Las sombras del subterráneo
«Seres fantásticos por las noches amedrentan al triste desvelado,
y desaparecen con los primeros albores del nuevo día—.
FERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ.
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La calle Abades es de las más antiguas de nuestra ciudad, y en algunas de sus casas se encuentran unos profundos subterráneos, acerca de los cuales han escrito muy curiosas noticias Argote de Molina, Rodrigo Caro, González de León, Benavides y otros historiadores de Sevilla[1]. Tanta es la extensión de estos subterráneos, que algunas de sus ramificaciones, según dicen, se extienden a la calle Borceguineria[2] y forman un complicado laberinto que es imposible conocer y estudiar con detenimiento. Cuantos trabajos se han hecho a fin de reconocer aquellos lugares han dado escaso resultado; pues, sobre ser sumamente difícil penetrar en ellos, apenas si se puede permanecer allí por la atmósfera que se respira, por el frío, y por la infinidad de —131— murciélagos que, al decir de un autor, vagan entre las oscuridades.
Según la opinión más recibida los tales subterráneos fueron descubiertos casualmente, estando practicándose unas obras en la casa del canónigo D. Juan de Falce en el año 1298; y aunque se ignora aquel en que se construyeran, se cree que los árabes los utilizaban para establecer la Escuela de magia diabólica.
Desde tan remota fecha son conocidos aquellos antros, y el vulgo, siempre crédulo e inclinado a aumentar y dar tinte fantástico a las cosas, ha fraguado multitud de cuentos y leyendas sobre ellos.
Entre los muchos que suelen contarse ha llegado a nuestra noticia un suceso que, por tener algo de verdad en su fondo y ser poco conocido, lo creernos digno de figurar entre esta colección de apuntes. En las habitaciones bajas de algunos edificios de calle Abades existen todavía unas pequeñas puertas (hoy tapiadas) que conducen por estrechas escalerillas a los misteriosos subterráneos, mirados siempre con miedo por las personas ignorantes y supersticiosas.
Cierta casa que tenía su puerta y escalerilla en el rincón de una galería que daba al patio era habitada hacia los años de 1695 por un caballero burgalés, hombre rico, soltero y de buena presencia, que vivía con las mayores comodidades y servido por un solo criado, viejo y no muy avisado. Este señor contaba con muy buenas relaciones — 132— en Sevilla, y, libre como era, gustaba de correr aventuras galantes, cuidando sin embargo de no dar ejemplo escandaloso ni lugar a que su nombre sirviese de pasto como el de otros a las hablillas y murmuraciones de los ociosos desocupados. Solía recogerse tarde a su domicilio nuestro caballero burgalés, y, provisto de una llave, abría la puerta y penetraba en sus habitaciones, donde no tardaba en rendirse al sueño.
Una tranquila y calurosa noche de estío hubo de recogerse más temprano que de costumbre, y como por ser verano su dormitorio estaba en una sala baja próxima al patio, para llegar a él tuvo que pasar muy cerca de la puerta que al subterráneo daba, y que creyó verla sin alteración alguna.
Entróse luego el caballero en su lecho y quedó profundamente dormido, pensando quizá en sus pasadas aventuras o en las que tenía proyectadas, y no bien había trascurrido media hora, cuando un ruido singular y extraño le hizo volver a la realidad y abrir los ojos. Escuchó con atención, y entonces oyó claramente rumores intensos bajo el piso de su habitación y algunos golpes secos, desiguales y prolongados.
No era el burgalés hombre que se amedrentaba con niñerías; y ya iba a saltar del lecho para coger su espada, cuando por una ventana de la habitación, que se encontraba abierta, vio, merced a la luz de la luna, pasar una sombra, a la que siguieron —133 — otras y otras, que le parecieron de gigantesca altura y raro porte.
Pruebas suficientes había dado el caballero durante su vida de no ser cobarde; pero la aparición de aquellas sombras turbó su espíritu, quitóle toda energía y le hizo temblar de pavor. Quiso bajar de la cama y no pudo, quiso gritar y la voz se ahogó en su garganta; subiendo de punto el terror al notar que los fantasmas entraban en el dormitorio, y se agrupaban en un rincón murmurando algunas palabras ininteligibles.
Así pasaron algunos momentos, momentos terribles de agitación y zozobra para el rico caballero, que se veía cercado de asesinos o de almas de otro mundo que venían a llevarlo sabe Dios a dónde. El caballero hizo un esfuerzo supremo para dominar su espanto, y con voz que procuró serenar dijo:
—¿Quién sois? ¿qué queréis?
Pero no bien había pronunciado estas palabras, las sombras salieron precipitadas de la habitación y caminaron hacia el patio, produciendo un ruido sordo y desigual.
Rápido salió el burgalés de su estancia tras los fantasmas, que creyó ver saltando por el patio y dirigirse luego hacia la galería donde la puertecilla del misterioso subterráneo estaba. Persiguiólos el caballero, ¡y cuál no sería su sorpresa al notar que el subterráneo estaba iluminado por dentro con una luz roja e intensa!...
El burgalés, presa de un terror profundo, no —134— pudo seguir adelante, y cayó en tierra sin sentido y aterrado... Allí lo encontró por la mañana el viejo criado que le servía, y súpose más tarde el origen de aquellas apariciones que turbaron su tranquilo sueño, y que no era otro que el siguiente, bien prosaico a la verdad: el subterráneo de la casa se comunicaba con un edificio próximo, y varios habitantes de él decidieron una noche llevar a cabo una excursión por las misteriosas bóvedas, viniendo a salir sin darse cuenta a la casa del caballero, dando lugar la escena que acabamos de narrar.
FUENTE
Chaves Rey, Manuel. Páginas sevillanas. Sevilla Imp. de E. Rasco, Bustos Tavera 1894, pp.119-134.
Edición: P.V.R.
NOTAS
[1] Se refiere a Gonzalo Argote de Molina, autor de la Nobleza de Andalucía (1568); Rodrigo Caro, Antigüedades y principado de la ilustrissima ciudad de Seuilla y chorographia de su conuento iuridico, o antigua chancilleria (1634); Félix González de León Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta MNML y MH Ciudad de Sevilla (1839); y Manuel Álvarez Benavides, "Esplicacion del Plano de Sevilla: reseña histórico-descriptiva de todas las puertas, calles, plazas, edificios notables y monumentos de la ciudad." (1868)
[2] Así llamada hasta el siglo XVIII por residir en ella el gremio de los fabricantes de zapatos y borceguíes. Hoy es la actual calle de Mateos Gago.