ¡ay! el contrario brazo
Le entra una punta ligera
Y bajo sus ropas siente
Frío clavarse el acero.
Horrible grito furioso
Lanza, como el león soberbio
Que siente contra una reja
Impotentes sus esfuerzos.
Y aquella terrible alma
dando vigor a su cuerpo
con el embozado cierra
con ataque tan violento
Que hasta la mano la espada
se la entró del pecho dentro,
y sin decir, ¿Dios me valga!
En la tierra cayó muerto
Tibio rayo de la luna
y sin decir ¡Dios me valga!
entre nubarrones densos
en la tierra cayó muerto.
sonrisa horrible, D. Lope
suelta en los labios venciendo
aquel satisfecho orgullo
al dolor que hasta los huesos
le taladra; y de la capa
tira en que se ve cubierto
su enemigo y le descubre.
Más ¡qué es lo que mira, cielos!
¿Qué es lo que ve, que su rostro
Las convulsiones del réprobo
al ver su eterno suplicio
llegó a imitar? Ve sangriento
el cadáver desgreñado
de sucio lodo cubierto
del capitán, de Contreras,
de su amigo y compañero.
En vano mil veces juzga
que es ilusión, que es un sueño;
cierra los ojos, los abre
y mira el cadáver yerto
de su amigo. Se confunde
imposible pareciendo
cómo el capitán pudiera
ir aquel sitio funesto.
El reloj del Miguelete
interrumpe el gran silencio
de la noche, y que es la una.
el bachiller oye atento.
Pintan la rabia sus ojos
pues ve ya claro el misterio
¡Ah! buen Contreras, la cita,
exclama con voz de trueno,
habéis hallado algo amarga,
álzate, amigo perverso
para mirar de tu cómplice
cómo implacable me vengo.
Vacilante, jadeando,
entrecortado el resuello
y a borbotones la sangre
dejando un rastro en el suelo
de Doña Blanca a la reja
se acerca, donde crujiendo
los ventanos, sale un bulto
que reconoce al momento.
— ¡Ay, Don Lope! ¿os atrevisteis
en tal noche? Sí, más siento
haber frustrado la dicha
que ibáis a alcanzar
— ¿Qué es eso?
¿Por qué ese tono D. Lope?
—Ese tono es que ya os veo
Doña Blanca, y os conozco.
ese tono es que el objeto
en que vuestro amor cifrabais
aquesta espada le ha muerto.
—¡Dios mío!
—Callad, señora.
— ¡Por piedad! D. Lope.
—Al menos
debierais saber, malvaba,
tan diestro contrario viendo
ocultar esos extremos.
—Por nuestro amor, os juro.
Soy inocente.
—¡Silencio!
En vano lucha y relucha
aquel de gracias portento;
en vano al mirar manchado
de sangre el terrible acero,
pugna con débiles fuerzas
por desasirse; de hierro
una mano le sujeta
por su brazo, blanco y tierno
Y el bachiller abrasado
de atroces, bárbaros celos
el bello pecho traspasa
que basta la mano la espada
por las mismas gracias hecho.
se la entró del pecho dentro.
Tibio rayo de la luna
entre nubarrones densos
sobre la reja desciende
y de furia el pecho lleno
ve D. Lope deslizarse
la sangre del blanco seno
de su amada que le dice
“D. Lope, inocente muero”
Y al mirar tan triste cuadro
la diosa desde su asiento
cubre de nubes su rostro
arrancando de este suelo
dentro del último rayo
que veloz partió a su seno
aquella de virtud alma,
digna tan solo del cielo.
Suelta la espada D. Lope
como si candente hierro
formara el puño, y exánime
¡Dios mío! exclama ¿qué he
hecho?
Turbios sus ojos se anublan.
súbito un sudor de hielo
cubre su frente ceñuda
y su erizado cabello.
Sus débiles pies vacilan.
bamboléase su cuerpo.
Los brazos tiende, se inclina,
y desplómase en el suelo.
Días después en la casa
do reinaba tal misterio,
a la puerta se agolpaba
gente curiosa del pueblo:
Y una silla de camino
vieron salir, y en su centro.
Y una silla de camino
vieron salir y en su centro,
con ademanes de loca
por sus desvariados gestos
a un mujer que gritaba
con entrecortado acento
Yo… la culpa.. sí… una cita
Di al capitán… me condeno.
Mientras dos cruces clavadas
de una reja a corto trecho,
y más allá de Valldigna,
en el portal otra en medio
brindaban al transeúnte
a elevar al alto cielo
un voto por las tres almas
que allí su sentencia oyeron
FUENTE
Gisbert y Gosalbes, Gregorio. “El portal de Valldigna”, El Fénix. num.20.10 abril 1846
NOTAS
[1] De rompe y rasga: con gran iniciativa, valor, impulsividad.
[2] Curial comparsa: mpleado subalterno de los tribunales de justicia, o que se ocupa en activar en ellos el despacho de los negocios ajenos (DRAE). Comparsa: compañía, acompañamiento.
[3] Tizona: por espada (antiguo)
[4] Percheles: aparejo de pesca, consistente en uno o varios palos dispuestos para colgar las redes (DRAE)
[5] Don Quijote de la Mancha. Referencia al Amadís de Gaula.
[6] Coleto: vestidura hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que cubría el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura. (DRAE)
[7] Solapandas: por “hopalandas”, vestidura grande y pomposa, particularmente la que vestían los estudiantes que iban a las universidades (DRAE). ´Solapanda´ en una deformación fonética y una palabra que no existe.
[8] Arcabuz: arma de fuego portátil, antigua, semejante al fusil, que se disparaba prendiendo la pólvora del tiro mediante una mecha móvil incorporada a ella. (DRAE)
[9] Cuera: especie de chaqueta de piel, que se usaba antiguamente sobre el jubón. (DRAE)
[10] Chambergo: sombrero de copa más o menos acampanada y de ala ancha levantada por un lado y sujeta con presilla, el cual solía adornarse con plumas y cintillos y también con una cinta que, rodeando la base de la copa, caía por detrás. (DRAE)
[11] Gorguera: adorno del cuello, que se hacía de lienzo plegado y alechugado.(DRAE)
[13] Batir marcha: en el ejército, tocar el tambor para señalar que la comitiva se pone en marcha.
[14] Actual calle de San Miguel.
[15] Dueño: una convención poética fue la de tratar a la mujer amada como “señor” feudal, “dueño”, “midóns” a la cual presta vasallaje el amante.
[16] Gavilanes: cada uno de los dos hierros que salen de la guarnición de la espada, forman la cruz y sirven para defender la mano y la cabeza de los golpes del contrario. (DRAE)