Moscas de San Narciso
El 16 de noviembre del expresado año (1276), el primogénito de D. Jaime fue ungido y coronado en Zaragoza por manos de D. Berenguer de Olivella, arzobispo de Tarragona, en cuyo acto,—según Blancas, —manifestó D. Pedro que no recibía la corona de mano de aquel prelado, en nombre de la Iglesia romana , ni por ella ni contra ella.
Después de la ceremonia real, las Cortes hicieron la jura del infante Don Alfonso, que aún se hallaba en la menor edad.
1285. Después de algunos años que gobernaba don Pedro los estados de Aragón, nuevos sucesos dieron lugar a uno de los acontecimientos más notables para Gerona.
Pongámonos en antecedentes.
Hemos dicho que en Italia, Carlos de Anjou había cometido excesos cuya historia repugna. Sin embargo, tamañas crueldades tuvieron su fin. Giovanni de Prócida forjó en Palermo una conspiración, que por medio de los recursos pecuniarios que le prestó Paleólogo emperador griego, pudo llevar a cabo; pues bajo el pretexto de un desaguisado que un francés hizo insultando a una joven, se armó el pueblo y degollaron a todos los franceses, exceptuados algunos soldados y Guillermo de Porcellet, gobernador de Catalasino, que fue respetado por su carácter justiciero. Este hecho acaecido en lunes de Pascua, tristemente célebre, es conocido en la historia por las Visperas Sicilianas.
Temiendo, empero, los de Sicilia, la venganza de Carlos, pidieron socorro a D. Pedro de Aragón, quien se dirigió inmediatamente a Palermo, en donde se hizo coronar por rey de Sicilia; mandó luego un cartel de desafío a Carlos de Anjou, reto que fue admitido, pero que no se llevó a efecto por causas que no nos incumbe referir. Carlos al fin perdió la Sicilia, y a poco murió lleno de vergüenza, siendo burlada su ambición y preso su hijo en poder de los valientes aragoneses.
Las hazañas y conquistas de D. Pedro de Aragón, no hicieron sino enconar el rencor de las huestes francesas, las cuales juraron vengarse a la sombra de la protección del Papa Martin IV. A instancias de éste, los franceses fueron en ayuda de D. Alfonso de Castilla, cuyo cetro le disputaba su hijo D. Sancho, excomulgado por el jefe de la Iglesia, lo cual hizo que se le separaron algunos adictos a su causa. Con todo, D. Fedro de Aragón, con la promesa que le hiciera D. Sancho de entregarle Murcia, estaba de su parte y le prestaba auxilio. En el mismo año (1284), el rey do Aragón se decidió a atacar a los franceses por la parte de Navarra, para impedirles que entrasen en Cataluña por la parte del Rosellón, por donde tenía noticia querían invadirla; pero abandonó su tarea por haber sobrevenido el invierno.
En 7 de enero del próximo año (1285) murió don Carlos de Anjou. sucediéndole D. Felipe llamado el Atrevido. Este, para vengarse de D. Pedro y de los agravios que hizo al rey difunto, juntando un buen ejército y acompañado de sus hijos y de D. Jaime, rey de Mallorca, pues que este seguía a los franceses por grandes disgustos que tenía contra el aragonés, su hermano, dirigiese con todas sus tropas a Narbona, con objeto de conquistar la Cataluña. Presto Perpiñán se entregó a D. Jaime, dando libre entrada a los franceses.
