EL JARDÍN DE LA ROCA TARPEYA
I
Visitando una serena noche del pasado estío el delicioso jardín de Toledo que da nombre a la tradición, un anciano de la ciudad, puro en fe y costumbres como individuo de generación inolvidable, nos comenzó a referir a los contertulios lo que de aquel lugar había aprendido en su juventud. Todos le escuchábamos, como si un oráculo fuera, pues tal parecía por la actitud que tomó y por la energía de su palabra. Breve fue su exordio; mas comprendiendo que su edad le impedía permanecer largo tiempo en pie, le ayudamos a sentarse dentro del sencillo cenador de cañas, cubierto por la verde celosía de follaje de plantas trepadoras, donde agrupados en derredor suyo prosiguió su narración.
II
Hubo —decía— en este mismo sitio hace bastantes centurias, una cárcel pequeña, pero guardada por los fuertes muros que dan vista al Tajo, y por otros que demolieron las injurias del tiempo y la piqueta destructora de las diversas razas que nuestra ciudad habitaron. Era aquella cárcel coloso que amedrentaba sólo con su vista aun a larga distancia: coloso de mampostería de menuda piedra, sujeta con exquisita argamasa, y, sostenido de trecho en trecho por gruesos ábsides de los que alguno existe. — 59— Altas ventanas dejaban pasar la luz en haces amarillentos y opacos a través de espesas rejas, hasta el fondo de las mazmorras. Era la cárcel donde incomunicaban los romanos a sus reos de muerte, para después lanzarlos con violencia y barbarie sin rival, por la Roca Tarpeya, a la margen derecha del Tajo, donde se deshacían al chocar en quebrados y punzantes peñascos. Cuentan que en esta medrosa cárcel hubo en la dilatada época de los Césares un calabocero[1] frenético por el culto de los falsos ídolos de Roma, el que por este motivo maltrataba a una hermosa hija suya que, a su parecer, se ocultaba de su vista para orar, no ante las deidades que él veneraba, sino delante de una pequeña cruz que solía llevar entre sus honestas vestiduras. Quién inspirara a la joven semejantes ideas religiosas, era el torcedor del padre, que por más que discurrió no lo pudo descubrir, sorprendiendo sólo su perspicacia un hecho que le proporcionó fundadísimas sospechas.
III
Cayó en este tiempo bajo el poder del pretor toledano —ignórase por qué motivos— un hombre de mirada penetrante, el cual bien pronto ingresó en las mazmorras cercanas a la Roca Tarpeya, desde la que sería en tiempo no lejano despeñado. Al cruzar el reo la cárcel en dirección a su calabozo, vigilado por centinelas provistos de todas armas, tuvo la suerte de hallar al paso a la joven hija de su verdugo, con la que cambió tiernas miradas, que tuvo que —60— reprimir por estar próximo el infame autor de los días de tan rara belleza. Con el semblante descompuesto por tan grande emoción, continuó su marcha, dio un fuerte suspiro y se hundió sin vacilar, por último, en el cepo para él destinado. ¿Sería éste por ventura el amante o el mentor de la religiosa hija del calabocero? Nada cierto se pudo averiguar. Sólo se cuenta que la citada niña presenció aterrorizada el acto de despeñar por la Roca al enunciado confesor, siendo incontinenti[2] presa de profunda melancolía que la ocasionó la muerte. Antes de sepultarla, hallaron entre sus vestidos una pequeña cruz de madera: desde aquel día el carcelero, indiferente a cuanto le rodeaba, cuidó con singular predilección unas flores que su hija en aquel lugar plantara, y rogó á Dios —ya convertido— que no dejara de haber jamás en aquel sitio flores que perpetuaran las relevantes dotes de su hija —de la que él las creía viva imagen.—
IV
Tal es la tradición que de este lugar refirió el anciano. Si cierta o no, averígüelo Vargas. Lo innegable es que el dueño del huerto D. Pascual Ortiz, al comenzar hace dos años los trabajos para renovar algunos arbustos, descubrió en un extremo de la tierra de su propiedad unos treinta fosos de regulares dimensiones, todos de fábrica bien construida —61— conservando el carácter de antiguos cepos, y siete cisternas abiertas en roca y cubiertas con rosca de ladrillo; todos al lado de la Roca Tarpeya, al Occidente de Toledo, dando vista al caudaloso Tajo, en el barrio que en tiempo de los árabes se llamó Barrio de la Judería y hoy se denomina Barrio Nuevo.
NOTAS
[1] Carcelero. (Nota del editor)
[2] Del lat. in continenti 'en seguida'.