La bofetada.
Leyenda catalana
Era de noche; elevábase la luna entre nubes en el cielo de Judea.
¡Cuán triste era aquella hora! La naturaleza entera parecía estremecerse como previendo el triste drama que iba a suceder. Junto al torrente Cedrón, puesto de rodillas, y con las manos juntas, oraba un joven. Era Jesús.
¡Quién podrá describirte, Jesús mío! ¿Qué pluma profana y menos la mía, guiada por mano pecadora, se atreverá a retratar tus facciones? Pero en este instante que escribo mi mente te ve, con mi pobre inteligencia humana; ve aquel rostro blanco por la palidez que alumbra la luna, aquellos ojos de color de cielo semejantes a los de tu madre Purísima.
Contempla aquella frente pura ornada de profusa cabellera de un rubio algo oscuro, y si bien tu fisonomía está como velada por sufrimientos interiores, es tan bella que no hay humana criatura
que se te parezca; y sin embargo, no eres más que una sombra de aquel Jesús que arrastraba solo con su mirada a todo el pueblo de Judea. Porque tu rostro parece el de un moribundo; tus labios de púrpura son ahora violados, rodea tus ojos grandes un cerco oscuro, y tanta es la angustia de tu naturaleza que de tu frente y de tus mejillas corre un sudor de gotas de sangre ínterin que tus ojos casi sin brillo derraman una sola lágrima que se desliza lentamente por tu mejilla marmórea y se pierde en tu sedosa barba rubia.
Me parece ver tu cuerpo, que es la obra más perfecta del Padre Eterno, envuelto con la túnica de lana parda, que dibuja tus bellos contornos, y está pegada a tus carnes por el copioso sudor de sangre y agua que sale por todos los poros.
¡Ay! ¿Quién puede figurarse ni un instante las angustias de tu corazón? ¡Oh Jesús mío! Las cuales, a pesar del deseo que tenías de salvarnos, te hacen prorrumpir en esta exclamación:
Padre, aparta de mí este cáliz, y después añades estas palabras dirigidas al Divino Criador:
«Hágase en todo tu voluntad y no la mía» y tu semblante cae hasta el suelo, y adoras aquella tierra maldita que se levanta contra ti y pide tu muerte.
Entonces se ve brillar entro las tinieblas una luz siniestra. Una linterna sorda, cobarde, que a intervalos reluce y esconde su fulgor, es una luz cobarde como el ser que la lleva en su mano; pero junto a éste va otro más despreciable aun; es un hombre de roja cabellera y mirada siniestra, con una bolsa de cuero atada en su cinto: es Judas Iscariote, el discípulo traidor y seguido de una plebe soez, digna compañía de tal hombre, se dirigen a prender a Jesús.
Y llegan allí, y el discípulo traidor se acerca a su Maestro, y acercando su boca impura a aquella mejilla de azucena, tiene el atrevimiento de estampar un beso en ella, en la cual se percibe aún el aroma de los labios de la más tierna de las Madres, que es a la vez la las pura de las Vírgenes.
Entonces la turba asquerosa quiere poner las manos sobre el Hijo de Dios, y el primero es el hombre de la linterna; pero otro hombre, valiente y decidido, le cierra el paso. Es Pedro, quien sacando un alfanje[1] corvo, le dice:
— Infame esclavo, hijo de raza maldita. No eres digno de tocar a mi Maestro; y asestándole un golpe a la cabeza, que tuvo la suerte de apartar a tiempo, le cortó una oreja.
Jesús reprendió a Pedro su viveza, y tomando la oreja cortada, la volvió a su lugar y curó al hombre.
Entonces se apoderaron de Jesús y le ataron, llevándole a casa del Pontífice.
Maleo[2] el esclavo, a quien Jesús curó, le seguía
Su alma de hiel deseaba vengar el agravio, y demasiado cobarde para arremeter a Pedro. resolvió vengarse en Jesús.
Presentado el Hijo de Dios ante el gran Sacerdote, y preguntándole éste por su doctrina, le contestó Jesús con su dulzura habitual:
— Yo he hablado públicamente a las turbas: ¿por qué me preguntáis a mí? pregunta a los que me han oído, y te contestarán y te dirán lo que yo les he enseñado.
Entonces Maleo vio que se le presentaba la ocasión favorable para vengarse; se acercó a Jesús y le dio la más cruel bofetada que puede dar un ser poseído por el odio y la cobardía á un hombre atado e indefenso, diciendo con voz destemplada:
— ¿De esta manera respondes al pontífice?
Jesús le miró; de sus ojos saltaban lágrimas; su nariz y su boca manaban sangre; tan cruel fue el golpe.
