El santo Cristo de la Salud y el escultor Michael
Al digno sacerdote D. Gregorio Naranjo
No sólo por su significación sagrada, sino por el recuerdo de añejas épocas, de memorables sucesos y de asombrosos milagros, deben los malagueños mirar con especial predilección la Imagen del Santo Cristo de la Salud. – 15-
José Michael[1] era un notable artista, nacido en los hermosos campos de Italia, esa patria del arte, que tantas y tantas glorias cuenta.
En ella aprendió arquitectura, y su cincel dio vida a importantes obras que le dieron renombre.
Lleno de justificada ambición de mayor fama, Michael visitó a España y compitió con los artífices de la época. Noticioso de las grandes obras de arte que en Málaga se realizaron durante los primeros años del siglo XVII, o tal vez llamado por el Cabildo Catedral, vino el inspirado escultor a esta ciudad. A sus manos, dirigidas por excepcional inspiración, se debieron importantes esculturas, la silla prelacial y la talla de la sillería del coro de la Catedral de nuestra Iglesia Mayor, donde se reúnen hoy creaciones de Alonso Cano, Niño de Guevara, César de Arbasia, Gerónimo Gómez, Mateo de Cerezo, Luis Ortiz, Pedro de Mena, Octavio Valerio, Pedro Díaz de Palacios, Juan Salazar y Juan Bautista Vázquez.
Entre las esculturas de Michael figuraba un Cristo sujeto a la columna, que después de varias vicisitudes había ido a parar al oratorio de doña Ana de Mendegal, viuda de D. Carlos Burete.[2]
Falleció hacia el año 1646 esta virtuosa dama, y la imagen pasó a poder de un nuevo vecino de la casa donde aquella vivió. Este se mudó a la Alcazaba y el año 1649 había muerto también y era el Santo Cristo propiedad de su viuda[3].
Entre las muchas calamidades que Málaga sufrió en el siglo XVII, fue la mayor la peste bubónica de 1649.
Millares de personas perecieron; el celo de las autoridades era inútil, los hospitales se llenaban y la ciudad iba quedando sin habitantes.
Guillén Robles, en la página 479 de su «Historia de Málaga» describe esta calamidad en brillante periodo[4] que reproduzco.
«Málaga presentaba un aterrador aspecto; espesa niebla la envolvía como fúnebre sudario; cuasi todas las casas estaban cerradas; en muchas otras se oían los quejidos de los enfermos o los lamentos de los que lloraban la pérdida de un ser querido; por las desiertas calles transitaban carros atestados de muertos o angarillas en que llevaban a los enfermos en sus hombros religiosos y seglares, pobres y ricos; la dolencia nivelaba todas las desigualdades humanas, al potentado con el indigente, a los niños con los ancianos, y al varón con el sexo débil; en todas partes se presenciaban escenas horriblemente trágicas; cada día, cada momento, era una batalla librada con un enemigo invisible, que helaba con su hálito mortífero la fuente de millares de existencias».
En esta epidemia hubo malagueños, que a costa de sus vidas, acudían al socorro de sus convecinos, y los nombres del Regidor D. Francisco de Leyba y Noriega, del Provisor D. Feliciano de Valladares y la Cueva, del Corregidor D, Martin de Árese y del médico Murillo deben escribirse con letras de oro en el libro de la gratitud.
Llegó el lunes 31 de mayo de 1649[5]; la epidemia no decrecía y el temor aumentaba en los ya escasos habitantes de la ciudad.
La dueña del Santo Cristo, por motivos que no resultan bien comprobados[6], acordó mudar los muebles de su casa, desde la Alcazaba de finca distante». Utilizó para ello una carrera de Pedro de Anoria, agricultor de la huerta de Don Iñigo[7].
Entre trastos humildes, con escasa piedad y sin respeto alguno, fue arrojado en la carreta el Cristo de Michael, cubierto con una «frezada»[8] y sujeto a una estaca, que maltrató el rostro de la escultura.
Comenzó el caminar la carreta y llegó a la calle del Císter, frente al convento de religiosas. Allí pararon los bueyes y en vano el carretero los golpeó. Parecía que estaban clavados en aquel sitio.
No sin grandes esfuerzos se logró siguieran su camino, más de nuevo pararon ante la casa de D. Gaspar de Silva, varón muy piadoso, de ejemplar conducta y religiosidad excepcionalísima. Dicha casa estaba a unos cincuenta pasos del convento citado.
Se repitió el caso y se perdió no poco tiempo, más al fin los animales prosiguieron su marcha y con ligereza suma recorrieron el trayecto que mediaba desde la casa de D. Gaspar a !a puerta del zaguán de las Casas de Cabildo, o sea a la Especería, esquina a la Plaza Real[9].
