El cabo de los Peligros
El Cabo de los Peligros llaman los marineros a una punta de tierra que cae sobre el mar a la salida del pequeño puerto de L…[1] en el cual solo se ven embarcaciones de pescadores, y cuando el viento arrecia, algún buque mayor que se refugia evitando los temporales.
La sobriedad, la pobreza y la honradez son el distintivo de los habitantes del pueblo; y la gallardía, la hermosura y la sencillez, las prendas que adornan a las jóvenes que viven allí, tostadas por el sol y dedicadas a tender redes, recoger peces de las lanchas y marchar en caravanas cuando raya el alba a vender en las próximas villas. -64-
Si aún existe algún lugar donde las costumbres primitivas se conserven es L.; ciega obediencia a los padres y superiores, fe religiosa hasta la superstición y amor a la familia hasta el delirio no faltan, y se ven brillar en aquellos rudos pescadores, a pesar de su natural sencillez, rasgos de ingenio y talento clarísimo.
Allá, sobre el Cabo de los Peligros, donde azotan las olas siempre con fuerza y donde el viento sopla rugiendo, se levanta una pequeña ermita que de vieja se va cayendo a pedazos; tanto es así, que el ábside apenas existe, que está el alto campanario entero aún sin campanas.
Aquel templo, que en siglos pasados se dedicara a San Telmo, hoy no sirve más que de guarida a las lechuzas, a los murciélagos y a alguna atrevida ave del mar que va en los días de tormenta a descansar sobre su férrea veleta.
No obstante de estar en tan apartado sitio y del olvido en que se le tiene, hay un día clásico en el año en que lodos los moradores del pueblo van en procesión al –65- Cabo, a colocar una bandera española sobre el arruinado campanario y a disparar algunos cañonazos en un mortero viejísimo, que se oculta después de usarlo entre los muros de la que fue capilla.
Yo he presenciado una de estas reuniones, que llamaré cívicas, por más que ni entre las nacionales se cuente, ni tampoco la presida autoridad o persona alguna importante. Solo una joven es la que se distingue en esta reunión, joven que recuerda la familia de un ilustre marinero o la de una valerosa y enamorada mujer, cuyos nombres se pronuncian allí con veneración.
Mi curiosidad y mi hábito de indagar el porqué de ciertas costumbres, me llevó al Cabo de los Peligros, donde varios me relataron una misma historia, que yo voy a contarte, lector.
Parece que cuando la arriesgada expedición que dio a España un nuevo mundo, emprendida por el inteligente y desgraciado Colón, no todos tenían valor suficiente para acompañarle y tripular sus carabelas, -66- y excitados al efecto los marineros de toda la Península, llegó la noticia a L., donde existía un joven de alma tan grande como la del mismo Colón, y acaso de tanta inteligencia, pero de menos conocimientos.
Estaba Lorenzo en esa edad dichosa de la vida en que el amor domina y es la meta de todas las aspiraciones; pero la mujer a quien adoraba, bella y arrogante, había nacido con un corazón tan lleno de entusiasmo por la patria y empresas grandes, que juraba no amar a más hombre que a aquel que ante sus ojos se presentara digno de ella, con la inmarcesible corona del valiente o del descubridor de nuevas tierras, en lo cual consistía entonces la gloria mayor.
A pesar de que Lorenzo no contaba aún con hazañas para dirigirse a Dorotea, la requebraba, y ella, complaciente y amorosa, le oía con gusto, porque veía que él se elevaba sobre la esfera vulgar y era capaz de empresas grandes.
Al recibirse en L. la noticia del proyecto del Colon, Lorenzo sintió levantarse en su -pág.- 67-alma la idea entusiasta de acompañar al bravo genovés, y al manifestárselo a Dorotea, ésta de tal manera le recibió, que ambos se creyeron para siempre dichosos.
La madre infeliz de Lorenzo, que no tenía más hijos que á él, se opuso al proyecto y lloró, lloró un día y otro día, pero nada consiguieron sus lágrimas; aquel joven pundonoroso[2], arrogante y enamorado, visitaría las que entonces se decían Indias Orientales
Se preparó la partida, y el día antes de efectuarla, Lorenzo, Dorotea y la madre de aquel, al caer la tarde, se dirigieron a la ermita de San Telmo a rezar fervientes oraciones para que volviese del peligroso viaje con fortuna el aventurero loco, como le llamaban en el lugar.
