LA PERLA DEL BARRIO BAJO
LEYENDA HISTÓRICA DEL SIGLO XVIII
D. Javier Fuentes y Ponte.
En la calle.
DESDE que murió llorado
el rey don Carlos Tercero,
cambia Madrid sus costumbres
como sus barrios de aspecto,
visten a la currutaca[1]
señoras y caballeros,
los suizos y los walones[2]
ya no parecen tan serios;
dejaron de trabajar
sus mejores arquitectos,
Rodríguez y Villanueva
glorias del arte moderno;
hasta las gentes piadosas
al ser tibias en su celo
suelen ir a los cafés (1)
y no van a los conventos.
Caza el rey D. Carlos Cuarto,
se gobierna mal su reino,
sin cuidarse del terror
que infunde a todos los pedios[3]
la revolución de Francia,
de Inglaterra el armamento:
Moratín forja comedias,
(1) Entre los pocos que entonces había en Madrid, era uno de ellos el de Levante, primero de todos. (nota del autor)
no hay sainete[4] sin bolero[5]
pues don Ramón de la Cruz
que es quien escribe los buenos
obligado ya se ve
a poner bailes en ellos.
Córrense toros los lunes,
diversión que va en aumento,
gozando de preeminencias
por todas partes los diestros
Pepe Hillo, Costillares,
López y Pedro Romero,
quienes viven con sus chulos[6],
honra y prez[7] del barrio nuevo,
a la derecha bajando
por la calle de Toledo.
Allí las majas[8] de viso[9]
lucen su sal y gracejo,
se pedrean los muchachos
con los de barrios diversos,
habitan los matachines[10],
toman albergue los ciegos
que cantan romances[11], trovos[12],
la cachucha[13] y el salterio[14]:
allí privan los manolos[15],
allí rumban los toreros.
A la peor de sus calles,
la más derecha por cierto
titulan de La Paloma
desde primitivo tiempo;
sus casas a la malicia
tienen carácter siniestro
por sus negruzcas fachadas
casi faltas del alero:
en uno de sus corrales
puso Bayo el extremeño
las pocilgas y calderas
para matanza de cerdos.
El corral es finca propia
del caído monasterio
de religiosas que hubo
en aquel barrio, y no lejos (2)
quedando tras de las tapias
materiales en desecho,
despojos de su derribo
cascote, piedras y cercos.
Mil setecientos noventa
es el año del suceso
bien digno de consignarse,
que describirle debemos.
Cierta mañana temprano
solícito el ganadero,
de limpiar aquel corral
(2) El convento de monjas de Santa Juana. (nota del autor)
sus maderas revolviendo,
ve destruida, muy rota
una pintura en un lienzo
pringosa, borrada, sucia,
y en tan preciso momento
los muchachos que a la escuela
pasan, y llegan a verlo
para jugar se lo piden.
Ya suyo, de gozo llenos
al tomarlo, se le llevan
arrastrando por el suelo,
en algazara[16] infantil
con chillidos de contento.
La calle de La Solana
es la del frente derecho,
mas al llegar a su esquina
topan en brusco tropiezo
con una mujer humilde,
toda vestida de negro,
cubierta con su rebozo[17],
y en su mano sosteniendo
rosario de cuentas gordas
de los que llaman fraileros
la cual parándoles dice:
«¿A dónde corréis con eso,
También aquí mi sobrino,
mi Juan Antonio Salcedo?»
«Sí tía» responde un chico,
«En el corral nos lo dieron
y lo llevamos al Rastro,
a ver si el mercante[18] viejo
nos le cambia por alcorza[19]
confituras o buñuelos.»
Mira el cuadro la mujer,
y al limpiarle por el centro
aparece la pintura
con un colorido fresco,
añadiéndoles de pronto:
«Cuatro cuartos aquí tengo
si conviene, toma y daca[20],
en más no podéis venderlo.»
