El angostillo de San Andrés
“Una calle estrecha y alta la calle del Ataúd,
cual si de negro crespón lóbrego eterno capuz la vistiera....”
ESPRONCEDA.
Hoy no tiene esta vía nada de particular; es una de tantas calles estrechas irregulares como en Sevilla existen, no muy limpia, y de poco tránsito: pero en otros tiempos, cuando el vulgo era más ignorante que ahora; cuando había aún quien creyese en brujas, duendes, fantasmas y toda esa caterva de seres extraordinarios; cuando las patrañas y absurdas consejos eran artículos de fe para el pueblo supersticioso, el Angostillo[1] era sitio terrible, donde tenían lugar los sucesos más extraordinarios.
Era entonces el aspecto de esta estrecha y tortuosa calleja el más sombrío que puede imaginarse. De un lado se alzaban los muros de la parroquia de San Andrés; al otro los altos paredones del hospital del Pozo Santo; había dos o tres casas de miserable —163— aspecto, viejas y ruinosas; a la desembocadura de la calle Cadenas[2] se veía un edificio muy antiguo, que estaba siempre deshabitado desde que la Inquisición sorprendió en él una sociedad de molinistas[3]; y para acabar de dar carácter a esta vía, se encontraba en ella un pesado retablo, donde existió un lienzo representando a la Concepción, ante el cual ardía de noche triste lamparilla de aceite, que lanzaba sobre la imagen sus menguados resplandores.
Más no por haber allí un cuadro piadoso dejaban de vagar los diablos y duendes por el Angostillo; y tanta afición hablan tomado al lugar, que ninguno les parecía tan a propósito para hacer sus sandeces y picardías.
¡Con cuánto terror contaban las viejas los sucesos del Angostillo! ¡Con qué miedo se oían los relatos de trágicas escenas allí ocurridas! ¡Con qué exageraciones y comentarios circulaban por toda la ciudad las hazañas que diariamente cometían las brujas y endemoniados!... Paseaban durante la noche por la estrecha calleja pálidos espectros de ojos fosforescentes y largas túnicas, los cuales solían algunas veces asaltar al incauto transeúnte, obligándolo a entregarles cuanto llevase encima, y dándole muerte si mostraba resistencia a ser despojado.
Vagaba también por el Angostillo el famoso duende Martinito[4], a quien nadie vio nunca, pero que todos hablaban de él ponderando su pequeñez excesiva y su travesura singular, que ejercitaba muy —164— particularmente en engañar doncellas, a las cuales tenia encerradas en un palacio bajo tierra para irlas entregando según convenía a los caballeros enamorados y que le daban en cambio la salvación de sus almas.
Al pie del retablo que ya hemos citado verificábanse con frecuencia desafíos y riñas entre Maniferros y Repolidos[5], y muchas veces fueron de allí levantados por la mañana los cuerpos de no pocos infelices acribillados de estocadas.
En una de las casuchas del Angostillo veíanse entrar todos los domingos al toque de la Queda[6] varios embozados, los cuales permanecían en el edificio hasta sonar el Alba[7], hora en que volvían a salir con el mismo silencio; y aunque parte del vulgo se deshacía en conjeturas, jamás pudo averiguar con certeza cuál era el objeto que a aquella casa llevaba a los misteriosos embozados.
Un individuo, sin embargo, más curioso o más atrevido, quiso enterarse de lo que tales reuniones querían decir, y cierta noche púsose en acecho, favorecido por las sombras, junto al umbral de la casucha, distinguiendo entre las tinieblas a los embozados que iban llegando cuando las campanas de la Catedral dieron la Queda.
Con el silencio de la noche, que era templada y hermosa, oyó al poco rato un ruido singular dentro del edificio, escuchando también débiles quejidos y sollozos entrecortados, que parecían de mujer; mas cuando estaba el curioso con toda atención, se vio —165 — rodeado sin saber cómo de un grupo de hombres, quienes sin, proferir palabra alguna le amarraron, vendándole los ojos, y cargaron con él cuestas.
Fue tal el terror que se apoderó entonces del infeliz, que perdió el conocimiento, y cuando volvió en sí hallóse tendido en el Campo de los Mártires y en el más completo estado de idiotismo[8], en el cual vivió hasta los últimos días de su existencia.
Hoy, que ya nadie teme al Angostillo, nos ha parecido oportuno dedicarle un recuerdo en esta colección de ligeros apuntes.
FUENTE
Chaves Rey, Manuel, “El angostillo de San Andrés”, Páginas sevillanas: Sucesos históricos, Personajes célebres, Monumentos notables, Tradiciones populares, Cuentos viejos, Leyendas y Curiosidades, 1894. Sevilla [s.n.] Imp. de E. Rasco, pp.162-165.
Edición: P.V.R.
NOTAS
[1] Según refiere Santiago Montoto, Las calles de Sevilla, (Nueva Librería, 1940) en 1869 se redujo el nombre calle del Angostillo de San Andrés a calle de Angostillo.
[2] Calle Cadenas, que iba desde la calle Santo Domingo a la plaza de Santa Ana, (Moreno Gálvez, José Mª, Callejero de Sevilla y sus arrabales, Imprenta de J. M. M. y G., 1845, 124).
[3] Molinistas: seguidores de la escuela teológica de Luis de Molina, profesor de universidad en Coimbra y Évora, y trascendental en la controversia De auxiliis.
[4] Martinito: puede utilizarse también en lugar de “duende”, es el nombre habitual que se concede al duende en sus apariciones. “Martín del Río, en su Disquisitionum Magicarum, dice que a estos espíritus, parecidos a los duendes, se los llamaba por el vulgo familiares, martinellos y magistellos. Martinent era el familiar que acompañaba a los magos y que daba el visto bueno a sus operaciones”, en Baroja, Pío, El tablado de Arlequín, Obras Completas, Biblioteca Nueva, vol.5 1945, p.825)
[5] Maniferro y Repolido: personajes de la novela de Cervantes, Rinconete y Cortadillo, ambientada en Sevilla, y publicada en 1612 (en la colección de las Novelas ejemplares)
[6] Toque de queda: toque de campana con que señalaba el inicio del periodo nocturno, durante el cual estaba prohibido circular por la calle salvo extrema necesidad.
[7] El Alba (toque del alba): toque de campana que señala el inicio del periodo de libre circulación por las calles.
[8] Idiotismo: aquejado de una deficiencia profunda en el ejercicio de las facultades mentales.