La cautiva de Martos
ROMANCE III.
Al pie de un alto peñasco
que con orgullo levanta
sobre su frente un castillo
dó el tiempo grabó su marca,
se ve hoy un pueblo que vela
y cuyas glorias pasadas
están escritas con sangre
sobre el altar de la patria.
Martos... el antiguo pueblo
es ese que el cielo guarda
al pie del peñón coloso
que envuelve la sombra parda.
El en un tiempo lejano fue
del árabe arrogancia,
él, después llevó en su frente
la noble enseña cristiana
que el Rey Fernando tercero
clavó en su fuerte muralla.
Y aun hoy sostiene en sus hombros
las torres de eterna fama
que fueron testigos mudos
de mil gloriosas hazañas.
Ah! si los tiempos que huyeron
de nuevo al mundo tornaran
y vida y aliento dieran
a esa peña solitaria,
no mi voz pobre y humilde
tan altos hechos cantara.
Mil trescientos diez y nueve
es el año que señala
la historia, como testigo
de otra historia asaz infausta.
Ismael, quinto Rey moro
de la hechicera Granada,
no sueña ya con festines
ni con juegos ni con zambras.
Piensa llevar sus pendones
a las sangrientas batallas,
y los moros andaluces
vasallos de ese Monarca,
¡guerra al cristiano! repiten
con ciega y pujante saña.
Ya se escuchan sus clamores
al pie de Sierra-Nevada;
ya por la vega se estienden
y por do quiera se alzan
los gritos que el raudo viento
lleva al cristiano en sus alas.
Pronto el crujir del acero
y el relumbrar de las armas,
y el piafar de los bridones,
y de alquiceles la plaga,
pregonan que Ismael, altivo,
el Rey quinto de Granada,
deja la ciudad, y al campo
sale de sangre en demanda.
¿Dó vá?.... Ya dejan los muros
esas huestes musulmanas
llevando el pendón de guerra
que aun mas su valor inflama.
¡A Martos, gritan; a Martos!
«Sea de mi poder exclama»
el Rey dice, y ronco estruendo
anuncia al cabo la marcha.
Apenas al cielo tiñen
las dulces tintas del alba
y ya el pendón de Cruz roja
sobre el muro se destaca
del castillo, a donde firme
dirige el moro la planta.
¡Alerta! alerta, guerreros,
gritó quien vio en lontananza
por entre nubes de polvo
las huestes desordenadas
que más se van agrupando
cuanto más al campo avanzan.
Llegan, y ante el pardo muro
que a defender se preparan
los invictos Caballeros
del Orden de Calatrava,
el Rey ordena sus haces
y en corcel de bella estampa
a los caudillos que esperan
la gloria en vencer señala.
Tente, orgulloso Ismael;
que la enseña castellana
antes que ceder al moro,
ha de morir quien la guarda.
Cual el gigante rugido
que la tempestad desata
cuando el pavoroso trueno
llena de espanto las almas,
así se escucha a lo lejos
rumor que aún más agiganta
el peñasco que repite
del fiero luchar las ansias.
Y entre el pardo torbellino
que los corceles arrancan,
se ven los corvos alfanges[1]
y las corvas cimitarras[2]
que del rojo sol los rayos
reflejan con la amenaza.
¡Ah! los valientes cristianos
que defendiendo la plaza
presentan blanco a la furia
de la revuelta canalla,
pronto de ella desparecen
gritando al morir.... ¡venganza!..
Héroes,.... que luchéis es vano;
pocos sois, muchos atacan,
y ya que tanto martirio
no destruyó la fe santa
que halla asilo en vuestro pecho,
tened de vida esperanza.
Corred, subid al castillo
a donde el pendón os llama,
que poco la villa importa
si de la villa no pasan.
Ya suben;.... de peña en peña
con fe al castillo se lanzan
y tras su muro macizo
que venga la muerte aguardan.
Mas ¡ay! en tanto las puertas
de la villa abandonada
pronto ante el Moro pujante
caen por el suelo arrancadas,
y entonces cuadro de horrores
trazó la morisca saña
vertiendo sangre inocente,
de los que en balde intentaran
subir a esa fortaleza
que al hijo vencido ampara.
Y murieron sí; murieron,
sin hallar piedad ni gracia
de aquel corazón de hiena
que por vencedor se aclama.
La noche envuelta en su manto
avanza triste y callada
sin estrellas que le alumbren
y sin su disco de plata.
Parece como que el cielo
aspira de sangre el aura
y aún más oscuro, se torna
y aún más su silencio espanta.
En un estenso edificio
donde el vencedor descansa,
hay de cristianos cautivos número
corto, a quien guardan
para presentar al Rey
que está en apartada estancia.
Pocos son, y aunque vencidos
no su ardor bélico apagan;
que aún sangre corre en sus venas
y lucharán mientras haya.
Mas de entre el confuso grupo
una mujer se adelanta
(que también mujeres gimen
bajo el yugo de las armas)
y con voz clara y vibrante
que a los que la escuchan pasma,
dice: «Valientes caudillos,
no vuestra sangre preciada
mire correr en la lucha
que el destino desiguala.
Ha poco el valor mostrasteis
de la sangre castellana,
y Dios que ve nuestro duelo
enjugará nuestras lágrimas,
que también cautiva soy
y también lloro de rabia.»
Dijo, y el Rey que a la puerta
escuchó aquellas palabras,
salid, gritó señalando
al grupo que la escuchaba
y a la muger que le mira dijo,
«quédate cristiana.»
Responde hermosa cautiva
a tu señor que te habla.
¿Eres noble? —Noble soy.
¿Cómo el cristiano te llama? —
Doña Isabel de Solís,
respondió con arrogancia
la cautiva cuyo aliento
bien su mirar espresaba.
Serás, bella nazarena,
del Rey Ismael esclava.
Y puesto que noble eres
y a tanto tu orgullo alcanza,
o se rinde ese castillo
que aún a mi victoria falta,
o entre mis caudillos fieles
irás conmigo a Granada.»
Tres veces el Sol ardiente
se apagó tras la montaña,
y tres veces el Rey moro
vió el pendón de Calatrava
cuya roja cruz ondea
sobre la fuerte muralla.
Pero ya la vez postrera
que el Sol ocultó su llama,
salen de la triste villa
los ginetes que el Rey manda,
llevando en estrecho centro
la hermosa y altiva dama.
Y cuando lejos muy lejos
la guerrera cabalgata
mira el castillo gigante,
la noble Isabel esclama:
«No te pedí la deshonra,
¡ahora te pido venganza!
Diz que los años pasaron
sin que la noble tornara,
sin que una afrenta pidiera
a los hijos de su patria.
Morir cautiva prefiere
a que en su frente recaiga
de la súplica cobarde
la siempre afrentosa mancha.
¡Gloria a ti! Gloria mil veces
¡A la noble castellana
que así ilustra los blasones,
que así nombre eterno alcanza!
Despierta, deja la tumba
y mira la infame raza
por las Reinas Isabeles
del suelo patrio arrojada.
Despierta, que ellas oyeron
aquel grito de venganza,
y hollaron la media luna.
¡Solo la Cruz rige a España!
m. Especie de sable, corto y corvo, con filo solamente por un lado, y por los dos en la punta. (Diccionario de la lengua española, RAE)
[2] Cimitarra: f. Sable corto, de hoja curvada y ensanchada hacia la punta, que usaban turcos, persas y otr os pueblos orientales. (RAE, Diccionario usual)