Hacia un lado se retiran,
hablan todos en secreto
acordando se les dé
quedando así el trato hecho:
cogen las cuatro monedas,
van a buscar al bollero
mientras ella conmovida
casi llorosa y gimiendo,
en el portal inmediato
donde tiene su aposento,
entra con su nueva compra
a quien da frecuentes besos.
En el patio.
ISABEL-JEROMA-ISIDRA-EL TÍO ANTONIO, EL CIEGO.
(Jeroma e Isidra asomadas a sus ventanas).
ISIDRA .—Jeroma… ¿Quién es esa
que se ha mudado
a las habitaciones
del piso bajo?
En el testero[21]
del portal, hace poco
clavaba un lienzo.
JEROMA. —¿Y tú me lo preguntas?
Estás en Babia[22]
es Isabel Tintero
es, La Beata;
fue mi vecina
poco tiempo en el barrio
de las Vistillas.
Con zapatos de raso,
medias de seda,
farfalá[23] con madroños[24],
peine de teja[25]
mantilla blanca;
era la mejor chula[26]
de rompe y rasga[27].
Pero todos los tiempos
no son iguales,
después de mal casada
quedó sin padres
y desde entonces,
el que la conociera
no la conoce.
Apenas amanece,
al dar las cinco,
nunca falta en la misa
de San Francisco;
y en acabando
visita los enfermos
que hay en el barrio.
Vive de sus faenas,
hace primores[28],
de puntillas, encajes,
randas[29], festones[30];
y no ahorra nada
entre los pobres deja
cuanto ella gana.
ISIDRA. — Pocas habrá mejores
en estos tiempos
para entrar en su casa
llámame luego.
JEROMA. — Ya verás, chica,
es un ángel sin alas
una bendita.
ISABEL. — (Apareciendo de pronto en la
puerta del patio.)
¡Eh, muchachas, vecinos
abajo vengan
gracias a Dios tenemos
una portera
manchada y rota,
cuidará nuestra casa,
nuestras personas.
Buscad entre los líos
de vuestros cofres,
alamares[31] y franjas[32]
lazos y flores:
bien combinado
ya veréis como pronto
se le hace marco.
La obligación de todos
es alumbrarla;
una jícara nueva
tiene por lámpara
y sin pedirle
daréis algún aceite
de los candiles.
Al pintor Aparicio
la llevaremos
a fin de que retoque
su desperfecto:
sin haber duda
que no ha de interesarnos
la compostura.
Ya que se lo merece
honrarla es justo,
rezando su rosario,
dándola culto:
pues de más hace
al venir a guardarnos
fiel y de balde[33].
Hará muchos milagros
que al mundo asombren
tendrá ruidosa fama
por villa y corte
y acaso puede,
que a su altar, a rezarla,
vengan los reyes.
(Enterado por su lazarillo[34],
de que hay un
cuadro de la Virgen en
el portal, entra en el
patio y canta lo siguiente.
E L TÍO ANTONIO EL CIEGO. — A la Virgen que han puesto
en esta casa,
Yo me ofrezco a tenerla
por abogada,
guardiana.
Y al compás del rasgueo,
de mi guitarra,
cantarla,
una Salve[35] los viernes,
antes del alba.
En Real servicio.
¿Es cierto lo que dicen
por salas y plazuelas,
que al cuadro de una imagen
hoy debe su existencia,
el Conde de las Torres,
Caballerizo de la reina?
Un sábado en Atocha,
sirviendo su carrera
muy próximo al estribo[36]
del coche de su alteza (3)
faltole su caballo,
que resbaló sobre las piedras
Tan grande, tal caída
ningún jinete diera
le cogen los lacayos,
los frailes le rodean
bañado todo en sangre
y con fractura de una pierna.
Velándole una noche
(3) El Príncipe de Asturias, a cuyo coche se acercó para dar un recado de S. M. (nota del autor)
junto a su cabecera
un servidor antiguo
llamado Luis de Mena
le dice con afecto
y respetuosa pertinencia.