Todos los esfuerzos del carretero fueron inútiles. Ni él, ni las escasas personas que acudieron, podían explicarse el porqué de -17- aquel suceso, pues la carga no era mucha, los bueyes resistentes, el castigo grande y el carretero hábil.
En este momento oyóse una voz de niño, dulce y extraña, que dijo:
—Miren de qué suerte llevan a un Sto. Cristo en esa carreta[10].
Buscaron los presentes al niño y no le hallaron por parte alguna, no faltando quien jurase que la voz había salido de la misma carreta.
Llegóse entonces al vehículo el escribano público, del número de Málaga, D. Francisco Solano Alcázar, interrogando al conductor, a tiempo que de la casa del Cabildo salían también los escribanos Pedro Ballesteros, comendador, y Alonso Moreno de Gradas, los cuales desalojaron de muebles la carreta y vieron la sagrada imagen.
Sacáronla en hombros, sin perder instante, la entraron en la dicha casa y pasando a la Audiencia, la pusieron sobre un bufete con algunas luces, derramando lágrimas, devotos y tiernos.[11]
Desde aquella hora la tradición refiere que la epidemia decreció, y Medina Conde en sus «Conversaciones Malagueñas,» se expresa de este modo:
«Estaba, como queda dicho, encendido el pueblo con la peste, y desde este día se notó, con gran admiración, que Su Majestad levantaba el azote de ella, pues comenzó a descubrirse el cielo, que por casi siete meses lo habían tenido oculto unas espesas y melancólicas nubes, que no dejaron ver el sol ni las estrellas.
Con tan visible beneficio comenzó todo el pueblo a atribuirle la mejoría y salud, por lo que le dieron el título de Santo Cristo de la Salud, con el que hasta hoy es venerado.»
La escultura labrada por Michael fue desde aquel día objeto de especial veneración y cariño para los hijos de Málaga.
Un antiguo historiador la describe de este modo:
«Es este Santo Cristo de estatura de un hombre, más que ordinaria, cuerpo grueso, lastimoso, algo desmayado, acardenalado de azotes, las manos atadas atrás a una media columna, rostro hermoso y contemplativo, mirando a lo lejos, con una cabellera de pelo natural hasta la cintura, y aunque representa pasión, mirado con atención el semblante causa sumo consuelo y alegría.» -18-
Sin perder días se colocó en una capilla que existía en un salón del Ayuntamiento, donde estuvo bastante tiempo.
El Regidor perpetuo de Málaga D. Diego de Rivas Pacheco, testigo de aquellos sucesos, añade un episodio en la página 271 de su libro Ceremonial de esta ciudad, que da nuevo interés a la tradición.
Refiere, que a los pocos días del hallazgo, salía del Santuario dicho caballero Rivas Pacheco, y se encontró al insigne artista José Michael, solo, pensativo y arrimado a la puerta del escritorio del escribano Marcos Gutiérrez.
—¿Qué tenéis, Michael? ¿Estáis enfermo? le preguntó D. Diego Rivas.
Y el artífice con voz pausada replicó:
—¿Qué quiere usted que tenga, más que ver y oír tantos prodigios y maravillas de esa soberana imagen que mis indignas manos fabricaron, y según la tradición de nuestros maestros, será mi vida muy corta, porque es entre nosotros asentado que el Escultor o Pintor que merece hacer alguna imagen milagrosa, muere con brevedad.»[12]
Ocho días después José Michael había bajado al sepulcro. Su corazón no le había engañado, y la tradición artística estaba cumplida.
El poeta malagueño Juan Núñez de Sotomayor, mayordomo del Real Convento de Santa Clara, escribió en el día del hallazgo el siguiente oscuro soneto, que copio, aunque no lo haría si de modelos literarios se tratara.
SONETO
Preso, Señor, en vos, habéis llegado
a la prisión de un pueblo lastimoso,
si a ser juzgado ¿cómo rigoroso?
si a juzgar ¿cómo en forma de juzgado?
A ese mármol de afrentas arrimado
os dejó el Tribunal escandaloso
y hoy en el más católico y piadoso
la misma afrenta os ve desagraviado.
Allí reo, aquí juez, os habéis visto,
traiga aquella pasión esta clemencia -19-
que señales tenéis de que sois Cristo,
y antes que el rigor firme la sentencia
detengan el castigo ya prescrito
las lágrimas de tanta penitencia.