— Si he hablado mal, dijo, ¿por qué no meló advertiste? si he hablado bien, ¿por qué me hieres?
Estas palabras fueron pronunciadas con dignidad, pero sin odio ni rencor alguno.
Jesús fue llevado más tarde a casa de Pilatos, y allí empezó la sangrienta tragedia que concluyó con su muerte.
Entre los energúmenos que más gritaban, entre las fieras que pedían su sangre, descollaba el vil esclavo Maleo, y le siguió al pretorio de Pilatos y a la calle de amargura, presenciando con alegría la rusificación, y se mofó de la víctima inocente pendiente de la cruz.
Concluida la terrible tragedia, Maleo se retiró satisfecho a casa de su dueño. ¡Se había vengado!...
II.
Han pasado años, y en un monte de Iberia, en la comarca llamada Marca Hispánica Favencia o Laletania, hoy Cataluña, tres jóvenes patricios de familia romana subían riendo la cuesta de un monte.
Los jóvenes estaban de broma y la alegría de los patricias romanos las más de las veces era cruel.
Junto a ellos iba un esclavo judío, era Maleo, cargado con un cesto de provisiones; subía a la cima del monte jadeante, no pudiendo con el peso que llevaba.
Maleo fue vendido por su amo y comprado por diferentes dueños, hasta que lo adquirió un romano que 19 llevó consigo a Iberia y lo regaló a un amigo suyo. Ibero, que lo tomó para divertirse, y su diversión era atormentar al esclavo, a quien odiaban todos por ser judío.
Aquella noche Maleo había soñado que se le aparecía Jesús con la mejilla acardenalada y que oía una voz terrible que le decía:
— Diste una bofetada y las darás continuamente hasta el fin del mundo. Y Maleo se dispertó lleno de terror.
Aquel día su amo, con dos amigos suyos, debían hacer una francachela a la cima de un monte: cargaron a infeliz como si fuera una bestia, no faltando ánforas llenas de vino.
Subieron a la cima del monte, y allí empezó la comida, que servía el esclavo, que era el blanco de las burlas de los jóvenes alegres; las libaciones menudearon.
Casi ebrios los jóvenes, uno se acercó a los domas y les dijo al oído, mirando a Maleo, unas palabras que les hicieron destornillar de risa. ¡Ay, aquella risa era cruel!
— Judío, dijo su amo, sube a la cumbre.
El infeliz, pálido y temblando, con los cabellos erizados, subió. Miró abajo y cerró los ojos con horror.
Entonces los jóvenes dijeron: a la una, a las dos, a las tres. Corrieron hacia al esclavo, le dieron un empujón, y dando un grito terrible, le precipitaron desde lo alto al abismo, prorrumpiendo a carcajadas.
Esto les divertía mucho, y bajaron de la montaña riendo y contando los visajes que hacia el judío, ínterin que su cuerpo, despedazándose entre las rocas, rodaba hacia el fondo. ¡Era tan poca cosa un esclavo entonces! Menos que un perro hoy.
El monte en el cual fue precipitado Maleo, varía de nombre según la comarca. En la nuestra se cree que fue Montserrat; en' los Pirineos, aseguran que fue un pico situado en el Valle de Aran, y en la frontera dicen que fue un monte que divide las dos Cerdañas, española y francesa.
Hay en nuestra Cataluña una creencia piadosa, y es que el tomillo que se arranca durante el Jueves Santo, ínterin que se guarda' el sagrado cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo en el sagrario o monumento, tiene la yerba expresada una virtud particular; pero las mujeres de las comarcas que hemos mencionado aseguran que, tantas cuantas veces han ido a coger tomillo en las vertientes de aquellos precipicios, han oído golpes como de una persona que abofetea las rocas, y que salía del abismo una voz cavernosa que decía con acento de desesperación: ¡Todavía dura el mundo! ¡Todavía dura el mundo! Y las mujeres que esto oían se retiraban llenas de horror, repitiendo: «Es la voz del que dio la bofetada a Nuestro Señor Jesucristo, que sale del infierno y que dará bofetadas y gritará mientras dure el mundo" (1)
FUENTE
Francisco de Paula Capella. El Áncora: diario católico popular de las Baleares: Año VII Número 1929 – 20 abril de 1886, p. 1.
(1)La tal leyenda la oí contar cuando niño; a una anciana payesa, del llano de Barcelona, hermana de mi abuelo materno, la cual la creía como de fe. (Nota del autor"
Edición: Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Alfanje: arma blanca, espada corta.
[2] Malco: “ Entonces Simón Pedro, que tenía espada, sacóla, e hirió al siervo del pontífice, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco” Juan, 10,10.