«Señor, yo soy devoto
de «La Soledad» nueva,
patrona de los barrios
que forman la Arganzuela,
pues muerto diome vida.
Encomendaos bien a ella.
Seis días han pasado
sus médicos lo encuentran
de pronto sin peligro;
produce su extrañeza,
curiosos le preguntan
y conmovido les contesta.
«Bien haya los auxilios
de médicos y médica,
la milagrosa Virgen
que al escuchar la queja,
oyendo mi plegaria
sanó benigna mi dolencia.»
El Proto-medicato
unánime celebra
las glorias de María
en la curación hecha,
llamándola prodigio
de los mayores que se cuentan.
Mejora el noble conde,
mas, cuando sin muletas
andar puede, ya firme,
para corresponderla,
ver quiere a su abogada
con el criado Luis de Mena.
En el portal oscuro
con devoción penetra,
se duele de aquel cuadro,
de cómo le contempla,
y puesto de rodillas,
ante la Virgen llora y reza.
El tan indigno sitio
muy pobre y sucio encuentra,
de mejorarlo todo
formula su promesa
llamando a La Beata
que sin demora se presenta.
Reconocido el Conde
a la Beata ordena,
se alquile un piso bajo
con practicable reja,
y ponga el santo lienzo
en un altar de forma nueva.
Previene que se hagan
los gastos a su cuenta,
que luzca el alumbrado
a costa de sus rentas,
y juntos los vecinos
en confusión le vitorean.
Por tanto, por ser cierto
publican y comentan
los títulos y grandes,
las gentes más plebeyas,
que al cuadro de la Virgen
hoy debe su existencia
el Conde de las Torres
Caballerizo de la reina.
En palacio.
«Alcázar de Madrid, a dos de enero,
mil setecientos y noventa y cuatro.
Mis muy queridos padres:
Como ahora
ya se tiene la posta[37] de ordinario
una vez por semana, con destino
al rincón en que viven desterrados,
recibiremos cada siete días
correspondencia, no habiendo retraso.
Nada ocurre hoy que digno sea
de loa, en el gobierno del Estado:
Francia mal, y nosotros en su guerra
consumiendo recursos ha dos años.
Respecto a la salud yo sigo buena
mas hube de temer algún quebranto[38]
al trasnochar sin tregua ni relevos
con el motivo tan extraordinario
que voy a referir, por el que todos
muchas gracias a Dios, gozosos damos.
Tras de larga jornada con la corte,
y grandes cacerías en El Pardo,
a Madrid regresó mas vino enfermo
el príncipe de Asturias Don Fernando.
Tan súbita, gravísima dolencia
causó a los reyes mucho sobresalto,
los médicos mayores procuraban
atajar de las fiebres el estrago[39]
y al ser la camarista[40] más antigua
húbeme de quedar en el Real Cuarto
pues no quiso la Reina mi Señora,
me apartase del sitio del cuidado.
En la Saleta[41] se pusieron listas
las cuales prontamente se llenaron;
en la Plaza de Oriente por los corros
buscaban las noticias azorados,
los ricos y los pobres, los de venta,
los chisperos[42], las chulas y los majos[43]:
las campanas tañían, y se puso
manifiesto[44] al Señor Sacramentado
en las iglesias, y en la Real Capilla,
con orden de velar los eclesiásticos.
Su Majestad la Reina, estaba triste,
tapábase la cara con las manos
y entre los que con ella en tales horas
diligentes, solícitos estábamos,
tras de su silla, el Conde de las Torres
que su caballerizo fue de campo
la insinuó que debíale la vida
al tan vetusto[45] cuan severo cuadro
de Soledad, que llaman «La Paloma»
sus admirables curas relatando.
La contristada[46] Reina levantándose
como si despertara de un letargo,
hizo que los canutos de linterna
los faroles vacantes de Palacio (4)
y de caballerizas, los llevaran
al oratorio, reducido cuarto
de aquella Virgen, y que de hora en hora
de día y noche, sin tener descanso
cinco frailes franciscanos ya profesos
turnaran en las preces[47] del rosario.
