DESCUBRE LEYENDAS

Legendario Literario Hispánico del siglo XIX

Proyecto I+D Ministerio de Economía y Competitividad FFI 2013-43241R

Publicación

Mellado, Francisco de Paula, Recuerdos de un viaje por España, Madrid,  Establecimiento tipográfico de Mellado. tomo I, parte I, cp. XV. 1849, pp.91-95.

Acontecimientos
Burla y estratagema
Personajes
El cura y el diablo
Enlaces
Acueducto de Segovia, desde la Plaza del Azoguejo, sacado del natural por F. X. Parcerisa (1865)

Pageard, Robert. "Bécquer et La Iberia." Bulletin Hispanique 56.4 (1954): 408-414.

LOCALIZACIÓN

PLAZA AZOGUEJO

Valoración Media: / 5

Leyenda del acueducto de Segovia

 

Supongo que habrás oído hablar mil veces del famoso acueducto de Segovia.
—He oído decir que hay en esta ciudad un puente por el que, al contrario de los demás, el agua pasa por arriba y el vino por debajo.
—Ese es el acueducto. ¿Sabes su historia?
—No
— ¿Y su leyenda?
—Tampoco.
—Pues voy a contarte ambas.
—Empieza por la leyenda, que será más divertida.
—Empezare si tú quieres, pero te advierto que, como en todas estas cosas, el diablo representa un gran papel.
—Tanto mejor; yo me muero por las cosas del diablo.
—Pues atención.... Mañana cuando visitemos el acueducto...
—Si para mañana hemos llegado a Segovia...
—No me interrumpas: mañana, digo, cuando lo visitemos verás en la plaza de San Sebastián, donde forma ángulo, que le falta a uno de los pilares una piedra igual a las demás de que está construida la obra. Sin duda te parecerá a ti cosa muy fácil, como lo ha parecido a otros, el llenar aquel vacío con su piedra correspondiente; pero nada menos que eso; infinitas veces se ha intentado, y si la piedra se ha puesto hoy, al día siguiente ha desaparecido sin saber quién ni por dónde se la llevan; además observando atentamente el hueco se ve que está obscuro y casi cavernoso; y hay personas de tan fino olfato, que aseguran que exhala un olorcillo a azufre nada tranquilizador. La explicación de todo esto es que el famoso acueducto lo fabricó el diablo, y como era en España, lo dejó por concluir para que ni en esto dejara de cumplirse el destino a que estamos condenados de tener todo a medio hacer. Por qué construyó el diablo una obra tan útil y por qué no la acabó, es lo que voy a referir ahora.
Vivía hace muchos años en Segovia un pobre cura, viejo y achacoso, que tenía para que le sirviera una sobrina joven y buena cristiana, como puede serlo quien se ha educado con tan respetable preceptor: era caritativa, timorata, y discreta, a tal punto —92— que formaba por decirlo así las delicias del eclesiástico que en ella tenía puesto todo su cariño como la sola parienta que le restaba en este mundo.
Lo único que el cura sentía y por lo que hubiera deseado ascender siquiera a sacristán de la catedral, si su edad y achaques no fueran ya un obstáculo, era que su estado de pobreza no le penita costear una sirviente que ayudase a su sobrina en las faenas de la casa; no porque esta dejase nada por hacer, sino porque en el tiempo en que ocurrió esta verídica historia, no había en Segovia agua y era preciso irla a buscar a larga distancia, de modo que la pobre María, que así se llamaba la sobrina del cura, tenía que emplear el día en las labores domésticas y parte de la noche en portear el agua con dos especies de cubetos u ollas de barro que le servían para este uso.
Por grande que sea la virtud y la resignación, el trabajo cansa, y si es continuado y superior a nuestras fuerzas, fatiga; así es que la pobre María una noche, cuando iba camino de la fuente en busca del agua, se sintió tan rendida que no pudo contener esta exclamación, escapada de sus labios involuntariamente:
—Daría mi alma al diablo, dijo según cuenta la tradición, por no tener que venir todos los días por agua.
—Yo lo acepto, respondió al punto una voz en su oído. Volvió la cara precipitadamente y se vio junto a si un caballero algún tanto extravagante en su traje, de siniestra cara y mirar sombrío, pero sin deformidad ninguna que le hiciese repugnante. Esto tranquilizó algo a la joven que, espantada por lo que acababa de decir creyó, al escuchar la voz, que tenía a su lado un monstruo o cosa parecida. —93—
— ¿Con que si yo te llevo diariamente el agua que necesites para la casa me darás tu alma?
