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Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Recuerdos y bellezas de España, I,  Principado de Cataluña, Barcelona, Impr. de Joaquín Verdaguer, 1839, pp. 138-41.

Acontecimientos
Fratricidio
Personajes
Ramón Berenguer II, cap d´estopes, Berenguer Ramón II, el fratricida.
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LOCALIZACIÓN

GUALBA

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El conde fratricida

 

UN HOMBRE DEL CORO

Qué son las esperanzas, qué son los proyectos que forma el hombre perecedero?
Hoy os abrazabais como hermanos,... este mismo sol que ahora va a al ocaso
brillaba sobre vuestra amistad; y ahora yaces en el polvo,
herido por la mano homicida de tu hermano...
¡Ay del asesino! La sangre corre y penetra en la tierra.
Pero abajo, en sus tenebrosos abismos, están las mudas hijas de Temis
que, en medio de la noche y del silencio, nada olvidan
y todo lo juzgan con su infalible justicia;
recogen esta sangre en su urna sombría
y componen y preparan la terrible venganza.
SCHILLER, La novia de Mesina o los hermanos enemigos[1].
¿

 

          Triste bramaba el viento sacudiendo las viejas encinas del bosque, y su furioso soplo precipitaba unas sobre otras las nubes que oscurecían el cielo. Desde su alta morada asomó el gavilán su cabeza, y clavó sus penetrantes ojos en el fondo del valle; la tímida liebre enderezó atenta las orejas y la corneja echó a volar lanzando lastimeros graznidos.

Sonaba a lo lejos confuso rumor de bocinas y alguna que otra lanza sacaba su banderola por encima de los arbustos. De repente el ruido creció, y el ladrar de los perros y las pisadas de los caballos oyéronse en varias direcciones. Un jabalí cruzara la senda delante de los cazadores e internárase en la maleza, llevando tras sí la enfurecida jauría de los sabuesos y la estrepitosa cabalgata, que se dividió para cercarle en una batida general.

Ramón Berenguer hundió el acicate en los flancos de su buen caballo y se lanzó al alcance de la fiera seguido del más fiel de sus pajes. En su ardor salvó hoyadas y torrentes y se deslizó por la orilla de los barrancos como un fantasma arrebatado por el viento. Una alondra salió espantada de las ramas de un roble y atrajo la atención del conde que le echó su azor. Los chillidos de la avecilla indicaron que preveía su suerte, y más pronto el diestro halcón los ahogó entre sus uñas y la trajo sangrienta a su amo. Dizque[2] entre tanto en senda oculta y de nadie transitada brillaron por un momento entre las ramas aceradas armaduras, y pasaron sin rumor bardados corceles como una tropa de íncubos[3] que en silencio corren al lugar destinado para sus sortilegios.

-Paje, mi buen paje; así te dé Dios ventura en lides y el nombre de tu amada sea el de la más hermosa, que lleves esta alondra a mi noble esposa Mahalta, que en mi buen palacio condal acaricia al pequeño hijo de tu soberano.

Una bandada de cuervos sacudió sus negruzcas alas graznando tristemente y desapareció arrastrada por el viento. Pero el conde ató su mejor sortija al cuello de la alondra y la entregó a su fiel paje, que estremeció el suelo con el galope de su bridón[4].

Siguió Ramón el alcance del jabalí, parando de cuando en cuando su curso para escuchar el débil y lejano ladrar de los perros y el toque moribundo de alguna bocina. La espesura del bosque robaba la escasa luz del día, y en medio de tan espantosa soledad no le traía ya el viento el rumor de su alegre comitiva.

Un relincho sonó como un gemido al pie de una cercana colina y el conde dirigió allá su corcel, que rehilaba[5] las orejas y como pesaroso obedecía la espuela del caballero.

De repente, abriéronse los arbustos y dieron paso a una tropa de hombres que, calado el yelmo y lanza en ristre, embistieron al conde, y le atravesaron con cien heridas. Tendió el infeliz una postrer agonizante mirada a su derredor, y al descubrir la lívida y sombría frente de su hermano, que algo apartado se apoyaba en un árbol, lanzó un suspiro y cayó sangriento del caballo, mientras el azor voló a posarse sobre un cercano varal.

-El agua no conserva las huellas -dijo el fratricida Berenguer, y partió con todos los asesinos llevando el cadáver de su hermano y desapareciendo en la espesura.

Las trompas volvieron a resonar lejos, muy lejos; los gritos de los cazadores llevados en alas del vendaval parecían siniestros gemidos de espíritus que rápidamente cruzaban; bramaban los pinos como un mar enfurecido y hondamente murmuraban palabras de muerte.

Dos ágiles sabuesos atravesaron la maleza, y desembocaron donde fue asesinado el conde. Al ver el charco de la sangre, arrastráronse hasta él y ansiosamente olieron sus negros vapores. Lanzando entonces un aullido tristísimo y prolongado, echaron a correr con todas sus fuerzas alrededor de la sangre, describiendo con frenesí anchos círculos y parando de cuando en cuando para aullar lenta y dolorosamente: el azor correspondíales con sus agudos chillidos.