La Virgen acudió con su remedio:
el Príncipe de pronto quedó sano.
(4) Dos de ellos se conservan aún en el Santuario de La Paloma. (nota del autor)
En la cámara real y la Saleta
como en las galerías y en el patio,
en la Plaza de armas, y en las calles,
en las Vistillas, Avapiés, y el Rastro,
solo una voz de pláceme[48] se oía
«Milagro» repitiéndose, «Milagro».
Sus Majestades y la Real familia
en gratitud por ello rebosando,
dar gracias a la Virgen decidieron
con la mayor ostentación y fausto.
La villa de Madrid por sus alcaldes
mandó colgar tapices en el tránsito[49],
desde San Salvador (5) a La Solana (6)
hicieron con pinochas[50] grandes arcos
para mejor desfile del cortejo
que no se viera igual en muchos años.
Los trenes[51] de Malpica y de Alburquerque
los de Medinaceli, el Infantado
Uceda, Santa Cruz y Castromonte
Erias, Oñate, Béjar y Cerralbo,
entre los otros que delante iban,
a la moda llevaban los penachos[52].
Los coches de Su Alteza y los Infantes,
(5) Parroquia demolida frente a la hoy Plaza de la Villa. (nota del autor)
(6) Explanada ante el portillo de su nombre, luego de "Gil y Mon”. (nota del autor)
y el de sus Majestades, admiraron,
por las galas, plumeros[53] y libreas[54]
de sus tronquistas[55] y de sus lacayos[56].
El pueblo parecía como loco,
los Reyes y Su Alteza no tocaron
con sus pies en el suelo, hasta el instante
de poder lograr verse arrodillados
a los pies de la Virgen, y entre lágrimas
con fervor muy piadoso Don Fernando
allí dejó para feliz memoria
el traje con el cual cayera malo.
Tomar los coches y volver sin riesgo
costó en verdad muchísimo trabajo,
las gentes al dar vivas, no dejaban
carril para moverse los caballos.
Desde tal día, dicen que se aumentan
el celo y la piedad en aquel barrio,
y si logro la estampa de la Imagen
se la remitiré puesta en un marco,
a fin de que prolongue su existencia
como todos a un tiempo deseamos
y en especial su hija que los quiere
LUCINDA PIMENTEL Y TORRE-CARPIO.
EPÍLOGO.
Con haber ido la corte
y los reyes en persona
al oratorio, y dejar
de Don Fernando la ropa (7)
todo Madrid se despuebla
ocupando a cualquier hora
el aposento mezquino
de la Virgen portentosa.
No hay dolencia que no cure
no hay torero, si la nombra
que no salve del peligro,
por eso para Patrona
una copiada fielmente
pintó Don Francisco Goya
la cual en la enfermería
tienen, alumbran y adornan,
y terminada su brega[57]
la dan gracias fervorosas,
los diestros más celebrados
de fama justa y notoria.
Isabel Tintero (8) tiene
una regular limosna
recogida, y más la guardan
muchas notables personas.
(7) Aún se conserva en la Rectoría del santuario de la Paloma, el calzón corto y la chaquetilla de S. A. el entonces Príncipe de Asturias. Tienen la medida correspondiente a un niño de 8 a 9 años, son de raso color de rosa, bordadas ambas prendas en sus solapas y boquillas con lentejuelas y pedrería. (nota del autor)
(8) En 8 y 9 de octubre de 1796, quedando Isabel Tintero de Administradora y Rectora por Decreto del Real Consejo de Castilla fecha 25 de mayo de 1799, había pedido licencia para construir la capilla que le fue concedida por el Real Consejo, en auto de 20 de julio de 1792, que le fue comunicado al Alcalde de Corte Marqués de Casa-Gracia, en 23 de julio del mismo año. La construcción no recibió debido impulso hasta 1795. (nota del autor)
Ver consigue al Arzobispo
de Toledo, y este logra
del Consejo de Castilla
superior licencia, pronta
para edificar iglesia
más digna, más espaciosa.
