ESPERANDO LA DEL CIELO.
TRADICIÓN POPULAR.
Se había apenas conquistado la ilustre ciudad de Granada del poder de los árabes, y la Alhambra acababa de ser habitada por los inmediatos sucesores de su primer gobernador cristiano el capitán D. Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla. Oscurecidos por el Albaicín, el Zacatín[1] y la Alcazaba los restos de los antiguos dominadores, habían sido reemplazados por los caballeros de la brillante corte de Fernando e Isabel la Católica, cuyos nombres forman distinguidos episodios en el gran panorama de nuestra historia nacional. El áspero rumor de los combates había sucedido a las zambras[2] y festines de la Alhambra y a los torneos y justas de la célebre plaza de Bib-Rambla. Mas severos en sus costumbres los nuevos señores de Granada eran todavía los últimos paladines que acababan de hundir los despojos de la edad media; bien que todavía podían repetir la principal máxima de la profesión de las armas entre los antiguos caballeros:
Mucho ruido en el campo y grande alegría en la posada.
Restos de nuestra pasada caballería, entre cuyos altivos y nobles paladines se repelía con frecuencia: Si tú poseyeras tanto como el rey Alejandro, tuvieras tanto entendimiento como el sabio Salomón, tanta caballería como el valiente Héctor de Troya; con que solo reinasen en ti el orgullo y la soberbia, todo lo destruirían.
Ahora solo nos quedan algunos apellidos, muchos escudos de armas, mohosas armaduras, muchos templos góticos, sepulcros vacíos y destrozados cronicones, que pocos entienden, que estudian pocos y que ninguno puede imitar.
Cuenta, pues, la tradición popular, porque entre el pueblo suelen conservarse cosas muy serias, que algunos años después de la conquista de Granada, cuyo aniversario se celebra aun desde el día 2 de enero de 1492, día en que se permite a todo vecino tocar la histórica y misteriosa campana de la Vela[3], costumbre que respetamos en extremo, se hallaba establecido en la insigne ciudad del Geníl un ilustre caballero, que de sus jornadas conservaba el cinturón militar, y de sus amores una hija suave como el canto de un ángel y virtuosa como el suspiro del justo. [4]
Diz que su padre, magnate opulento, que había conquistado de moros ricos despojos, y logrado de los muy altos señores reyes de Castilla abundantes mercedes en premio de sus loables y bien ponderados servicios, conservaba multitud de pajes que a la sombra de su noble señor tomaban las primeras lecciones acerca de la fe que se debía guardar a Dios y de la fidelidad a las damas.
Uno de estos pajes, tan gentil como valiente, y tan valiente como enamorado y buen decidor, vio a la hija de su señor, y concibió por ella una de esas pasiones que cuanto más ocultas más mortales heridas causan en el alma. Suspiraba en silencio, porque sentía mucho, y suspiraba con razón, porque bahía osado parar sus mientes y poner los ojos en dama de tanta prez[5].
La casa de su señor da vista a las floridas y poéticas faldas de la fortaleza de la Alhambra, y atraviesa por medio el famoso Darro, cuyas aguas son tan agradables como suave y grata es la brisa que se mece por sus encantadoras riberas al deslizarse entre el Sacromonte y la celebrada fuente del Avellano. Sentado el paje a la otra parte del río, entonaba sus trobas, y dirigía mil suspiros a la señora de sus pensamientos, sin tener más consuelo que el que presta a un corazón triste la armonía de las aguas, el murmullo del céfiro y sobre todo la esperanza. Pensativo asaz andaba el page, y solo él era el melancólico, cuando “en la sala, en el cuarto y en la corte, como dice Froissard, se veían caballeros y escuderos de honor hablando alegres de armas y de amores."
Debiólo advertir la noble hija del caballero; pero, o tenia demasiado orgullo para fijar su corazón en los apasionados extremos del humilde page, o su pasión tenía ya por objeto una región de mas brillantez y encanto. Tal andaba el paje que su señor se apercibió de lo que pasaba en su alma, y no faltó una dueña[6] de luengo monjil[7] que le dijese alguna cosa secreta acerca de las locas y atrevidas pretensiones del poco comedido pajecillo.