María no había oído nunca tan dulce voz, ni había visto tan insinuantes modales, y como era otra la idea que tenía formada del diablo, creyó que sería algún caballero de la ciudad quien la ofrecía este servicio, y con toda ingenuidad contestó que lo admitía.
—Está bien, dijo el desconocido, que no era otro sino el mismísimo diablo; mañana me pertenecerás. Y en seguida desapareció. Dejando llenos de agua los cubetas sin más que haberlos tocado con la mano.
María quedó pensativa y recelosa. Si realmente este mancebo es el diablo, decía para sí durante el camino, estoy sin remedio condenada, en justo castigo de mi fiereza.
El cura sorprendido de verla regresar tan pronto, la preguntó la causa, con lo cual María no pudo contenerse y anegada en llanto le refirió cuanto acababa de ocurrir.
—Mal has hecho, muy mal, en implorar a Lucifer, le dijo el buen sacerdote; solo Dios puede remediar nuestras desgracias y a él debemos acudir en ellas; pero ya que lo hiciste veamos ahora el modo de componerlo. Eres buena muchacha y Dios no consentirá que te condenes por una imprudencia.
En seguida se puso la sobrepelliz y la estola, tomó el hisopo[1] y la calderilla llena de agua bendita, y con la energía de un hombre fuerte en la resolución que acababa de formar, y tranquilo en su conciencia: «Llama al diablo, le dijo a la sobrina, que venga ese condenado y veremos quién de los dos es el que sale triunfante.»
María obedeció temblando, y el diablo no se hizo esperar. El buen cura, que lo aguardaba detrás de la puerta, en cuanto lo vio entrar, se presentó cerrando con violencia para que no pudiera escaparse, y echándole un recio de agua bendita que hizo estremecer a Satanás. «Conmigo te entenderás ahora gran bribón—le dijo— no con esta infeliz niña, que no sabe lo que se hace ¿Quién te ha dado autoridad sobre ella?»
—EIla misma, respondió el diablo, algo confuso con este inesperado contratiempo.
—Es menor de edad, y no puede disponer de su persona, por consiguiente el trato no es válido.
—Tiene edad para disponer de su alma, replicó el diablo con altanería.
El cura levantó el hisopo, amenazándole con otra rociada.
—Además, continuó el espíritu infernal en tono sumiso, por fuerza ha de suceder una de dos cosas, o me da su alma, o niega el trato, en cuyo caso miente, y como la mentira es un pecado capital, será mía de derecho.
El cura se mordió los labios al oír el dilema, mas como no se hallaba dispuesto a ceder sin combatir, —tienes razón en eso— replicó tranquilo: aquí no se trata de negar, sino de que nos entendamos razonablemente —94—
—Pues baja ese hisopo con que me amenazas.
—Convenido; haz tú tus proposiciones.
—Bien podría, dijo el diablo, mantener el trato como lo estipulamos hace poco, porque la justicia está de mi parte; pero para que veas que quiero complacerte, en vez de hacer venir el agua para ti solamente, haré que venga para toda la ciudad.
—No me parece mal la idea, contestó el cura. ¿Y cuánto tiempo correrá el agua?
—Por espacio de cincuenta años, que es lo más que tú puedes vivir.
—No me basta, quiero que corra mientras el mundo exista.
—Concedido también, y eso que tengo que trabajar mucho más de lo que había calculado.
—Haz tú lo que quieras, con tal que la ciudad de Segovia tenga en adelante agua discreción.
— ¿Y entonces dispongo del alma de tu sobrina?
—A tu arbitrio, si me cumples el trato.
— ¡Ay! tío de mi vida, exclamó la muchacha tirándole de la sobrepelliz; ¿con que voy a ir al infierno derechita, porque tengan agua los segovianos?
—Calla, tonta, no irás, no tengas cuidado, le dijo el cura por lo bajo. Ve a ni cuarto, y retrasa una hora el reloj. La joven obedeció al instante, aunque no muy serena.
—Acepto, continuó el diablo: dentro de tres días la ciudad de Segovia tendrá el agua que quiera, y yo vendré por tu sobrina.
—Estamos conformes, solamente que en vez de tres días para hacer esta obra, no te concedo más tiempo que hasta la hora de salir el sol mañana.
 —Es muy tarde y no me comprometo...
— ¡Mañana o nunca! exclamó el cura cargando su hisopo, y amenazándole con él de nuevo.
—No te enfades, veremos si es posible complacerte. ¿Qué hora es? El cura abrió su cuarto, y le enseñó el reloj que ya había retrasado la sobrina.
