El ladrón de la calle de Salvago
(Tradición)
Al Sr. Don José Ruiz Borrego
Son muchas las tradiciones de Málaga, desconocidas para la mayor parte de sus vecinos, que van borrándose poco a poco de la memoria de los malagueños y que están llamadas a desaparecer. Los que tenemos la afición de escribir sobre cosas y hombres de esta ciudad tenemos a la vez el deber de no dejar oscurecidos y en el olvido esos recuerdos de ciertos hechos, aunque para llevar a cabo esos trabajos no se encuentren papeles que los detalles en los archivos, ni libros en las Bibliotecas que los confirmen.
Una persona respetable de esta ciudad, emparentada con el mejor escritor colorista que en Málaga nación y en España ha -113- existido, nos ha dado a conocer la tradición que vamos a relatar, tradición curiosa por más de un concepto.
Hace bastantes años vivía en la calle de Salvago, llamada hoy del Marchante, una de las más ilustres familias malagueñas de aquellas cuyos nombres representan y recuerdan nuestra historia local durante los pasados siglos.
La casa que habitaba esta familia era aquella cuya puerta principal daba frente a la calle de la Especería.
Tenía esta familia un anciano y leal mayordomo, hombre de tanto valor como honradez, y que tenía fama de listo y precavido. Dormía en un aposento de la planta baja de la casa, no muy lejos del portal.
Una noche se sintió despertado por un ruido especial y extraño. Creyó al punto que se trataba de algo sin importancia, pero el ruido seguía lento y constante. Incorporóse en su lecho y prestó atención.
Entrando en sospechas, se envolvió en una capa, y se dirigió hacia el lugar donde los acompasados golpes resonaban. Llegó a la puerta de la calle y vio el enigma descifrado.
Indudablemente una mano criminal, usando de una herramienta de carpintero, trataba de abrir un agujero en la puerta, al objeto de poder descorrer el pestillo y levantar la barra de hierro. Se detuvo algunos momentos, reflexionó, y procurando no produjesen sus pasos el más pequeño rumor, volvió a su cuarto.
Buscó en un rincón del mismo un fuerte cordel, hizo un perfecto nudo corredizo y volvió al portal.
Minutos después el agujero estaba hecho. Desapareció la herramienta y una mano penetró cuidadosamente. Los dedos se agitaron reconociendo madera y pestillo. El mayordomo no titubeó. Cogió el nudo corredizo, formó un círculo alrededor de aquella mano que no le cabía duda era de un ladrón y tiró con toda su fuerza.
Aquella mano hizo esfuerzos inútiles, se retorció convulsivamente y se agitó en contrarios movimientos, pero todo fue en vano. El anciano dejó tirante la cuerda, después ató el extremo de ella a un hierro… y esperó.
Mientras esperaba escuchó pasos, rumores extraños y voces apagadas, que no llegó a entender.
* * * *
Amaneció y apenas los primeros reflejos del día traspasaron -114- las rendijas de la puerta, el anciano subió a la habitación de su amo y dio cuenta de lo que ocurría.
Bajaron ambos al portal y pudieron apercibirse de que había ya gente comentando el suceso. Abrieron la puerta. Algunos curiosos madrugadores se echaron atrás. Todos los rostros demostraban extraño terror.
Amo y mayordomo vieron entonces lo que le costaba trabajo creer.
La mano permanecía sujeta por el nudo corredizo, pero inmóvil. La mano prisionera pertenecía al cuerpo de un hombre, al cual se había cortado la cabeza, despojándole también de parte de sus ropas.
Era indudable que el ladrón había sido degollado, para que no se le conociese o no delatase a sus compañeros.
El crimen quedó en la impunidad.
Cuantas pesquisas hicieron jueces y alguaciles resultaron infructuosas.
Aquel cadáver no fue reconocido y la precaución de sus cómplices surtió el efecto deseado.
* * * *
El edificio, teatro de este suceso sangriento, fue destruido hace pocos años por un violento incendio, que lo redujo a escombros.
Se nos dice que se salvó la puerta donde el crimen se cometió.
En ella podía verse el hueco que el ladrón hizo y por donde su mano fue introducida. La compostura hecha no pudo ser tan perfecta que el agujero no se apreciase por los curiosos conocedores de esta tradición
FUENTE
Díaz Escobar, Narciso, “El ladrón de la calle de Salvago”, Curiosidades malagueñas: colección de tradiciones, biografías, leyendas, narraciones, efemérides, etc. que compendiaran, en forma de artículos separados, la historia de Málaga y su provincia, Málaga, [Ma´laga]: Tip. de Zambrana Hermanos, 1898, pp. 112-114.
Edición: Pilar Vega Rodríguez