Todo el Rosellón se rindió también, exceptuando un lugar denominado Génova, que por odio a D. Jaime se resistió bravamente esperando auxilio; pero siendo vencido al fin a viva fuerza, fueron sus habitantes pasados a cuchillo. Con ciertas mañas lograron trasponer los Pirineos, entrando en Cataluña por un camino oculto que, en el collado de Massana, les enseñaron cuatro monjes benedictinos que residían en uno de los monasterios que guarnecían los montes de la frontera. Las escasas tropas que allí había: dieron aviso de tal desacato, y al rayar el alba se encontrar con con un ejército de almogávares, dispuestos a rechazarles a todo trance. Después de un reñido combate tuvieron les franceses que retirarse con gran pérdida, si bien llevándose algunos prisioneros. Como la Francia contaba con muchos aliados y con el auxilio del Papa, no tardó en ver su ejército recuperado de las bajas que había sufrido, y a los pocos días penetró en la comarca de Ampurias (Ampurdán), en donde se apoderó con facilidad de Perelada y Figueras. El campo del enemigo constaba de doscientos mil infantes y veinte mil caballos, lo cual le alentó para hacer frente al ejército de Almogávares y las tropas de los Condes de Urgell y Pallás, de los vizcondes de Cardona y Rocaberti, de Guillen de Anglasola y otros nobles que prestaron gustosos sus armas al rey de Aragón: los catalanes y aragoneses embistieron a los franceses, y alcanzando la victoria pegaron fuego a las tiendas de campaña, mientras los soldados se entregaron al pillaje.
Reforzado, no obstante, el enemigo con nuevas huestes, penetró otra vez en Cataluña (20 de Junio). El rey procuró remediar el mal efecto y desánimo que semejante suceso podía producir en el país, y procuró, —como expresa Lafuente [1],— remediarlo en cuanto podía con una actividad que rayaba en prodigio, recorriéndolo todo, queriendo hallarse a un tiempo en Perelada, en Figueras, en Castellón, en Gerona, en todas partes. “A la voz del bronce que desde lo alto de cada campanario, anunciaba solemne y repetidamente, de noche y de día, que la patria estaba en peligro, se armaban las poblaciones; al grito de / ¡Via jora somaten! salían los mozos de sus hogares; al salvaje clamor de ¡Desperta ferro! los almogávares ataban a su cinto la azcona y despertaban el hierro, que durante el breve reinado de D. Pedro no halló ciertamente ocasión de dormirse; y la ley del Princeps namque. mandada proclamar en Barcelona por el infante D. Alfonso, con el marcial aparato que las circunstancias reclamaban, reunía sobre los riscos de los Pirineos a todos los que se sentían con ánimo y corazón para morir por la patria.»
El francés se extendió en breve por el Ampurdán, mientras su armada se posesionaba de los puertos de la costa, desde Colibre hasta Blánes.
En tanto el vizconde de Rocaberti entregaba a las llamas su heroica villa de Perelada, la más vil traición daba libre entrada a los franceses en la de Castellón, en cuyos muros ondeó desde luego el estandarte de los Cruzados de Felipe, llegando sus fuerzas a tan crecido número, que bastaban para conquistar todo el Principado.
D. Pedro y los de su bando, al salir de Castellón, se dirigieron a Gerona, donde se tuvo un consejo para deliberar si convenía o no abandonarla al enemigo. Entre los opuestos pareceres, el rey optó por la defensa, mientras hubiese un valiente que la tomase a su cargo. Varios de los guerreros invitados para ello, se excusaron, y entonces levantó su voz Ramon Folch, vizconde de Cardona: «Castellan soy de Gerona,—dijo,—y yo me encargaré, si os place, de su defensa, que ni puedo excusar , pues a ello estoy obligado, por derecho y usaje de Cataluña, ni tampoco lo haría aunque pudiese. Dadme la gente y provisiones que os plazca, y os prometo que antes que ceder la plaza, perderemos nuestras vidas. A esto me hallo resuelto, y maravillome sólo de que a todos hayáis invitado, señor, a tomar esta defensa, sin acordaros de mí, que por lo dicho me encuentro a ella obligado.»
Aplaudiendo tan noble idea, contestó entonces el rey: «Gracias por vuestras palabras, Ramon Folch, y ya sé que cumpliréis como habéis dicho, pues si antes no os invité , fue por no separaros de mi lado, como a uno de los mejores de mi tierra. »
—«Pues si soy lo que decís,—señor,—replicó el de Cardona, probarlo he con mis hechos, y por esto nadie se quedará aquí sino yo, que soy el Castellan de Gerona.»