El cercado en que la Imagen
estuvo entre fango y broza[58]
como solar de vecinos
Isabel por sí la compra.
Sánchez, (8) joven arquitecto,
generoso y noble, toma
el cargo de proyectar
y de dirigir la obra
erigiendo al breve tiempo
iglesia, capaz, hermosa,
con un altar y un retablo
de proporcionadas formas.
En él procesionalmente[59]
con grandes fiestas colocan
el cuadro, y en las paredes
cuelga la gente piadosa,
no solamente mortajas[60]
y exvotos[61] para memoria
(8) D. Francisco Sánchez, además de su trabajo gratuito, dio gran limosna en majales[62] y metálico. Era discípulo del célebre D. Ventura Rodríguez. (nota del autor)
de los milagros, también
deja riquísimas joyas,
que no pueden los franceses
arrebatar, pues no logran
siquiera verlas, cegados
por la luz esplendorosa
de los millares de cirios
que los fieles amontonan.
Madrid ya sin extranjeros
canta las grandes victorias
de Bailen, de Talavera,
de Cádiz, de Zaragoza
y cuando el «Rey Deseado»
pasa la nueva y vistosa
Puerta de Toledo, (9) y da
entre vítores y pompa,
las gracias al santo lienzo
de su Virgen protectora,
sabe al fin que la Beata
del descanso eterno goza (10)
le rinden cetro[63] y corona
muchas veces, y contritos[64]
en el destierro la invocan.
Villa y corte de Madrid,
esta página gloriosa
puedes mostrar con orgullo
(9) Fernando VII entró en Madrid el 13 de mayo de 1814.
(10) La Beata, Isabel Tintero, murió en Madrid el 30 de octubre de 1813, y con gran pompa fúnebre se enterró su cadáver en el cementerio de San Isidro, patio de los cipreses, nicho 387. (nota del autor)
en el libro de la historia.
La oculta en lodo algún día
hoy en el altar se adora,
la Perla del barrio bajo,
La Virgen de La Paloma.
[1] Muy afectado en el uso riguroso de las modas.
[2] Valones, naturales del territorio belga que ocupa aproximadamente la parte meridional de este país de Europa.
[3] Perteneciente o relativo al pie.
[4] Obra teatral en uno o más actos, frecuentemente cómica, de ambiente y personajes populares, que se representa como función independiente, o bien se intercalaba entre los actos de una primera función.
[5] Aire musical popular español, cantable y bailable en compás ternario y de movimiento majestuoso.
[6] Hombre que en las fiestas de toros asiste a los lidiadores y les da garrochones, banderillas, etc.
[7] Fama (buena opinión de la gente sobre alguien).
[8] En los siglos XVIII y XIX, persona de las clases populares de Madrid que en su porte, acciones y vestidos afectaba libertad y guapeza.
[9] Dicho de una persona: conspicua (ilustre, visible, sobresaliente).
[10] Antiguamente, hombre disfrazado ridículamente, con carátula y vestido de varios colores ajustado al cuerpo desde la cabeza a los pies.
[11] Composición poética escrita en romance.
[12] Composición métrica popular, generalmente de asunto amoroso.
[13] Baile popular de Andalucía, en compás ternario y con castañuelas
[14] Instrumento musical de cuerda.
[15] A partir del siglo XVIII y principios del XIX, persona de las clases populares de Madrid que se distinguía por su traje y desenfado.
[16] Ruido, gritería de una o de muchas personas juntas, que por lo común nace de alegría.
[17] Modo de llevar la capa o manto cuando con él se cubre casi todo el rostro.
[18] Mercader (persona que trata o comercia con géneros vendibles).