De rodillas y llorando rezaron por espacio de media hora y colocaron en el altar una vela de cera que con sus ahorros comprara la pobre viuda que a Lorenzo diera el ser. Y allí el marinero estrechó contra su pecho a la viejecita, que ahogada en llanto –68 -le decía: - “Adiós, adiós, hijo querido, hasta en la eternidad”, colgándole después un escapulario a la garganta, y estrechó amorosamente la mano de su adorada, que pálida y temblorosa le infundía valor, dándole una medalla de la Virgen.
Salió del puerto de Palos la flota de Colón y entre los tripulantes iba el arriesgado marinero...
A los pocos días de su partida la madre murió de pesar, y a expensas de Dorotea y por sus ruegos se le hicieron los funerales y se le dio sepultura en la ermita del Cabo de los Peligros.
Esperó la enamorada mujer un día y otro día y ninguno pasaba en que no fuese a derramar torrentes de lágrimas sobre la tumba de la madre de él y a dirigir su vista hacia los mares por si distinguía la nave dichosa que condujera al que ella reputaba digno de su cariño.
Como el tiempo corría veloz y él no parecía, la más terrible tristeza se empezó a posesionar de la bella Dorotea, sus fuerzas decayeron lentamente y la salud le empezó –69- a faltar; no obstante, la diaria visita al Cabo era segura, aunque lloviese y aunque nevase.
Un día en que llegó penosamente al pequeño y arruinado templo, en ocasión que un furioso huracán arrastraba las aguas del mar con espantosa corriente, que el continuo y violento choque de las montañosas olas sobre el peñón le hacía estremecerse, que el cielo se ennegrecía y a lo lejos se percibían los truenos, la desgraciada doncella, con los ojos como espantados por el terror, miraba hacia el Océano con vivísimo interés, parecía que deseaba despedirse de él y que presagiaba algo ...
Llovió mucho y se mojaron todas sus ropas, y esto, y su debilidad, y la reacción experimentada, y la conmoción de todo su ser, la pusieron en tan lamentable estado que perdió el conocimiento y poseída de febril agitación, estaba próxima a expirar.
Era ya casi noche.
De pronto, a la rojiza luz de un relámpago se pudo percibir en el mar un barco – 70- que luchaba con la tormenta, y que habiendo perdido todo su velamen, caminaba al acaso impulsado por las olas que le llevaban y traían: una mayor que las otras, ayudada por el huracán, estrelló aquella nave contra las peñas y al hacerla pedazos lanzó algunos cadáveres a la playa y un hombre vivo, pero casi sin conocimiento.
Éste, mal herido, así que tuvo en qué apoyarse trepó por sobre las peñas y se puso a salvo, volviendo a poco en sí por completo y reconociendo el Cabo de los Peligros en el mismo instante en que besaba un escapulario y una medalla que llevaba colgada sobre el pecho.
Era Lorenzo, que tornaba triunfal de su empresa... había sido uno de los que dieran la mano al gran Cristóbal Colón cuando desembarcara en la tierra que llevaba el nombre del aventurero Américo Vespucio, cuando debiera tener el de Colonia. La tempestad le arrojaba a su patria tan pobre como había ido pero lleno de esperanzas.
Trabajosamente subió a la montaña, -71- llegó a la ermita de San Telmo, y se encontró con su Dorotea expirante.
La escena fue de esas que no pueden describirse; en un minuto se contaron lo ocurrido en largo tiempo ... se miraron, oraron juntos, se estrecharon sus manos y se despidieron hasta en el cielo, pues Dorotea falleció en seguida.
Fatales rasgos del destino: el marino, valiente, sufrido y emprendedor, que volvía en busca del amor, encontró la muerte.
Pudo llegar casi arrastrando Lorenzo al lugarcillo donde había nacido, y después de saber todos sus triunfos y sus desgracias, murió rodeado del vecindario, que le llevó a dormir el sueño eterno entre las tumbas de su madre y de su esposa ante Dios.
Desde entonces se venera el Cabo por todos los moradores de L., y en el aniversario de la arribada de Lorenzo lleva la más joven de las que pertenecen a la familia de él o de Dorotea una bandera nacional que coloca sobre el campanario del –72- la capilla, y cubre de flores y coronas las tumbas de aquellos, y rezan por el alma del olvidado mártir de la patria y del amor.
FUENTE
Jesús Pando y Valle. Cuentos y leyendas. 1880, págs.63-72.
Edición Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Se refiere posiblemente al puerto de Lastres y a la punta de Misiera. Existe actualmente una ermita dedicada no a San Telmo sino a San Roque
[2] Pundonoroso: que desea mantener su buena fama y superarse a sí mismo.