No pudo menos de aceptarse tan patriótica oferta, disponiéndose en seguida el abastecimiento y fortificación de la ciudad. Publicóse inmediatamente un bando, por el cual se ordenaba que en el término de tres días saliesen de ella cuantos vecinos no fuesen necesarios para su defensa, poniéndose a disposición del vizconde de Cardona una guarnición compuesta de ochenta caballeros, cuyos capitanes eran Guillen de Castell Auli y Guillen de Anglesola; treinta ballesteros de a caballo y dos mil quinientos infantes, entre lanceros y ballesteros, seiscientos de los cuales eran sarracenos del reino de Valencia, armados con ballestas largas de dos pies. Varios caballeros amigos del de Cardona, quisieron acompañarle en su empeño, quedándose con sus lanzas en Gerona.
Con una actividad asombrosa, atendió Folch a la fortificación de la plaza, mandando reparar y pertrechar la antigua muralla, construyendo bastidas[2], labrando sus barreras, derribando varias casas que se habían levantado junto al muro, y arrasando el campo alrededor de la población.
Gerona se hallaba ya en estado de recibir al enemigo, aumentándose su guarnición con las fuerzas do Llers, las cuales después de resistir catorce asaltos, hubieron de capitular, pudiendo salir con armas y bagajes y retirarse a dicha ciudad. En Llers, Carlos de Valois fue coronado por el legado del Papa, como rey de Aragón y conde de Barcelona, poniéndosele en posesión de sus tierras.
Después de dos días de fiestas reales, por acuerdo tomado en consejo, moviese el ejército, yendo a acampar (1 de julio) delante de Gerona, donde ,—como dice Balaguer,—le esperaba tranquilo un Cardona, como siglos más tarde debía esperar a igual clase de enemigos un Álvarez, dos nombres y dos héroes para siempre memorables en los fastos brillantísimos de esta inmortal ciudad.
Asentado, pues, el campo francés en torno de aquella plaza, el Atrevido envió al conde de Foix para que tratase con el vizconde de Cardona, a fln de que le entregara la población, o se aparejase otro día para la batalla, con promesa de que se haría el más rico hombre que en España hubiese.
El Castellán o alcaide de Gerona, despreciando semejantes dádivas, contestó al mensaje con entereza:
«En todas épocas, conde, habéis sido mi amigo y yo vuestro, y siempre me disteis prueba de ello, menos ahora. Decís que os maravilláis de que yo me haya empeñado en la defensa de esta ciudad, por servir a mi señor, el rey de Aragón; pero más me maravillo yo de que seáis vos quien me aconseje la entrega do una plaza; cuya guarda y defensa se me ha confiado, deshonrando con el linaje de los Cardonas, para ganarme el nombre de bara, falsario y bausador[3]. Que me haréis absolver por el cardenal, de mi fe y juramento, añadís; pero aun cuando crea yo que el prelado me absolviese de ellos ante Dios, convencido estoy de que no podría hacerlo de la mala fama que caería sobre mí, y de la deshonra de mi nombre. Por lo tanto, desde luego os recomiendo que ni ahora, ni nunca volváis a hablarme de semejante propuesta, y tened entendido- que si otro me la hiciera, le mandaría alancear, sin que valerle pudiese el guiaje y seguro que tuviera.»
No habiendo podido alcanzar su deseo el de Foix, hubo de retirarse a su campamento, mandándose desde luego estrechar el cerco de la ciudad, siéndolos sarracenos del presidio de Gerona los que primero rompieron las hostilidades. Una noche salieron de la ciudad unos setenta de aquellos, armados de ballestas y con sus cuchillos en el cinto, y llegáronse hasta las avanzadas del enemigo, entrando en la tienda de un caballero normando que a la sazón estaba cenando con cuatro nobles franceses. Los cinco quedaron asaetados, llevándose aquellos al retirarse, treinta y ocho prisioneros de la gente del normando. Los franceses, a la vista de los cinco cadáveres, creyeron que habían sido asesinados por algunos catalanes que tenía en su ejército el de Foix, y dos de ellos fueron sentenciados a ser ahorcados. Indignado el de Cardona, dispuso que inmediatamente fuesen colgados por los pies alrededor de los muros de la ciudad los treinta y ocho prisioneros normandos.
Continuas y variadas escaramuzas mediaron entre el ejército sitiador y los bravos defensores de Gerona, hasta que el rey de Francia hubo de convencerse de que la rendición de la plaza era empresa más difícil y peligrosa de lo que se figuraba. En vista de ello, formalizóse el sitio, disponiéndose que se aparejasen ingenios y toda clase de máquinas para lograr más pronto el empeño.