El eco repitió más cercanos los pasos de los caballos y por fin la comitiva del conde, cuidadosa ya por su larga ausencia, acudió atraída por el ladrar de los perros, que al verla redoblaron el furor de su carrera, mientras el azor sacudía gritando sus alas encima del varal.

Miráronse consternados unos a otros los caballeros y los pajes; mas ¿quién podía descubrir el origen de semejante desgracia?

Al coger el azor por las pihuelas[6], echó el ave a volar pausadamente lanzando tristes gritos, como si con aquellos sonidos quisiese indicarles que fuesen en pos de ella. Rojas manchas de sangre salpicaban a trechos el camino y, a lo lejos, sobre las aguas de un lago que brillaban como una cinta de plata, revoloteaba arremolinada una nube de cuervos.

Al verlos aulló melancólicamente toda la jauría y el azor apresuró su vuelo hasta llegar a las orillas del lago. Graznaron horriblemente todas las agoreras aves, como si previesen que iban a arrebatarles su presa, que sobrenadaba en un círculo de agua algo teñida con su propia sangre.

Sacaron los criados el cadáver de su señor, y los caballeros dieron sus mejores capas para envolverle, mientras sus leales servidores lamentaban su temprana pérdida y recordaban sus virtudes.

Triste y dolorosa fue su marcha a Gerona; las puntas de las lanzas surcaban el polvo, arrastraban por el suelo las bordadas banderolas y las bocinas ensayaban de cuando en cuando tonadas lúgubres. El fiel azor volaba siempre delante de la fúnebre comitiva.

Con grave y melancólico son tañían todas las campanas de Gerona; la fama de aquella muerte cruzó por ella seguida de consternación y espanto, y un fúnebre silencio reinaba en sus plazas y en sus calles.

Cubriéronse de negros paños las paredes de la iglesia; un altísimo dosel del mismo color ocultó el rico altar y sobre su oscuro fondo resaltaba una larga cruz de plata que relucía siniestramente con la amarillenta lumbre de los cirios, mientras las bóvedas repetían murmurando las preces de los difuntos.

Sonó general lamento en la fiel Gerona al entrar en su recinto el fúnebre cortejo, que entre el llanto de los habitantes y el clamoreo de las campanas subió a la catedral. Allí paró el azor su vuelo sobre la puerta del templo y, despidiendo un grito agudo, cayó muerto de dolor.

Al llegar los caballeros a los umbrales del santuario, salió el clero en solemne procesión con sendos cirios a recibir el cadáver de su conde, y los rezos hondos que murmuraba helaban el corazón más intrépido.

¿Quién asesinó al joven Ramón? Una vaga sospecha volaba sobre aquellas cabezas; un triste presentimiento oprimía todos los corazones; pisaban un suelo volcánico, y ni una sola senda había que no cruzase sobre el abismo; pero el dedo de Dios iba a señalar el homicida.

Movióse el capiscol[7], y en su voluntad y conciencia entonó el Subvenite[8], pero las palabras no correspondieron a su intento, y su voz hizo resonar la terrible pregunta del Señor: ¡Caín! ¿dónde está tu hermano Abel?

Un frío terror cundió por los circunstantes al oír estas palabras; no hubo una frente que no palideciese; no hubo una mano que no temblase: la multitud empezó á dispersarse temerosa y azorada; densa oscuridad pesó sobre la comitiva, y es fama que vaciló la lumbre de los cirios en el altar y que en las tumbas subterráneas sonaron extrañas voces que repetían las palabras del Señor: ¡Cain! ¿dónde está tu hermano Abel?

 

Editado por María José Alonso Seoane

NOTAS

[1] La tragedia con coros en cuatro actos de Friedrich Schiller (Die Braut von Messina oder Die feindlichen Brüder, 1803), trata de la rivalidad entre hermanos que termina en fratricidio.

[2] RAE Dizque 2. adv. Am. Al parecer, presuntamente.

[3] RAE íncubo 1. adj. Dicho de un diablo: Que, según la opinión vulgar, bajo apariencia de varón tenía trato carnal con una mujer. U. t. c. s. m.

[4] RAE bridón 5. m. p. us. poét. Caballo brioso y arrogante.

[5] RAE rehilar 2. intr. Dicho de una persona o de una cosa: Moverse como temblando.

[6] RAE pihuela 1. f. Correa con que se guarnecen y aseguran los pies de los halcones y otras aves.

[7] RAE capiscol 2. m. Sochantre que rige el coro, gobernando el canto llano.

[8] Subvenite: responso en el Oficio de difuntos: Subvenite sancti Dei, occurrite angeli Domini: Venid en su ayuda, santos de Dios; ángeles del Señor, salid a su encuentro.