Conocemos poesías de algunos otros escritores malagueños o residentes en Málaga, dedicadas a la milagrosa imagen, pero todas ellas son más modernas que la copiada de Juan Núñez de Sotomayor. El fraile dominico Fray Florencio de Aguilar escribió la historia del hallazgo al frente de la novena que compuso y que en fecha reciente fue editada. Al final de la misma existen unos gozos[13] bastante inciertos.
Solo añadimos que la ciudad acordó comprobar los milagros al Santo Cristo atribuidos y le designó por su patrón y abogado.
En el Cabildo del 1ºde junio de 1649 se votó hacerle fiesta y procesión todos los años en el día 31 de Mayo, «en memoria», según el acta, «del que entró a dar la salud a dicha ciudad.»
Piadosos caballeros hicieron donativos para el culto perpetuo del Santo Cristo, entre otros el Marqués de Casares, D. Martin de Múgica, D. Baltasar de Cisneros, D. Antonio Bastante, don Baltasar de Zurita, D. Martín A. Fernández de Córdoba y don Juan Hidalgo de Vargas.
Trasladada la imagen a la iglesia de la Compañía de Jesús, es hoy titular de la misma, y en las grandes calamidades de Málaga, es llevada en rogativas a la Catedral, en unión de Ntra. Sra. de la Victoria.
FUENTE
Narciso Díaz Escobar, “El santo cristo de la Salud”, Curiosidades malagueñas: colección de tradiciones, biografías, leyendas, narraciones, efemérides, etc. que compendiaran, en forma de artículos separados, la historia de Málaga y su provincia, Málaga, Málaga, Tip. de Zambrano Hermanos, 1899.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Andrés Llordén, Sebastián Souvirón, Historia documental de las Cofradías y Hermandades de Pasión de la ciudad de Málaga, Ayuntamiento de Málaga, Delegación de Cultura, 1969, pág. 409.
[2] Anacardina Espiritual de Juan de Vargas, pág. 18. [Juan Serrano de Vargas y Ureña, publicó esta obra en 1690]
[3] Conversaciones Malagueñas, T. IV (nota del autor) [Se refiere a conversaciones históricas malagueñas, o, Materiales de noticias seguras para formar la historia civil, natural y eclesiástica de la M.I. ciudad de Málaga, Volumen 4, publicado en Málaga, por Cecilio García de la Leña en 1790]
[4] Periodo: periodo prosístico, en brillantes frases, quiere decir el autor.
[5] Serrano de Vargas, pág. 19 y “Ejemplar de castigos y piedades que experimentó en la ciudad de Málaga, año MDCXCIX” por Andrés Hidalgo Bourman. (Nota del autor)
[6] Medina Conde, pág. 144. Conversaciones Malagueñas (Nota del autor)
[7] Anacardina espiritual. (Nota del autor)
[8] Frezada: frazada, manta peluda que se echa sobre la cama.
[9] Hoy de la Constitución. (Nota del autor)
[10] Guillén de Robles y algunos otros escritores aseguran que la voz infantil exclamó: -Aquí va un hombre muerto. (Nota del autor)[Se refiere a Francisco Guillén de Robles, Historia de Málaga y su provincia, Rubio y Cano, 1874]
[11] Medina Conde; pág. 145.
[12] Iguales o parecidas frases cita Guillen Robles en su «Historia de Málaga.» (Nota del autor) : "Cierto día del año 1649, cuando una mortífera epidemia diezmaba el vecindario, infundiendo profunda tristeza y pánico en los ánimos, un hombre apoyado en la puerta de la escribanía de Marcos Gutiérrez, fijaba melancólicamente sus ojos en el Cristo de la Salud, que algún tiempo antes se había encontrado del modo que dejo referido. Salía del santuario provisional que se había arreglado a la imagen el caballero D. Diego de Rivas Pacheco, quien reconociendo en aquel hombre al célebre escultor José Michael le preguntó la causa de su tristeza.
« ¿Veis esa milagrosa imagen? le contestó el artista; estas indignas manos la fabricaron y me apena mi próxima muerte: entre nosotros los escultores es cosa asentada como fuera de duda, que aquel que talla una imagen milagrosa tiene contados sus días; por esto creo que he de morir en breve.»
A los ocho días de esta conversación, bajaba Michael al sepulcro: la tradición artística se había cumplido, y lo sentimientos de su corazón no le habían engañado. F. Guillén Robles, Historia de Málaga y su provincia, Imprenta de Rubio y Cano, Málaga y 1874, p-577.
[13] Gozos: Composición poética en loor de la Virgen o de los santos, dividida en coplas, después de cada una de las cuales se repite un mismo estribillo.