Segun Eoig y Jalpi[4] tiraban continuamente siete ingenios[5] contra la ciudad; pero deseando el rey Felipe entrar cuanto antes en ella, mandó cavar una min a en aquella parte de muro que estaba cerca de lo que hoy llamamos cuatro esquinas de la calle de las Ballesterías, junto a la torre de la antigua cárcel, y acabada la dejaron sobre cuentos. El vizconde de Cardona, para prevenir el daño, hizo labrar otro murallón por la parte de adentro, con lo cual quedó inutilizado el efecto de la mina. Los franceses construyeron entonces unos ingenios llamados Gatas, que eran unos armazones de fuertes maderos y barras de hierro cubiertos con gruesos cueros o suelas, y en ellos se metían algunos hombres para cavar o minar las murallas.
Habiéndose logrado incendiar estos ingenios por los sitiados, los franceses construyendo varias torres de maderas portátiles, y guarnecidas de gente armada acercaron al muro; pero los moros ballesteros hacían uso de su arma con tanto acierto, que cuantos salían fuera de los reparos de la torre, quedaban atravesados por las saetas de aquellos. Desclot refiere que en la iglesia de San Martín tenía su alojamiento uno de los principales condes franceses que tenían sitiada a Gerona, y que estando enfermo, fue visto por uno de aquellos moros por entre la pequeña abertura que dejaban las dos hojas de la ventana de la habitación. Aprovechando entonces el momento en que el enfermo estaba tomando una bebida, armó su ballesta el moro, y disparándola, la saeta fue a pasar por dicho claro, atravesando al escudero y a su señor.
En tanto tenían lugar estas escenas, los caballeros catalanes se armaron en ayuda de D. Pedro, y dividiéndose en dos cuerpos, según el dictamen del rey, el mayor y más lucido fue a acampar en Hostalrich, pasando a Besalú el otro, que se componía de sesenta jinetes y dos mil peones. Ambas huestes comenzaron en seguida sus rebatos contra los franceses, que tenían puesto cerco a Gerona, dándoles mucho que hacer. Todos los días había encuentros y escaramuzas, llevándose a menudo la prez de la jornada, ora los de Hostalrich, ora los de Besalu, cuyo jefe principal era Alberto de Mendiona, y con quien se hallaban Bernardo de Anglesola, Berenguer de Puigvert y Berenguer de Rosanes.
El vizconde de Cardona, al saber que el enemigo tenía proyectado un asalto, hizo construir en varios puntos de la muralla unos ingenios llamados Liebreras o galgas, que eran unas vigas grandes, en cuyos extremos tenían encajado un pesado rodezno de molino. Dispuso que al tiempo en que los sitiadores acercasen al muro las escalas para el asalto, no los molestasen hasta que oyesen tañer un añafil[6]. Creyendo los franceses que se había abandonado la defensa de la ciudad, subieron sin recelo a la muralla. Oyéndose al instante el añafll, se soltaron las galgas sobre el enemigo, acertando tan felizmente el golpe, que no quedó francés de los que dieron el asalto sin ser muerto o herido.
Considerando estos daños el rey de Francia, al propio tiempo que preveía las inmensas dificultades que presentaba la toma de la ciudad, determinó probar por segunda vez entrar en tratos con el vizconde do Cardona. Al efecto volvió a mandarle al conde de Foix, para que entregase la plaza, bajo las condiciones que tuviese a bien imponer. Pidió el vizconde tres días para pensar en los tratos, al mismo tiempo que secretamente envió un hombre a caballo al rey de Aragón, haciéndole presente el aflictivo estado de la ciudad, a causa de las enfermedades, y sobre todo la excesiva carestía de víveres.
Hallábase a la sazón en Hostalrich el rey D. Pedro, en donde recibió al emisario del vizconde, a quien envió a decir que estaba muy satisfecho de su leal comportamiento; pero que le era muy dificultoso mandarle los socorros que pedía. Aconsejóle, sin embargo, que hiciese con el de Foix los tratos que creyese más ventajosos, siendo uno de ellos solicitar para la entrega de la ciudad el plazo de quince días, durante los cuales el monarca-aragonés hacia lo posible para proveerla de víveres y demás bastimentos.