— ¡Las doce! murmuró el diablo. El sol sale a las cuatro y cuarenta y seis minutos dos horas para cortar las piedras en la cantera y traerlas, una para colocarlas; una para dirigir las aguas.... Tengo tiempo y todavía me quedan algunos minutos de sobra para cepillarme y quitar el polvo. Convenido, añadió dirigiéndose al cura. Hasta la vista...
…y en seguida desapareció.
El sol empezaba a reflejar en el horizonte, y los habitantes de Segovia se dirigían al mercado, que entonces como ahora era en la plaza del Azoguejo, cuando quedaron sorprendidos con la vista del milagroso acueducto, que estoy seguro te ha de sorprender a ti también cuando lo veas, a pesar de que no te coge tan de improviso como a los segovianos. 
 Entre los curiosos espectadores de aquel portento, se hallaban el cura y su sobrina—95—, que debo decirte para tu tranquilidad que no se condenó, porque engañado el diablo en la hora, como sabes, le sorprendió el sol cuando aún le faltaba poner la última piedra, que es la que nadie ha podido colocar luego, según te dije al principio, y como no cumplió el trato, no pudo reclamar la recompensa. Esto era precisamente lo que el buen cura se propuso y le salió a pedir de boca, con la ayuda de Dios y de su ingenio. ¿Qué te parece mi cuento?
—Magnífico, dijo Mauricio, lo que me pesa es que se haya concluido, porque esos diálogos del diablo y el cura, ese amenazarle con el hisopo y el engaño de la hora, me iban entusiasmando. Hay en tu leyenda cosas que no tienen precio...
—En efecto, no lo tienen bajo el punto de vista poético, porque prueban fecundidad de imaginación, y riqueza de ingenio. La piedra falta en efecto en el lugar indicado y sin duda no se repone porque realmente no es necesaria; la falta debe ser antigua, y esto ha bastado para inventar un cuento, que probablemente tiene la misma antigüedad, o poco menos que el acueducto; porque notarás que todas estas narraciones datan de dos o tres siglos atrás lo menos. En la época en que vivimos, los cuentos que se inventan son de otra especie, y si la poesía no entra en ellos por mucho, fuerza es convenir en que la aritmética figura por todo.
—En eso tienes razón, replicó Mauricio. Ahora cuéntame la historia del acueducto a ver si me interesa tanto.
—Mejor fuera le contesté, que según lo estipulado  tú me contases a tu vez un cuento.
—No sé ninguno, ni tengo hoy la cabeza para eso.
—Pues entonces me parece prudente que guardemos silencio para no calentártela más.
— No,  el oír no me incomoda, al contrario me agrada. Sé  complaciente por hoy, que yo lo seré otro día…
—Por hoy y por siempre que tú quieras. El acueducto de Segovia es como te he dicho, una de las obras más maravillosas de la antigüedad, que han respetado los ejércitos devastadores que en diferentes épocas invadieron la Península, y que por su localidad y solidez ha resistido a los estragos del tiempo y al ímpetu de los huracanes, tempestades y terremotos. Algunos escritores le atribuyen más de dos mil años de existencia pero...
—Perdona que  te interrumpa —dijo Mauricio— para satisfacer una duda. Si en efecto el acueducto cuenta esa fecha, observo que la leyenda no está muy en armonía con la historia, porque hace dos mil años; no existía aun el cristianismo y por consiguiente no podía haber curas.
—No me has dejado concluir: algunos escritores le atribuyen, es cierto, más de dos mil años,  pero otros, y son los más autorizados, suponen que se hizo en tiempo del emperador Trajano, que nació el año 52 de nuestra era y murió el de 117.
—Todavía no estamos de acuerdo, añadió Mauricio, porque en la época de Trajano —96— no había curas en España, y aunque los hubiese no podían tener relojes, por la sencilla razón de que no se inventaron hasta algunos siglos después.
—La observación es justa pero ¿quién repara en los anacronismos de las leyendas? Los cuentos son cuentos y las historias, historias.
—Eso es verdad, y también que hay muchas historias que parecen cuentos, y muchos cuentos que parecen historias. Prosigue.
 
Edición: Ana María Gómez-Elegido Centeno

 

 

 

NOTAS


[1] Hisopo: Utensilio que se emplea en las iglesias para dar o esparcir agua bendita, consistente en un mango de madera o metal, con frecuencia de plata, que lleva en su extremo un manojo de cerdas o una bola metálica hueca y agujereada. (Diccionario de la lengua española, RAE)