El castillo de Maqueda
A seis leguas al noroeste de Toledo está la pequeña población de Maqueda. Dominándola y sobre unos cerros se ven aún hoy restos de su castillo, llamado la Torre de las Infantas. Monumento célebre en los fastos de la historia de Castilla, y cuya vista exacta, copiada del natural, presentamos a nuestros lectores.
Es sumamente pintoresco el aspecto de estas venerables ruinas, que se conservan aún al través de tantos siglos y de tantas revoluciones. A su pie corre un fresco arroyuelo cuyas guas van a reunirse con el Tajo. El castillo se halla abandonado. Sus piezas interiores, algunas de ellas bastante bien conservadas, tienen adornos de muy estado, ejecutados con el mayor primor en la piedra, pero el jaramago y las yerbas silvestres han crecido allí hace siglos sin tener la mano del hombre que debiera velar en la conservación de los monumentos que atestiguan las glorias de esta patria, otro tiempo tan poderosa, hoy tan abatida, y entonces como ahora destrozada siempre por las discordias civiles, por la guerra interna de sus hijos.
El castillo de Maqueda se construyó en 1386. Doña Berenguela, futura de Enrique I de Castilla, se complacía en pasar en él muchos meses del año, no obstante que el interior no presentaba el aspecto de un aposentamiento digno de tan excelsa princesa. El destino con que fue edificado el castillo fue el de hacer de él un gran parque o almacén de armas para proveer a los tercios castellanos. Así, en 1422 las armas con que equiparon los soldados de Cristóbal Colón se sacaron del castillo de Maqueda: este fue el arsenal donde se proveyeron de arcabuces aquellos hombres valerosos que humillaron el poder de los hijos del sol, y dieron un nuevo mundo a su patria. Al marchar el esforzado Pizarro a la conquista del Perú, pasó con su pequeña hueste por Maqueda. Permaneció muchos días en el castillo y es fama que allí se le reunieron varios de los valientes capitanes que le ayudaron en la conquista. Aún existe y se enseña a los curiosos viajeros por los habitantes del país una habitación, que por una tradición constante y nunca desmentida se llama la habitación de Pizarro.
El exterior del castillo es triste, sombrío, más que palacio es un fuerte memorable como tal en la lucha de los agarenos[1], en que cuarenta y dos caballos de Extremadura pertenecientes a la orden religiosa y militar de Alcántara, sostuvieron un tenaz sitio, y rechazaron a seiscientos moros, causándoles cuatrocientos muertos, y haciendo prisionero a su jefe Tahir, que fue precipitado en un profundísimo pozo que hay en medio del castillo, pozo terrible, aún hoy existe, aunque cubierto de zarzas y malezas, y donde algún incauto viajero ha perecido, pues las yerbas y plantas silvestres han ocultado su boca, nivelándolo con la superficie del suelo.
La principal celebridad del castillo de Maqueda consiste en haber sido la prisión por mucho tiempo de los hijos de Don Juan II, de haber sido la escuela de adversidad donde se formó el corazón de la reina de Castilla, cuyo nombre es aun hoy un título de orgullo para la España, y a cuyo reinado se debió la formación de un imperio grande y poderoso de varios reinos pequeños divididos y en continua guerra entre sí, y el haber hecho tremolar los castillos y leones en regiones ignoradas, y que constituyeron para Castilla un nuevo mundo.
En 1463 se hallaba sentado en el trono de Castilla y de León Enrique IV y sus hermanos los infantes don Alonso niño aun, y doña Isabel ocupaban con la Reina viuda las sombrías estancias de la torre de Maqueda de donde fueron sacados por los grandes y prelados confederados auxiliados del pueblo, del pueblo que sufría en silencio, pero dando pruebas de mal reprimida indignación el yugo de un favorito oscuro, que desde el fondo del palacio se había elevado por el favor de la Reina a sus primeras dignidades de Castilla. Beltrán de la Cueva era Duque de Alburquerque, gran maestre de Santiago, condestable, era todo.
El pueblo murmuraba de sus amores con la Reina y el público llamaba a la hija de Enrique IV la hija de Beltrán y le nombraba por el desprecio la Beltraneja, nombre que la historia le ha conservado y con que ha llegado hasta nosotros. El pueblo, que en público y sin recato desprecia a su príncipe, está muy próximo a negarle la obediencia.
El pueblo castellano se alzó contra la Beltraneja, se negó a reconocerla por princesa heredera del reino, y ya en vida de su padre, ocupando el trono Enrique IV, empezó una guerra de sucesión sobre quien habla de empuñar el cetro a su muerte. Guerra cruel, guerra prolongada que destrozó a la patria, que yermó sus campos, pero que dio un grande y fecundo resultado, el colocar en el trono a Isabel I la Católica, el reunir en uno solo los reinos de Castilla y León y Valencia.
J. M. VELARDE
[1] Agarenos equivale a “musulmanes” (nota del autor).