Acudiendo el de Cardona a las instrucciones del rey, concertó las siguientes bases de capitulación con el enviado de Felipe el Atrevido: Que el vizconde haría entrega de la plaza dentro de quince días, a contar desde el domingo inmediato, y que durante los seis días siguientes, la guarnición y habitantes pudiesen evacuar libremente la ciudad con sus armas y haberes; pero que semejante concierto de entrega no sería válido ni tendría fuerza alguna, caso de que los sitiados fuesen socorridos.
Un autor ha dicho que cuando en el campo francés se hablaba de entrar en tratos con los de Gerona, el cardenal legado, Chollet, que acababa de recibir nuevos poderes del Papa sucesor de Martin IV, Honorio IV (desde 6 de mayo), se opuso violentamente exclamando: «Con ellos nada de pactos ni de misericordia. » Con todo, el rigor de la estación, y especialmente la terrible epidemia que diezmaba a los sitiadores, obligóles a capitular con el vizconde de Cardona aceptándole cuantas proposiciones exigió.
En tanto duraba la tregua de Gerona, en los mares de Barcelona, Rosas y Cadaques, tuvieron lugar varios combates navales, en que nuestra armada, a las órdenes de Lauria y Marquet, conquistaron inmarcesibles lauros, dando gran pujanza a la marina catalana y aragonesa.
La epidemia continuaba cebándose en los franceses, y atacado de ella el mismo Felipe, hubo de ser trasladado a Castellón de Ampurias, quedando su hijo encargado del mando del ejército sitiador, que no era por cierto aquel ejército altivo, poderoso y brillante que, precedido de tanto estruendo, había penetrado en Cataluña. Al desaliento producido en la hueste por las dolencias y contrariedades,—añade Balaguer. —vino a unirse entonces el que produjo la victoria alcanzada por Roger de Lauria. El aniquilamiento de la escuadra francesa, y con él la idea de que no podían ya verse abastecidos por mar, influyeron tanto en las tropas, que el soldado perdió su valor moral, a tiempo que en toda Cataluña comenzaba ya a mirarse como un providencial castigo la epidemia que azotaba a los invasores.
Aunque el rey D. Pedro lo tenía dispuesto todo para llevar socorros a Gerona, no pudo realizar su proyecto, habiéndose visto obligado a partir a Barcelona, en cuyo puerto se mecía la escuadra de Rogar de Lauria, recién llegada de Sicilia. Afirman algunos autores que, antes de cumplirse el plazo prefijado para la entrega de la ciudad, los franceses habían logrado penetrar en la iglesia de San Félix, y que sin guardar respeto a las imágenes, y mucho menos al cuerpo de San Narciso, profanaron su altar, despojándole de sus ricos ornamentos y preciosas dádivas de oro y plata. En castigo de semejante sacrilegio (añaden otros), salieron del sepulcro del santo varias moscas de colores y grandes como bellotas, las cuales mataron con sus venenosas picaduras a muchos del ejército profanador.
Tal es el suceso que la piadosa tradición de los gerundenses nos ha trasmitido, con el nombre de milagro de las moscas de San Narciso.
FUENTE:
Blanch e Illa, Narciso: Crónica de la provincia de Gerona, Madrid: Ronchi, 1866. págs.100-104 (Capítulo II. D. Pedro. — Sitio de Gerona por Felipe el Atrevido. — Muerte del rey de Aragón).
NOTAS.
[1] Fuente, Vicente de la. Historia eclesiástica de España. Madrid: Compañía de impresores y libreros del reino, 1873. El autor aporta las reticencias ya en 1628 de la Sagrada Congregación de los Ritos.
[2] Bastidas: Torre de asalto sobre ruedas para acercarse a la muralla. (DRAE)
[3] Bausador: bauzador, embaucador.
[4] Resumen historial de las grandezas y antigüedades de la ciudad de Gerona-, parte I, cap. XIV. (Nota del autor)
[6] Añafil: Trompeta recta morisca de unos 80 cm de longitud, que se usó también en Castilla. (DRAE)