Tan extraña osadía irritó al magnífico caballero, y llamando súbito al paje, le dijo cuan mal sentaba a su humilde y llana condición, atreverse a poner los ojos en dama tan alta que podía competir en hidalguía con las más nobles princesas.
Aterrado el paje, como el soldado que por primera vez oye cerca de sí el choque de un combate, podía apenas responder a su señor, cuyo semblante, alterado por la indignación, despedía chispas de fuego.
—Pues tan mal criado salisteis, concluyó el caballero, obligaros he a arrepentiros de vuestra demasía. Serás aforcado[8] esta noche.
Sentía el paje la cólera de su señor, pero no lloraba su suerte, sí ésta llamaba al menos la atención de la señora. No hubo lugar para apaciguar al irritado caballero, y en seguida encerrado fue en un cuarto oscuro, como el vestíbulo del infierno.
Esperaba el bueno del paje que la hija de su señor iría a verle; y la dama fue a verle. Pero no la movía pasión de amor; tenía curiosidad de hablar al joven cautivo, aunque es cierto que le compadecía. Mas ¡cuál fue la extrañeza del page cuando la dama no le contestó al requerirla de amores! Entonces, volviendo a quedar solo, maldijo su desventura, y la hora en que fue nacido, y mesábase su hermosa cabellera, acordándose también de su vieja madre.
Llegó por fin la hora, y un hombre desconocido, acompañado de dos ballesteros, mandó que le siguiera hasta do le esperaba su señor. Allí, puesto de hinojos[9], suplicó por las ánimas benditas, por el honor de la noble familia a quien servía y por la gloria del muy alto y muy poderoso rey Don Fernando, y por la muy cristiana reina Doña Isabel que le perdonara; pero todo fue en vano: porque Dios había en aquel momento cerrado a la piedad el corazón del caballero, y volvió a mandar que se cumpliese su orden.
Había en la estancia, donde esto sucedía, un balcón tan pequeño que podía con dificultad contener recogido un hombre, y de este balcón debía ser colgado el paje. Acercáronle allí, y el señor llegó también en pos, torva la faz y fosca la mirada.
Entonces volvió a rogar el paje, y se arrodilló a sus pies y los besó, y los regó con su llanto, pidiéndole que le oyera en buena razón y justicia:
—Sin ella morirás, exclamó el caballero haciendo una seña para que le ciñesen el cordón que debía matarle.
— ¡Por piedad, mi señor, que soy inocente; pues mi lengua no osó antes hablar de amores a vuestra hermosa hija! ¡Hacedme justicia repetía el paje.
Pero más enardecido el caballero por sus mismas lágrimas, gritó: ¡muere sin esperarla de mí!
—Pues bien, respondió el joven ya suspendido en el aire por las robustas manos del verdugo, ¡moriré esperando la del cielo!
Y el paje cayó; su cuerpo sufrió una agitada oscilación, una convulsión horrorosa le hizo estremecer, pararon las ondulaciones e la cuerda, el cuerpo quedó inmóvil, y cuando el caballero hizo sacar al balcón una antorcha para ver si había fallecido su paje, distinguió que los ojos, opacos y fijos del joven, le miraban como si le amenazasen.
El caballero dio un grito terrible, y el eco lo repitió en la otra ribera del Darro.
El caballero se arrepintió, aunque tarde: fundó sufragios por el reposo del alma del paje, y mandó colocar en la pared, sobre el mismo balcón, esta inscripción que nosotros hemos leído:
Esperando la del cielo.
FUENTE
Boix, Vicente. “Esperando la del cielo”, El Fenix, Valencia, 9 de noviembre de 1845. tomo 1. 69-70.
Edición. Pilar Vega Rodríguez.
NOTAS
[1] Zacatín: en algunos pueblos, plaza o calle donde se venden ropas. (DRAE)
[2] Zambra: Fiesta que usan los moriscos con bulla, regocijo y baile (DRAE, 1843)
[3] La tradición dice que cada 2 de enero la muchacha que toque la campana (fecha del aniversario de la toma de Granada) se casará antes de que termine el año.
[4] La leyenda sugiere que fue en la casa de Castril
[5] Prez: honra, nobleza.
[6] Dueña: mujer de cierta edad a la que se encargaba la compañía y custodia de alguna joven.
[7] Monjil: traje de lana que usaban por luto las mujeres (DRaE)
[9] De hinojos: de rodillas.