[19] Pasta muy blanca de azúcar y almidón, con la cual se suelen cubrir varios géneros de dulces y se hacen diversas piezas o figuras.
[20] Trueque simultáneo de cosas o servicios.
[21] Frente o principal fachada de algo.
[22] Estar distraído o ausente.
[23] Faralá: Volante de una tira de tafetán u otra tela y que, plegado y cosido por la parte superior y suelto o al aire por la inferior, rodea las faldas, vestidos y enaguas femeninos, especialmente en algunos trajes regionales
[24] Borla pequeña de forma semejante al fruto del madroño.
[25] Peineta (peine convexo que usan las mujeres por adorno o para asegurar el peinado) que por su forma y dimensiones recuerda una teja.
[26] Persona de las clases populares de Madrid, que afecta guapeza en el traje y en el modo de conducirse.
[27] Se aplica a la persona que se hace notar por su carácter y su ánimo fuerte, valiente y resuelto, y que hace lo que se propone con decisión y sin miramientos ni miedo a los prejuicios y las conveniencias sociales.
[28] Arte, belleza y hermosura de la obra ejecutada con primor.
[30] Bordado, dibujo o recorte en forma de ondas o puntas, que adorna la orilla o borde de algo.
[31] Presilla y botón, u ojal sobrepuesto, que se cose, por lo común, a la orilla del vestido o capa, y sirve para abotonarse o meramente para gala y adorno, o para ambos fines.
[32] Tira alargada y estrecha de tejido u otro material que sirve para adornar.
[33] Sin motivo, sin causa.
[34] Muchacho que guía y dirige a un ciego.
[35] Oración con que se saluda y ruega a la Virgen María.
[36] Especie de escalón que sirve para subir a los carruajes o bajar de ellos.
[37] Conjunto de caballerías que se apostaban en los caminos cada dos o tres leguas, para que los tiros, los correos, etc., pudiesen ser relevados.
[38] Descaecimiento, desaliento, falta de fuerza.
[39] Ruina, daño, asolamiento.
[40] Criada distinguida de la reina, princesa o infantas.
[41] Habitación anterior a la antecámara del rey o de las personas reales.
[42] A finales del siglo XVIII y principios del XIX, vecino del barrio de Maravillas de Madrid.
[43] En los siglos XVIII y XIX, persona de las clases populares de Madrid que en su porte, acciones y vestidos afectaba libertad y guapeza.
[44] Exposición del Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles.
[45] Extremadamente viejo, anticuado.
[46] Que manifiesta tristeza o aflicción.
[49] Lugar determinado para hacer alto y descanso en alguna jornada o marcha.
[50] Hoja o rama del pino.
[51] Aparato y prevención de las cosas necesarias para un viaje o expedición.
[52] Adorno de plumas que sobresale en algunos cascos, morriones, tocados y cabezas de las caballerías engalanadas.
[54] Traje que los príncipes, señores y algunas otras personas o entidades dan a sus criados; por lo común, uniforme y con distintivos.
[55] Cochero que gobierna los caballos o mulas de tronco.
[56] Criado de librea cuya principal ocupación era acompañar a su amo en sus desplazamientos.
[58] Conjunto de hojas, ramas, cortezas y otros despojos de las plantas.
[59] Ir ordenadamente de un lugar a otro muchas personas con algún fin público y solemne, frecuentemente religioso.
[60] Vestidura, sábana u otra cosa en que se envuelve el cadáver para el sepulcro.
[61] En la religión católica, don u ofrenda, como una muleta, una mortaja, una figura de cera, cabellos, tablillas, cuadros, etc., que los fieles dedican a Dios, a la Virgen o a los santos en señal y recuerdo de un beneficio recibido, y que se cuelgan en los muros o en la techumbre de los templos.
[63] Vara de oro u otra materia preciosa, labrada con primor, que usaban solamente emperadores y reyes por insignia de su dignidad.
[64] En el catolicismo, los que sienten dolor de haber ofendido a Dios, por el amor que se le tiene.